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Comte, vida turbulenta del gran pensador ateo

En 1830 se empezaron a publicar sus lecciones sobre filosofía que constituyen los seis volúmenes de su obra fundamental: Curso de Filosofía Positiva.

23 DE MARZO DE 2013 · 23:00

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Comte nació el 19 de enero de 1798 en la ciudad francesa de Montpellier, en el hogar de una familia católica y monárquica. Empezó sus estudios en el Liceo de dicha ciudad y pronto destacó por su inteligencia y disciplina, aunque también por su rebeldía a los convencionalismos de la sociedad. Su salud fue siempre delicada y su aspecto físico algo desgarbado. Tenía las piernas cortas en comparación con las proporciones de su cuerpo y cabeza, lo cual supuso una fuente de problemas sobre todo con las mujeres pero también con los demás compañeros. Comte era miope y sufría frecuentes enfermedades de estómago. No obstante, su carácter fue siempre voluntarioso, casi testarudo y bien dotado para el estudio, lo que le llevó con frecuencia a aislarse de la gente y concentrarse en sus propios pensamientos. A los quince años aprobó el examen de ingreso en la École Polytechnique de París, pero tuvo que esperar un año más para poder entrar en la misma ya que aún no tenía la edad requerida. En esta época ya se había declarado republicano, librepensador y ateo, avergonzando así a su familia al renunciar a la religión católica que ésta profesaba. Pronto empezó a leer las obras de Fontenelle, Maupertuis, Adam Smith, Hume, Condorcet, etc., y a familiarizarse con sus ideas. En 1817 conoció a Henri de Saint-Simon con quien llegó a colaborar posteriormente como secretario. Esta relación le permitió escribir artículos en diferentes publicaciones que editaba su patrón. A los veinte años, estando todavía soltero, tuvo una hija a la que reconoció y cuidó. Su relación con Saint-Simon se fue deteriorando a causa de que éste se atribuía ciertos escritos realizados por Comte, hasta que en 1824 se produjo la ruptura definitiva. Un año después contrajo matrimonio por lo civil con una prostituta, Caroline Massin, con la que había venido manteniendo relaciones desde hacía tiempo. Según cuenta alguno de sus biógrafos, esta ceremonia se llevó a cabo con el fin de que la policía borrara a Caroline de sus archivos (Boorstin, D.J., Los pensadores, Crítica, 1999: 221). Algo más tarde y con el deseo de contentar a su madre, Comte se casó también por la Iglesia católica pero fue incapaz de firmar en el registro de la misma. Esto le deprimió tanto que incluso intentó el suicidio saltando al río Sena desde el Pont des Arts. Sin embargo, fue rescatado por un soldado que en ese momento pasaba por allí. Años después llegó a escribir que esta boda había sido un gran error de su vida. Tal situación anímica se vio agravada por la muerte de su hija a los nueve años de edad. Todas estas situaciones añadidas al intenso ritmo de trabajo que llevaba le provocaron un ataque de locura y tuvo que ser internado en un manicomio. Después de superar la crisis mental empezó a publicar numerosos trabajos y a impartir lecciones privadas a las que asistían importantes intelectuales de la época. No obstante, su carrera académica fue siempre desgraciada. Intentó ganar una cátedra de matemáticas en la École Polytechnique de París pero no lo consiguió y tuvo que contentarse con un puesto precario de profesor auxiliar que perdió poco después. En realidad, tuvo que mantenerse hasta su muerte con ayudas o subvenciones de sus discípulos y amigos. En 1830 se empezaron a publicar sus lecciones sobre filosofía que constituyen los seis volúmenes de su obra fundamental: Curso de Filosofía Positiva. La relación sentimental que sostuvo con su esposa empezó también a deteriorarse, hasta que doce años después ésta le abandonó definitivamente. Tal ruptura le condujo a encerrarse cada vez más en sí mismo y a reducir sus contactos con el mundo exterior. Incluso limitó sus lecturas a autores clásicos como Virgilio, Dante, Cervantes o Shakespeare, mientras que a los escritores contemporáneos los seleccionó mucho para, según decía, no contaminarse de sus ideas. En esta época publicó el Discurso sobre el espíritu positivo, texto que en realidad fue una introducción a un curso de astronomía popular. El período más triste de su vida empezó cuando en 1844 conoció a Clotilde de Vaux, escritora y hermana de uno de sus discípulos, mujer casada que había sido abandonada por su marido. Se enamoraron platónicamente y ella se convirtió en la principal fuente de inspiración para Comte. Adoptaron la costumbre de verse dos veces por semana y llegaron a escribirse alrededor de 180 cartas al año. En ellas hablaban, entre otras cosas, de la nueva moralidad, la nueva religión y el nuevo matrimonio que el positivismo pretendía instituir. Lamentablemente Clotilde murió dos años después, lo que contribuyó a que Comte la idealizara y la recordara frecuentemente en sus escritos posteriores. Nunca pudo superar semejante pérdida y llegó a convertir su recuerdo en un rito, visitando regularmente la tumba y escribiéndole una carta cada año. La fundación de la Sociedad Positivista, en 1848, desembocó en la institución de la Iglesia Universal Positivista, de la que Comte se proclamó Sumo Pontífice en el Calendario Positivista y en el Catecismo Positivista. Incluso llegó a trazar un plan con unos plazos determinados para instaurar en la sociedad la religión positivista. Su intención fue que en tal proyecto colaboraran también los católicos ignacianos junto a los positivistas. La idea era obligar a todos los creyentes a hacerse católicos y a los incrédulos a convertirse a la fe positivista. Los libros sagrados de la nueva religión tenían que contener las biografías de Clotilde y la suya propia, así como la correspondencia que habían mantenido entre ambos, las oraciones positivistas y el Testamento de 1855. Y entre las nuevas festividades religiosas a celebrar figuraba el setenta cumpleaños del sumo sacerdote del Gran Ser, es decir, del mismísimo don Auguste Comte. A pesar de lo absurdo que hoy pudieran parecer tales pretensiones, lo cierto es que en su momento este sistema se difundió en varios países europeos y americanos. En Francia colaboró a ello su discípulo Émile Littré; en Inglaterra, John Stuart Mill y en Italia, Cesare Lombrosso. Tales ideas llegaron también a los países de Hispanoamérica, especialmente a México y Brasil. De esta manera, creyéndose el sumo sacerdote de una nueva religión de la razón científica, Comte murió de ictericia -aumento de los pigmentos biliares en la sangre- el día 5 de septiembre de 1857 en París.

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