El mes más corto y variable

29 de febrero: esta es la historia del año bisiesto

A mediados del siglo I a.C., el calendario romano estaba casi tres meses desfasado, cuando César decidió reformarlo por completo y añadir un día extra a febrero cada cuatro años.

WHA 046 0370

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Enero, febrero (de solo 28 días) y marzo en un calendario de 1897.

World History Archive / Cordon Press

Febrero es sin duda el mes más heterogéneo del año. Dura menos de 30 días y es el único que tiene una extensión variable: normalmente de 28 días, pero cada cuatro años –como ocurre este 2024– se le suma un día más, el 29. ¿A qué se debe esta “anomalía”? El día bisiesto es una invención de los romanos, la primera potencia global del mundo occidental y a la que debemos gran parte nuestra idiosincrasia y costumbres. 

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En el año 46 a.C., Julio César reformó por completo el calendario romano entonces vigente, que llevaba un desfase de varias semanas respecto al año solar, y añadió un día repetido en febrero cada cuatro años para ajustar el año humano al astronómico (una vuelta de la Tierra alrededor del sol, que se produce cada 365’25 días).

Ese calendario, “el que menos yerra acerca de esta anomalía del tiempo”, según el historiador Plutarco, no contemplaba un 29 de febrero propiamente dicho, sino un día repetido, el sexto antes del comienzo de marzo, de ahí la denominación de bisiesto. Un día bis que ha acabado convertido milenios después en un 29 de febrero por cuestiones prácticas. 

El primer calendario

Medir el tiempo era una tarea de suma importancia para las primeras sociedades sedentarias, que necesitaban establecer ciclos estables para las labores agrícolas, las fiestas religiosas asociadas a ellas… O para el cobro de impuestos. 

Los romanos atribuían a Rómulo, fundador y primer rey de la ciudad, su primer calendario, que constaba de 10 meses. Según el poeta Ovidio, que en época de Augusto recogía la tradición, "el tiempo suficiente para cumplir este año era hasta cuanto tardaba un niño en salir del vientre de su madre". Esos meses, que iban de marzo a diciembre totalizaban 304 días. Enero y febrero eran un tiempo en el limbo que se dejaba pasar hasta el inicio de la primavera.

Esta historia, entre la realidad y el mito, era asumida por muchos eruditos romanos. Coetáneo de Ovidio, Plutarco relataba que en épocas remotas "los romanos contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días y dando a otros treinta y cinco”.

Un febrero de 28 días

Sea como fuere, ese calendario debía suponer tal desbarajuste que, como señalaba el historiador Tito Livio, el segundo rey de Roma, Numa Pompilio, "dividió el año en doce meses, correspondientes a las revoluciones de la Luna". Este soberano, otro personaje entre la realidad y el mito, habría sido el responsable de agregar los dos meses que "faltaban", al inicio (enero) y al final (febrero).

Las legendarias historias de Rómulo y Numa, difíciles de creer, sirvieron a los romanos para explicar la estructura de un calendario surgido en época etrusca y que se mantuvo vigente durante siglos, con meses de 31 días y de 29. 

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Se daba respuesta de esta manera a una superstición romana desde tiempos remotos, que consideraba los números impares como un signo de buena suerte. Así, Numa (o quien fuera el inventor del calendario republicano) habría transformado los meses "huecos" (de 30 días) en "plenos" (de 29, número impar, de buen augurio, igual que el 31).

Ese calendario tan acorde con los buenos augurios se enfrentaba una limitación matemática insalvable, que tendría un número par de días –cualquier suma de números impares multiplicados por un número par da como resultado un número par–. Para solucionarlo se restó un día a un mes, y el elegido fue febrero, seguramente por ser el último entonces. 

Comodín para el desajuste

Mejor un mes gafe que todo un año gafe, pensarían. Esa sería la explicación de por qué febrero –que a mitad del siglo V a.C. fue reubicado como segundo mes del año– tiene menos días que el resto. En cualquier caso, febrero se utilizaría desde entonces para compensar los desajustes de un calendario mejor que el anterior, pero que estaba lejos de ser perfecto.

El calendario republicano romano tenía 355 días, por lo que cada año se "perdían" todavía 10 días respecto al año sideral, lo que llevaba a añadir cada dos años un mes de febrero extraordinario, mercedario, que acomodaba por así decirlo los meses lunares al año solar.

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El encargado de contabilizar el calendario y decretar este mes extraordinario era el Pontifex Maximus, pero la dejación de funciones y la corrupción (acortar el mandato de los magistrados rivales) creó desfases que llegaron a trastocar el inicio de las estaciones y las tareas agrícolas.

La reforma de Julio César

A mediados del siglo I a.C. la necesidad de un calendario fiable para Roma era evidente. Plutarco contaba que “las fiestas y los sacrificios, alteradas las épocas poco a poco, venían ya a caer en las estaciones opuestas”. El año del tercer consulado de César (46 a.C), el comienzo del año civil se había adelantado nada menos que 67 días al año astronómico. Entonces Julio César tomó la drástica decisión de añadir 90 días extras a ese año y establecer el año civil en base al curso del sol.

A partir de su cuarto año consular (45 a.C.) el dictador estableció un nuevo calendario de 365 días repartidos en 11 meses de 30 o 31 días y otro de 28. Se inspiró en el calendario solar egipcio, el más perfecto creado en el Mediterráneo, no en vano desde hacía milenios "el ciclo de las estaciones siempre aparece en la misma época para ellos", explicaba maravillado Heródoto en el siglo V a.C.

Con el objetivo de ajustar las casi seis horas de más del año sideral respecto al año "humano", César hizo repetir un día cada cuatro años. En la nomenclatura romana se denominaba bis sextus dies ante kalendas Martias ("sexto día antes de las calendas [día 1] de marzo bis"), de ahí el término bisiesto. El equivalente a repetir el actual 23 de febrero. 

Este calendario regiría los imperios romanos y la Europa cristiana durante 1.600 años hasta que el papa Gregorio XIII introdujo un nuevo ajuste que mejoraría todavía más la precisión del mismo y que ha llegado hasta nuestros días. La reforma delpontífice estableció que los bisiestos serían cada cuatro años, excepto los divisibles entre 100 y no divisibles entre 400. Por ello 1900 (no divisible entre 400) no fue bisiesto y 2000 sí. Con el paso del tiempo, el día repetido mudó a un 29 de febrero cada cuatro años, manteniendo eso sí, la denominación de bisiesto y la anomalía del mes que siempre ha tenido menos de 30 días por una superstición pagana.