Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Anastasia Nikoláyevna Románova (1901-1918)

Fue la alegría de su familia. Una niña que a través de su vivacidad y energía contagiosa mantuvo en firme el espíritu combativo de los zares, y no permitió que decayeran los ánimos por trágica que fuera la situación. Hija menor del último zar de la Rusia Imperial, Nicolás II, su nacimiento significó para su padre una gran decepción, ya que Anastasia se convertiría en su cuarta hija, y todavía tuvo que esperar unos años más hasta que la vida lo premiara con un varón que pudiera reemplazarlo en el trono. Junto a sus hermanas mayores, Anastasia recibiría una educación exenta de los privilegios aristocráticos que suelen asociarse con ese estilo de vida, y su crianza estuvo a cargo de sirvientes que solían llamarlos por sus nombres o apodos, tales como “duende” o “diablillo”, pero en todo caso nunca por sus títulos de realeza, en cuyo caso a la pequeña princesa le correspondería el apelativo de Gran Duquesa. Dormían en los mismos catres en los que dormitaban los empleados de la corte, se duchaban con agua fría y se les exigía mantener el orden y las tareas de limpieza al interior de sus propios cuartos. Su padre les imponía labores de costura para la fabricación de prendas, que luego serían ofrecidas a la caridad, despertando de esta manera el interés por el servicio social. Quienes mejor podrían definir su personalidad hilarante y alocada serían sus tutores, soldados y criados que la tuvieron muy cerca, y que han testimoniado la personalidad díscola de la gran duquesa: “La criatura más encantadora que había conocido”, decía una de sus institutrices, y otro de sus mentores agregaba que se trataba de “una niña muy animada, traviesa, y actriz de gran talento. Sus comentarios, ingeniosos y agudos, herían a menudo sensibilidades”. Uno de los soldados la recuerda como “amigable y llena de alegría…  Pocas veces se le veía cansada. Le gustaba hacer números cómicos con los perros, como si estuviera en un circo”, mientras que uno de los guardias criticaba sus actuaciones instigadoras y comentarios provocadores que solían generar tensión entre los soldados, llamándola “ofensiva y terrorista”. Según el médico que los acompañaba a donde fueran y que también sería ejecutado, Anastasia “era la gran responsable de la mayoría de las travesuras y hechos punibles de la familia, ya que en ese aspecto era un auténtico genio”. Interpretaba varias idiomas, tomaba lecciones de baile y actuación y participaba de los espectáculos íntimos del palacio, era descrita como una niña “brillante y de gran talento”, que solía romper con los protocolos para imponer su propia y genuina irreverencia. Bromeaba con los criados, engañaba a sus hermanos y primos y se escapaba de la corte subiéndose a los árboles y permaneciendo allí oculta durante horas. Una de sus primas dice de ella que “era tan horrible y repugnante como el mismo diablo”. Despreocupada de su apariencia física y de guardar las composturas de la etiqueta, a la diminuta y regordeta duquesa se le podía ver disfrutando de sus bombones de chocolate, mientras embadurnaba sus guantes blancos en medio de una distinguida función en la Casa de la Ópera de San Petersburgo. Sin embargo no gozaba de una salud plena, ya que desde siempre la acompañaron los padecimientos de juanete en ambos pies, y una dolencia muscular por la que tenía que someterse a una terapia de masajes dos veces por semana. A su vida llegaría ese personaje misterioso que sería conocido como el “Monje maldito”. Rasputín era considerado por las personas ajenas a la corte como un campesino vulgar, al que sin embargo la realeza parecía rendirle todo tipo de pleitesías, hasta el punto de considerarlo como un santo. Rasputín servía como una especie de consejero espiritual para la familia imperial, y la misma Anastasia se refiere a él en sus cartas como “nuestro amigo y confidente”. Rasputín tenía licencia para pasearse a discreción por los salones y habitaciones del palacio, por lo que empezarían a correr rumores de que el siniestro personaje aprovechaba su cercanía con las hijas del zar para seducirlas de maneras licenciosas. Lo que al interior de la corte parecía haber sido naturalizado, no dejaba de parecer una conducta extraña y sospechosa que escandalizaba al pueblo. Se dice que el monje arropaba a las duquesas antes de acostarlas a dormir, las acariciaba y abrazaba y oraba con ellas. Queriendo evitar chismorreos que pudieran desestabilizar su imperio, el zar decide prescindir de los servicios de Rasputín, y sin embargo su relación con las mujeres del zar continuaría a través de una amorosa correspondencia. Anastasia le escribe: “Mi querido, hermoso, mi único amigo. Cuántas ganas tengo de verte otra vez. Hoy he soñado contigo. Siempre le pregunto a mamá cuándo vendrás… Pienso en ti siempre, cariño, porque eres tan bueno conmigo”. El asesinato del monje conmocionó a la familia entera, hasta el punto de prometer la edificación de una iglesia sobre la tumba de su querido amigo. Sin embargo esta promesa no pudo cumplirse, ya que un año después estallaría la Revolución Rusa que obligaría al zar a abdicar del trono, y desde entonces empezaría un trasegar por Rusia evitando toparse con el Ejército Rojo y las fuerzas bolcheviques. La familia fue puesta bajo arresto domiciliario en Tsárskoye Seló, y dado los peligros que los acechaban, tuvieron que ser trasladados a Tobolsk, Siberia, y de allí una vez más decidieron escaparse a la región de Ekaterimburgo, donde finalmente serían apresados por un comando de la policía secreta bolchevique. A pesar de la enorme tensión que vivió la familia del zar durante estos últimos meses, a Anastasia se le notaba entusiasta y optimista, y a menudo montaba pequeñas piezas teatrales con las que “hacía estallar en carcajadas” a toda la familia, según revela el médico de cabecera. En la mañana del 17 de julio de 1918 la familia imperial, en compañía de un reducido círculo de sirvientes, fue llevada al sótano de la casa donde se alojaban, con la excusa de que los iban a fotografiar. Anastasia llevó a su perro de raza pomerania, y una vez apostados todos como para ser fotografiados, el oficial a cargo sentenció al zar. Se dice que el zar alcanzó a balbucear: “¿Qué?”, antes de recibir un disparo en la cabeza. Un pelotón de fusilamiento disparó al resto de la familia y, según parece, algunos tuvieron la desdicha de sobrevivir y ser rematados a bayonetazos, luego de que se dispersara la humareda al interior del sótano. En adelante comienza la verdadera leyenda de Anastasia Románova y su familia. Se especula que unos dobles suplantaron a la familia al momento de ser ejecutados, o que al menos Anastasia y quizás su hermanito Alexis hubieran corrido una suerte distinta al resto y hubieran conseguido escapar. Varias mujeres intentaron demostrarle al mundo que ellas eran la verdadera Anastasia que había sobrevivido a la ejecución. Dos monjas que afirmaron durante gran parte de su vida ser las hermanas María Y Anastasia Románova, murieron convencidas de ser las hijas del zar, y en sus lápidas se grabaron los nombres que defendieron como su verdadera identidad. Durante años se creyó la versión de una mujer desmemoriada que intentó suicidarse a comienzos de la década de los años veinte en Berlín, y que luego de sobrevivir se juraba la hija menor del zar Nicolás II. El juicio por reconocer la identidad de esta mujer se convirtió en el más largo de la historia de Alemania, y después de treinta y dos años se declaró oficialmente cerrado, sin poder llegar a conclusión alguna. En 1979 se encontraron los restos de la familia del zar, pero curiosamente faltaban dos cuerpos, por lo que se acrecentó uno de los mitos y fantasías más sonados del siglo XX: el de la pequeña princesa perdida. Finalmente las pruebas de ADN de los últimos años revelarían que esta mujer que se juraba Anastasia no tendría ningún tipo de parentesco con la familia imperial rusa, y unos años después, en el 2007, serían descubiertos dos cadáveres quemados en las cercanías al lugar donde fueron encontrados los restos de la familia del último zar. La ciencia lograría esclarecer que los dos esqueletos carbonizados correspondían con la genética de Anastasia y su hermano Alexis. La iglesia ortodoxa rusa canonizó a Anastasia por entenderla como una especie de mártir. Una foto del zar en compañía de su esposa y de sus hijas se ha hecho famosa por ser supuestamente esa última foto que prometieron tomarles antes de la ejecución. En ese retrato en sepia es posible imaginarse el color cobre en los rizos de Anastasia y el azul de su mirada pícara, maliciosa, más parecida a un diablillo que a una santa.

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