Alfredo I el Grande, el rey que soñó con Inglaterra

Alfredo I el Grande, el rey que soñó con una Inglaterra unida

Su llegada al trono era improbable, pero una vez allí se convirtió en un rey justo e inteligente que administró y defendió sus tierras con maestría.

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Para mediados del siglo IX, las islas británicas eran unas tierras caóticas plagadas de luchas internas entre reyezuelos y señores de la guerra, invasiones, saqueos y destrucción generalizada allá donde se mirase. La debilidad de los monarcas y reyes sajones había chocado directamente con el comienzo de las invasiones de saqueadores nórdicos en la llamada Era Vikinga. Sin embargo, en medio de esta vorágine sin sentido, aparecería un líder improbable que sería capaz de construir donde otros solo destruyeron. La historia le conoce como Alfredo I, el Grande.

Llegada al trono

El futuro monarca nació en el año 849 en el reino de Wessex. Era hijo del rey Ethewulfo y de su primera esposa, Osburh y su acceso al trono era más que improbable ya que era el cuarto hijo varón del rey. Este hecho marcó su carácter y sus primeros años, ya que la vida de erudito, dedicada en cuerpo y alma al estudio, parecía ser la más adecuada tanto por su situación como por sus preferencias personales. Desde muy niño, Alfredo siempre mostró gran interés las artes y las ciencias, la historia y la religión y se cree que uno de sus referentes contemporáneos pudo ser el emperador Carlomagno. Las crónicas señalan, incluso, que Alfredo dijo en varias ocasiones que “no deseaba el pode real”.

Pero el destino es caprichoso y la dama Historia tenía otros planes para el príncipe anglosajón. Sus dos hermanos mayores vistieron la corona y murieron y al final fue su tercer hermano, Etereldo, quien subió al trono en el año 865. Alfredo, como noble y varón que era, debió recibir formación militar y se convirtió en la mano derecha del nuevo rey. Aconsejándole y combatiendo a su lado en las distintas incursiones o defensas que Wessex llevó a cabo para luchar contra los vikingos que llegaban a las islas en busca de botín y tierras donde asentarse. En el 871, mientras intentaban repeler una ofensiva danés en Wessex, Etereldo cayó muerto en el campo de batalla. Alfredo había llegado a ser rey.

Un rey guerrero

El principal problema al que Alfredo tuvo que hacer frente durante su reinado, que se prolongó hasta su muerte en el 899, fue el de los ataques vikingos.

Los documentos y testimonios de la época describen a Alfredo como a un hombre que no disfrutaba batallando, pero que lo hacía cuando era necesario. Así, el monarca basó su defensa en alianzas con los demás reinos, especialmente con Mercia y Gales, así como algunos acuerdos puntuales con daneses que solían aceptar un pago a cambio de marcharse. Pero la gran ventaja de Alfredo fue la de apostar por una mejora constante de su ejército y de sus defensas: aumentó el número de soldados bajo su estandarte y los distribuyó por el territorio según las necesidades de cada lugar, fortificó las defensas ya existentes y construyó otras nuevas en lugares estratégicos y mejoró su flota construyendo barcos de diseño similar al de los drakkars vikingos pero modificado por él mismo.

Hay que tener en cuenta que la amenaza de un ataque por parte de los vikingos era una constante en aquella época y, a lo largo del año, se producían varias incursiones a Wessex o a alguno de los otros reinos que Alfredo tenía como aliados.  El rey, que plantaría cara a caciques vikingos tan famosos como Ubbe y Ivar el Deshuesado (hijos del legendario Ragnar Lothbrok), consiguió resistir todos los ataques y encabezar numerosas contraofensivas con las que recuperaban terreno perdido que les permitía respirar un poco más tranquilos.

El momento más tenso de su reinado se vivió en el año 878 cuando, después de haber penetrado en Wessex el año anterior, los vikingos lanzaron un segundo ataque sorpresa que les permitió hacerse fuertes en Chippenham y someter a no pocos señores sajones. Alfredo consiguió refugiarse en una fortaleza en las marismas de Somerset desde la que lanzaba pequeñas escaramuzas mientras, en secreto, reunía un ejército con el que hacer frente a los daneses. Ambas partes se enfrentaron en la batalla de Edington, de la que Alfredo salió victorioso.

En el 886 atacó y conquistó Londres, por entonces en poder de los daneses, y al hacerlo se autoproclamó como el primer rey de Inglaterra. Fueron muchos los señores y reinos que aceptaron su mando y Alfredo se erigió como un símbolo de la defensa anglosajona contra el invasor.

Anglosajones luchando contra vikingos. Imagen: Getty Images

Sajones y vikingosAnglosajones luchando contra vikingos. Imagen: Getty Images

Un rey legislador

Las nuevas obligaciones del rey anglosajón no le impidieron seguir adelante con la que fue su pasión de por vida: los estudios. Alfredo creía que uno solo podría vivir de acuerdo a las reglas y voluntad de Dios si era una persona leída y formada, otorgándole así gran importancia al conocimiento. También pensaba, al igual que muchos coetáneos suyos, que las invasiones vikingas era un castigo divino por sus pecados. Uniendo ambas hipótesis, Alfredo llegó a la conclusión de que la única solución real a los problemas del reino pasaba por la educación.

El monarca emprendió su misión tanto a nivel personal como a nivel nacional, para todo su reino. Alfredo aprendió latín para poder leer algunos de los textos más importantes de la época e hizo de Wessex un faro cultural en Europa, recopilando saberes de todos los lugares e invitando a su corte a artistas y eruditos de todo el continente. Tal vez su trabajo más conocido sea el de la Crónica Anglosajona, una recopilación de documentos y fuentes primarias que Alfredo encargó realizar alrededor del 890 y que se ha convertido en el recurso estrella de la actualidad para conocer cómo era y qué pasó en la Inglaterra anglosajona. También promovió la educación entre las clases populares, fomentando que cuantos más personas posibles supieran leer y escribir, y mando traducir al inglés antiguo textos que consideraba imprescindibles para que fueran más accesibles.

Alfredo fue un excelente administrador del reino y supo manejar con maestría las finanzas del mismo, pero además dedicó gran parte de su tiempo al estudio y la modificación del sistema judicial. Con la idea de que la justicia debía servir para proteger y cuidar de los desvalidos e indefensos como base, estudió los códigos y las leyes promovidas por otros reyes anglosajones y, sumados a las enseñanzas del Éxodo bíblico, desarrolló su propio código legal en el que se destacaba la protección que ofrecía a las clases populares. También se aseguró de que los jueces y los responsables de impartir justicia fueran personas leídas, ya que consideraba que la ignorancia atraía codicia y corrupción. De hecho, las leyes y reformas implantadas por Alfredo se mantuvieron vigentes durante los reinados de sus sucesores.

Un rey para la posteridad

Alfredo I el Grande es uno de esos extraños casos en los que el mote y el mito hacen justicia a la persona. Su gran trabajo como erudito y cronista ha permitido conocer en profundidad su figura y los acontecimientos que definieron su tiempo pero resulta llamativo que, con el paso del tiempo, su fama no ha disminuido. Estudios muy posteriores e investigaciones serias y fiables parecen respaldar, en líneas generales, todo lo que nos cuentan los documentos de la época (que generalmente tienden a ser partidistas y a hablar a favor de X o Y).

Parece que las canciones y relatos que de él se contaron le hacen justicia. Alfredo I sí fue un gran rey.

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