Konradin escribió:
No conozco tanto de la vida de Katya, y lo que sé, bueno, es en el contexto del rechazo que inspiraba en todo el círculo de Alejandro II, su familia, y el parto que se encaprichó en tener en palacio, así que bienvenido todo lo que puedas contarnos.
En defensa de esta chica, y espero no adelantarme, le reconozco que se resistió todo lo que pudo a los avances de Alejandro II, que hay que decirlo, estaba cual viejo baboso persiguiendo a una adolescente. Nada que nos sorprenda, digamos la verdad... puedo entender el franco rechazo y el profundo horror que le generaba saber a qué se exponía si decía que sí, y qué podía pasar si no cedía también.
Un pésimo escenario se mire por donde se mire.
Siempre hay un componente subjetivo muy elevado en este tipo de cuestiones, pero yo creo que Alejandro se enamoró como quizá nunca lo había hecho, y con esta afirmación no hago de menos sus enamoramientos anteriores, ni mucho menos...Simplemente, creo que Katia "le pilló" en una edad complicada, al borde de la cincuentena y con unas circunstancias familiares (el obligado distanciamiento físico de su enferma esposa, la muerte prematura de su hijo Nixa...) que le hacían muy vulnerable. Así que él se dejó llevar por unos sentimientos arrolladores hacia una muchacha que representaba la candidez, la frescura, una belleza natural sin artificios y un carácter alegre. En cuanto a la propia Katia, desde niña tenía una visión idealizada del emperador, pero no creo que pensase en él en esos términos hombre vs mujer. Debió pillarle, pienso, bastante por sorpresa el creciente interés que manifestaba el zar.
Esto me permite enlazar con el relato de los hechos...
Los encuentros en el Jardín de Verano se sucedieron a partir de aquel 25 de diciembre de 1865. Ya no eran encuentros casuales, sino citas en toda regla, para pasear y charlar distendidamente: por lo leído, Katia experimentaba verdadera compasión del hombre que acababa de perder a su hijo y le permitía explayarse, ofreciéndole una simpatía genuína. Poco a poco, Alejandro experimentó un creciente deseo de tipo físico, que superaba el elemento platónico: en ese contexto, a Varenka Shebeko le tocó en suerte hablar con la princesa Vera, la madre de Katia.
El 4 de abril de 1866, Alejandro, acompañado durante un paseíto por el bendito Jardín de Verano por sus sobrinos Leuchtenberg María (ya princesa de Baden por matrimonio) y Kolya, fue víctima de un frustrado intento de asesinato perpetrado por Dmitry Karakozov...
Dmitry Karakozov.
Sólo la rápida intervención de un tal Ossip Komissarov, que golpeó a tiempo la muñeca de Dmitry Karakozov y dió a los guardias de escolta del zar ese "minuto extra de oro" para que pudiesen reducir al atacante, salvó a Alejandro. Se dice que Alejandro interpeló a Dmitry preguntándole si era acaso polaco, ya que los polacos, en esa época como en casi todas, se resentían amargamente de la dominación rusa: cuando Karakozov le respondió que era ruso, absolutamente ruso, Alejandro se quedó en shock. Sólo pudo preguntar el porqué, a lo que se supone que Karokozov replicó que el zar había prometido entregar tierra a los siervos y no lo había hecho. Al zar aquello le quedó grabado a fuego en el alma.
Los paseos por el Jardín de Verano se habían revelado peligrosos, potencialmente letales, y, de manera significativa, el 18 de abril de 1866, Katia fue conducida al despacho de Alejandro en el Palacio de Invierno para
"tomar el té". En ese escenario privado, a salvo de miradas indiscretas, Alejandro, que aún no se había recobrado del sobresalto provocado por el atentado y estaba en
modo
"tempus fugit", buscó un acercamiento a Katia, regalándole un brazalete que llevaba engastado un rubí de talla pequeña rodeado de diamantes. Ignoro qué tipo de experiencias previas había tenido Alejandro, pero sospecho que todas se lo habían puesto siempre fácil no, facilísimo; así que ante la actitud recatada y distante de Katia respecto a sus avances, no supo cómo manejar la situación y, literalmente, no pasó nada. Alejandro, de hecho, contaría a Katia años después que se había quedado profundamente desalentado, con la sensación...
"...de que yo era demasiado viejo para que tú me amases".Llegado el verano, no sólo los emperadores y grandes duques, sino todo el "quien es quien" de la corte rusa buscaba con avidez un retiro en la cercana Peterhof. Allí, en los jardines que rodean el palacio de
Monplaisir, Alejandro y Katia volvieron a encontrarse, tal vez de manera casual, el 1 de julio de 1866. Alejandro, de nuevo arrebatado por la presencia de ella, la exhortó a reunirse con él al atardecer en un pequeño pabellón de estilo campestre privado, al que solían llamar en el entorno imperial Casa Birch. La cita al atardecer fue prolongada y el zar se declaró a Katia; sin embargo, aunque ella acogió de manera favorable esa declaración, no hubo ningún encuentro físico. Eso sí: para entonces, el encaprichamiento de Alejandro respecto a Katia ya no debía ser ningún secreto. La madre de ella, Vera, parecía satisfecha por la situación que se estaba produciendo, pero no así su hermano Mikhail ni su cuñada María Luísa, a tenor del hecho de que ambos programaron un viaje a Nápoles en el que llevarían con ellos a Katia.
La partida de Katia hacia Nápoles con Mikhail y María Luísa estaba prevista para el 1 de diciembre de 1866. Poco antes, en la noche del 26 de noviembre de 1866, Katia se acostó por primera vez con Alejandro, después de casi un año de cortejo por parte del soberano. Las relaciones sexuales entre ellos fueron apasionadas y por lo leído muy satisfactorias, lo que incrementó el sentimiento mútuo de estar predestinados el uno al otro a tenor de los escritos de ambos. Sin embargo, Katia no debió contar a su hermano ni a su cuñado que "ya no había nada que evitar" y marchó al sur de Italia en la fecha establecida de antemano. Esa separación física de más de cinco meses pondría a prueba la adhesión de Alejandro respecto a Katia y de Katia respecto a Alejandro: ambos se escribían a diario, cartas verdaderamente extensas, y hay que decir que constituye una prueba indefectible del amor de él que lograse descifrar la letra farragosa, a menudo casi indescifrable, de Katia Dolgorukaya.