La historia real de la princesa Alicia de Grecia, la suegra de la reina Isabel que apareció en 'The Crown'

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Alicia, vestida de monja, participó en la coronación de su nuera, en 1953. En la esquina derecha con su hijo Felipe de Edimburgo, cuando vivía en Londres. | Foto: Ap

HISTORIA

La verdadera historia de Alicia, la suegra de la reina Isabel que pasó dos años en un manicomio

Una de las grandes sorpresas de la nueva temporada de ‘The Crown’ es la revelación de que que Alicia de Battenberg, la madre del príncipe Felipe, sufría de esquizofrenia y se volvió monja. Pero la realidad es más dramática que la ficción.

30 de noviembre de 2019

Por muchos años Alicia de Battenberg vivió como cualquier persona del común en las calles de Grecia. Usaba hábito, trabajaba como voluntaria de la Cruz Roja y salía en las noches, incluso en medio de los toques de queda en la Segunda Guerra Mundial, para alimentar a los pobres y acompañar a los enfermos.

Pocos sabían quién era y casi nadie sospechaba que detrás de su personalidad afable se escondía un miembro de la realeza: nadie menos que la suegra de la mismísima reina Isabel.

En el mundo de la monarquía europea, en cambio, la conocían muy bien. Era la princesa Alicia, bisnieta de la reina Victoria y esposa de uno de los hermanos del rey Constantino I de Grecia.

Una mujer que, decían, había perdido la cordura y había dejado los lujos de la realeza para volverse monja después de una vida llena de sufrimiento y dolor: exiliada de su país, esquizofrénica y alejada a la fuerza de sus hijos, especialmente del menor, el príncipe Felipe, duque de Edimburgo.

Tenía sordera congénita y sus padres llegaron a pensar que tenía algún tipo de retraso por su lentitud a la hora de aprender con respecto a sus hermanos.

Su historia, que había sido olvidada y relegada por el paso del tiempo, volvió a generar interés con la nueva temporada de The Crown, la serie de Netflix sobre la vida de la reina Isabel, en donde le dedican todo el cuarto capítulo.

Este ha generado tanto revuelo, que los espectadores han acudido en masa a buscar su historia en internet para confirmar si lo que aparece en la ficción es cierto y el número de consultas en su página de Wikipedia se ha multiplicado por 10. La realidad, sin embargo, es mucho más dramática que en la serie.

Una vida de película

Alicia, nacida en el Castillo de Windsor en 1885, tenía sordera congénita y sus padres llegaron a pensar que tenía algún tipo de retraso por su lentitud a la hora de aprender con respecto a sus hermanos. Sin embargo, y con la ayuda de su madre y un tutor, perfeccionó la lengua de signos y aprendió a leer los labios en inglés, alemán, francés y griego.

Eso le permitió desenvolverse con soltura en el mundo de la monarquía europea, en el cual tenía muchas conexiones. No solo porque su madre descendía directamente de la reina Victoria, sino también porque su padre era hijo de un príncipe alemán.

Como sucedía con frecuencia en aquella época, se ennovió con otro príncipe lleno de pergaminos: Andrés, hijo del rey Jorge I de Grecia y nieto del rey Christian IX de Dinamarca, conocido como ‘el suegro de Europa’ porque casó a todas sus hijas con miembros de las casas reales.

Alicia, profundamente enamorada, se casó con él en 1903, en una fastuosa ceremonia que tuvo lugar en Alemania. Según el diario The New York Times, recibieron unos 750.000 dólares de la época en regalos. Hoy, serían unos 23 millones de dólares.

Comenzó a tener alucinaciones y a oír voces del más allá. Incluso, decía que Jesús hablaba con ella y que tenían relaciones íntimas.

Por 12 años el matrimonio fue feliz. Vivían en Grecia, donde eran parte de la familia real, y tuvieron cinco hijos: cuatro niñas y Felipe, el menor. Pero en 1922, cuando el pequeño apenas tenía 18 meses, la familia tuvo que salir exiliada del país, pues Grecia había perdido una guerra con Turquía y el pueblo, indignado, quería la cabeza del rey y de sus más cercanos colaboradores.

Alicia, Andrés y sus hijas salieron en un barco inglés hacia el exilio con el bebé escondido en una caja de naranjas y llegaron a París, en donde se establecieron en medio de dificultades.

Allá vivieron de la caridad de la familia y aunque Alicia comenzó a trabajar en una tienda para refugiados griegos, la presión de lo que había vivido acabó por enloquecerla. Tenía alucinaciones y oía voces del más allá, entraba en estados depresivos y solía perder el control frente a su esposo y a sus hijos.

Hacia 1930, cuando le diagnosticaron esquizofrenia, la situación era bastante grave: decía que Jesús hablaba con ella e, incluso, que tenía relaciones íntimas con él y otras figuras religiosas.

Preocupados, la llevaron a donde Sigmund Freud, quien recomendó un tratamiento agresivo, que consistía en aplicarle electrochoques y dosis de rayos X en los ovarios para eliminar su líbido descontrolada. Pero ante la ineficacia de esos procedimientos, la internaron en un manicomio de Suiza.

Eso terminó por destruir a su familia: Andrés decidió dejarla y se fue a vivir con una de sus amantes, sus hijas se casaron con oficiales nazis y Felipe, de solo 9 años, terminó viviendo en un internado en Inglaterra y pasando las vacaciones con su tío Louis Mountbatten (el mismo apellido Battenberg de Alicia, pero traducido al inglés debido al sentimiento antialemán que había en esa época en el Reino Unido).

Abandono y religión

Cuando Alicia salió del asilo dos años después, su familia estaba regada por Europa. Sola y abandonada, pasaba los días en hospedajes de Alemania y Grecia, en donde comenzó a explorar su lado religioso y humanitario, y comenzó a ayudar a los pobres.

Usando los víveres y la plata que le mandaban sus hermanos desde Inglaterra, se dedicó a ayudar a los más necesitados e incluso escondió a una familia judía durante el Holocausto.

En 1937 la tragedia sobrevino a la familia: Cecilia, una de sus hijas, murió en un accidente de avión junto a su esposo y sus pequeños hijos. En el funeral, lleno de oficiales de Hitler y de saludos nazis, Alicia reencontró al resto de sus descendientes.

El príncipe Felipe (círculo), de 16 años, en el entierro de una de sus hermanas en Alemania. Se le puede ver rodeado de uniformes nazis, pues ella estaba casada con un alto oficial de Hitler. 

Emocionada, le pidió a Felipe, quien ya tenía 17 años, que se fuera a vivir con ella a Atenas, pero el entonces joven príncipe le dijo que no, pues quería seguir su carrera de oficial de la marina inglesa.

De vuelta en Atenas, la princesa radicalizó su postura religiosa. Transcurría la Segunda Guerra Mundial y la Italia de Mussolini y la Alemania nazi invadieron Grecia, por lo que muchos ciudadanos vivían una situación llena de zozobra. Pero Alicia, usando los víveres y la plata que le mandaban sus hermanos desde Inglaterra, se dedicó a ayudar a los más necesitados e incluso escondió a una familia judía en su propia casa.

Como tenía raíces alemanas y sus hijas estaban casadas con oficiales de Hitler, nunca le hicieron nada. Además, solía usar su sordera como pretexto para esquivar interrogatorios.

Unos años después, ante el escepticismo de su familia, decidió volverse monja e incluso fundó su propia comunidad ortodoxa: Las hermanas de Marta y María. Para financiar sus actividades comunitarias decidió vender casi todas sus joyas reales, aunque guardó algunas que le sirvieron a Felipe, su hijo, para mandar a fabricar el anillo con el que le pidió matrimonio a la entonces princesa Isabel, heredera del trono del Reino Unido.

Alicia asistió a la boda de ambos, así como a la coronación de su nuera, en donde sorprendió a millones de televidentes con su traje de monja.

Su comunidad funcionó durante un tiempo, hasta que la falta de plata y de voluntarias, la acabó definitivamente. Por esa época su salud estaba cada vez más deteriorada y la situación política en Grecia, en donde un grupo de coroneles había dado un golpe de Estado, llevó a que la reina Isabel y el príncipe Felipe la invitaran a vivir con ellos al Palacio de Buckingham.

Se mudó a Inglaterra en 1967 y allí vivió hasta su muerte, ocurrida dos años después. Y aunque su fama de “loca” persistió por mucho tiempo, en 1988 recibió una especie de compensación: la comunidad judía le otorgó el reconocimiento de ‘Justa entre las naciones’ por haber arriesgado su vida para salvar la de varios miembros de esa comunidad.

Hasta Jerusalén fue el príncipe Felipe, quien en un homenaje póstumo a su madre, pronunció las palabras más bonitas que nadie había dicho sobre ella hasta el momento: “Sospecho que mi madre nunca pensó que sus actos fueran especiales de alguna forma. Ella simplemente pensaba que ayudar a quienes estaban en aprietos era una reacción perfectamente natural y así actuó toda su vida”.

Ahora, gracias a The Crown, muchos se están dando cuenta de eso.