8 mujeres | Cine Divergente

8 mujeres

Notas sobre lo camp Por Manu Argüelles

Dentro de la prolífica carrera de François Ozon, 8 mujeres refulge como una supernova, película en la que convocó lo más granado del estrellato francés, para hacer converger diferentes generaciones de actrices que se prestarán con sumo agrado al juego perverso y algo maquiavélico que François Ozon les prepara. Si su cine hasta la fecha le situaba en el territorio de los francotiradores -los enfants terribles provocadores que disparan sus dardos desde el extrarradio-, todo eso cambia lógicamente con la lúdica reunión del star system francés en 8 mujeres. Su cine desde entonces cambia la modulación, especialmente porque a partir de este momento ocupará un lugar hasta la fecha inhabitado y empezará a ser habitual la presencia de grandes nombres dentro de sus trabajos. Aunque si hay que ser ecuánimes es preciso destacar que su obra alcanza la madurez en su anterior relato minimalista, Bajo la arena (Sous le sable, 2000), un film que luce un mayor dominio de las herramientas artísticas de Ozon, hasta entonces detectadas en ráfagas, pero todavía carentes de la solidez exhibida en el film protagonizado por Charlotte Rampling. En consecuencia, después de 8 mujeres sus ansias de llamar la atención lógicamente se atemperan, digamos que conquista un espacio que reclamaba; el espíritu insolente da paso a una mejor canalización de sus premisas rupturistas y una menor preocupación por reclamar su presencia. Aunque en otros casos el asentamiento puede provocar un adocenamiento inevitable en cuanto el director se acomoda, no sucede así en el cine de Ozon. Películas brillantes, de lo mejor de su carrera, como Swimming pool (2003) o Mi refugio (Le refuge, 2009) vendrán a continuación. Su mordacidad sigue inalterable pero ahora sabe vehicularla dentro de un film para un público más amplio.

8 mujeres

Si se observa detenidamente la trayectoria de Ozon hasta esa fecha, 8 mujeres tarde o temprano tenía que emerger. Tentativas o pequeñas pinceladas ya nos hacían intuir que nos entregaría una película rabiosamente camp, desde el segundo 0 hasta el final. Los números musicales a modo de performance drag queen ya aparecían en su cine desde sus cortometrajes. Así empieza El vestido de verano (Une robe d’été, 1996) con un playback de Bang Bang, o cómo olvidarnos del maravilloso número de Gotas de agua sobre piedras calientes (Gouttes d’eau sur pierres brûlantes, 1999) con la canción Tanze Samba mit mir, pieza que aquí conocemos gracias a la versión que hizo la inigualable diva camp Rafaella Carrá, en su caso la archifamosa Hay que venir al sur, himno cumbre del petardeo cañí.

Hemos comentado que 8 mujeres es el culmen de lo camp en Ozon, el gran carnaval de su obra. Así pues, surgen varias consideraciones previas en torno a este escurridizo término, ya que desde aquí nos aproximaremos a su película coral. Para empezar, el término sajón de imposible traducción, es algo esquivo y difícilmente acotable y genera no pocas confusiones. Susan Sontag, de quien me he permitido robarle el título de su famoso artículo, lo define muy bien como una sensibilidad, que es algo que se tiene o no se tiene, que se adquiere o que no se aprende. Aunque suele reducirse a algo que se origina y/o concentra desde el colectivo homosexual, lo camp no es exclusivo de lo gay. Y tampoco todo lo gay comparte lo camp. Lógicamente en Ozon, de la misma manera que se procesa en Almodóvar -único punto en común entre ambos directores, en cuanto destilan una cultura similar con fetiches comunes-, sí que está arraigado desde una mirada gay naturalizada. Pero no tiene que entenderse como una condición sine quanon.

Al tratarse de una disposición, de una forma personal de abordar la cultura, su carácter es intangible y polimorfo. El material camp no tiene por qué nacer con esa finalidad y algunas manifestaciones son consideradas a posteriori. Aquí nos centraremos en aquel trabajo que está confeccionado por el creador con tal intencionalidad, tal como opera Ozon. Porque podemos encontrarnos con films que en su génesis no estaban creados a tal efecto, pero ha sido el público el que después le ha aplicado el filtro de lo camp. Films como Eva al desnudo (All about Eve, Joseph L. Mankiewicz, 1950), ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane? Robert Aldrich, 1962) o Queridísima mamá (Mommie Dearest, Frank Perry, 1981) son camp a posteriori. Aquí sí podemos considerar que el público gay es muy militante en esta reapropiación. Porque si queremos buscar una genealogía, deberíamos remitirnos a su nacimiento a partir del decadentismo y esteticismo de Oscar Wilde. Del mismo autor, Ozon parte para edificar su parodia sobre los convencionalismos burgueses. Lo mismo que ejecutaba en Sitcom (1998), pero la gran diferencia entre una y otra es que aquí hay una necesaria y sonora formalización. Porque lo camp siempre lleva implícito el humor, una actitud lúdica que nace de la exageración.

En el caso de 8 mujeres esta desmesura recae especialmente en la intensificación de los estereotipos femeninos, fundados especialmente a través de la interpretación de sus actrices.

8 mujeres Ozon

No obstante, a diferencia del elitismo de Oscar Wilde, podría decirse que lo camp es completamente democrático y que derriba toda jerarquía cultural. Todo es susceptible de revalorizarse y dotarle un nuevo sentido que no estaba previsto, ya sea una ópera como una película mala, un síntoma más propio de una cultura de masas.

Ozon, que inicialmente había pensado en realizar un remake de la película de George Cukor, Mujeres (The Women, 1939), al no conseguir los derechos desvía su atención hacia la obra de Robert Thomas. Desconozco el original, pero el caso es que el realizador francés toma como punto de partida el whodunit a lo Agatha Christie y sabe verle su potencial camp, con sus giros imposibles, con su histérica ley de la sospecha, con su intriga de salón y con su imperiosa necesidad de sorprender al público. En 8 mujeres la estructura de esta fórmula estereotipada del relato de detectives está llevada al límite. Llevarla a los confines de lo absurdo, algo que ya inherentemente se presta a ello, es indispensable para que podamos pensar en los términos en los que estamos hablando. Pero hay más, porque la ambientación, el cromatismo saturado y el estilismo de la puesta en escena remiten a un modelo que también será desangrado. Hablamos del melodrama de los años 50, con Douglas Sirk en mente y con el Cinemascope como marco de visión. Curiosamente, el mismo año que Todd Haynes, otro realizador abiertamente gay, procedía a su relectura de los mismos melodramas de Douglas Sirk con Lejos del cielo (Far from heaven, 2002). Los dos son fieles a la restitución de la caligrafía. Pero en Todd Haynes hay seriedad y frialdad intelectual. En Ozon hay ganas de petardeo y poner el acento en lo ridículo, gracias a esos colores chillones que caracterizaron los melodramas de los 50, un marco ideal para trazar su apuesta, sin que ello llegue al extremo de la caricatura formal.

Todos aquellos círculos académicos y cinéfilos que han abanderado la reivindicación de la figura de Douglas Sirk no le van a perdonar a Ozon que se sirva de sus señas estéticas para instaurar una teatralización desaforada que es puro artificio, llevado a sus últimas consecuencias para que lo camp eclosione en su amplia magnitud. Porque si no lo habíamos dicho hasta el momento, sí, hay que ser un poco gamberro. Así procesa la mitomanía tan característica del público gay por las divas y las organiza en torno a la hiriente representación de lo que cada intérprete ha edificado a través de su carrera, sin que en ningún momento se pierda la fascinación o la admiración por aquello que se idealiza. Las actrices, especialmente las más famosas y que atesoran una trayectoria más larga, Catherine Deneuve, Fanny Ardant, Isabelle Huppert y Emmanuelle Beart, las grandes damas de la interpretación francesa, juegan con el icono de la diva cinematográfica que se erige en una efigie distante, altiva y nada terrenal, aquello que fue Greta Garbo. En este mosaico solo nos faltaba Juliette Binoche y las habríamos tenido a todas. 8 mujeres es el glamour rasgado, como quien asesta un navajazo a un abrigo de visón. Para empezar a romper símbolos les hacemos cantar, cada una tendrá su momento estelar entre tanta convocatoria de egos, y de esta manera insertamos la nota ridícula, el quiebre fragmentario de la imagen de sus personajes, acción que ya se ejecutaba de la misma forma en Gotas de agua sobre piedras calientes, cuando sin previo aviso y sin que existiese justificación dramática, los cuatro actores se ponen a hacer su show musical frontalmente a cámara.

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Las actrices que hemos mencionado son conscientes, a base de la repetición de determinados rasgos en los papeles que han interpretado, de que han construido una determinada imagen en el imaginario popular. Lo que ellas realizan, no es tanto interpretar un papel sino encarnarse a sí mismas como divas de la escena francesa, aquello que el público ha edificado simbólicamente a base de sus incursiones cinematográficas y que aquí está dispuesto al servicio de la hipérbole. Y para que todo tenga chicha, Ozon las enfrenta en una trama proclive a ello, lo adereza con la lucha generacional, el implícito relevo, “el quítate tú para ponerme yo” de la competición entre actrices a lo Eva al desnudo, a través de la emergencia de Virginie Ledoyen o de Ludivine Sagnier, y todo eso se articula mediante el tonto whodunit, instaurado además con mala baba, porque lo que se dirime aquí es la lucha de poder, una vez que el patriarcado ha sido asesinado. Y ya tenemos en escena el juego delirante de una Bette Davis y una Joanne Crawford llevándose a matar tanto dentro como fuera del set. Ellas lo llevan al extremo, se añade una pizca de sexualidad picante, ausente en el Hollywood del glamour femenino que se referencia, se agita y se sirve como un explosivo cóctel, con mucha sorna y mucha frivolidad.

Yo por eso me lo paso pipa con 8 mujeres. Literalmente me chifla ver cómo se pelean y se revuelcan por el suelo la Deneuve y la Ardant, aparte de que me lo paso bomba con la histérica solterona, amargada y venenosa de la Huppert, entre otras perlas del film, como la lascivia de la Béart. Me parece que con esta afirmación me puedo olvidar de opositar para estar entre la crème de la crème de la crítica cinematográfica, pero es que a mí eso de ir de exquisito por la vida no me va. Ay, las poses. Leeremos artículos extasiados con On connaît la chanson (Alain Resnais, 1997), film que me gusta por los mismos motivos que me atrapa 8 mujeres, pero en cambio, si se trata de la de Ozon, oiremos con frecuencia que es una tomadura de pelo, una estupidez, bla, bla, bla. Y seguramente lo dirán los mismos que elogian la de Resnais. Pero claro, Resnais no es Ozon. Al diablo con estos elitismos y este esnobismo tan irritante, porque si algo caracteriza a lo camp es precisamente el derribo de estas fronteras dogmáticas que muchos las instituyen como razón de ser. Si quieren saber cuántos de su entorno son simpatizantes de lo camp, pregúnteles sobre este film. Si no me he sabido explicar bien, las respuestas que les den les ayudarán a entenderlo.

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