La vida entre amantes y batallas de Andrés de Grecia, el padre ausente de Felipe de Edimburgo
El amantísimo esposo de la reina Isabel II, el príncipe Felipe, firmaba con el apellido Mountbatten, que adoptó de su abuelo materno ‒un alemán nacionalizado inglés‒, aunque para todos nosotros siempre será el duque de Edimburgo. Cuando nació en Corfú el 10 de junio de 1921, Felipe ostentaba el título de príncipe de Grecia y Dinamarca.
Su padre era el príncipe Andrés de Grecia, séptimo hijo del rey Jorge I de Grecia. Destinado a no ascender nunca al trono, desempeñó un papel irrelevante en la vida de la familia real y fue una figura más bien deslucida incluso para los apasionados de los asuntos reales.
Si bien es cierto que Alicia de Battemberg, la enigmática madre de Felipe, se dio a conocer al gran público gracias a la serie The Crown (que hizo un fascinante retrato en la tercera temporada), de Andrés de Grecia siempre se ha escrito y hablado poco. Entre otras cosas, porque no estuvo muy presente en la vida de su hijo Felipe.
En realidad, desde su más tierna infancia, Andrés parecía contradecir el futuro de gregario al que estaba destinado. Era un niño decidido, brillante y estudioso. Dominaba perfectamente el inglés, el francés, el danés y el ruso, además de su griego natal, que era la única lengua que hablaba en familia. Gracias a su fuerte carácter y su temperamento decidido, la carrera militar prevista para él desde su nacimiento parecía encajar perfectamente. Se formó con honores en la academia militar de Atenas y después ingresó en el ejército como oficial con tan solo 19 años, en 1901.
Conoció a su futura esposa al año siguiente en Londres: fue un auténtico flechazo. Alicia, hija del príncipe Luis de Battenberg y de la princesa Victoria de Hesse, y bisnieta de la reina Victoria, era arrebatadoramente bella. Él no era excesivamente encantador, pero ella se enamoró locamente.
Se escribieron cartas interminables durante meses y se casaron en 1903 en Alemania, en una fastuosa boda que siguió tres ritos: el civil, el luterano y el griego ortodoxo. También fueron suntuosos los regalos de los invitados (la crème de la crème de la realeza europea), como una tiara regalada por el Zar valorada en más de 14 millones de dólares, que más tarde se transformaría en el anillo de compromiso entregado por Felipe a su prometida Isabel.
Pronto llegaron los hijos: Margarita, Teodora, Cecilia, Sofia y Felipe, el más pequeño. Se esperaba que la pareja viviera un amor de cuento de hadas, pero Andrés se dedicó a su carrera y no fue precisamente lo que se dice un esposo fiel. Para colmo, la Historia (con mayúscula) no hizo más que empeorar las cosas. En 1913, el rey Jorge I fue asesinado y su hijo Constantino le sucedió en el trono. La Primera Guerra Mundial estaba a punto de estallar y rápidamente la situación se agravó. Al ser cuñado del káiser Guillermo, Constantino se declaró neutral y Andrés, en sus continuas idas y venidas al Reino Unido, fue acusado de espionaje en favor de Alemania. Entre tanto estalló la Revolución Rusa y los vientos bolcheviques soplaron sobre los Balcanes. El rey Constantino abdicó en favor de su hijo Alejandro y abandonó Atenas.
Andrés y su familia abandonaron Grecia y se refugiaron en Suiza. Una vez terminada la Gran Guerra, Grecia entró en conflicto con Turquía. Acabó en derrota y en 1922 Andrés, que había combatido a su regreso de Suiza, se vio obligado a exiliarse de nuevo. Fueron años en los que no solo se alejó de su patria, sino también cada vez más de su familia.
Su esposa, que se consolaba de las continuas ausencias de su marido a través de obras caritativas, encontró la fe. Mientras él, que se había instalado en París, disfrutaba de los locos años veinte rodeado de amantes. Cuando Alicia fue internada en un manicomio en 1930, la familia se disgregó por completo: las hijas mayores se casaron y se fueron a vivir a Alemania con sus esposos alemanes (y nazis), y el pequeño Felipe fue enviado a Escocia, a la estricta escuela de Gordonstoun para hacerse un hombre. No se volvieron a juntar hasta el funeral de Cecilia, que falleció en un accidente aéreo en 1937.
En esa época, el príncipe Andrés había encontrado a otra mujer: la condesa Andrée de la Bigne, con la que se fue a vivir a la Costa Azul. Seguía legalmente casado con Alicia, pero estaba a punto de estallar otra guerra y los escándalos en momentos bélicos parecen menos graves. Ni siquiera parecía preocupado por sus hijos, a los que dejó luchar en bandos opuestos: Felipe junto al ejército británico y sus yernos para Hitler.
Apenas volvió a verlos hasta su muerte en 1944. A su hijo Felipe le dejó por toda herencia un anillo y una deuda de más de 17.000 libras esterlinas.
Artículo publicado por Vanity Fair Italia y traducido por Isabel Escribano Bourgoin. Acceda al original aquí.