Vida cotidiana

Llegar a viejo en la antigua Grecia

Meleagro

Meleagro

El héroe Meleagro se despide de su esposa y de su anciano padre antes de partir a la caza del jabalí de Calidón. Escena de una vasija del siglo V a.C. Museo Kannellopoulos, Atenas.

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Alcanzar una edad avanzada en la antigua Grecia podía ser una bendición o una maldición. Por un lado, se podía entender que los dioses habían regalado a la persona una existencia larga, pero si esa vida no reunía unas condiciones dignas el regalo se tornaba una condena y hasta hacía que se deseara la muerte

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Detalle del cuadro pintado por el artista italiano Cesare Maccari, Apio Claudio Caecus acompañado de senadores de la Curia. Villa Madama, Roma.

¿Cómo era llegar a viejo en la antigüedad?

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Los griegos no practicaban lo que hoy se denomina eutanasia (palabra griega que significa «buena muerte»); el suicidio no se efectuaba por razones de salud, sino de honor o desgracia, sobre todo de índole moral. Pero había quien, cuando ya no podía valerse por sí mismo y consideraba finalizado su ciclo vital, decidía libremente dejarse morir, generalmente de inanición. Este acto se denominaba kairotanasia, «muerte oportuna». Así murieron filósofos como Anaxágoras, Demócrito, Zenón de Citio, Cleantes o Diógenes de Sínope. De modo parecido, el octogenario rey espartano Agesilao II se negó a recibir un largo tratamiento médico con el argumento de que no pretendía vivir a toda costa.

Anciana ateniense

Anciana ateniense

Busto de una anciana ateniense, tal vez Lisímaca. 

Alamy / ACI

 

Conflicto generacional

En la antigua Grecia, el cuidado de los ancianos correspondía a los familiares. Esta obligación se denominaba gerotrophía y se entendía como una especie de contraprestación por la paidotrophía, la crianza y educación de los hijos. A comienzos del siglo VI a.C., el legislador Solón introdujo en Atenas una ley que amenazaba con la pérdida de los derechos de ciudadanía a quienes no cuidaban de sus mayores. El orador Esquines, en el siglo IV a.C., decía que «no se permite hablar ante la Asamblea a quien golpea a su padre o a su madre o no los alimenta o no les proporciona residencia». Igualmente, Sócrates recordaba a su hijo mayor Lamprocles, irritado con su madre, la malhumorada Jantipa, que la ciudad inhabilitaba y excluía de los cargos a quien no respetara a los padres

Pélice ateniense

Pélice ateniense

En la pélice ateniense del siglo V a.C. reproducida junto a estas líneas (Museo del Louvre), Heracles golpea a Geras con su clava. 

Hervé Lewandowski / RMN-Grand Palais

Por su parte, los ancianos sin familiares que se ocuparan de ellos y que no disponían de medios económicos corrían el riesgo de quedar desvalidos. No en vano Diógenes el Cínico, preguntado acerca de qué era lo más miserable en la vida, contestaba que «un anciano sin recursos». Para remediar en parte esta situación, la Atenas democrática ordenó mantener a expensas públicas a aquellos ancianos que fueran ciudadanos de pleno derecho y cuyos hijos hubieran caído en el campo de batalla. Otros viejos que se quedaban solos optaban por adoptar a alguien que les hiciera compañía y los cuidara. Iseo, orador ateniense del siglo IV a.C., aseguraba que para los hombres de cierta edad con patrimonio y sin herederos la adopción se presentaba como «el único refugio contra la soledad y el único posible consuelo en la vida». 

Sófocles

Sófocles

Sófocles se enfrenta a sus hijos en el juicio sobre su incapacitación. J. Layraud. 1860. Museo de Bellas Artes, Orleans.

Bridgeman / ACI

Por otro lado, había leyes para controlar la capacidad mental de los ancianos. En Atenas se privaba a los testadores de la gestión de su patrimonio (y, por extensión, de sus derechos políticos) si los herederos podían demostrar que padecían senilidad, llamada por los griegos paranoía («trastorno del juicio»). Un proceso famoso fue el de Sófocles. Sus hijos trataron de que un tribunal lo declarara incapacitado, pero el famoso dramaturgo se ganó a los jueces cuando recitó de memoria algunos versos de su Edipo en Colono, tragedia que Sófocles escribió cuando ya estaba cerca de los 90 años, y les preguntó después si la obra les parecía el trabajo de un idiota. 

En Atenas, los más jóvenes se burlaban a veces de los ancianos por su debilidad física o mental

El comportamiento de los hijos de Sófocles no era raro en Atenas. Mientras en Esparta, por lo general, se respetaba a los mayores, se escuchaban en silencio y con aprobación sus consejos y se les concedían las más altas dignidades, en Atenas los más jóvenes se burlaban a menudo de los ancianos y de su debilidad física o mental. Plutarco cuenta que, durante una función en el teatro de Dioniso, un anciano buscaba un lugar donde sentarse y unos embajadores espartanos fueron los únicos que se levantaron para cederle su asiento en primera fila, la reservada a los huéspedes oficiales del Estado ateniense. Cuando el auditorio rompió en aplausos, uno de los espartanos comentó: «Estos atenienses saben reconocer las buenas maneras, pero no cómo ponerlas en práctica».

Achaques de la edad

El proceso físico de envejecimiento atrajo el interés de los médicos de la antigua Grecia. Se pensaba que, conforme envejecían, las personas iban perdiendo calor y humedad corporal, de tal manera que los ancianos tenían un cuerpo frío y seco. También se creía que los varones vivían más que las mujeres porque tenían más calor en el organismo y lo retenían por más tiempo. A los ancianos se les recomendaba bañarse con agua caliente para reponerse de enfermedades o de los duros trabajos en el campo, mientras que los jóvenes debían hacerlo en agua fría, tras ejercitarse en el gimnasio, ya que se entendía que el agua caliente ablandaba sus cuerpos y, por ende, su carácter. Aunque la medicina no consideraba la senectud una enfermedad, sí reconocía que, al debilitar el cuerpo, lo predisponía a ella. 

Anciano

Anciano

Un anciano pedagogo sostiene dos sacos de huesecillos. Siglo IV a.C. Louvre.

RMN-Grand Palais

Como principales enfermedades de los ancianos, el célebre médico Hipócrates de Cos (que vivió a finales del siglo V y principios del IV a.C.) citaba la disnea (problemas respiratorios), el catarro acompañado de tos, la artritis (dolor en las articulaciones), la pérdida de visión y de oído, las dificultades para dormir, la dificultad al orinar, la caquexia (deterioro orgánico y físico) o la irritación de la piel. En cuanto a la pérdida de visión para la lectura -que nosotros designamos precisamente con un término griego, presbicia (vista cansada)-, los griegos encontraron una explicación curiosa, que menciona Plutarco en sus Charlas de
sobremesa
. La visión es producto de la emanación luminosa que sale de los ojos y que se fusiona con los rayos de luz que hay entre nosotros y el papiro o el pergamino. Como los ancianos tienen pupilas más débiles y su flujo luminoso se disipa o desvanece, deben alejar el libro a fin de atenuar la brillantez que llega de él y que pueda mezclarse correctamente con la tenue irradiación de sus ojos. 

Por una vejez saludable

La mayoría de los griegos deseaba alcanzar una edad avanzada, pero sin arrostrar terribles enfermedades o padecimientos. Esperaban que el final de la vida llegara cuando, plácidamente, Apolo o Ártemis los atravesara con sus flechas durante el sueño. Algunos incluso daban consejos para conseguir que al llegar a la vejez las personas disfrutaran de una buena calidad de vida. Hace 2.500 años, Sócrates advertía que «si no se cuida el cuerpo y se lleva una vida saludable, se envejece prematuramente, antes de ver qué clase de hombre se habría podido llegar a ser con la mayor hermosura y fortaleza física». Reflexiones parecidas podríamos hacer en la actualidad. Al fin y al cabo, por más que los avances en la medicina y en la calidad de vida hayan permitido alargarla considerablemente, la naturaleza humana sigue siendo la misma. 

Este artículo pertenece al número 245 de la revista Historia National Geographic.