Las guerras de Basilio II contra los búlgaros

Tras decenios de cruentos enfrentamientos, en 1014 el emperador bizantino Basilio II derrotó al ejército del zar búlgaro Samuel y se cobró una terrible venganza sobre los prisioneros

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WERNER FORMAN / GTRES

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Salónica bajo sitio

Búlgaros y bizantinos se enfrentaron en numerosas ocasiones. Esta miniatura de la Crónica de Skylitzes recrea el sitio de Salónica por los búlgaros en 1040.

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El emperador de Bizancio

Moneda con la efigie de Basilio II. 1025. Numismática Jean Vinchon, París.

W. BUSS / AGE FOTOSTOCK

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Un monasterio búlgaro

El monasterio de Rila, en Bulgaria, fue un importante centro de peregrinación. Aquí se veneraban las reliquias de su fundador, San Juan de Rila.

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Desde inicios del siglo VII, el Imperio bizantino se vio sometido a una agobiante amenaza en su frontera del Danubio: la de los búlgaros. Conocidos por su destreza como jinetes, derivada de su pasado de guerreros nómadas, los búlgaros se habían asentado en el bajo Danubio y habían impuesto su dominio sobre la población eslava, que poco antes había invadido también el territorio. Desde allí lanzaron incesantes incursiones contra el territorio bizantino, incluso contra Constantinopla, que trataron de conquistar en múltiples ocasiones (626, 755, 811, 897, 923 y 924).

A principios del siglo X, el reino búlgaro se había convertido al cristianismo y formaba un extenso imperio que comprendía Serbia, Bosnia, Macedonia y Tracia. El antiguo kan búlgaro llevaba ahora el título de zar, en abierto desafío a la autoridad del emperador de Bizancio. Pero en 969, uno de estos emperadores, Juan Tzimiscés, logró derrotar al zar búlgaro Boris II y llevarlo prisionero a Constantinopla, anexionando de paso la Bulgaria oriental al Imperio. Por un momento, los bizantinos creyeron que la pesadilla que habían supuesto aquellos "bárbaros" durante tantos decenios se había desvanecido.

Pero los búlgaros no soportaron durante mucho tiempo el dominio bizantino. En 976 se unieron bajo el liderazgo de un noble llamado Samuel y declararon la guerra al Imperio. Enseguida se reanudaron las incursiones en el territorio imperial; en 986, por ejemplo, conquistaron Larisa, la capital de la Tesalia bizantina. En ese momento acababa de ascender al trono de Constantinopla Basilio II, un joven de 18 años que ya había dado muestras de su gusto por los asuntos militares –a diferencia de su hermano pequeño y coemperador, Constantino VIII, conocido únicamente por su atención por la historia y sus dispendios–.

Basilio se aprestó a atacar a los búlgaros en su propio territorio y puso sitio a la ciudad de Sofía, pero la falta de víveres lo obligó a retirarse. Esa retirada la hizo sin tomar las debidas precauciones, por lo que sufrió una humillante derrota a manos de los búlgaros en el desfiladero llamado Puerta de Trajano. El revés desencadenó una guerra civil en el Imperio y estuvo a punto de costarle la corona a Basilio. Airado, éste juró que, si prevalecía, se vengaría de los búlgaros.

Basilio el batallador

Miguel Pselo, en su Vida de Basilio II, cuenta que comía el mismo rancho que los soldados, dormía al raso y caminaba en vez de cabalgar

Fue a partir de 991 cuando Basilio pudo volver a ocuparse de sus enemigos en el Danubio. Durante varios años, el ejército imperial mantuvo una guerra a pequeña escala, de golpes y contragolpes, que permitió a Basilio formar a su ejército y a él mismo; el cronista Miguel Pselo, en su Vida de Basilio II, cuenta que el emperador comía el mismo rancho que los soldados, dormía al raso y caminaba en vez de cabalgar.

Pselo destacaba su tesón: Basilio "realizaba las campañas no como suelen hacer la mayor parte de los emperadores, es decir, saliendo ya entrada la primavera y regresando al final del verano, sino que para él el momento del regreso sólo venía determinado por el cumplimiento del objetivo que se había marcado al partir". Sin embargo, Basilio debió hacer frente a otros conflictos en las fronteras orientales y para frenar la expansión búlgara se vio obligado a pedir ayuda a los venecianos, a los que tuvo que entregar la costa dálmata. Pese a ello, en 996 Basilio II obtuvo una importante victoria sobre los búlgaros en la batalla de Esperqueo, la primera que lograba en campo abierto.

Cuatro años después, el emperador comenzó una gran ofensiva contra sus enemigos del norte. Primero reconquistó la zona de Mesia y luego, tras derrotar a Samuel en la batalla de Skopje, en 1004, recuperó el sur de Macedonia y Tesalia. Según el cronista Skylitzes, a partir de entonces Basilio invadió el menguante territorio búlgaro todas las primaveras, aunque los historiadores actuales consideran que estas «invasiones» anuales fueron poco más que incursiones de saqueo.

El impacto, en todo caso, fue grande, pues al tiempo que las tierras búlgaras eran arrasadas por el paso de los ejércitos imperiales la posición del propio zar Samuel se debilitaba ante su nobleza. Por ello, en el verano de 1014 el desesperado monarca búlgaro decidió impedir la acostumbrada razia bizantina en Bulgaria fortificando el valle de Kleidion, entre las actuales Bulgaria y Macedonia, con el objetivo de cerrar a los invasores el paso por el río Estrimón, paso natural hacia Bulgaria. Fue en sus orillas donde tuvo lugar la batalla decisiva entre bizantinos y búlgaros.

Veintiocho años después Basilio II había cumplido su juramento de vengarse de la derrota en la batalla de la Puerta de Trajano

Tras una serie de ataques y contraataques contra las fortificaciones búlgaras, el 29 de julio de 1014 los bizantinos lanzaron un ataque frontal, acompañado de una maniobra envolvente por la retaguardia búlgara, que les dio la victoria. La batalla fue muy cruenta para ambos bandos, pero Basilio II, que participó personalmente en la lucha, al igual que su contrincante Samuel, podía sentirse satisfecho: veintiocho años después había cumplido su juramento de vengarse de quienes le habían infligido la humillante derrota en la batalla de Puerta de Trajano.

Tiempo de venganza

Basilio no se conformó con su victoria militar. La huida en desbandada de Samuel y los restos de su ejército había dejado en manos de los imperiales un gran número de prisioneros búlgaros: 8.000 según la Crónica de Constantino Manasés; 15.000 de acuerdo con el relato de Juan Skylitzes. El emperador bizantino, como represalia por la muerte de su general Botaniates, ordenó aplicarles a todos ellos el castigo acostumbrado en Bizancio para los rebeldes: el cegamiento.

Prácticamente todos los prisioneros búlgaros fueron cegados de ambos ojos con un hierro al rojo vivo; a un puñado de ellos los dejaron tuertos para que pudieran guiar a sus compañeros de vuelta a Bulgaria. Se dice que la llegada de este macabro cortejo de ciegos a Sárdica, la actual Sofía, afectó al zar Samuel hasta tal punto que sufrió un ataque –probablemente una apoplejía– y murió dos días después. Desde entonces, Basilio II fue conocido como el Bulgaróctono, el "matador de búlgaros".

Pero, pese a esta gran victoria bizantina, todavía se tardó cuatro años en sofocar la rebelión búlgara. En ese tiempo, los generales bizantinos siguieron atacando los principales puntos de resistencia búlgara, mientras los diplomáticos enviados por Basilio consiguieron que varios señores rebeldes se fueran rindiendo –de grado o por fuerza– al Imperio. El último de ellos fue Juan Vladislav, cuyo feudo se encontraba en Macedonia occidental. Tras vencerle en 1018 –y cegar de nuevo a los prisioneros de la batalla–, Basilio II entró victorioso en Sárdica y recuperó toda la península balcánica. Luego retornó a Constantinopla, donde hizo su entrada triunfal luciendo con orgullo una toupha, una corona triunfal.

Magnánimo en la paz

Los nuevos súbditos de Basilio fueron tratados en igualdad de condiciones con los otros ciudadanos del Imperio

Aunque Basilio se mostró implacable con sus enemigos en la guerra, en la paz dio muestras de magnanimidad. Sus nuevos súbditos fueron tratados en igualdad de condiciones con los otros ciudadanos del Imperio, y, además, se les fijaron impuestos bastante bajos, se les concedió un arzobispado independiente («autocéfalo») y se concedieron señoríos locales a varios aristócratas búlgaros, serbios y croatas.

Según Miguel Pselo, Basilio II consiguió un gran tesoro con sus conquistas: "La riqueza de las naciones bárbaras que nos circundaban, todo esto lo reunió en un mismo sitio y lo depositó en las cámaras del fisco imperial. […] Y no sólo no gastó nada de lo depositado, sino que multiplicó las reservas". Una herencia que sus incapaces sucesores tardaron poco en dilapidar.

Para saber más

Historia de Bizancio. Juan Luis Posadas. Alderabán, Madrid. 2002.

Vidas de los emperadores de Bizancio. Miguel Pselo. Gredos, Madrid, 2002.