Berlín, la apasionante capital de Alemania

Berlín, la apasionante capital de Alemania

La ciudad alemana está llena de cicatrices, pero en cada una ha sabido hacerse un tatuaje. Una ciudad que anda reconciliándose desde siempre consigo misma. Tal vez por eso sabe transformarse, inspirarse y trascender

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Foto: Canadastock / Shutterstock

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La gran arteria

El río Spree a su paso por el distrito de Mitte, considerado el verdadero corazón de la ciudad. 

Foto: Jörn Seidenschnur

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Espíritu transgresor

La catedral iluminada con imágenes de Lutero durante el Festival de las Luces que tiene lugar en octubre.

Foto: Hubertus Blume / Age fotostock

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Puerta de Brandemburgo

Desde su inauguración en 1791 ha acogido las grandes celebraciones de la capital.  

Foto: Sebastiano Scattolin / Fototeca 9x12

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Cúpula del Reichstag

La visita de la cúpula es gratuita pero debe reservarse con días de antelación. Las últimas horas del día ofrecen panorámicas de la ciudad iluminada. 

Foto: Tono Arias

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Vestigio de la guerra

Enmarcada por la escultura Berlin Skulptur (1987), la iglesia del Káiser Guillermo (1895) se mantiene tal y como quedó tras los bombardeos aliados. 

Foto: Age Fotostock

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El arte como terapia colectiva

El éxito del Monumento al Holocausto, situado a solo una manzana de la Puerta de Brandemburgo, ha superado todas las expectativas. Este patio laberíntico alberga 2.711 bloques de cemento de 2,38 x 0,95 metros, separados por una retícula de pasillos que solo permiten el paso de una persona a la vez. Nada sugiere al visitante qué pensar o sentir. No existe una entrada principal ni un punto de salida o de llegada. 

Al adentrarse en el monumento los bloques se tornan más imponentes y comienza a apagarse el ruido de la calle. El espacio aséptico y gris induce un sentimiento de vacío, solo alterado por los destellos de vida y color que aportan las personas. El suelo y la parte superior del monumento son ondulados, como la superficie del mar; eso hace que los visitantes desaparezcan entre los pasillos como sumergidos entre olas de hormigón. En cada esquina se puede cambiar de trayectoria, de ahí que sea fácil extraviarse involuntariamente si se acude en compañía.

El Museo Judío acoge la instalación Hojarasca, de Menashe Kadishman, compuesta por 10.000 caras (foto superior).

Foto: Francesco Iacobelli / AWL Images

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Campo de estelas

El Monumento al Holocausto se inauguró en 2005. En sus cuatro salas subterráneas se rinde un homenaje más directo a las víctimas.

Foto: Vladan Radivojac / Age Fotostock

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La casa de las culturas del mundo

Este edificio con forma de ostra fue erigido en 1957 como símbolo de la libertad y la modernidad del Berlín Oeste durante la Guerra Fría. 

Foto: Norbert Stojke / Age Fotostock

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Un oasis de verdor en el gran Berlín

Más de 20.000 especies vegetales de África, Asia, Australia y el Mediterráneo habitan en las 43 hectáreas del Jardín Botánico berlinés, uno de los más extensos del mundo. Su historia en Berlín comienza en 1897 –su antecesor fue un jardín de plantas medicinales en el castillo real en el siglo XVII–, con la introducción de plantas tropicales desconocidas por entonces en Europa. En 1905 se inauguró el Museo Botánico y en 1907, el primero de sus 15 invernaderos, una magnífica estructura de acero y vidrio en el más puro art nouveau. 

Foto: Donot6_Studio / Shutterstock

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Berlín monumental

El paseo por el río Spree permite perspectivas únicas, como esta de la galería columnada de la Alte Nationalgalerie y la Catedral de Berlín.

Tanto gris en su historia la ha convertido en una ciudad de color. Solo seis ciudades en el mundo tienen el título de Ciudad Creativa por la Unesco. Lo avalan más de 1.500 eventos culturales a diario y 5.000 estudiantes de diseño buscando nuevas ideas.

Si hablamos de creatividad, Berlín está en el primer escalón de propuestas, atrevimientos y escenas. No encontraremos otro lugar donde se concentre tanto arte innovador, tantas obras teatrales radicales, donde se interpreten tantas óperas o donde se abran tantos locales de ambiente desenfadado. Berlín baila sobre su tumba con un espray en la mano y un micrófono en la otra. No nos extraña que tres de los álbumes más respetados de David Bowie sean conocidos como la Trilogía de Berlín: Low, Heroes y Lodger. La ciudad influyó tanto en el sonido como en la atmósfera del disco porque es un destino que marca como turista y como creador.

Realmente, Berlín es una ciudad en constante evolución. Una extraña mezcla de lo clásico con lo moderno, de la sobriedad grisácea heredada de la época soviética con las casas con jardín y perro de las urbanizaciones que hay en los barrios del oeste. Toda la cultura cabe en la capital alemana: desde la ópera a la música independiente.

El fascinante Bowie se instaló en la parte oeste y allí gestó los discos, aunque solo Heroes fue grabado completamente en Berlín. Son muchos los fanáticos que siguen buscando sus huellas: el Berlin Bowie Walk que comienza en la estación de metro de Neukölln (la canción más sombría de todas) hasta la Hauptstrasse 155, donde vivió.

El anonimato que buscaba en esta ciudad es la atmósfera que hoy sigue viva por sus calles amplias y rotundas. Nadie se siente extraño en Berlín. El mejor ejemplo lo constituye la Potsdamer Platz, centro neurálgico de la nueva ciudad, el que se ha ido creando tras la caída del muro. Es una plaza joven, pues quedó prácticamente destruida en la Segunda Guerra Mundial y donde todos los edificios tienen menos de 15 años.

La Potsdamer Platz se presenta ahora como una ventana al mundo del cine: el Sony Center, el Museo del Cine y la Televisión con los tesoros de la gran Marlene Dietrich, el paseo de la fama en tres dimensiones y, como una reliquia renovada, el semáforo de cinco caras que nos recuerda que aquello fue la zona más transitada de la ciudad. Si nos fijamos veremos al Ampelmann, el hombrecillo con sombrero que aparece en las luces verdes y rojas de los pasos de peatones. Se hizo tan famoso que tiene una tienda en la Karl-Lieb-knecht Strasse 5, como si fuera un Mickey Mouse alemán.

Algo tiene de Disneylandia el tramo más largo de muro que se conserva en lo que se conoce como la East Side Gallery. Aunque al principio fue destruido a conciencia, dos años después de su caída –9 de noviembre de 1989– un grupo de artistas quiso salvar un trozo que quedaba en pie. Allí se creó una galería de arte urbano al aire libre, por eso se llama así. Es un tramo lleno de creatividad, con piezas icónicas como el beso de la fraternidad entre los mandatarios de la URSS, Brézhnev y Honecker, de la Alemania del Este.

Una ciudad dividida en dos

La ciudad que estuvo dividida en dos rememora a las víctimas de la separación con una gran cicatriz que recorre todo Berlín: una doble hilera de adoquines que marca el lugar por donde pasaba el muro. Podemos también hacer la ruta en bicicleta siguiendo unas líneas azules que marcan los kilómetros del dolor. La herida sigue a la vista en el campanario de la iglesia del Káiser Guillermo, los ladrillos quemados son como células de la piel. Guardan la memoria de cada bombardeo y así sigue. Cicatrizándose a la vista.

La ciudad que estuvo dividida en dos rememora a las víctimas de la separación con una gran cicatriz que recorre todo Berlín: una doble hilera de adoquines

Berlín jamás es aburrido, pero ¿qué es lo primero que hay que ver? Difícil de contestar por la increíble oferta cultural. Para empezar, la amplísima Unter der Linden (avenida de los Tilos), donde se emplazan dos de los edificios más elegantes de Berlín: la Ópera y al Hotel Adlon. En este último Michael Jackson se asomó con su hijo desde la ventana con la cara tapada y Charles Chaplin perdió sus pantalones ante los ansiosos fans. La célebre avenida conduce a la Puerta de Brandemburgo, erigida en el siglo XVIII y superviviente de dos guerras mundiales.

También merece un paseo la calle Linienstrasse, donde se halla el Tacheles –un edificio okupado en 1990 y cerrado desde 2012– y el teatro Volksbühne, en el que han actuado estrellas de la danza contemporánea (Pina Baush y Sasha Waltz), de la música afrobeat (Fela Kuti) y del sonido experimental.

Todo esto es el distrito de Mitte, el céntrico Berlín, rodeado de lugares de interés. Si cruzamos la Puerta llegaremos al Reichstag, el Parlamento, "summum del mal gusto" según el káiser Guillermo II, quien lo llamó el Reichsaffenhaus o Casa de los Monos del Imperio. En los años 1990, Norman Foster lo amplió y lo dejó con una gran cúpula de cristal desde la que podemos ver a los diputados en acción. ¡Eso es transparencia!

El parque Tiergarten, pulmón verde de Berlín, y la gran avenida que lo atraviesa son el escenario de festivales multitudinarios como la Love Parade en julio. Empezó siendo el coto de caza de la familia real y ahora es un perfecto jardín para caminar, pasear en bici o incluso bañarse desnudo. No olvidemos que un tercio de Berlín son zonas verdes. Allí se alza la Columna de la Victoria, conocida como "el asno de oro", con su ángel dorado subido a un pilar de 67 metros.

El Monumento al Holocausto

Muchos lugares impactan, pero ninguno con la intensidad del Monumento al Holocausto: 2.700 bloques de hormigón como tumbas gigantes que ondulan igual que un campo de trigo para la reconciliación con el pasado más reciente. Sobrecogedor también el cuadrado de la Bebelplatz, en el que se ven estanterías vacías. En 1933 las SS quemaron libros en un aquelarre feroz, y para recordarlo, los berlineses hicieron ese hueco en el asfalto.

Los diversos festivales que tienen lugar en Berlín, desde el cine a la fotografía, son la cara más visible de su vida cultural. Después están las tiendas de los nuevos diseñadores y sus galerías de arte. Las pequeñas salas de teatro y los pequeños cines, junto a las zonas comerciales y, por supuesto, los museos, como el dedicado a la Bauhaus, el del Diseño Vitra y los tesoros artísticos de la Museumsinsel o Isla de los Museos. Todo tiene un sitio en Berlín. Espacio hay mucho.

En la gigantesca Alexander Platz se levanta el pirulí berlinés, la Torre de Televisión con forma de cohete espacial porque se construyó en la época de la carrera de EEUU-URSS por conquistar el espacio. Un ascensor sube los 200 metros en 40 segundos. Allí encontramos un observatorio y un restaurante de decoración sesentera, como si Wolfgang Becker fuera a rodar de nuevo Goodbye Lenin! A los pies de la torre se halla el Reloj Mundial, en marcha desde 1969. Muestra la hora de 148 ciudades y marca los 24 husos horarios. ¡Aún funciona con el motor original!

En Navidad la plaza Alexander acoge un increíble mercadillo con cientos de casitas de madera que ofrecen comida clásica y mucho glühwein, vino caliente aromatizado con canela, necesario para los menos diez grados de diciembre.

La cercana avenida Karl Marx sorprende por su arquitectura soviética, austera y de cierto mal gusto que, sin embargo, resulta atractiva en sus dos kilómetros de longitud. Pasear por ella equivale a retroceder cuarenta años en el tiempo. No hay ruinas, todo son plattenbauten, edificios prefabricados con paneles de hormigón.

La creatividad de Berlín se dirige hasta Friedrichshain, apasionante barrio obrero que rebosa vitalidad. Encontraremos galerías, bares y cafés alternativos donde beber cerveza barata. Friedrichshain es un barrio que parece una enorme galería de arte con cines independientes y espacios verdes junto al río.

No has estado en Berlín si no has ido al mercado turco de Maybachufer, toda una institución

Hay que cruzar el río Spree para descubrir el barrio de Kreuzberg, llamado "el pequeño Estambul" porque un tercio de la población es de origen turco. No has estado en Berlín si no has ido al mercado turco de Maybachufer, toda una institución. Venden alimentos frescos, comida preparada, pequeños electrodomésticos, ropa y joyas. También es el mejor barrio para comer: desde el clásico restaurante Die Henne, de 1908, al mítico Weltrestaurant Markthalle, donde casi solo se puede tomar schnitzel (escalope vienés) con patatas. Eso sí, posiblemente acompañados por actores de culto como Birol Ünel, de origen turco.

El Berlín sofisticado lo hallamos en el barrio de Charlottenburg, al oeste del Tiergarten: las tiendas Chanel, Louis Vuitton y el gran centro comercial KaDeWe, donde la música de fondo la ponen miles de estudiantes de todo el mundo que estudian en la cercana UDK Künste, la mítica Universidad de las Artes de Berlín.

En la capital alemana funciona bien el axioma de Warhol: "Tengo una enfermedad social. Tengo que salir todas las noches". Porque aquí es posible hacerlo. Hay bares abiertos hasta el amanecer y algunos que nunca cierran. Tal vez nos quedemos en el Ballhaus Berlin. En los espejos de este salón de baile de 1905 se refleja la fiesta y permite imaginar el Berlín de épocas pasadas. Una ciudad superviviente, que ha conservado su carácter vital y creativo.