Todos la conocemos por su actitud pragmática ante la vida, así como su amor por la naturaleza, las actividades al aire libre y los deportes ecuestres. Pero eso no quita que la princesa Ana, reina indiscutible de las cazadoras Barbour y las botas de Dubarry, sepa cómo y cuándo lucir una tiara siempre que lo requiera la ocasión.
No cabe duda de que su tiara de confianza es la tiara Meandro que heredó de su padre, el difunto Felipe de Edimburgo. Esta diadema de diamantes, con un diseño basado en la típica cenefa griega y motivos de madreselva, perteneció a su abuela paterna, la princesa Alicia de Battenberg, que la obtuvo como regalo de bodas al casarse con el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca. En el centro de tan elegante pieza hay un gran diamante en talla brillante rodeado de una corona de laurel en pavé.
Cuando su hijo se casó con la entonces princesa Isabel en 1947, la princesa Alicia le obsequió a su nuera la tiara Meandro. Eso sí, nunca hemos podido ver a Isabel II con ella, y la monarca se la legó a su única hija a finales de la década de los 60. La princesa Ana ha lucido la tiara en numerosas ocasiones desde entonces, entre ellas en la ceremonia apertura del Parlamento británico de 1970 y en el banquete anual en el Guildhall de 1988.
En su boda con el jugador de rugby Mike Tindall, Zara Phillips, la hija de la princesa, combinó la tiara Meandro de su madre con un vestido de Stewart Parvin (el modista de la reina) a modo de guiño y homenaje a su abuela, así como a la ascendencia griega de su abuelo.
Artículo original publicado por Tatler y traducido y adaptado por Darío Gael Blanco. Accede al original aquí.
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