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Casa Real
Alfonso de Borb�n y Battenberg

Una cubana, una enfermedad... La historia del verdadero sucesor de Alfonso XIII que habr�a impedido reinar a su sobrino, Don Juan Carlos

Actualizado
Alfonso de Borb�n y Battenberg, en cama, donde pas� la mayor parte de su vida.
Alfonso de Borb�n y Battenberg, en cama, donde pas� la mayor parte de su vida.

Este mi�rcoles se cumplen 90 a�os de aquel 14 de abril en el que se proclam� la rep�blica en Espa�a y en el que el rey Alfonso XIII huy� del pa�s con destino a un exilio del que nunca volver�a. No lleg� a ver a su nieto, el Rey Juan Carlos, sentarse en el trono espa�ol, pero s� supo desde muchos a�os antes que su primog�nito, Alfonso de Borb�n y Battenberg, no ser�a su heredero.

Y es que, entre otras razones, no lo lleg� a ser nunca porque padeci� la que todav�a hoy se sigue llamando la enfermedad de los reyes, la hemofilia.

Alfonso de Borb�n y Battenberg naci� en el Palacio Real de Madrid el 10 de mayo de 1907. Su llegada al mundo colm� de alegr�a a sus padres, los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg -Ena-, a la Corte y a los espa�oles que ve�an as� garantizada la continuidad din�stica. Su nacimiento supuso una verdadera felicidad para todos porque era un var�n; en un pa�s donde estaban a�n tan abiertas las heridas de las guerras carlistas y donde el recuerdo del reinado de Isabel II segu�a provocando sarpullidos, todos quer�an que Alfonso XIII tuviera un hijo hombre cuanto antes. Con eso, la reina inglesa, Ena, ya cumpl�a. Pero, ay, qu� poco dura la alegr�a a veces en la casa del rico, no digamos ya en la de pobre... Y en muy pocos d�as esa alegr�a se tornar�a en una profunda desilusi�n que har�a de la pareja real un matrimonio muy infeliz.

La reina Victoria Eugenia de Battenber con un pr�ncipe Alfonso reci�n nacido.
La reina Victoria Eugenia de Battenber con un pr�ncipe Alfonso reci�n nacido.

Porque no tard� en comprobarse que el pr�ncipe padec�a la maldita enfermedad, la hemofilia, de la que a principios del siglo XX se desconoc�a a�n casi todo y para la que no hab�a tratamiento alguno. La hemofilia es un grave trastorno de la coagulaci�n de la sangre, hereditaria, que por lo general afecta a los hombres, aunque son sus madres las que se la transmiten. Y se ha llamado la enfermedad de los reyes porque miembros de muchas dinast�as en Europa la sufrieron d�cadas atr�s. A trav�s de descendientes de la reina Victoria de Inglaterra, la hemofilia lleg� a las Cortes de casi toda Europa, sembr�ndolas de pesar; uno de los casos m�s famosos fue el del zarevich Aleks�i Nikol�yevich Rom�nov, fusilado junto al resto de su familia el 17 de julio de 1918 en Ekaterimburgo, cuando apenas contaba con 13 a�os, y tras padecer una existencia bien limitada por culpa de esa enfermedad maldita.

La hemofilia convert�a a sus portadores en hombres de cristal. As� creci� nuestro protagonista, siempre p�lido y ojeroso y en permanentemente vilo ante la posibilidad de desangrarse, porque sufrir cualquier peque�o golpe, rasgu�o o accidente pod�a causarle hemorragias muy dif�ciles de detener.

La princesa Ileana de Ruman�a, el primer amor frustrado del pr�ncipe Alfonso.
La princesa Ileana de Ruman�a, el primer amor frustrado del pr�ncipe Alfonso.

Los historiadores no se ponen de acuerdo en las circunstancias en las que la Corte se dio cuenta de que el reci�n nacido era hemof�lico, aunque est� muy extendida la versi�n de que fue en el momento en el que el m�dico de la Corte le aplic� un peque�o corte para circuncidarle, tal como era costumbre con los varones de la Familia Real. Se habr�an vivido entonces horas de aut�ntica angustia mientras se intentaba salvar la vida del peque�o, ya que no dejaba de brotarle la sangre.

El rey Alfonso XIII nunca perdon� a su mujer, a la que culpaba de haber llevado la desgracia a la dinast�a. Dos de los hermanos de Victoria Eugenia tambi�n padec�an la hemofilia. Al monarca la situaci�n le super�. T�ngase en cuenta de que entonces lo que se esperaba era que el pr�ncipe heredero fuera alguien fuerte y sano al que se le pudiera educar para asumir en su momento la responsabilidad de asumir la corona.

Por supuesto, Alfonsito no pudo criarse como un ni�o m�s. Sus cuidadoras deb�an extremar las precauciones en todo momento y el pr�ncipe fue creciendo en un entorno falto de todo cari�o familiar que, al mismo tiempo, pronunci� su car�cter caprichoso. Tantos cuidados le valieron el sobrenombre de El Intocable. No tard� en ser vox populi que el heredero estaba enfermo. Y, en un tiempo en el que todav�a no exist�an los medios de comunicaci�n de masas, los bulos se propagaban casi a la misma velocidad en que lo hacen en nuestro tiempo. Y Alfonso fue v�ctima de un horrendo rumor que circul� durante un tiempo entre el pueblo de Madrid. Se dec�a que cada d�a se sacrificaba a un ni�o para alimentar al Pr�ncipe con su sangre, como si se tratara de un vampiro. A saber cu�ntos incautos se cre�an la copla; en todo caso deb�a de ser muy triste que de uno fueran propagando tan b�rbaros embustes.

Con todo, Alfonso de Borb�n y Battenberg era el Pr�ncipe de Asturias. Y no parece que a su padre se le pasara por la cabeza otra opci�n. �l era el primog�nito y en �l descansaban las esperanzas de ver asegurada la continuidad din�stica de los Borbones.

Alfonso de Borb�n y Battenberg, el d�a de su boda con la cubana Edelmira Sampedro Ocejo, por quien renunci� a sus derechos din�sticos.
Alfonso de Borb�n y Battenberg, el d�a de su boda con la cubana Edelmira Sampedro Ocejo, por quien renunci� a sus derechos din�sticos.

Y a esa ficci�n se jug�. As�, con 13 a�os entr� en el Ej�rcito, pero de forma honoraria, claro, y su padre, el Rey, le dirigi� su primer discurso como heredero de la Corona. Y, a los 15 a�os, el Pr�ncipe comenz� su preparaci�n como guardiamarina de la Armada. La verdad es que la mitad del tiempo lo ten�a que pasar en cama o en estado de reposo y su dif�cil situaci�n personal se tradujo en una creciente desgana hacia casi todo lo que le rodeaba. Desde luego, su inter�s por la pol�tica y los asuntos de Estado era nulo. Y, conforme se iba haciendo mayor, se acentu� el distanciamiento con su padre, el Rey, con quien siempre tuvo malas relaciones.

Hay un breve par�ntesis de algo parecido a la felicidad en la biograf�a del Pr�ncipe de Asturias, del hombre que estaba destinado a ser Rey. Nada m�s cumplir la mayor�a de edad, decidi� independizarse y alejarse de la atm�sfera opresiva de la Corte y de las miradas de miedo que le profesaban todos los empleados de Palacio. Y, as�, para pasmo de propios y extra�os, orden� que habilitaran el Palacete de la Quinta, en los montes del Pardo, para vivir all� alejado de la Familia Real. Al modo del pueblecito buc�lico que se cre� para Mar�a Antonieta en los dominios de Versalles, se acondicion� en el Pardo un espacio donde Alfonso de Borb�n dio rienda suelta a algunas de sus aficiones y se puso a criar gallinas y cerdos como si fuera un granjero.

Alfonso XIII (debajo) y su hijo, Alfonso de Borb�n y Battenberg.
Alfonso XIII (debajo) y su hijo, Alfonso de Borb�n y Battenberg.

Pero como heredero que era, ten�a sus obligaciones. Y la m�s importante de todas era casarse. Se hicieron las oportunas gestiones diplom�ticas para matrimoniarlo con la princesa Ileana, hija de la reina Mar�a de Ruman�a, prima de nuestra soberana Ena. Pero Alfonso de Borb�n no dio su brazo a torcer, prendado de otra princesa, C�cilie zu Salm-Salm, prima lejana suya, que le dio calabazas.

La proclamaci�n de la Segunda Rep�blica y la partida al exilio de la Familia Real, en 1931, cambi� la vida de todos y de un modo muy especial para el heredero. El viaje en s� mismo desde Madrid hasta Francia, donde encontraron refugio los Borbones, fue terrible para el Pr�ncipe, transportado en endebles camillas hasta el tren en medio de fuertes dolores y con el constante temor de que sufriera alguna herida mortal.

Ya instalados todos en Par�s, los Reyes enviaron a su hijo a un sanatorio cerca de la ciudad suiza de Lausana. All� conocer�a Alfonso de Borb�n y Battenberg a una joven burguesa hija de hacendados cubanos, Edelmira Sampedro Ocejo, de la que se enamor�. Por las venas de esta isle�a corr�a sangre asturiana -porque del Principado era su abuela Edelmira Margarita Turro Rivera-. La cubana estaba lo que vulgarmente se dice forrada. Pero en la �poca a los burgueses m�s adinerados lo que les gustaba de verdad era poder emparentar con la aristocracia, y no digamos ya con la realeza, para elevar su estatus. De ah� que enseguida viera con buenos ojos casarse con nuestro protagonista.

Aquello era, en todo caso, un esc�ndalo. Porque, por muy exiliada que estuviera la Familia Real, Alfonso XIII manten�a intactas las esperanzas de regresar al trono y su primog�nito hemof�lico segu�a siendo su sucesor, el Pr�ncipe de Asturias. De modo que la relaci�n con la cubana era impensable. Un matrimonio tan desigual no cab�a. Tal fue el empecinamiento de Alfonso que protagoniz� algo as� como el precedente de la hist�rica abdicaci�n de Eduardo VIII para casarse con Wallis Simpson. Y, as�, el 11 de junio de 1933, Alfonso de Borb�n renunci� formalmente para s� y sus descendientes, de poder tenerlos, a sus derechos a la Corona de Espa�a. Mantuvo, eso si, el tratamiento de Alteza Real y su padre le otorg� el t�tulo de conde de Covadonga.

Con su segunda esposa, Marta Esther Rocafort.
Con su segunda esposa, Marta Esther Rocafort.

D�as despu�s, Alfonso y Edelmira se casaron en una sencilla ceremonia en Lausana, a la que no asisti� Alfonso XIII, que jam�s acept� aquel matrimonio. S� asistieron la Reina Victoria Eugenia y sus hijas, las Infantas Beatriz y Cristina. El matrimonio dur� feliz dos a�os. Se instalaron en Par�s y disfrutaron de una vida de derroches y excesos en la que parec�a que la enfermedad de �l se hubiera esfumado; nada m�s lejos de la realidad. Al cabo de esos dos a�os, la Puchunga -as� era conocida Edelmira entre la Familia real- decidi� poner tierra y regresar a Cuba.

Alfonso, desesperado, porque estaba verdaderamente enamorado de Edelmira, no dud� en cruzar el charco para reconquistar a su mujer. Y lo consigui�. Volvieron a disfrutar de algunos d�as de vino y rosas hasta 1936, cuando el pr�ncipe tuvo una gran reca�da f�sica, casi a la vez que en Espa�a estallaba la Guerra Civil espa�ola. Aquello debi� de hacerle ver a Edelmira que su sue�o de ser alg�n d�a una princesa de verdad se esfumaba; el caso es que abandon� para siempre al primog�nito de Alfonso XIII y consigui� el divorcio.

Afincado en Estados Unidos, donde viv�a con la pensi�n vitalicia que le hab�a asignado su padre, el conde volvi� a casarse poco despu�s. Y de nuevo con una despampanante cubana, Marta Esther Rocafort Altuzarra, hija de un dentista de La Habana y modelo de alta costura en Nueva York. Se separaron a los dos meses.

A�n le dar�a tiempo a nuestro protagonista de enamorarse de la bailarina Mildred Gaydon.

Don Alfonso muri� en la noche del 6 de septiembre de 1938. Mientras conduc�a su coche por las calles de Miami, se estrell� contra un poste de tel�fono. No fue un accidente espectacular. Pero a �l le bast� para desangrarse por las heridas sufridas. A su entierro en EEUU no asisti� casi nadie. Desde luego no tuvo los honores que hubieran correspondido a un pr�ncipe de la dinast�a Borb�n. Habr�an de pasar varias d�cadas para que, en 1985, Juan Carlos I decidiera rendir tributo a su t�o, quien lo dispuso todo para que su cuerpo pueda reposar para siempre en el lugar que le correspond�a, el Pante�n Real del Escorial.

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