Admito que este artículo, elaborado en tiempos de siniestras pandemias, me ha planteado unos interesantes dilemas. Está dedicado a un hotel londinense, de compleja y riquísima historia. Se trata, nada más y nada menos que del Connaught, una de las joyas de Mayfair. No es asunto baladí, ya que los grandes hoteles suelen ser mundos perfectos, luminosos y felices. Lo más opuesto al mundo que hoy nos rodea ¿Cómo titularlo? Quizás como El Connaught de Mayfair. Es el tercer texto que les dedico. El primero fue publicado en mayo de 2006 como The Connaught, Londres, en una serie sobre los hoteles en la memoria. Fue uno de mis primeros escritos sobre hoteles que fueron y son excepcionales. Los publiqué en los comienzos de este siglo en una muy respetada revista turística de nuestra tierra: Andalucía Única. Los conservo con gratitud y afecto. Igual que ahora, intentan ser muy respetuosos con la nobleza de la materia prima que describen. Los artículos eran algo espartanos, como lo fue el Connaught de los primeros tiempos. Al principio no llevaban fotos. Aunque puedo afirmar que la solidez de los datos y la historia ofrecidos en aquella primera edición me ha permitido utilizarlos en este nuevo capítulo con la más absoluta confianza. Eso sí. Es un trabajo nuevo y en algunos aspectos bastante diferente. Porque el Connaught también ha cambiado. Como el mundo que nos rodea.

Observo con cierta emoción que la anterior historia del año 2006 terminaba con un párrafo que todavía hoy puede ser singularmente válido: «En el caserón neoclásico de Carlos Place lucía una luz equinoccial que se adentraba resuelta y joven en el tercer siglo de su historia». Pero volvamos a los primeros tiempos. Fue en 1803 cuando el cocinero jefe de Lord Crewe, Alexander Grillon, inauguró un pequeño hotel en Albermarle Street. Posteriormente pudo ampliar el negocio al adquirir dos mansiones georgianas en la vecina Charles Street, a dos pasos de Grovenor Square. Cuando en 1880 el duque de Westminster, poseedor de una de las más grandes fortunas del Reino Unido, decidió transformar el barrio de Mayfair, el entonces propietario del hotel, Auguste Scorrier, aprovechó la oportunidad que se le brindaba para demoler su antiguo hotel. Y levantar en su emplazamiento un magnífico edificio en lo que ahora es Carlos Place. Se inauguró con gran solemnidad en 1896 como el Coburg Hotel. Con permiso expreso de la Corona, en honor del que fuera el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo, el esposo de su Majestad Británica la reina Victoria. El folleto del hotel de entonces ya definía claramente su filosofía: «Tanto con una cocina como con una bodega impecables, el Coburg Hotel justificará en todos sus detalles su asociación a una parte de Londres, que ha sido desde hace generaciones, y siempre continuará siéndolo, instintivamente identificada con todo lo que es aristocrático, refinado y lujoso en una sociedad cosmopolita».

Cuando en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, en la que el Imperio Británico se enfrentó en los campos de batalla al otro gran imperio continental, el Imperio Alemán, el nombre del hotel, el Coburg, que evocaba a la dinastía germánica de Sajonia-Coburgo Gotha, se convirtió en un problema. De nuevo y por todo ello la Corona británica autorizó un cambio de nombre: de Coburg a Connaught, en honor esta vez del duque de Connaught, cuñado de Su Majestad el Rey Jorge V. Además, así, discretamente, se conseguía solucionar otro problema: ¿Qué hacer con las C de la casa de Coburg, presentes como un noble anagrama definitorio por todo el hotel?

Después de la Gran Guerra, el hotel se sigue consolidando como la residencia londinense de la mejor sociedad. Como decía mi amigo y maestro, el gran René Lecler, tantas veces citado, el Connaught era mucho más que un gran hotel. Era sobre todo una discretamente elegante casa señorial, tan perfecta como amable y acogedora. Por eso en los primeros tiempos los clientes del hotel no solicitaban una reserva. Eso sería considerado una vulgaridad. Simplemente preguntaban si podían regresar al Connaught , como miembros de la familia, en una fecha determinada. En palabras definitivas del maestro Lecler, el Connaught fue «el más distintivo, el más original y el más selecto de los grandes hoteles de Londres».

En 1935 toma las riendas del Connaught un joven hotelero suizo, Rudolph Richards, recién llegado de la colonia de Gibraltar. Allí había dirigido el Rock Hotel, propiedad de la gibraltareña familia de los Gaggero. Los éxitos de Rudolf Richards en la dirección del Connaught lo convirtieron en uno de los más grandes hoteleros de la historia. Los años duros de la Segunda Guerra Mundial afectaron, pero no demasiado, al Connaught. Allí se alojó durante los años de la contienda, hasta el día de la liberación de Francia, un personaje muy especial: el general Charles de Gaulle.

A principios del verano del 1973 falleció Rudolph Richards. Y unos meses después, Monsieur Gustave, el indispensable jefe de recepción. El grupo Savoy, los propietarios, confió la dirección del Connaught a otro prestigioso hotelero internacional, el italiano Paolo Zago. Tuve el honor de conocerlo. La marcha majestuosa del Connaught siguió imperturbable, con la solidez que era habitual en las grandes tradiciones británicas. En esta ocasión, además estaba respaldada por los avales de una historia gloriosa y el legado de los tesoros – tangibles e intangibles - que el hotel había ido acumulando a lo largo de los años.

Según mis noticias, con las últimas ampliaciones, el Connaught dispone en la actualidad de 121 espléndidas habitaciones, de las cuales 34 son suites. El servicio para los afortunados que se alojan en ellas sigue siendo simplemente perfecto. Lo sigue rubricando diariamente el buen hacer de su personal. Entre ellos, los miembros de los equipos del restaurante y la cocina, legendarios, los maestros de Las Llaves de Oro en la Conserjería y las atenciones de los mayordomos de las Suites, dignas de las más grandes mansiones inglesas. Y no puedo terminar estas líneas sin evocar a un ilustre hotelero español: el gran Ramón Pajares, un gigante que ennobleció como nadie el mundo de los grandes hoteles de este planeta. El que fuera el director general del mítico Savoy Group y su Connaught, además de otros espléndidos hoteles londinenses, como el portentoso y siempre añorado Inn on the Park.