Luis Castro

 

Con motivo de la cumbre del G7 en Hiroshima el Boletín de los Científicos Atómicos Norteamericanos (BOAS) ha vuelto a publicar un artículo de Alex Wellerstein de abril de 2020 sobre el cómputo de víctimas de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, “Contando los muertos de Hiroshima y Nagasaki”[1]. El resumen es que a estas alturas aún no se ha llegado a un recuento preciso de las víctimas mortales ni de los lesionados y enfermos, y que probablemente nunca se pueda llegar a ello.

El artículo de Wallerstein, creador de la web NUKEMAP (con un simulador de los efectos de un bombardeo atómico sobre un punto geográfico) da poca información sobre los ibakusha –en japonés «personas bombardeadas»- y solo de pasada menciona otros elementos contextuales de los bombardeos citados, omitiendo toda referencia a la cumbre del G7. Por ello nos ha aparecido de interés completar un poco la información, desarrollando alguno de esos aspectos, necesarios para contextualizar históricamente los bombardeos, sus antecedentes y consecuencias. Algo que nos permite también evaluar los escasos resultados de la cumbre del G7, meras declaraciones de principios sobre el desarme nuclear, no invitan al optimismo.

La nube permanece sobre Hiroshima una hora después de la explosión (foto: AP/Museo memorial de la paz de Hiroshima)
I.- Hiroshima y Nagasaki, ciudades hibakusha 

¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho?

(Capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero “Enola Gay”)

 

En todo caso, algo queda claro en el artículo de Wellerstein: la tendencia alcista de los recuentos de víctimas de Hiroshima y Nagasaki a lo largo del tiempo, lo que principalmente tiene que ver con el registro progresivo de los ibakusha fallecidos después de 1945 hasta hoy. En 2022 el gobierno japonés reconocía la existencia de unos 650.000, mientras que en los memoriales de ambas ciudades figuran relaciones nominales con un total aproximado de 860.000 personas[2], muchos de los cuales han heredado sus dolencias genéticamente. De este modo, el cómputo final de los damnificados por los bombardeos atómicos de 1945, incluyendo los fallecidos de inmediato, superaría la cifra de un millón de seres humanos.

Edward P. Thompson, basándose en los informes de un simposio internacional celebrado en 1977 sobre las consecuencias a largo plazo de los bombardeos, resumía los problemas de salud de los hibakusha así: “unos (…) sufren las consecuencias directas de heridas y quemaduras recibidas entonces; otros han contraído senilidad prematura; otros ceguera, sordera y mudez; otros son incapaces de trabajar a causa de perturbaciones en el sistema nervioso; y muchos han quedado mentalmente perturbados”. Pero, añadía, unos y otros, así como los supervivientes ilesos de ambas ciudades, “se convirtieron en abogados no de la venganza, sino del entendimiento internacional y de la paz[3].

Los ibakusha nunca fueron reconocidos por los EE.UU, responsables de su situación y potencia ocupante en Japón hasta 1952. En 1946 el gobierno de Truman creó una Comisión sobre los heridos por la bomba atómica, pero su principal misión fue estudiar los efectos las explosiones en los supervivientes, no darles asistencia sanitaria. Según el informe de la comisión, “los Americanos (sic) tenían claro que no iban a asumir responsabilidad en cuanto al tratamiento de los enfermos”, de modo que se limitaron a asesorar a los servicios médicos japoneses, muy insuficientes ante la magnitud de la tragedia[4]. Es más, el general McArthur, comandante de las fuerzas de ocupación, impidió que se difundieran los resultados de las investigaciones sobre los hibakusha, creando una comisión de censura que evitó durante diez años cualquier publicación relacionada con ellos en los medios japoneses[5]. De ahí que durante un tiempo estos especularan sobre “los misteriosos efectos de la bomba” y de sus “síntomas nuevos e inexplicables” para referirse a los de la radiactividad, que, entre otras cosas, surtía efectos nocivos al cabo de días o semanas en personas que inicialmente parecían ilesas[6]. La citada comisión hizo también algunos cálculos sobre el monto de fallecidos y heridos (a los que hace referencia el artículo de Wallerstein), pero ya mostraba su escepticismo -aún hoy no despejado- sobre la posibilidad de llegar a cifras definitivas al respecto, entre otras cosas porque era difícil saber el número de personas que había en las ciudades previamente y porque tras la explosión los cadáveres fueron incinerados en montones, sin recuento ni identificación, mientras que otras personas fallecieron en distintos lugares tras huir de la ciudad[7].

Por otro lado, los hibakusha tardaron mucho tiempo en ser atendidos debidamente por las autoridades japonesas, que solo en 1956 aprobaron una ley para darles apoyos específicos. Fue por esos años cuando los damnificados se constituyeron como movimiento ciudadano y se crearon los memoriales de Hiroshima y Nagasaki y el Parque de la Paz, que ha servido como telón de fondo para las escenificaciones y fotografías del G7 y de sus invitados.

Informe de la Comisión de evaluación de los bombardeos
II.- La radiactividad artificial y la  “confusa inercia” del armamentismo

Uno de los propósitos del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki fue comprobar la eficacia destructiva y los resultados de explosiones atómicas sobre ciudades de tamaño medio-grande con gran densidad de población[8]. Fue el desenlace del proyecto Manhattan, iniciado en 1942 con el fin de lograr la rápida puesta a punto de dos tipos de proyectiles nucleares: la que sería la bomba de uranio-235 (Little Boy) y la de plutonio (Fat Man)[9]. (También se planteó entonces la bomba termonuclear, pero se aplazó su desarrollo por no diversificar esfuerzos).

El Proyecto Manhattan era una continuación más de las investigaciones de los físicos atómicos, que en las décadas anteriores habían logrado resultados espectaculares, tanto en el plano de la teoría como el de las aplicaciones prácticas (por ejemplo, en la medicina nuclear). Ahora, tras el diseño y producción de la bomba, la mayoría de los científicos, militares y políticos implicados veían el proyecto incompleto sin su empleo en territorio enemigo, que permitiera evaluar su eficacia destructiva y sus efectos sobre la población y la moral de sus dirigentes.  Además, se habían gastado casi dos mil millones dólares y durante tres años de frenética actividad y habían sido movilizados cientos de miles de operarios, técnicos y científicos -unos 600.000, según dice Groves en sus memorias sobre el proyecto-, los cuales fueron desplazados a grandes complejos fabriles de nueva planta (como Oak Ridge, Hanford o Los Álamos), laboratorios universitarios e instalaciones militares.

Como diría Sánchez Ferlosio, «cuando la flecha está en el arco, tiene que partir». Y algo así había expresado ya el presidente Truman: “habiendo logrado la bomba atómica, la hemos usado”, lo que más bien debe entenderse como: “habiendo logrado la bomba, teníamos que usarla”. Va ahí implícita la idea de lo que E. P. Thompson llamaría más tarde la “confusa inercia” del armamentismo moderno, en la que “las armas nucleares (…) parecen desarrollarse espontáneamente, como si estuvieran poseídas por una voluntad independiente«, por encima incluso de la voluntad política[10]. También es relevante para el análisis del caso el concepto del “complejo militar-industrial” que más tarde denunciaría Eisenhower como algo amenazador de la democracia y del bienestar de los pueblos. Fue algo que tomó carta de naturaleza durante la II Guerra mundial y que engendró el proyecto Manhattan -el mayor programa científico de la historia-, y estimuló la carrera de armamentos posterior. Las grandes empresas industriales (Eldorado Mining, Union Carbide, Stone & Webster, du Pont, Westinghouse, etc.) se hicieron cargo de la obtención de mineral de uranio, de su enriquecimiento y transformación en plutonio, del diseño, construcción y funcionamiente de distintos tipos de reactores -llamados entonces «pilas»-, del suministro de ingentes cantidades de agua y electricidad a los grandes plantas y, en fin, de la fabricación de los bombarderos estratégicos que transportaban la bomba, que hubiera sido imposible sin su «patriótica» colaboración..

General Leslie Groves y Robert Oppenheimer, directores del Proyecto Manhattan (foto: Truman Library)

Esa inercia armamentista se evidenció claramente en la inmediata posguerra: la Agencia para la Energía Atómica sustituyó al proyecto Manhattan en 1946, pero conservó sus programas de I + D, sus infraestructuras y su personal, y siguió desarrollando nuevos artefactos atómicos y nuevos vectores para transportarlos a cualquier lugar del planeta (submarinos, portaaviones, misiles). Así, por ejemplo, en 1951 se probó la bomba de hidrógeno, con una potencia destructiva unas 1.000 veces superior a la de Hiroshima. Y aunque en los años cuarenta y cincuenta se habló mucho de los usos pacíficos de la energía nuclear -que algunos creían que iban a solucionar buena parte de los problemas de la humanidad- y se orquestaron gigantescas campañas pronucleares, como la de «Átomos para la paz» del presidente Eisenhower, el hecho es que las potencias atómicas tardaron bastantes años en disponer de centrales nucleares de generación eléctrica comercial: en EE.UU. ello no ocurrió hasta 1960, en Reino Unido, en 1956 y en la URSS, en 1964. Mientras tanto, los reactores nucleares seguían dedicándose fundamentalmente a la fabricación de material fisible para las bombas.

Aunque el elemento clave del complejo militar-industrial es la compenetración de la gran empresa capitalista con el núcleo del poder político-militar, también resulta decisiva la cooperación del estamento científico en una fase histórica en la que la innovación tecnológica juega un papel central tanto en las rivalidades económicas como en los conflictos bélicos. Desde luego, los científicos del proyecto Manhattan eran conocedores de los efectos destructivos de la bomba en un posible contexto bélico y, más concretamente, de la radioactividad. Esta era un factor nuevo añadido a la onda expansiva y al calor producidos por los explosivos convencionales;[11] por no remontarnos más atrás, se conocía desde marzo de 1940, cuando Otto Frisch y Rudolf Peierls -judíos huidos de la Alemania nazi y colaboradores del proyecto nuclar inglés- calcularon la cantidad mínima de U-235 necesaria para una explosión catastrófica, a la vez que describieron el método para provocarla y los efectos derivados.

El resultado se publicó en un breve informe titulado “Sobre la construcción de una superbomba basada en una reacción en cadena en el uranio”. Los efectos de la explosión, se decía, no se limitarían al calor y a la onda expansiva, que destruirían buena parte de una gran ciudad, sino a las consecuencias de la difusión radiactiva posterior, que “… matará a todo el mundo dentro de una franja que puede calcularse en varios quilómetros de extensión”; el gran número de víctimas civiles, añadían, “puede hacer que el empleo del arma (…) sea inadecuado”. Finalmente lanzaban la siguiente advertencia: “… todos los datos teóricos sobre este problema están publicados (y) es muy probable que Alemania esté, de hecho, fabricando esta arma[12].

El informe Frisch-Peierls dio pie al inicio del programa atómico de Reino Unido, denominado Tube Alloys («Aleaciones tubulares», nombre pantalla, como proyecto Manhattan, Met-Lab, etc.) y más tarde sería dado a conocer a los científicos del proyecto Manhattan en el marco de la cooperación anglo-americana-canadiense en materia nuclear. (Ya Einstein había alertado al presidente Roosevelt por carta en agosto de 1939 de la factibilidad y la extremada potencia del arma atómica, si bien no aludía expresamente a la radiactividad y creía que sería demasiado pesada para ser trasportada por vía aérea)[13]. Como es sabido, estas advertencias motivaron que el presidente Roosevelt ordenara la creación de una Comisión del uranio y del proyecto Manhattan, bajo la dirección militar del general Leslie Groves y la científica de Robert Oppenheimer, ambos dependientes de Vannevar Bush, director de la Oficina de investigación y desarollo científico. Al proyecto se le dio máxima prioridad y muy cuantiosos recursos humanos y económicos: había que adelantarse a Hitler en la carrera por la obtención de la bomba.

Reactor X 10 en Oak Ridge, productor de plutonio para la bomba de implosión. (Foto Ed Westcott, American Museum of Science and Energy)

Los efectos de la radiactividad fueron uno de los campos de investigación del proyecto Manhattan en el Met Lab de la Universidad de Chicago, donde había una granja con cientos de miles de animales (monos, perros, ratones, etc.) a los que se sometía a radiaciones de plutonio para ver sus efectos en distintas partes del cuerpo. También se hicieron pruebas con unos cincuenta humanos sin su consentimiento. Y aunque las medidas de seguridad radiológicas eran muy estrictas en todas las instalaciones del proyecto Manhattan hubo al menos diez operarios que desarrollaron enfermedades por exposición radiactiva en el Met Lab[14]. Pero no era lo mismo experimentar con ratones u operarios desprevenidos que ver actuando los cúmulos de nubes radiactivas sobre una amplia multitud de seres humanos. Tampoco lo era hacer la explosión en el desierto que lanzarla sobre ciudades desprevenidas. (Sólo una bomba de plutonio, semejante a la Fat Man, se explosionó previamente en el test Trinity; la de U 235 fue lanzada sobre Hiroshima sin ensayo previo, pues los científicos estaban seguros de su funcionamiento).

(Como curiosidad histórica recordemos que los japoneses no solo fueron los primeros en sufrir la radiación tóxica de las bombas de U-235 y de plutonio en 1945, sino que tuvieron el dudoso privilegio de probar también antes que nadie los efectos de la nube radiactiva de la bomba termonuclear. En marzo de 1954, el test Bravo, llevado a cabo por la Marina de EE.UU. en las islas Marshall no solo hizo desaparecer varios atolones y contaminó a cientos de indígenas, sino que alcanzó a los 23 miembros de la tripulación del pesquero japonés “Dragón Feliz”, que se hallaba pescando atunes por la zona, en teoría fuera de la zona de peligro estipulada. Luego falleció uno de los pescadores. El suceso conmocionó a la opinión pública japonesa, de modo que se organizó una campaña en la que se recogieron 34 millones de firmas exigiendo la prohibición de las bombas termonucleares y en agosto de 1955 se celebró en Hiroshima la primera Conferencia mundial contra las bombas A y H)[15].

Telegrama enviado el 30 de agosto al Dr. Junod por Fritz Bilfinger, con las primeras impresiones sobre Hiroshima: “… espantosas condiciones; ciudad aniquilada (…), efectos bomba misteriosamente graves, muchas víctimas en aparente recuperación sufren recaída fatal debido a la descomposición de los glóbulos blancos y otras lesiones internas”. (Archivo Cruz Roja Internacional)
III.- Los sofismas del presidente Truman

El 9 de agosto de 1945 -fecha del bombardeo de Nagasaki y en la que hubieran entrado en guerra la URSS, y seis días antes de la rendición de Japón- el presidente Truman lanzó un mensaje radiofónico a sus conciudadanos. Acababa de volver de Potsdam y daba cuenta de los resultados de la cumbre. Entre otras cosas, decía lo siguiente:

El mundo verá que la primera bomba atómica ha sido lanzada sobre Hiroshima, una base militar. Esto se debió a que en ese primer ataque deseábamos evitar, en la medida de lo posible, la matanza de civiles. Pero ese ataque es solo una advertencia de lo que vendrá. (…) Insto a los civiles japoneses a abandonar las ciudades industriales de inmediato y salvarse de la destrucción.
Hemos utilizado [la bomba] para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses.
Continuaremos usándolo hasta que destruyamos completamente el poder de Japón para hacer la guerra. (…)

Debemos constituirnos en los administradores de esta nueva fuerza, para evitar su mal uso y convertirla en los canales de servicio a la humanidad.Es una terrible responsabilidad la que nos ha llegado (…).

Damos gracias a Dios porque ha venido a nosotros, en lugar de a nuestros enemigos; y oramos para que Él nos guíe a usarla en Sus caminos y para Sus propósitos[16].

Este mensaje se presta a múltiples comentarios, pero nos limitaremos a hacer tres o cuatro observaciones.

Un hombre camina entre las ruinas de Hiroshima (foto: Getty Images)

En primer lugar, Hiroshima no era “una base militar”, sino, como dice Wellerstein en el artículo citado, una ciudad en la que había una base militar naval. Así lo afirma el citado informe de 1957: “Hiroshima no tenía grandes industrias de guerra[17] y de hecho los militares muertos por la explosión no llegaron al 10 por ciento del total.Seguramente por eso mismo no sufrió previamente bombardeos convencionales, a diferencia de la mayoría de las grandes ciudades japonesas. Es más: ello fue un factor determinante a la hora de que Hiroshima fuera elegida como objetivo, pues ese fue uno de los criterios que el general Groves transmitió al comité encargado de seleccionar las ciudades: “… para poder evaluar acertadamente los efectos de la bomba, los objetivos no tenían que haber resultado dañados previamente por otros ataques aéreos[18]. Y cabe pensar que eso mismo fue lo que salvó a Tokio y otras grandes ciudades del bombardeo, pues sin duda en ellas no se hubieran podido evaluar los efectos de la bomba, ya que la Fuerza Aérea norteamericana las había arrasado desde finales de 1944 con repetidos ataques, sobre todo de bombas incendiarias.

Por otro lado, Truman insta en su discurso a los habitantes de las ciudades industriales a ponerse a salvo, pero desde luego no da indicación alguna de cuáles serán los puntos señalados para la destrucción. Al comité seleccionador -en el que estaban como asesores Oppenheimer, Hans Bethe y otros científicos del proyecto Manhattan- se le había encargado escoger cinco centros industriales, que finalmente fueron Kyoto, Yokohama, Kokura y Niigata, además de Hiroshima. (Nagasaki fue atacada en lugar de Kokura porque esta  se hallaba cubierta de nubes el 9 de agosto). Más tarde fueron reducidos a cuatro, pero al día siguiente de la citada alocución de radio Truman decidió suspender los bombardeos. Aunque seguramente no conocía con precisión la envergadura de la destrucción causada, las primeras informaciones debieron de influir en su decisión, así como el hecho de que emperador Hirohito aceptara ese mismo día las condiciones impuestas a su país en la Conferencia de Potsdam. (De pasada, el informe del Strategic Bombing Survey aporta un dato revelador de la envergadura mortífera de la nueva arma, en comparación con la de los explosivos convencionales: si las cinco ciudades mencionadas hubieran sufrido bombardeos semejantes a los de Hiroshima y Nagasaki, habrían tenido un saldo total de 5,6 millones de muertos y heridos, mientras que de hecho fueron 339.000[19]). Nótese que en todos los casos se trata de grandes ciudades donde evidentemente los efectos de una deflagración nuclear se han de sentir sobre todo en la población civil. A pesar de ello, la planificción estratégica posterior de la guerra atómica ha seguido tomando los grandes núcleos urbanos como objetivo y solo secundariamente se focaliza en cuarteles o infraestructuras militares, incluyendo los propios silos atómicos de SLBM enemigos, aunque en zonas muy pobladas sería difícil deslindar ambos escenarios.

En todo caso, las bombas estaban preparadas para ser lanzadas a lo largo del mes de agosto si Japón no se rendía, como de hecho hizo el día 15.

Foto del bombardeo de Nagasaki tomada 15 minutos después de la explosión a 1,6 km. de la ciudad (Hiromichi Matsuda/Getty Images)

El relato de Truman nos lleva a otras dos cuestiones clave: si fue necesaria la bomba, como dijo, para salvar las vidas de soldados norteamericanos y adelantar el fin de la guerra, y si, en caso afirmativo, la decisión debía ejecutarse como se hizo: sin aviso previo, sobre mayoritaria población civil y sin el conocimiento o consulta a las potencias aliadas de los EE.UU. Todavía hoy estas cuestiones son objeto de debate historiográfico, aunque el mainstream político y académico norteamericano generalmente sigue manteniendo hoy las citadas opiniones de Truman, bonificándolas incluso con argumentos como el siguiente: al acortar supuestamente la guerra, las bombas también ahorraron muchas vidas a los japoneses.

Solo haremos algunos apuntes al respecto. En primer lugar, hay que señalar el hecho de que, una vez se supo a finales de 1944, gracias a la operación Alsos, que la Alemania nazi no estaba en condiciones de fabricar armas nucleares y que estaba abocada a la derrota, muchos científicos del proyecto Manhattan consideraron innecesario el desarrollo final del proyecto o que, alternativamente, si se fabricaba la bomba, antes de su uso sobre zonas habitadas de Japón, se hiciera una demostración de ella en algún desierto o isla deshabitada como advertencia para las autoridades japonesas, a las que se conminaría a la rendición. Esa era, por ejemplo, la propuesta del llamado “Informe Frank”, dirigido al secretario de Guerra el 14 de junio de 1945, que iba firmado por otros siete científicos del proyecto Manhattan[20]. Posturas semejantes defendieron antes o después Niels Bohr, Leo Szilard, Joseph Rotblat, Philip Morrison y otros. Estos científicos avanzaron además algunas ideas para el medio y largo plazo: acordar la posible decisión del uso de la bomba con los aliados, especialmente con la URSS, para evitar desconfianzas y una posible proliferación nuclear; establecer en el futuro una autoridad internacional que controlara los usos de la energía nuclear, divulgar los conocimientos y la tecnología adquiridos en ese ámbito, etc. En la posguerra muchos de estos “científicos preocupados” siguieron movilizándose dentro del movimiento pacifista y antinuclear, dando lugar, entre otras cosas, a la Federación de Científicos Atómicos norteamericanos, editora del famoso boletín con el reloj que nos marca cada año la proximidad al holocausto nuclear (Worldwatch Clock). Bien es cierto también que había científicos de relieve que en el verano de 1945 respaldaron el uso directo de la bomba sobre las ciudades japonesas. Entre ellos estaban Oppenheimer y Enrico Fermi, que más adelante cambiarían de opinión al respecto, al comprobar la envergadura del daño producido por las explosiones, y se opondrían al desarrollo de la «Súper» o bomba de hidrógeno, concebida y entusiásticamente promovida por Edward Teller .

Por lo que se refiere a la necesidad misma del uso de la bomba, un informe oficial de la inmediata posguerra afirmaba que la rendición de Japón se hubiera producido en pocos meses aun sin la intervención de la URSS, sin desembarco aliado y sin las bombas atómicas, por lo que cabe pensar que el ataque ruso, previsto para el 9 de agosto, hubiera acercado aún más el fin de la contienda[21]. Es cierto que había núcleos importantes dentro del ejército japonés partidarios de una resistencia a ultranza, implicando en ella a la población civil, pero en las últimas semanas de la guerra fue aumentando la posición favorable a una rendición negociada, siendo determinante que el emperador acabara avalándola[22]. Por lo demás, la situación de la población civil era desastrosa desde todos los puntos de vista, sobre todo en las grandes ciudades.

Paciente con quemaduras por radiación en el hospital de la Cruz Roja de Hiroshima (foto: Hajime Miyatake/Asahi Shimbun/Getty Images)

Tampoco faltaron reticencias hacia el uso de la bomba entre los propios mandos militares norteamericanos. Douglas McArthur, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en el Pacífico, consideró la bomba “completamente innecesaria desde el punto de vista militar” y el mismo 6 de agosto, antes de que se lanzara el artefacto sobre Hiroshima, dijo que los japoneses estaban ya “completamente vencidos”. Una opinión semejante manifestó el almirante William Leahy, jefe del Estado mayor del presidente, al considerar que las bombas atómicas, como las químicas y bacteriológicas, eran violaciones de “toda la ética cristiana y de todas las leyes de guerra conocidas”, no siendo necesarias tampoco para la rendición de Japón. Con uno u otro matiz también mostraron reservas sobre la necesidad de la bomba los generales Eisenhower, H. “Hap” Arnold, Curtis LeMay y Carl Spaatz, así como los almirantes Ernest King, Chester Nimitz, jefe de la flota del Pacífico, y William Halsey, si bien no consta que manifestaran sus puntos de vista al presidente (excepto Eisenhower, quien afirma que sí lo hizo)[23]. Ciertamente, durante la Guerra fría casi todos ellos cambiaron de opinión, convirtiéndose en fervientes impulsores del militarismo[24].

El tema de la justificación del uso de la bomba en Japón ha sido polémico desde entonces y no es baladí. Si se acepta la hipótesis de que no era necesaria para la rendición de Japón, entonces los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki deben verse, más que como el punto final de la II Guerra mundial, como el origen de la Guerra fría y medio para fortalecer la posición de EE.UU. frente a la URSS y otras potencias rivales en la disputa por zonas de influencia en Europa y otros lugares del mundo. En este sentido, resulta significativo que Groves le dijera a Rotblat en marzo de 1944: “… Rusia es nuestro enemigo y el Proyecto se ha dirigido sobre esa base”; y James Byrnes, entonces director de la Oficina de Movilización de Guerra (más tarde sería Secretario de guerra), en una entrevista con Szilard, que trataba de disuadir al gobierno del uso de la bomba, le indicó que “amenazar con una bomba podría volver a Rusia más razonable” (cits. en Stone, O. & Kuznick, P., Op. cit., p. 160).

Por de pronto, la no intervención de la URSS en el frente japonés hizo que quedara excluida a la hora de fijar las condiciones de paz en la zona, que quedó bajo la influencia hegemónica de los EE.UU., ampliando así su dominio sobre el Pacífico y el Lejano Oriente. El historiador Gar Alperowitz fue el primero en sostener estas tesis convincentemente, pero la historia oficial de la Comisión de Energía Atómica de EE.UU. ya la había reconocido implícitamente, no sin una nota de chauvinismo: “… la bomba suscitaba graves cuestiones para el futuro, pero durante algunos años su existencia movería masivamente la balanza de poder a favor de los Estados Unidos. Y daría tiempo al liderazgo americano para construir un mundo digno” (a decent world)[25]. No cabe duda de que primero el monopolio del arma atómica y luego la superioridad cualitativa y cuantitativa de los arsenales de EE.UU. -que en mayor o menor medida se ha mantenido hasta hoy- han sido una apoyatura esencial para afianzar ese «liderazgo americano» mundial.

Josep Rotblat. Primer científico en abandonar el proyecto Manhattan por motivos de conciencia a finales de 1944. Los servicios secretos luego lanzaron sospechas de que trataba de pasar información a la URSS. Al volver a Europa se enteró de que su esposa había fallecido en un campo de concentración (ambos eran judíos, como buena parte de los científicos del proyecto Manhattan)
IV.- Una cumbre sin avances en el tema del desarme nuclear

Los dirigentes del G7 afirmaron en el comunicado final de la cumbre de Hiroshima “haber tomado medidas concretas para reforzar los esfuerzos de desarme y no proliferación, hacia el objetivo último de un mundo sin armas nucleares con una seguridad sin menoscabo para todos”, pero sin concretar cuáles serán esas medidas. Por otro lado, la declaración específica titulada “Visión de Hiroshima de los líderes del G7 sobre el desarme nuclear” no  iba mucho más allá a la hora de ofrecer resultados significativos para el desarme nuclear.

En cambio, el G7 ha condenado las amenazas de Rusia y Corea del Norte y ha expresado su preocupación por el rearme chino y los avances del programa nuclear iraní, lo que, siendo justificado, no se aviene con el hecho de que las doctrinas nucleares de las potencias occidentales se basan en la amenaza de utilizar armas atómicas, cosa que ni se menciona ni se denuncia, a pesar de la condena del derecho internacional de las armas de destrucción masiva. Así mismo, la declaración ha criticado el anuncio ruso de colocar armas nucleares en Bielorrusia, pero ha ignorado la ya vieja presencia de ese tipo de armas en Alemania, Bélgica, Países Bajos y Turquía, todas ellas bajo control norteamericano. Y, como suele ser habitual, se obvia toda mención al arsenal nuclear israelí o a la responsabilidad del gobierno de Donald Trump en la suspensión de los acuerdos sobre el asunto nuclear iraní.

Llama la atención también que el G7 hiciera referencia al Tratado de no proliferación nuclear (TNP) como algo “clave” para lograr un mundo sin armas nucleares, instando específicamente a Rusia y a China al cumplimiento del artículo VI del mismo.  Ahora bien, ese artículo expresa el compromiso de “celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto y eficaz control internacional”, lo que obliga a todas las partes, no solo a China y a Rusia. Recordemos que el TNP entró en vigor en 1970 y que, aunque los arsenales atómicos han ido reduciéndose desde finales de los años ochenta (época de la segunda presidencia de Ronald Reagan y del acceso de Mijail Gorbachov a la secretaría general del PCUS) hoy aún conservan una más que sobrada capacidad de overkill (aniquilación de la civilización humana y de la vida en el planeta), tal como nos recuerda cada año el Worldwatch Clock).

Cumbre del G7 en Hiroshima (foto: https://www.g7hiroshima.go.jp/en/)

La alusión del G7 al TNP sin duda hubiera sido más creíble si hubiera venido acompañada de alguna observación autocrítica por su incumplimiento y, sobre todo, de medidas concretas para su aplicación futura. Y no hubiera estado de más alguna referencia a los principios de Naciones Unidas, que desde su creación viene condenando la fabricación, tenencia y uso (o amenaza de uso) de armas de destrucción masiva, así como la existencia de bloques militares. Quizá la apelación de Antonio Guterres, secretario general de NN.UU. a estos principios en la cumbre del G7 quedó un poco desdibujada al abarcar en su intervención otros problemas internacionales.

No es de extrañar, pues, que estas limitaciones y contradicciones de la cumbre del G7 en Hiroshima hayan suscitado la frustración y la denuncia por parte de las organizaciones pacifistas y antinucleares. Así, el coordinador de la Campaña internacional por la abolición de las armas nucleares, Daniel Högsta, ha manifestado:

“… esto es más que una oportunidad perdida. Con el mundo enfrentándose al grave riesgo de que las armas nucleares puedan ser utilizadas por primera vez desde que Hiroshima y Nagasaki fueron bombardeadas, esto es un grave fracaso del liderazgo mundial. No basta con señalar con el dedo a Rusia y China. Necesitamos que los países del G7, que poseen, albergan o respaldan el uso de armas nucleares den un paso al frente y comprometan a las demás potencias nucleares en conversaciones de desarme si queremos alcanzar su objetivo declarado de un mundo sin armas nucleares”[26].

Por su parte, Satoshi Tanaka, sobreviviente del bombardeo atómico y secretario general de la Conferencia de enlace de las organizaciones de hibakusha, declaró:

“… este no es el auténtico desarme nuclear que piden los hibakusha. Es una evasión de responsabilidad. El primer ministro Kishida ha dicho que el Tratado sobre la prohibición de las armas nucleares es el paso final hacia un mundo libre de armas nucleares. No, no es el último paso. Es el punto de entrada. El primer ministro Kishida y otros líderes del G7 deberían (…) iniciar el verdadero proceso de eliminación de las armas nucleares”[27].

Unos y otros indican que la próxima oportunidad para que el G7 demuestre que se toma en serio la amenaza nuclear es participar en la próxima reunión de los estados firmantes del Tratado sobre la prohibición de las armas nucleares, auspiciado por NN.UU. en 2017, que obligaría tanto a las potencias nucleares como a los demás países y que no es sino el desarrollo normativo del viejo TNPAN de 1968. Ahora bien, ninguna de las potencias del G7, Japón incluido, ha firmado el tratado. Tampoco ninguno de los demás países poseedores de armas atómicas: India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. A 78 años de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y de la creación de Naciones Unidas, cuyo primer propósito es «preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra» y «unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales» la cumbre del G7 en Hiroshima aparece como mero ejercicio de cinismo publicitario y de falta de respeto a la memoria de las víctimas.

Visita al parque conmemorativo de la paz de Hiroshima organizada como actividad paralela de la cumbre del G7 el pasado 19 de mayo (foto: EFE/EPA/Franck Robichon/ Pool)

Enlace al artículo de Wellerstein en el BOAS:

https://thebulletin.org/2020/08/counting-the-dead-at-hiroshima-and-nagasaki/#post-heading

[1] Ver enlace al final.

[2] Ibakusha, Wikipedia (versión inglesa).

[3] Edward P. Thompson, “Protesta y sobrevive”, en Mientras Tanto, nº 6, 1980.

[4] U. S. Strategic Bombing Survey, Medical Division, The Effects of Atomic Bombs on Health and Medical Services in Hiroshima and Nagasaki, Washington, 1947, p. 19. Hubo al menos otras cuatro comisiones de estudio de los efectos del bombardeo: una del proyecto Manhattan, otra de la Armada inglesa, otra de la Marina de EE.UU. y una Comisión conjunta que integró a científicos japoneses.

[5] “La cara oculta de Hiroshima”, documental de Kenichi Watanabe, 2011. Sin embargo, los corresponsales de prensa pronto dieron noticias sobre los bombardeos, que conmocionaron al mundo. (Cf. Phillip Knightley, The First Casualty. The war correspondent as a hero, propagandist and myth maker, London, 1975, cap. 12).

[6] Marcel Junod, (delegado de la Cruz Roja Internacional), Warrior Without Weapons, pp. 286-301, Geneva, 1982. Su primera visión de Hiroshima, un mes después de la explosión, era la de “una ciudad muerta. Reinaba un silencio absoluto en toda la necrópolis. Ni siquiera un superviviente buscando entre las ruinas (…), ni un pájaro o animal por ninguna parte”.

[7] U. S. Strategic Bombing Survey, Op. cit., p. 19. Además, unos 150.000 vecinos habían sido evacuados de Hiroshima en los meses anteriores con el fin de destruir sus viviendas para construir grandes cortafuegos.

[8] Hiroshima tenía entonces unos 255.000 habitantes y Nagasaki 195.000, con una densidad de 8.800 y 13.709 hs/km² respectivamente. (Madrid tiene hoy una densidad de 850 hs/km²). Population Density in Hiroshima and Nagasaki Before the Bombings in 1945, american Journal of Epidemiology, https://academic.oup.com/aje/article/187/8/1623/4956379.

[9] Las denominaciones se referían a Roosevelt y a Churchill, respectivamente. Todavía hoy las fuentes dan distintos datos sobre la capacidad destructiva de las bombas, que podría rondar los 12 y 22 kT (Little Boy y Fat Man, respectivamente)

[10] Edward P. Thompson, “Notas sobre el exterminismo”, Mientras Tanto, nª 11, abril de 1982, pp. 65-71.

[11] A comienzos de los años ochenta se teorizó además sobre el “invierno nuclear” como consecuencia de una guerra atómica de gran escala, que tendría consecuencias letales para la biosfera de todo el planeta.

[12] Diana Preston, Antes de Hiroshima. De Marie Curie a la bomba atómica, Barcelona, 2005, p. 179.

[13] Diana Preston, Op. cit., p. 165.

[14]Diana Preston, Op. cit., pp. 292-294; también hay referencias en https://ahf.nuclearmuseum.org/ahf/location/chicago-il/. El gobierno federal no reconoció estos hechos hasta finales de los años noventa. El accidente de Palomares (Almería) de 1966 permitió a los americanos y a la Junta de Energía Nuclear española seguir estudiando los efectos de la exposición al plutonio sobre los vecinos de la zona. (José Herrera, La experimentación humana con plutonio en España. Génesis y desarrollo del “Proyecto Indalo” (1966-2009), Dynamis, enero de 2022).

[15] Peter Kuznick, “Japan’s nuclear history in perspective: Eisenhower and atoms for war and peace” en BOAS, 13 de abril de 2011.

[16] 9 de agosto de 1945: “Radio Report to the American People on the Potsdam Conference”. En  https://www.trumanlibrary.gov/library/public-papers/.

[17] U. S. Strategic Bombing Survey, Op. cit., p. 2.

[18] Diana Preston, Op. cit., p. 326.

[19] U. S. Strategic Bombing Survey, Op. cit., pp. 84-85. En cambio, la destrucción de viviendas e infraestructuras urbanas fue mayor en las cinco ciudades debido a la dispersión espacial de las bombas. El uso generalizado de la madera y la paja en la construcción de viviendas hizo más destructivo el bombardeo de las ciudades japonesas.

[20] Cf. www.nuclearfiles.org/menu/key-uses/nuclear-weapons; Preston, D., Op. cit., 330-332. Posturas semejantes defendieron Niels Bohr, Leo Szilard, Joseph Rotblat, Philip Morrison y otros.

[21] U. S. Strategic Survey, Washington D.C., 1945 y 1946, pp. 104-146. En http://www.nuclearfiles.org/menu/key-issues/nuclear-weapons/history/pre-cold-war/hiroshima-nagasaki/us-bomb-survey-summary-report.htm.

[22] Williamson Murray y Allan R. Millet, La guerra que había que ganar. Historia de la segunda guerra mundial, Barcelona, 2005, pp. 575-578

[23] Oliver Stone & Peter Kuznick, The Untold History of the United States, New York, 2012, pp. 176-177.

[24] Luis Castro, “Átomos para la paz”: el doble lenguaje del presidente Eisenhower”, Blog Conversación sobre historia, 4 de junio de 2022.

[25] Richard Hewlett & Oscar Anderson jr, History of the United States Atomic Energy Commission. Volume I. 1939 / 1946, The New World, 1962, p. 347; Gar Alperowitz, Atomic Diplomacy: Hiroshima and Postam. The Use of the Atomic Bomb and the American Confrontation with Soviet Power, 1965; Gaddis Smith, veinte años después, insiste: “… la decisión de bombardear Japón estaba directamente relacionada con el enfoque de Truman de confrontar con la Unión Soviética”. (Artículo en New York Times de 18 de agosto de 1985, “Was Moscow our real target?”).

[26] Declaración  en la web de ICAN de 19 de mayo de 2023: https://www.icanw.org/g7_hiroshima_summit_fails_to_deliver_progress_on_nuclear_disarmament?locale=en.

[27] Misma fuente que la nota anterior.

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Ruinas de Hiroshima tras la explosión nuclear (foto: The New York Times/Efe)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

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