Críticas de Siete mujeres (1966) - FilmAffinity
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Siete mujeres

Drama En el verano de 1935, en la frontera entre China y Mongolia, dominada por señores feudales y bandidos, los miembros de una aislada misión americana se encuentran desamparados tras la invasión del país por parte de Tunga Khan. En respuesta a la urgente petición de un médico por parte de la misión, es enviada la doctora Cartwright, una persona de ideas modernas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 26
Críticas ordenadas por utilidad
31 de agosto de 2006
79 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película del gran John Ford supuso un bofetón a todos aquellos que intentaron (e intentan) encasillarle.
Quizás por eso no triunfó en su día y en la actualidad sigue siendo de sus películas más desconocidas, además de no tener buena prensa en Estados Unidos.
Acostumbrado Ford a rodar con toda su gente, en esta su última película, cambia de tercio y con excepción de los actores secundarios Strode y Mazurki, el resto del equipo tanto técnico como artístico eran la primera vez que trabajaban con él.
Acusado de misoginia toda su vida, reunió a un grupo de actrices en su última película y las convirtió de protagonistas absolutas destacando la maravillosa Anne Brancroft.
La película de John Ford es polémica, no contenta a nadie, por un lado los que se identificaban con él, una derecha más conservadora reciben un varapalo al encontrar una crítica a la religión, al sistema de valores conservador y mojigato, y en definitiva como los hechos y no las palabras son lo que importa cuando de verdad hay que ayudar, por su parte el sector históricamente más reacio a Ford no iban a dar su brazo a torcer cuando el maestro, una vez, más se sale de guión y les demuestra que puede ser más provocador que cualquier pancartista. Total que la película no agradó a nadie.
Los que llaman fascista entre otras lindezas a John Ford deberían ver ”Siete mujeres”, película transgresora donde las haya y muy adelantada a su tiempo, además de ser una despedida atípica para lo que nos tenía acostumbrado.
Una estética de teatro, con unidad de espacio prácticamente, basado en los diálogos y protagonizada por mujeres y polémica en el terreno sexual como moral y religioso, fue la despedida del director que mejor rodó los espacios abiertos, a los actores hombríos como Wayne, el movimiento (de caballos por ejemplo) y en general todo aquello que tuviera vida y mereciera ser filmado con humanismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
vircenguetorix
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30 de julio de 2008
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
No podemos valorar esta película desde la óptica del 2008. Sitúense en 1966. Ciertamente resulta complicado. Miradas lesbianas pecaminosas. El varón domado. Una doctora en lugar del esperado doctor. La fuerza bruta de la incultura asiática. ¿Dónde está Dios? ¡Que baje a ayudar!... “Escándalo, esto es un escándalo...”

Y en medio de todo este berenjenal, un John Ford en el ocaso de su carrera y de su vida. ¿Pero no era machista este Ford? Tanto John Wayne, tantos Centauros del Desierto, hombres tranquilos y sargentos negros. Sorpresa, sorpresa. Ahora se descuelga con nada menos que siete mujeres y sin convencionalismos ni sexuales ni religiosos. Todo en cuestión. Disección a la psicología femenina. ¡Y lo hace bien! ¿Alguien lo dudaba? Y es que Ford aún en el fin de sus días, enfermo y con alguna copa de más, sigue siendo el Ford genial de Las uvas de la ira ó La Diligencia, machista relativo, baste recordar el imponente papel de Jane Darwell como madre de la familia jornalera que le valió el Oscar a la mejor actriz secundaria en el 40, e irlandés de pura cepa. Eso marca.

Ford tenía 71 años en 1966 y una larga trayectoria en sus espaldas. Un tema conflictivo y polémico como este, a cualquier otro lo hubiese hundido. No a Ford. Ford estaba en la élite de los intocables. En el Parnaso de los elegidos. Mas de 130 películas le avalaban.

No puedo omitir la fantástica interpretación del elenco femenino del film. Pero Anne Bancroft supone un punto y aparte. De quitarse el sombrero. Que lo lleva y bien puesto. A lo Wayne, como no podía ser de otra manera.

Los hombres a la altura del betún. Menos mal que Eddie Albert nos redime en el último suspiro de nuestra triste suerte...
FATHER CAPRIO
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27 de abril de 2007
31 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que son las cosas, siempre tildado de "fascista", y nos sale, en su despedida, con una película absolutamente "progresista", en todos los sentidos. Película injustamente tratada y olvidada.

Bueno, si nos olvidamos de los aspectos "políticos", que dejaremos a gente más experta y ducha en estos menesteres, la verdad es que se trata de una película al más puro estilo fordiano, aunque la acción transcurra en un espacio cerrado, pero no hay un plano que sobre ni un plano que falte, el ritmo es fabuloso, y la historia tiene enjundia, con frustraciones, dudas existenciales y religiosas, situaciones límite, cobardías y valentías, sacrificios y generosidades, y ruindades y mezquindades, todo bien dosificado y con un final perfecto, dada la situación.

Eso sí, con algo de falta en presupuesto, que se traduce en producción de clase casi B; a mí, por ejemplo, me hubiera gustado ver al maravilloso Anthony Quinn haciendo del bandido mongol, hubiera estado perfecto.
rosbar
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31 de agosto de 2013
15 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Ford tenía muchas caras, pero a pesar de ello –o quizá por ello-, decidió enseñar siempre la misma: la del iletrado artesano de westerns, cuya única ambición consistía en recibir un cheque a cambio de un trabajo bien hecho y que rugía ante la mera sugerencia de las supuestas aspiraciones artísticas o poéticas de sus películas. En sus últimos años, Ford, ataviado con su parche y su cigarro y parapetado detrás de su sordera, convirtió cualquier entrevista en el escenario ideal para el que siempre había sido su deporte preferido: el de hacer y decir exactamente lo contrario de lo que se suponía que tendría que haber dicho y hecho. Empeñado como estaba en proteger las contradicciones que eran la esencia misma de su carácter y de su modo de hacer cine, Ford acabó convirtiéndose en el principal responsable de la distorsión y simplificación tanto de su imagen pública como del sentido final de sus películas.

No es extraño, por ello, que sean precisamente los ilusos y papanatas que han procurado reducir a Ford a la categoría de caricatura a la cual pueden cargar el muerto de sus propios prejuicios aquellos que se muestran sorprendidos o agradecidos porque –dicen- Ford, en “Siete mujeres”, no parece Ford. Una película que transcurre tras una empalizada en una frontera amenazada por bárbaros, en el último lugar de la tierra. En la que suena “Shall we gather at the river”. En la que se censuran con fiereza la hipocresía, el puritanismo o el ciego apego a un código de conducta tan recto en apariencia como esencialmente inhumano. En la que un héroe que transgrede las normas establecidas acaba mostrando la insensatez y la ficticia armonía del orden vigente en una comunidad cerrada. En la que un sacrificio callado y altruista es a la vez condenación y salvación. En la que una de los protagonistas dice haberse pasado toda la vida en busca de algo que nunca ha podido encontrar.

Quienes son incapaces de ver en a Ford en “Siete mujeres” son, en el fondo, víctimas de la más sostenida y elaborada fabulación fordiana, la que le quiere maniatado a una corneta de la caballería, machista, racista, tradicionalista, sensiblero y simplón. Sólo los habituados a identificar a Ford con el puñado de facilones estereotipos que él mismo contribuyó a cimentar pueden sorprenderse porque, en su despedida, Ford dirigiera una película cuyo elenco está casi exclusivamente compuesto por mujeres y en la que los hombres son reducidos a la condición de bestias cobardes y entregadas a la satisfacción de sus más bajos apetitos. O porque en ella se examinen con crudeza los rincones más oscuros y falsarios de la fe religiosa. O porque uno de sus protagonistas, Woody Strode, un negro con sangre india, se convirtiera por aquellos años en uno de los mejores amigos de Ford y fuera uno de los pocos elegidos que pudieron despedirse de él, del racista, misógino y reaccionario Ford, en el lecho de muerte del mejor director de todos los tiempos, tal día como hoy, hace ya cuarenta años.
Normelvis Bates
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1 de marzo de 2015
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Digno final de la larga y gloriosa carrera de Ford, 7 Women es un reto y un desmentido. Tan abusivamente considerado un «director de hombres» -olvidándose, no se entiende cómo, de Maureen O’Hara, Ava Gardner, Jane Darwell, Vera Miles, Joanne Dru, etc.-, como Cukor un «director de mujeres», Ford se encierra en un estudio con nueve (que no siete) actrices y casi prescinde de los hombres para rodar, a los setenta y un años, su película más combativa. También la más próxima a la abstracción, la más despojada, la menos sentimental. No debía estar para bromas y parece como si intuyera que le quedaba poco tiempo y menos metros de película: esta vez no hay casi humor, ni canciones, el paisaje ha desaparecido y en todo momento la narración avanza, a un paso tan suave como vertiginoso, al nudo dramático de cada escena. No hay, pues, ni pausas ni digresiones, y los meandros ceden su puesto a puras sinuosidades rítmicas que no impiden nunca que Ford y sus actores vayan siempre al grano. Sin contemplaciones ni concesiones al naturalismo, la belleza o el melodrama, al que se prestaba tan fácilmente el argumento, ambientado en una China imaginaria de 1935: no hay coartadas ni posibilidades de buscar «claves de lectura».

El protagonista es, naturalmente, una mujer. Más decidida que cualquiera de sus hermanos -que solía interpretar John Wayne-, la doctora Cartwright, tal como la encarna Anne Bancroft, es el personaje más admirable de Ford y el que el director más quiere y respeta de cuantos ha creado. A John Wayne siempre le miró con socarronería, consciente de su torpeza de tímido grandullón; a Anne Bancroft no: sorprendentemente, se identifica plenamente con sus posturas irreverentes y desencantadas, con su valentía suicida, con su actitud de desafío permanentemente. Por eso le dedicó sus últimas y más hermosas imágenes, las más intensamente líricas de su inmensa obra, que celebran, con una armonía y una fluidez que forzosamente hacen pensar en los constantes culminantes de Mizoguchi, la victoria final sin darle importancia al precio. Ford se demostró a sí mismo, y a los demás de paso, que era capaz todavía de aventurarse en terrenos desusados y de guiar con pulso firme y seguro, sin una vacilación, una historia desnuda de retórica y efectismo, ajena por completo a las modas del momento y, para colmo, interpretada predominantemente por mujeres. Al poner punto final a su obra estaba abriendo nuevo caminos, revelando aspectos de su propia personalidad hasta entonces ocultos o velados y proyectando sobre sus películas anteriores una nueva luz esclarecedora. Después de 7 Women no necesitaba añadir más.
atletico
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