Alejandro Magno contra Roma, la ucronía que imaginó Tito Livio

Alejandro Magno contra Roma, la ucronía que imaginó Tito Livio

Antigüedad

El historiador romano especuló sobre qué habría pasado en un enfrentamiento entre el conquistador macedonio y las legiones romanas

Alejandro Magno montando a su caballo Bucéfalo.

Alejandro Magno montando a su caballo Bucéfalo.

Dominio público

“¿Cuáles habrían sido las consecuencias para Roma si se hubiera enfrentado en una guerra con Alejandro?”. Con esta pregunta empieza Tito Livio (59 a. C.-17 d. C.) su reflexión sobre este hipotético duelo entre dos de las grandes potencias de la Antigüedad en algún momento del último tercio del siglo IV a. C. Se trata de uno de los primeros ejercicios de ucronía de la historia.

En Roma, ya fuera durante la República o en época imperial, Alejandro Magno siempre fue un modelo con el que los grandes hombres se compararon. Personajes como Julio César, Augusto o Trajano buscaron en el rey macedonio una referencia para las gestas que querían protagonizar o para emular su figura como gobernante.

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La especulación sobre los planes de futuro de Alejandro Magno no es exclusiva de Tito Livio. Otro historiador de la Antigüedad, Diodoro de Sicilia, habló en el libro XVIII de su Bibliotheca Historica de cómo el rey macedonio ideaba llevar a cabo una campaña contra Cartago mediante una gran flota que también llevaría a las falanges a conquistar otros puntos del Mediterráneo occidental.

El otro Alejandro

Ciertamente, existió un antecedente familiar de una campaña macedonia en Italia. Un hermano de la reina Olimpia (madre del célebre conquistador), Alejandro I de Epiro, intervino en las ciudades de la Magna Grecia, el sur de la península itálica colonizado por griegos, para ayudar a sus aliados de Tarento. Este soberano incluso firmó un tratado de amistad con la República romana.

Este otro Alejandro no tuvo un feliz colofón a sus campañas. Murió en una batalla después de que sus aliados tarentinos rompieran relaciones con él y formaran una coalición de pueblos y ciudades del sur de Italia contra el monarca epirota.

Medallón romano con la imagen de Olimpia.

Medallón romano con la imagen de Olimpia.

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Como buen defensor del expansionismo de la ciudad del Tíber, Tito Livio tampoco auguró un gran futuro a una posible campaña de Alejandro Magno en Italia. Ya al principio de su relato considera que, pese a ser un soberano con fama de gran líder guerrero, “el Imperio romano no habría sido vencido tampoco por este rey, igual que no lo fue por otros monarcas y pueblos”.

¿Cómo y por qué llegó a esta conclusión Tito Livio? El historiador teorizó sobre las tropas y los generales implicados en esta hipotética campaña. Así, por ejemplo, explica que, en Italia, habría desembarcado un Alejandro muy distinto al que inició la conquista del Imperio persa.

Los números de cada bando

Según Livio, cuando Alejandro atravesó el Helesponto con sus falanges, no era un monarca con riquezas, así que la ambición le impulsaba a conseguir fortuna y gloria. En cambio, a la península itálica llegaría un monarca colmado de tesoros tras sus exitosas campañas, lo que, a ojos del cronista romano, constituía una debilidad, porque ya sería un gobernante acomodado.

“Cuando hubiese venido a Italia se habría parecido más a Darío que a Alejandro”, afirma Livio en referencia al rey aqueménida que fue derrotado por el macedonio. Este supuesto cambio en la actitud del macedonio es una muestra del desprecio habitual en las fuentes romanas a todo aquello relacionado con Oriente. El historiador culmina este punto de su especulación diciendo que el Magno “habría traído un ejército que ya no se acordaría de Macedonia y habría degenerado en las costumbres de los persas”.

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Alejandro Magno montando a su caballo Bucéfalo.

Más allá de las valoraciones, Livio también trató de ofrecer datos concretos para reforzar su argumentación. Calculó que Alejandro reclutaría a treinta mil veteranos macedonios (sus mejores soldados), así como a cuatro mil jinetes. También consideraba que podía haber traído más tropas de sus dominios asiáticos, pero, en otra muestra del rechazo romano a lo oriental, concluye que “le habrían sido más un estorbo que una ayuda”.

Esos cálculos no parecen muy realistas para la época. A la muerte de Alejandro Magno, sus generales comenzaron a pelear entre ellos para hacerse con el control de su imperio. En esos conflictos se movilizaron contingentes mucho más numerosos, con cifras cercanas a los cincuenta mil efectivos por bando y con la presencia de tropas asiáticas que, en ocasiones, desempeñaron un buen papel en el campo de batalla.

Alejandro Magno en su lecho de muerte con sus generales. Pérdicas en primer término

Alejandro Magno en su lecho de muerte con sus generales. 

Dominio público

En los datos por parte romana, Tito Livio habla de que, en el siglo IV a. C., Roma tenía capacidad para reclutar diez legiones. Una estimación muy optimista si se consideran campañas en esa época –como las guerras samnitas (343-290 a. C.)–, en que lo habitual era movilizar a cuatro formaciones de este tipo.

Legiones y falanges

Más allá de la cuestión numérica, Livio también presume de la ventaja del sistema militar romano frente a las falanges helenísticas, aunque de nuevo maneja los argumentos de manera un tanto tramposa. Para justificar el posible buen desempeño de las legiones ante Alejandro, recuerda las victorias que estas cosecharon frente a las tropas macedónicas en batallas como Cinoscéfalos o Pidna. De nuevo, el contexto histórico es importante si se quiere hacer una valoración más realista.

Livio recuerda unas campañas de los siglos III y II a. C., cuando las legiones ya habían desarrollado su doctrina a lo largo de numerosas guerras que las llevaron a ser las dueñas del Mediterráneo. En cambio, en el siglo IV a. C., los romanos hacía poco que habían abandonado la forma griega de combatir, así que las tácticas que les permitirían conquistar un imperio estaban dando sus primeros pasos.

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Por aquel entonces, las falanges de Alejandro Magno se encontraban en la cima de su desarrollo, más allá del genio militar de su líder. Poco que ver con las formaciones venidas a menos por la propia decadencia posterior de Macedonia, que serían derrotadas por los romanos en los dos siglos siguientes.

Si se quiere buscar un referente de enfrentamiento entre legiones y falanges más cercano cronológicamente a Alejandro Magno, habría que fijarse en la campaña de Pirro, otro soberano de Epiro, en Italia (280-275 a. C.). Este fue el primer gran conflicto de Roma contra una potencia extraitálica y sucedió cuatro décadas después de la muerte de Alejandro Magno.

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'El salvamento de Pirro', del francés Nicolas Poussin, c. 1637.

Terceros

En las tres grandes batallas de esta campaña –Heraclea, Ausculum y Benevento–, las legiones no pudieron derrotar a las falanges. Aunque las tropas griegas pudieron reclamar la victoria, sufrieron importantes bajas. Ante las enormes pérdidas, Pirro tuvo que retirarse de Italia y abandonar sus ambiciones. De estos sangrientos choques nació la expresión victoria pírrica.

Un último factor en la ecuación militar serían las flotas de guerra. Livio no hace mención alguna a las fuerzas navales de uno u otro bando; por entonces, Roma era una potencia minúscula en ese sentido. En cambio, Diodoro de Sicilia sí que habla de que Alejandro Magno preparaba una flota de mil naves macedonias para su campaña en Occidente.

De nuevo, estamos ante una más que posible exageración, pero, si se miran los efectivos navales que se movilizaron en las guerras entre los sucesores de Alejandro, hubo ejemplos de flotas que se acercaron a las trescientas embarcaciones, como la que desplegó Ptolomeo en la batalla de Salamina de 306 a. C. (no confundir con la famosa de 480 a. C.). Una fuerza más que suficiente, que habría dado a los macedonios una gran ventaja para operar en el sur de Italia.

Alianzas improbables

Tito Livio recurre a otros ejemplos históricos para justificar sus argumentos favorables a la causa romana. Recuerda que Aníbal no pudo derrotar a la ciudad del Tíber pese a obtener un gran triunfo en Cannas; asimismo, señala que los samnitas fueron finalmente derrotados pese a haber humillado a dos cónsules en las Horcas Caudinas.

Otro punto donde Livio demuestra un optimismo desbordante es en la cantidad de aliados con los que hubiese contado Roma. El historiador cita, en primer lugar, a otros pueblos itálicos, como los sabinos o los volscos. Incluso llega a augurar que las ciudades griegas se hubiesen opuesto a Alejandro Magno.

Alejandro Magno en la batalla contra los persas en Granico, en la que se enfrentó a Memnón de Rodas.

Alejandro Magno en la batalla contra los persas en Granico. 

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En su esperanzado relato, también creyó que los samnitas se decidirían por una de estas opciones: o bien unirse a Roma para afrontar la amenaza exterior o bien mantenerse al margen por el desgaste sufrido combatiendo a las legiones. Lo primero es difícil de creer, conociendo la enemistad entre los dos pueblos itálicos.

El hipotético aliado romano contra Alejandro que más puede llamar la atención, entre los que menciona Tito Livio, es Cartago. Aunque no es el argumento más descabellado, ya que, en el siglo IV a. C., los futuros contendientes de las guerras púnicas tenían buena relación y existían tratados de cooperación. Otra cuestión es saber hasta qué punto se hubiese inmiscuido la potencia norteafricana en un conflicto con los macedonios en Italia.

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En un escenario real, seguramente Alejandro hubiese emprendido también alguna maniobra diplomática para obtener apoyos entre las diversas entidades políticas de la Italia del siglo IV a. C. En parte, podría haber abordado una estrategia similar a la de su tío, buscando apoyos entre las ciudades de la Magna Grecia, o bien habría intentado atraerse a los samnitas y a otros pueblos enfrentados a Roma en ese momento.

La fortuna favorece a los romanos

Un último aspecto en el que incide Tito Livio para justificar la victoria romana es que, pese a la reputación de Alejandro de contar siempre con la fortuna de su lado en la batalla, no pocos generales romanos podían presumir de lo mismo, aunque no fueran tan afamados como el macedonio.

De hecho, aunque Livio concede que Alejandro Magno fue un gran general, apunta que el resto de los mandos macedonios no podían compararse con los romanos, quienes podían recurrir a numerosos líderes militares de altura. De nuevo, obvia otro factor que podría haber sido favorable para el bando helenístico: la calidad de los comandantes que guiaron a las falanges en las batallas contra los persas.

Un busto de Tito Livio

Busto de Tito Livio. 

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También señala que la fortuna de Alejandro en sus campañas en Asia apenas duró una década, pero, en el momento del enfrentamiento, Roma podía presumir de casi ochocientos años de buenos augurios en los largos conflictos que había librado. Livio resalta, asimismo, la dureza del pueblo romano, que, pese a haber sido vencido en numerosas batallas, “no perdió ninguna guerra”.

En los pasajes del Libro IX que Tito Livio dedica a teorizar sobre este hipotético enfrentamiento, subraya que, a pesar de la magnitud de sus hazañas, la gloria de Alejandro fue fugaz, e insiste en el largo historial de guerras de Roma. Poner a la Ciudad Eterna por encima del gran conquistador era una forma al relato de un imperio glorioso.

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Con su especulación, Livio no perseguía crear un mero entretenimiento. Quería dejar claro que las gestas romanas no tenían nada que envidiar a las de Alejandro. Incluso, la Ciudad del Tíber podía presumir de haber sometido a todos los reinos sucesores del Magno. Pero la fuerza del helenismo iba más allá de la cuestión militar, como demuestra el peso que la cultura griega adquirió en la parte oriental del Imperio.

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