Los int�rpretes de Napole�n: guerra total y batalla decisiva
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Los int�rpretes de Napole�n: guerra total y batalla decisiva
The Interpreters of Napoleon: Total War and Decisive Battle
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosof�a, Pol�tica y Humanidades, vol. 22, n�m. 44, pp. 387-398, 2020
Universidad de Sevilla

MONOGR�FICO II


Recepci�n: 21 Abril 2020

Aprobaci�n: 07 Junio 2020

Resumen: Tras las guerras napole�nicas aparecieron un conjunto de pensadores, los m�s destacados fueron Clausewitz y Jomini que permitieron que la estrategia naciera como ciencia. Napole�n asombr� al mundo por su capacidad para, por medio de r�pidas campa�as ofensivas, imponerse a su enemigo en una batalla decisiva dirigida contra el grueso de las fuerzas opuestas. Acabado aquel periodo de continuas contiendas militares las condiciones para el ejercicio de la actividad militar cambiaron radicalmente. Frente a la capacidad destructora de las armas, la ofensiva perdi� impulso y se impon�an enormes esfuerzos organizativos para poner en pie unos ej�rcitos que hab�an crecido en volumen. Helmut von Moltke entendi� la naturaleza de dicha transformaci�n y fue capaz de vencer de nuevo por medio de unas batallas decisivas que parec�an reafirmar los principios napole�nicos. Esta circunstancia impidi� comprender la profundidad de la trasformaci�n que el fen�meno b�lico estaba conociendo y llev� al estancamiento y la carnicer�a de la Primera Guerra Mundial.

Palabras clave: Estrategia, Napole�n, Clausewitz, Moltke, guerra total, batalla decisiva.

Abstract: After the Napoleonic Wars, a set of thinkers appeared, the most prominent of which were Clausewitz and Jomini, who allowed the strategy to be born as science. Napoleon astonished the world by his ability to, through swift offensive campaigns, prevail against his enemy in a decisive battle directed against the bulk of the opposing forces. After that period of continuous military strife, the conditions for the exercise of military activity changed radically. In the face of the weapons’ destructive capacity, the offensive lost momentum and huge organizational efforts were required to set up armies that had grown. Helmut von Moltke understood the nature of this transformation and was able to win again through decisive battles that seemed to reaffirm Napoleonic principles. This prevented understanding of the depth of the transformation that the war phenomenon was experiencing and led to the stagnation and carnage of World War I.

Keywords: Strategy, Napoleon, Clausewitz, Moltke, Total War, Decisive Battle.

Introducci�n

Todo el mundo ha o�do hablar de Clausewitz, Napole�n es uno de los personajes m�s conocidos de la historia y Helmut von Moltke, aunque casi olvidado, ha sido probablemente el militar con mayor influencia en el desarrollo de la guerra moderna. Desde el siglo XIX, la estrategia como materia de estudio y reflexi�n ha conocido un desarrollo asombroso. Nos podr�amos preguntar �a qu� se debe todo esto? La respuesta a esta cuesti�n es uno de los cap�tulos m�s interesantes del estudio del fen�meno b�lico.

Existe adem�s un cierto romanticismo y hasta una marcada fascinaci�n en torno a las guerras napole�nicas, las �ltimas guerras donde el guerrero heroico y el l�der militar carism�tico encontraron un lugar de privilegio en la batalla. Apagado el tronar de los ca�ones empez� un nuevo periodo hist�rico donde el poder destructivo de las armas dio un giro de 180 grados al modo de hacer la guerra: una actividad presidida a partir de entonces por un modelo organizativo de inspiraci�n industrial.

No obstante, entre la era napole�nica y la de las guerras mundiales pas� un siglo de paz interrumpido �nicamente por un breve periodo de guerras limitadas en las que naci� la estrategia como ciencia, pero donde el fen�meno b�lico no lleg� a volver a experimentarse en su dimensi�n totalizante. Los principios deducidos de aquel cuarto de siglo de continuo guerrear que sigui� a la Revoluci�n Francesa llegaron casi intactos al alborear del siglo XX.

El nacionalismo exacerbado, buenas dosis de militarismo y la rivalidad entre las potencias de aquellos a�os llevaron a las naciones europeas al borde del abismo. El hombre racional termin� perdiendo el control del instrumento militar y la guerra, como le pas� al aprendiz de brujo, adquiri� una din�mica propia. La Primera Guerra Mundial supuso el fracaso m�s rotundo del arte militar y una tragedia de dimensiones b�blicas.

En un di�logo profundo con dicha hecatombe, la Segunda Guerra Mundial impuls� la acci�n b�lica hasta su apogeo definitivo en un frenes� de barbarie y capacidad de superaci�n humana. El arma nuclear, que hace su aparici�n al final de la segunda gran contienda, se ha ocupado de preservarlo. El enfrentamiento armado nunca volver� a recobrar aquel perfil de guerra total, esta podr�a desencadenar el empleo del arma nuclear, lo cual, a su vez, llevar�a al apocalipsis.

Este cap�tulo pretende presentar la evoluci�n del pensamiento estrat�gico desde el final de las guerras napole�nicas hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial. El centro de gravedad descansa en los principales pensadores y su interacci�n con la experiencia de la guerra para intentar comprender c�mo una actividad intelectual tan fecunda pudo tener como resultado un fracaso tan atronador.

La actividad militar alcanza la madurez

Durante el siglo XVIII, se hab�an dado importantes avances en el arte militar y en las condiciones para el ejercicio de la actividad b�lica: mejoras de las carreteras, generalizaci�n de la confecci�n de planos m�s precisos, extensi�n de la educaci�n que permiti� un mayor empleo de ordenes escritas, mayor alcance, precisi�n y movilidad de la artiller�a, normalizaci�n de sus calibres, concienzuda formaci�n de los oficiales, esp�ritu ilustrado, entre otros. Todo ello facilit� un importante progreso del modo de emplear la fuerza que llevar�a a Guibert a decir: “Dejemos que aparezca, tiene que aparecer un gran genio. Se pondr� a cabeza de la m�quina y le dar� el impulso necesario”2.

Francia, que hab�a liderado a finales de dicho siglo la reflexi�n para el desarrollo del modo de hacer la guerra desde concepciones racionalistas, fundi� el legado militar del antiguo r�gimen con dos importantes aportaciones de la Revoluci�n Francesa: la pasi�n del emergente nacionalismo y la movilizaci�n en masa de Carnot. El gran ej�rcito de ciudadanos en armas, identificado con la causa por la que se luchaba, sustitu�a al peque�o ej�rcito profesional cohesionado por una f�rrea disciplina. La columna, mucho m�s maniobrera, se abr�a camino frente a la r�gida l�nea. Con la divisi�n en cuerpos de ej�rcito de la nueva org�nica imperial, la Grande Arm�e pudo maniobrar por rutas separadas para concentrarse en el lugar designado o acudir al ruido del ca��n. Liberadas de la tiran�a de la log�stica, las fuerzas napole�nicas, que se suministraban sobre el terreno, ganaron movilidad y profundidad en sus maniobras. La formidable maquinaria militar en manos del emperador de los franceses entraba en acci�n antes de que sus oponentes pudieran reaccionar e incluso antes de que siquiera entendieran lo que estaba ocurriendo. El gran corso lleg� a cimentar su imperio sobre los mitos de invencibilidad y de liberador de los pueblos.

Ocultando sus intenciones con la fuerza extendida en amplio despliegue y a cubierto de una barrera natural, Napole�n lanzaba una operaci�n r�pida que buscaba el envolvimiento del enemigo o la ruptura de su frente. Una vez sorprendido su enemigo y sin capacidad para escapar de la trampa, el general Bonaparte forzaba una batalla decisiva contra el grueso de la fuerza oponente. Con la capital de su v�ctima a su merced, el emperador dictaba las condiciones de paz y, en unos pocos meses, hab�a conseguido cambiar el mapa de Europa. Tanto la guerra como la batalla se hab�an vuelto resolutivas, poniendo toda la energ�a de la sociedad al servicio de la causa b�lica.

Con el tiempo, los enemigos del intempestivo Bonaparte aprendieron un nuevo estilo de hacer la guerra, transformaron sus ej�rcitos seg�n el patr�n franc�s y lo derrotaron. En el Congreso de Viena restauraron el antiguo r�gimen. No obstante, las fuerzas que la revoluci�n pol�tica y social hab�a liberado, combinadas con las capacidades materiales que la Revoluci�n Industrial hab�a propiciado, transformaron para siempre las din�micas militares.

El periodo de guerras tan intenso y prolongado que se extendi� desde la Revoluci�n Francesa (1789) hasta el ocaso de Napole�n (1815) permiti� un an�lisis sistem�tico del fen�meno b�lico y dio lugar a la aparici�n de una serie de te�ricos de la guerra que hicieron nacer el pensamiento estrat�gico como ciencia. Las dos figuras se�eras fueron Jomini y Clausewitz, ambos fueron testigos y participaron de forma directa en aquella formidable aventura militar.

Jomini

Antoine-Henri Jomini naci� en Suiza en 1779. Con 19 a�os abandon� lo que podr�a haber sido una brillante carrera comercial para dedicar los siguientes 70 a�os primero al ejercicio y despu�s al estudio de las operaciones militares. Con el fin de dar al estudio de la guerra el car�cter de “cient�fico”, redujo su estudio a la “estrategia operativa”. Su concepci�n general sobre la problem�tica del fen�meno b�lico, abstray�ndole de su contexto pol�tico y social, dando �nfasis al proceso de la toma de decisiones y a los resultados operativos, convirti� la guerra en un enorme juego de ajedrez3, lo que se ha dado a conocer como el �lgebra de la acci�n.

Su sistematizaci�n de la l�gica que pone en relaci�n cantidad de fuerzas, recursos disponibles, teatro militar, posiciones relativas y liderazgo militar permiti� poner las bases para el desarrollo de los estudios estrat�gicos.

Su obra m�s importante es el Compendio del arte de la guerra (1838). Su trascendencia radica en que proporcion� una nueva nomenclatura estrat�gica que, unido a su principio fundamental del arte de la guerra: escoger y coordinar la maniobra que conduzca al punto decisivo, han constituido el fundamento en las concepciones estrat�gicas del siglo XIX4. Junto con �l aparecieron otros pensadores como el duque de Ragusa y Wilhelm von Willissen que siguieron una l�nea de pensamiento similar.

El modo napole�nico de abordar las operaciones qued� plasmado en todos los tratados de la �poca, lo que se tradujo en la superioridad de la ofensiva y en la estrategia de la acci�n directa que busca la destrucci�n del grueso de la fuerza enemiga por medio de una operaci�n r�pida culminada por una gran batalla decisiva. El alma del ej�rcito resid�a en el liderazgo del general en jefe que deb�a tanto movilizar las energ�as necesarias como concebir las operaciones.

Clausewitz

Carl von Clausewitz naci� en el ducado de Magdeburgo (reino de Prusia) en 1780. Aunque contempor�neo de Jomini, tard� m�s en darse a conocer. Se alist� en el Ej�rcito prusiano a la edad de 12 a�os. Tuvo una activa participaci�n en las guerras de aquella �poca. Fue colaborador cercano de los grandes reformadores militares prusianos von Scharnhorst y von Gneisenau. Ambos, de procedencia hanoveriana y austriaca, son considerados los mayores genios militares de la �poca despu�s de Napole�n5.

Clausewitz goz� de la amistad y tutela de ambos reformadores y de una amplia formaci�n intelectual, en gran parte autodidacta. Desde 1818, cuando fue ascendido a mayor general, hasta 1830 fue director de la academia militar prusiana donde estudi� Helmut von Moltke, que fue quien le dar�a a conocer varias d�cadas despu�s.

Tras su muerte, su mujer public�, en 1832, los manuscritos inacabados de su obra m�s importante. Von Kriege (“De la guerra”) se convertir�a en un tratado de referencia obligada. A lo largo de ocho vol�menes analiza el fen�meno de la guerra, desde su planteamiento y motivaciones hasta su ejecuci�n, abarcando los aspectos log�sticos, t�cticos, operativos y estrat�gicos. Pero, por encima de todo ello, lo que le hace tan relevante es su enfoque filos�fico. El idear esquemas estrat�gicos y nuevas t�cticas le interesaban mucho menos que identificar los elementos permanentes de la guerra y llegar a comprender los mecanismos que rigen su funcionamiento6.

Para Clausewitz, la guerra no es un acto aut�nomo o aislado, sino esencialmente un acto de car�cter pol�tico, de donde deriva su racionalidad. En su concepci�n, entran en juego adem�s los otros dos elementos de la guerra: violencia y pasi�n y el juego de incertidumbre, oportunidad y probabilidad. La pasi�n interesa especialmente al pueblo; el juego, oportunidad y probabilidad, al comandante en jefe y a su ej�rcito, y la raz�n pol�tica, solamente al gobierno, formando lo que design� como una “trinidad” inseparable7.

La l�gica de la acci�n, donde el que m�s se empe�a lleva la ventaja, impulsa el fen�meno b�lico hacia la guerra total. Esta tendencia puede ser moderada por razones pol�ticas, pensaba Clausewitz, pero no por ello dejaba de ser un elemento vertebrador de la din�mica guerrera.

El pensamiento estrat�gico del militar prusiano sigue vigente para comprender el fen�meno b�lico en toda su complejidad.

Trasmisi�n de los principios napole�nicos

Despu�s de silenciarse los ca�os de las batallas napole�nicas devino un gran periodo de paz, lo que produjo un estancamiento del desarrollo de la teor�a militar la cual perdi� contacto con la realidad b�lica en profunda transformaci�n8. La Revoluci�n Industrial empez� a cambiar la capacidad del hombre para producir, para trasladarse y para modificar su entorno. La m�quina sustituy� al esfuerzo de hombres y animales. Todas las dimensiones de la actividad humana se expandieron. La producci�n en masa de las f�bricas encontr� su analog�a en la capacidad de destrucci�n en masa de las armas y en la capacidad para movilizar mayores cantidades de recursos humanos y materiales para la actividad militar.

Los padres de la estrategia como ciencia, en vez de dotar a las mentes de recursos intelectuales para entender la revoluci�n militar que estaba ocurriendo, ejercieron parad�jicamente el efecto contrario. Los expertos militares a los que formaron estaban preparados para combatir una guerra del pasado con unos principios en gran parte superados por los avances tecnol�gicos y sociales. El pensamiento clausewitziano, gracias a su dimensi�n m�s filos�fica, estaba menos anclado a las circunstancias de un tiempo determinado, pero todav�a no se hab�a dado a conocer.

Cuando los ej�rcitos se volvieron a enfrentar a mediados del siglo XIX, la guerra present� un perfil mucho menos heroico, m�s desordenado y con mayores �ndices de mortalidad. Parec�a que sin la experiencia de la guerra no hubieran podido nacer verdaderos generales. El romanticismo de la guerra se hab�a esfumado definitivamente. En dicho contexto de confusi�n, hubo un general prusiano que se adelant� a los dem�s y entendi� que la guerra hab�a adquirido una nueva dimensi�n y que �nicamente pod�a ser abordada con un cambio de naturaleza conceptual y organizativa. �Hab�a nacido el nuevo modelo militar de la era industrial!

Moltke

Helmut von Moltke naci� en 1800 en el ducado de Holstein (entonces feudo del rey de Dinamarca) en el seno de una familia prusiana. Con 11 a�os ingres� en la escuela de cadetes de Copenhague. 11 a�os despu�s pas� al Ej�rcito prusiano donde se convirti� en alumno aventajado de la Escuela General de Guerra de Berl�n. Su inteligencia y discreci�n, as� como su exactitud y pulcritud en el servicio, le abrieron las puertas de la corte.

Tuvo ocasi�n de observar en persona la evoluci�n que estaba sufriendo la guerra como consecuencia tanto del crecimiento de los ej�rcitos como de los efectos cada m�s destructivos de las nuevas armas. Dedic� mucho tiempo al estudio, a escribir sobre historia militar y a la confecci�n de mapas, pero hasta la �ltima etapa de su vida militar no tuvo experiencia ni en combate ni en el mando de tropas.

Fue ayudante del pr�ncipe Federico Guillermo y, en 1857, el rey Guillermo I le nombr� jefe del Estado Mayor del Ej�rcito prusiano. Dirigi� las fuerzas prusianas en las guerras de los Ducados de 1864, austro-prusiana de 1866 y franco-prusiana de 1870-71.

Los �xitos obtenidos en dichas campa�as asombraron al mundo. Cuando fue preguntado sobre las principales obras que le hab�an servido de inspiraci�n cit�, entre otras, Vom Kriege de Clausewitz, lo que sac� a este �ltimo del anonimato. Los principales ej�rcitos del mundo empezaron a estudiar las campa�as de Moltke, aunque sacaron de ellas conclusiones en parte equivocadas.

Moltke nunca pretendi� establecer una teor�a sobre la guerra. Su enfoque, en consonancia con el pensamiento filos�fico dominante, era positivista y no consideraba que hubiera principios que determinaran el arte de la guerra. Se centraba en hacer planes militares para distintas campa�as potenciales y pensaba que cada circunstancia dictaba un modelo de respuestas distinto, manteniendo una gran flexibilidad y una destacada apertura de miras9.

El punto de partida de su reflexi�n era la observaci�n de que el volumen de los ej�rcitos ya no permit�a reunirlos antes de dar la batalla, dado que esto los inmovilizar�a. Hab�a pues que dividir la fuerza en distintos ej�rcitos que hab�an de marchar por separado para converger sobre el grueso del enemigo en el mismo campo de batalla. El general en jefe, buscando siempre mantener la iniciativa, deb�a conducir dichos ej�rcitos indicando la direcci�n de su avance, de ah� el t�rmino directiva. El ferrocarril y el tel�grafo jugaban un papel clave para el despliegue, abastecimiento y sistema de comunicaci�n de los ej�rcitos.

La principal diferencia con el modo de actuar de los otros l�deres militares de su tiempo es que preparaba la ejecuci�n del plan hasta el m�s m�nimo detalle de modo que, al iniciarse la guerra, �nicamente ten�an que distribuirse las �rdenes ya elaboradas y esperar hasta el primer encuentro. Esto dio lugar a un formidable sistema de movilizaci�n m�s ordenado y r�pido que lo conocido hasta entonces. Para llevar a cabo este nuevo modo de hacer la guerra, el general prusiano conform� el Estado Mayor a su medida: capaz de preparar minuciosos planes y ejecutar la voluntad del jefe durante las operaciones.

Una de sus pocas m�ximas era que no hay plan que sobreviva al primer choque con el enemigo, por lo que a partir de dicho momento el general en jefe ten�a que guiar los ej�rcitos por directivas para buscar una resoluci�n favorable. Dada la fortaleza que la defensa de una l�nea estaba adquiriendo, la forma preferida de abordar una formaci�n enemiga era el envolvimiento, lo que daba la ventaja al que era capaz de reforzar m�s r�pidamente la fuerza empe�ada. Para Moltke, la actitud ofensiva o defensiva vendr�a impuesta por las circunstancias, en principio, no era partidario de una u otra.

La movilidad de los ej�rcitos que marchaban por separado, la agilidad del sistema de directivas y la ordenada y r�pida movilizaci�n permitieron a Moltke superar a sus enemigos en poco tiempo por medio de grandes batallas envolventes que resultaron decisivas. La victoria se produc�a antes de que sus oponentes hubieran tenido tiempo de tomar el control de la situaci�n. Todo hac�a pensar que se trataba de una r�plica de la forma napole�nica de hacer la guerra.

La experiencia de la Guerra de Secesi�n norteamericana (1861-1865), donde hubo m�s simetr�a en el modo de emplear la fuerza, mostr� lo contrario: tendencia al estancamiento, poder de las fortificaciones, fracaso del ataque frontal, importancia del poder industrial, entre otras cuestiones. Las potencias europeas despreciaron las lecciones aprendidas de dicha guerra. Con sus campa�as r�pidas y sus batallas decisivas, Moltke hab�a creado un espejismo, posible �nicamente porque hab�a entendido c�mo estaba cambiando la guerra y los dem�s no. Cuando esa ventaja desapareci�, porque los dem�s ej�rcitos adoptaron el modelo de movilizaci�n prusiano, reaparecer�a la tendencia al estancamiento de las operaciones militares. No obstante, hubo que esperar varias d�cadas porque, tras la guerra franco-prusiana, la paz volvi� a reinar en Europa.

El camino hacia las trincheras, el barro y el fracaso del arte de la guerra

Despu�s de los repetidos �xitos del general prusiano, los ej�rcitos europeos adoptaron lo que se interpret� como el modelo prusiano, una reencarnaci�n de los principios napole�nicos adaptados a las nuevas circunstancias del progreso10, creyendo que iban a conseguir tambi�n los resultados obtenidos por Moltke y Bonaparte: una r�pida campa�a concluida por una gran batalla decisiva. Para salir victorioso, hab�a que poner todo el �nfasis en el proceso de movilizaci�n. Quien movilizara antes m�s tropas ganar�a la guerra. Como Moltke hab�a vencido tambi�n en todas sus campa�as por medio de operaciones ofensivas, la actitud ofensiva se reafirm� como la forma superior de hacer la guerra.

Los Estados Mayores empezaron a preparar planes para lanzar a la batalla grandes masas de tropas, las necesidades de dichos planes condicionaron la estrategia, la diplomacia se acomod� a las exigencias militares, la rigidez de los mecanismos de movilizaci�n y la falta de planes alternativos dej� sin margen de maniobra a los gobiernos11.

La expansi�n colonial y las categor�as neodarwinistas dieron al enfrentamiento geopol�tico una m�stica supremacista y belicista. El sistema de alianzas, previsto para evitar la guerra, vincul� la suerte de unas naciones y otras. Durante los a�os de la “paz armada”, todas las potencias se empe�aron a fondo por mejorar sus capacidades militares. El militarismo y el extremo nacionalismo empujaron a las naciones hasta el umbral de la guerra.

Un acontecimiento tangencial en Sarajevo encendi� la mecha. Pensando que la guerra durar�a poco y que se resolver�a por medio de una gran batalla, los gobiernos y los Estados Mayores se vieron atenazados por la prisa y la ansiedad. La falta de conciencia de las dimensiones que la contienda iba a alcanzar impidi� que se crearan mecanismos de freno suficientemente s�lidos. El 30 de julio de 1814, el zar Nicol�s II dio la orden de movilizaci�n general, cinco d�as despu�s la Gran Guerra ya hab�a arrastrado hacia s� a las principales potencias. Los j�venes acudieron prestos a los banderines de enganche. �No quer�an llegar tarde a la batalla decisiva! La gran tragedia se inici� sin que Europa supiera que se dirig�a a su autoinmolaci�n.

La Primera Guerra Mundial representa el fracaso del pensamiento estrat�gico. �Qu� paradoja que haya sido el resultado de un esfuerzo intelectual tan prodigioso!

Los �xitos militares tienden a ser imitados en las siguientes guerras. Recientemente, hemos visto c�mo los EE. UU. se han dejado arrastrar por el espejismo de la victoria en la Revoluci�n de Asuntos Militares. La experiencia ense�a que cada guerra es distinta y debe ser combatida con nuevos principios que se adapten a las condiciones estrat�gicas espec�ficas. Adem�s, las pasiones y los laberintos que las guerras propician producen fen�menos muchas veces contraproducentes e imprevisibles. El pensamiento estrat�gico debe ser cr�tico, incisivo y prudente, siempre necesitado de un buena dosis de sabidur�a.

Conclusi�n

Cuando la reflexi�n militar llevada a cabo en el siglo XVIII –especialmente por Francia–, incorporada a las profundas transformaciones que produjo la Revoluci�n Francesa que impuls� el enfrentamiento militar hasta la guerra total, cay� en manos adem�s de un genio como Napole�n, se produjo un momento prolongado de apogeo del arte militar. Este terreno f�rtil permiti� que germinara el estudio de las cuestiones estrat�gicas como ciencia.

De todos los pensadores estrat�gicos de su tiempo, Jomini fue el m�s influyente. Este, al igual que la mayor�a, puso el �nfasis en encontrar las claves del arte de las operaciones militares, lo que se conoce como el �lgebra de la acci�n. Clausewitz escogi� u enfoque mucho m�s filos�fico, pero tard� demasiado en darse a conocer. Se dio adem�s la circunstancia de que acabadas las guerras napole�nicas se produjo un prolongado periodo de paz, al tiempo que la Revoluci�n Industrial transformaba profundamente la actividad humana en su conjunto, incluido el fen�meno b�lico.

La sistematizaci�n del pensamiento militar facilit� que los principios de la era napole�nica arraigaran en la profesi�n de las armas. Cuando, a mediados del siglo XIX, los ej�rcitos tuvieron serias dificultades para adaptarse a las nuevas circunstancias, surgi� un nuevo genio, Moltke, quien reflexion� serenamente sobre el proceso que se estaba produciendo y fue capaz de dar una respuesta organizativa y operativa a la guerra de la era industrial.

A pesar de que el nuevo entorno operativo tend�a a reforzar la defensiva y al estancamiento operativo, la superioridad organizativa e intelectual de Moltke permiti� obtener la victoria por medio de campa�as r�pidas culminadas por un gran batalla decisiva, seg�n el modelo napole�nico. Por entonces, se descubri� tambi�n a Clausewitz que fue citado por el general prusiano como una de sus lecturas de cabecera.

Se establecieron una serie de dogmas militares que dinamizaron y falsearon al mismo tiempo la realidad del fen�meno b�lico. El proceso de movilizaci�n de los ej�rcitos se convirti� en la esencia del planeamiento militar. Se pensaba que el que movilizara primero contar�a con una enorme ventaja para disputar la batalla decisiva que hab�a de producirse en unas pocas semanas. Todo depend�a de unos planes minuciosos que se impon�an por encima de importantes consideraciones de toda �ndole. Hab�a que ganar la batalla a cualquier precio, el resultado de la guerra depend�a de ello. La mentalidad ofensiva, que hab�a quedado bendecida tanto por Napole�n como por Moltke, aunque este �ltimo nunca fuera de aquella opini�n, condicionaba los enfoques estrat�gicos.

Ignorando el abismo al que Europa se estaba acercando, las potencias de entonces se dejaron arrastrar por el inter�s geopol�tico y la pasi�n del nacionalismo. La Primera Guerra Mundial puso todo en su sitio y dio a conocer la espantosa dimensi�n que la guerra estaba adquiriendo. Es verdaderamente parad�jico que un siglo despu�s de haber nacido la estrategia como ciencia, el arte militar llegara a tocar fondo de una manera tan dolorosa y autodestructiva. Nuestro tiempo se enfrenta de nuevo a una revoluci�n estrat�gica, esta vez como consecuencia del profundo reordenamiento del orden internacional. No deber�amos olvidar las grandes lecciones que las guerras ense�an al precio de enorme destrucci�n y sufrimiento.

Referencias bibliogr�ficas:

Griess, Thomas E. The Great War, the Wets Point Military History Series, New Jersey, Avery Publishing Group, 1986.

Griess, Thomas E. The Wars of Napoleon, the Wets Point Military History Series, New Jersey, Avery Publishing Group, 1984.

Mart�nez Teixid�, Antonio, Enciclopedia del Arte Militar, Barcelona, Editorial Planeta, 2001.

Mead Earle, Edward, Makers of Modern Strategy, Princeton University Press, 1971.

Paret, Peter, Creadores de la estrategia moderna: desde Maquiavelo a la era nuclear, Madrid, Ministerio de Defensa, 1991.

Notas

2 Antonio Mart�nez Teixid�, Enciclopedia del Arte Militar, Barcelona, Editorial Planeta, 2001, p. 183.
3 John Shy, “Jomini”, Creadores de la estrategia moderna: desde Maquiavelo a la era nuclear, obra coordinada por Peter Paret, Madrid, Ministerio de Defensa, 1991, pp. 157-158.
4 Antonio Mart�nez Teixid�, op. cit., p. 199.
5 Hajo Holborn, “Moltke and Schlieffen: The Prussian-German School”, Makers of Modern Strategy, obra editada por Edward Mead earle, Princeton University Press, 1971, p. 173.
6 Peter Paret, “Clausewitz”, Creadores de la estrategia moderna: desde Maquiavelo a la era nuclear, obra coordinada por Peter Paret, Madrid, Ministerio de Defensa, 1991, p. 200.
7 Ibidem, p. 2012.
8 Stefan T. Possony y Etienne Mantoux, “The French School”, Makers of Modern Strategy, obra editada por Edward Mead Earle, Princeton University Press, 1971, p. 206.
9 Hajo Holborn, op. cit, p. 185.
10 Gunther E. Rothenberg, “Moltke, Schlieffen y la Doctrina del envolvimineto Estrat�gico”, Creadores de la estrategia moderna: desde Maquiavelo a la era nuclear, obra coordinada por Peter Paret, Madrid, Ministerio de Defensa, 1991, p. 313.
11 The Great War, editado por Thomas E. Griess, the Wets Point Military History Series, New Jersey, Avery Publishing Group, 1986, pp. 13-18.


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