La batalla de Poltava: el choque decisivo entre Rusia y Suecia por la hegemonía en el norte de Europa

Historia

La batalla de Poltava: el choque decisivo entre Rusia y Suecia por la hegemonía en el norte de Europa

Ucrania fue hace trescientos años el escenario donde Carlos XII y Pedro I se enfrentaron en la mayor campaña de la Gran Guerra del Norte

Carlos XII e Iván Mazepa tras la derrota de Poltava en 1709 (1880), óleo sobre lienzo de Gustaf Cederström (1845-1933), colección privada
Carlos XII e Iván Mazepa tras la derrota de Poltava en 1709 (1880), óleo sobre lienzo de Gustaf Cederström (1845-1933), colección privada.

El 8 de julio de 1709 se dirimió el destino del nordeste de Europa en las estepas de Ucrania, unos pocos kilómetros al norte de la pequeña ciudad de Poltava. Aquella mañana se produjo el choque decisivo entre los ejércitos de Carlos XII de Suecia y Pedro I de Rusia, llamado el Grande, los dos únicos monarcas que seguían en pie de guerra tras nueve años de batallas, asedios, marchas, hambrunas, pestilencias e inviernos glaciales en la denominada Gran Guerra del Norte. Opacado a nuestros ojos por la coetánea Guerra de Sucesión española, este conflicto enfrentó a la potencia hegemónica en el Báltico, Suecia, con una poderosa coalición formada por Dinamarca, Rusia y la unión dinástica entre la Mancomunidad Polaco-Lituana y Sajonia. Contra todo pronóstico, el joven Carlos XII, de apenas diecisiete años al inicio de la contienda, pero criado desde niño para la guerra, derrotó uno tras otro a sus enemigos. Primero cayó Dinamarca; luego Polonia-Lituania y, por último, en 1706, Sajonia hincó la rodilla. Solo le quedaba a derrotar a Pedro.

El zar, que había subido al poder sorteando revueltas e intrigas cortesanas, siempre en busca del equilibrio entre la tradición y la modernización, era tenido en poco por las potencias europeas. Basta con citar las palabras de Voltaire acerca de los soldados moscovitas: “Bárbaros sacados por la fuerza de sus bosques, vestidos con pellizas de animales; algunos armados con arcos y flechas, otros con garrotes”. Al margen de la exageración, lo cierto es que en 1700 Rusia aún tenía mucho que aprender.

Se dice que, tras la aplastante victoria sueca sobre las fuerzas del zar en Narva, el zar afirmó: “Los suecos nos vencerán durante un tiempo, pero a la postre nos enseñarán cómo vencerlos”. Su alto mando analizó con detenimiento las tácticas suecas, en las que el choque al frío acero prevalecía por encima de la potencia de fuego. Pedro adquirió 30.000 mosquetes de llave de chispa en Inglaterra, incrementó el volumen de la artillería mediante la fundición de una de cada cuatro campanas de iglesia de Rusia y ordenó fabricar en masa mosquetes con llaves copiadas de modelos franceses. También formó numerosas unidades de dragones –infantería montada, que en la práctica combatía y actuaba como caballería ligera– para contrarrestar las suecas y aplicó un uso inteligente de las fortificaciones de campaña. Todo ello condujo al triunfo de sus fuerzas en la batalla decisiva.

Combate entre la caballería sueca y la rusa, detalle del diorama del Museo de la Batalla de Poltava, inaugurado el 26 de junio de 1909 en la ciudad de Poltava, Ucrania
Combate entre la caballería sueca y la rusa, detalle del diorama del Museo de la Batalla de Poltava, inaugurado el 26 de junio de 1909 en la ciudad de Poltava, Ucrania.

La empresa de Carlos XII en Rusia comenzó bien, pero la falta de suministros de sus tropas, provocadas por la pobreza del país, lo llevó a Ucrania, más fértil, y donde se le sumaron los cosacos del atamán Iván Mazepa –hoy, héroe nacional ucraniano–. La suerte de la guerra se decidió cerca de Poltava. Para obligar al zar a aceptar batalla en lo que esperaba que fuese una victoria decisiva, el monarca sueco puso bajo asedio esta ciudad, un importante centro regional. Pedro cruzó el río Vorskla con su ejército, dispuesto a impedir la caída de la plaza.

Al fin, Carlos tenía a su rival donde quería. Tras múltiples escaramuzas y un caótico avance a través de una línea de reductos avanzados rusos, el ejército carolino se desplegó frente al ruso. “Los suecos y los moscovitas –escribió un observador de esta batalla– chocaron unos con otros en una acción enconada”. La carga de la infantería de Carlos XII, sintetizada en la expresión sueca “Gå-På” (“adelante”), que el mariscal Magnus Stenbock describió como “una combinación de acometida incontrolable y disciplina controlada a la perfección”, había doblegado y puesto en fuga hasta entonces, durante nueve años, toda fuerza –rusa, sajona, polaca– que se interpusiera en su camino. No fue así en Poltava. Aunque la infantería del zar no estuvo lejos de ceder, había infligido tal castigo a distancia a los suecos que resistió, rechazó el ataque y pasó a la ofensiva con una fuerza irrefrenable.

Unas pocas horas bastaron para acabar con la hegemonía sueca. Tras la derrota, Carlos huyó al Imperio otomano mientras su títere polaco, Estanislao Leszczyński, era depuesto por los partidarios de Augusto de Sajonia y las provincias bálticas suecas de Estonia y Livonia capitulaban ante los ejércitos del zar. La obstinación del rey sueco prolongó la guerra durante una década más, pero a la postre, la derrota fue inevitable. Rusia se convirtió así en la mayor potencia en el nordeste, no solo merced a su ejército y su armada, sino también por su influencia política, especialmente en una Mancomunidad Polaco-Lituana sumida en luchas intestinas. Las consecuencias de Poltava se dejan sentir aun a día de hoy, cuando Ucrania se ha convertido de nuevo en escenario de un aciago conflicto.

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