La guerra de posiciones (1915-1916) - LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, 1914-
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La guerra de posiciones (1915-1916)

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, 1914-

4. La guerra de posiciones (1915-1916)

En diciembre de 1914 los planes para una guerra rápida habían fracasado y la situación se hallaba estancada. Se inician entonces nuevos métodos de guerra. Lo primero será establecer un frente defensivo continuo: es la guerra de trincheras. Se excavan varias líneas escalonadas en profundidad, normalmente dos, a una distancia de 3 o 4 km, unidas por pasadizos sinuosos y protegidas por alambradas; en los laterales se colocan casetas de cemento para interferir el avance enemigo. En retaguardia se sitúan la artillería, servicios auxiliares, hospitales de campaña y centros de descanso.

La vida en primera línea se caracteriza por la tensión permanente, problemas de abastecimiento e higiene, el barro y el frío, la dureza de los asaltos. Los ataques se preparan con intenso fuego artillero para debilitar las defensas enemigas; a continuación la infantería avanza frente a los disparos de fusiles y ametralladoras y en la lucha cuerpo a cuerpo se usan granadas y bayonetas. En medio de la calma de horas o de días, las trincheras se ven sometidas a bombardeos y asaltos inesperados. Las ofensivas tropiezan con grandes dificultades y ocasionan numerosas bajas, pues hay que abrir brecha entre las alambradas, neutralizar el fuego enemigo y avanzar rápidamente hasta la primera línea de trincheras. Si se logra, aún se corre el riesgo de ser barrido por las ametralladoras de las casamatas laterales; y alcanzar la segunda línea o resistir el contraataque es muy costoso y depende en última instancia de la capacidad de resistencia de pequeños grupos que han perdido contacto con sus bases. Sólo en 1915 los franceses tuvieron un millón y medio de bajas (entre muertos y heridos), 300.000 los ingleses y 875.000 los alemanes.

Las nuevas tácticas exigen nuevo armamento: aumenta el calibre de las piezas de artillería y se incorpora el mortero, que sustituye el tiro rasante por el curvo, machacando las posiciones enemigas. En 1915 los alemanes introducen el lanzallamas y los gases asfixiantes, a lo que los Aliados responden produciendo máscaras antigás en grandes cantidades. Nada de esto será determinante, pero da al campo de batalla ese aspecto fantasmal que ha quedado en las

ilustraciones y relatos de la época. En 1916 aparecen los primeros tanques, con un empleo limitado. La aviación se incorpora para operaciones de observación, y desde 1917 aviones más pesados y zepelines alemanes se utilizan en misiones de persecución y bombardeo sobre ciudades de retaguardia (Paris y Londres) con el fin de minar la moral del adversario.

La entrada en una guerra larga rompe todas las previsiones de los beligerantes, obligándoles a esfuerzos cada vez mayores para atender las demandas del frente y de la población civil. Se echa mano de todos los reservistas y desde 1916 se llama a los reclutas con antelación; para los servicios auxiliares se utiliza a los adultos. La Entente recluta tropas en las colonias y los británicos se ven obligados a introducir el servicio militar obligatorio. A principios de 1916 hay concentrados en el frente occidental casi seis millones de hombres: 3.470.000 de la Entente y 2.350.000 alemanes. Las reservas de armamento y municiones se agotan enseguida y es preciso multiplicar la producción, lo que obliga al intervencionismo estatal en la industria y la incorporación a las fábricas de mano de obra femenina. Si en 1914 el porcentaje de la renta nacional destinado a gastos militares era del 4 %, durante el conflicto se situará entre el 25 y el 33 %.

A ello se añaden los efectos del bloqueo naval. Los imperios centrales contaban con núcleos industriales en Alemania, Bohemia y las zonas ocupadas de Francia; pero el abastecimiento de alimentos y materias primas se convierte a la larga en un serio problema. Los Aliados resisten mejor gracias a las importaciones de las colonias, pero el bloqueo también les afecta, especialmente a Inglaterra. Desde 1915 el Reino Unido establece la inspección sobre los buques civiles del Mar del Norte, lo que provoca reacciones negativas de los neutrales. Más grave será la guerra submarina de Alemania contra los buques comerciales. En conjunto, las más perjudicadas por el desabastecimiento van a ser Alemania y Rusia.

En 1915 se estabilizan los frentes, una vez que se revelan inútiles los intentos de abrir

brecha en ellos. Inicialmente los alemanes despliegan una amplia ofensiva en el Este que obliga a retirarse a los rusos hasta el Beresina, con unas pérdidas de 150.000 muertos, 683.000 heridos y casi 900.000 prisioneros, la mitad de su ejército. Pero no pueden seguir avanzando indefini- damente por las estepas, heladas en invierno, por lo que se consolida un frente continuo desde el Báltico al Dniéper.

En el frente occidental los alemanes optan por la estrategia defensiva, siendo el mando francés el que impulsa varias ofensivas, que se saldan con escasos resultados o, como en la de Champaña, con un fracaso total. La entrada en guerra de Italia (abril), tentada por las compensaciones territoriales que acuerda con la Entente, no aportará un refuerzo significativo y, de hecho, el frente italiano será secundario. Tampoco resultarán decisivas las operaciones en el Mediterráneo oriental: el bombardeo de los Dardanelos y el desembarco franco-británico en Gallípoli termina en retirada, si bien los franceses establecen una cabeza de puente en Salónica. La entrada en guerra de Bulgaria al lado de Alemania por intereses territoriales (septiembre) provocará el derrumbamiento de Serbia, atacada en dos frentes.

Ante la imposibilidad de romper el frente occidental, en 1916 se plantea la guerra de

desgaste. Los contendientes ponen en práctica la estrategia del «punto débil», concentrando sus

esfuerzos en un determinado lugar en el que cuentan con buenas posiciones y atacándolo con intensidad persistente para diezmar las fuerzas del adversario. Así se desarrollarán sucesivamente las batallas de Verdún y del Somme.

Verdún constituía un saliente en la línea del frente francés y las tropas alemanas se encontraban en las elevaciones próximas. Los ataques de éstos tenían como objetivo principal obligar a los franceses a desgastar sus fuerzas en la defensa de sus posiciones hasta rendirías, contando con que éstos perderían una media de cinco soldados por cada dos alemanes. La batalla se desarrolla inicialmente con éxito para los alemanes (febrero-marzo), pero durante los dos meses y medio siguientes los ataques y contraataques no mueven el frente, a pesar de las enormes pérdidas. Los franceses resisten gracias a las comunicaciones ferroviarias, que permiten la afluencia continua de material y combatientes. Cuando en junio los alemanes

inician la segunda fase de la batalla y amenazan directamente a Verdún, el mando francés (Joffre) decide dar la réplica en el Somme, viéndose Falkenhayn obligado a detraer parte de sus efectivos, con lo que el frente queda estabilizado. La estrategia de desgaste ha fracasado, las cuantiosas pérdidas han sido casi parejas (380.000 franceses, 340.000 alemanes) y constituye un triunfo moral para Francia.

La batalla del Somme (julio-septiembre), a iniciativa francesa, tiene características similares, salvo que se desarrolla en un frente mucho más amplio, de 70 km. Tampoco aquí se logra romper el frente, pero las tropas alemanas sufren tales pérdidas y quedan tan diezmadas de mandos que su infantería ya no volverá a tener la misma capacidad combativa. Los 12 km (por 5 de ancho) que recupera la Entente carecen de valor estratégico, pero han costado 194.000 muertos y heridos franceses y 419.000 ingleses; los alemanes han perdido en torno a 500.000.

Mientras tanto, en el frente del Este las fuerzas austro-alemanas se encuentran ante la única gran ofensiva rusa, la de Brusilov (junio-agosto), quien lanza el ataque en un frente de 150 km, forzándoles a un amplio repliegue. Pero falto de medios y con un ejército que da las primeras muestras de desmoralización, se ve obligado a detenerse. Las operaciones han sido importantes, pero no decisivas y su efecto será más bien político, al decidir a Rumania a entrar en guerra al lado de Rusia (agosto). Pero en diciembre es ocupada por los alemanes.

Finalmente, para acabar con el bloqueo en el Mar del Norte, Alemania se decide a sacar su armada con la intención de entrar en combate sólo si se encuentra con una parte de la muy superior armada británica. Pero tropieza con el grueso de la misma en la batalla de Jutlandia (mayo) y, pese a infligirle pérdidas importantes, debe regresar rápidamente a puerto, de donde no volverá a salir.

Las dificultades para una solución militar derivaban de las propias características del

conflicto. En una guerra larga la balanza debería inclinarse por la parte que contase con mayores recursos industriales y financieros para sostener el esfuerzo, en lo que la Entente contaba con ventaja. ¿Por qué entonces las posiciones permanecieron equilibradas durante tres años y medio e incluso la Entente corrió el riesgo de ser derrotada en 1917?

En primer lugar, los sectores en que los Aliados eran fuertes no bastaban para una victoria decisiva. La disponibilidad de amplios territorios coloniales no era suficiente ante la capacidad de producción de alimentos de los imperios centrales y el aprovechamiento de sus conquistas militares, como los minerales de Luxemburgo o el trigo y petróleo de Rumania, aparte de las importaciones desde los países neutrales. Sólo el bloqueo marítimo y la presión sobre éstos terminó dañando su economía. Tampoco la neta superioridad naval británica podía aplicarse en combates de superficie, pues ante la guerra submarina practicada por Alemania, las minas y una cierta cobertura aérea, las flotas procuraron permanecer en puerto. Si desempeñaría un papel importante desde 1917 en la protección del comercio con los Aliados, formando convoyes para acompañar a los mercantes. En todo caso, el mutuo bloqueo marítimo sólo podía producir resultados a largo plazo.

En segundo lugar, la propia naturaleza de la guerra de posiciones hacia muy arriesgado el ataque, pues implicaba pérdidas enormes y difícilmente se podía romper el frente. Para avanzar un centenar de metros los contendientes se veían sometidos a una terrible sangría. En este escenario los alemanes contaban con dos ventajas: la ocupación de las tierras altas en el frente occidental desde el principio, por lo que les bastaba con mantenerse a la defensiva, dejando el desgaste del ataque para los franco-británicos; y la maniobrabilidad de sus unidades gracias a la continuidad territorial y las buenas comunicaciones, pudiendo transportarlas con rapidez y seguridad entre el frente Este y el Oeste según las necesidades.

En tercer lugar la Entente tenía dificultades en la puesta a punto de sus tropas: la ingente disponibilidad rusa de hombres chocaba con su falta de cuadros y de armamento; el ejército de tierra británico era muy limitado y pasó tiempo hasta que pudo poner en Francia un millón de hombres; y con los italianos apenas se podía contar. Fueron, pues, Francia y Rusia las que llevaron el peso decisivo durante los dos primeros años.

Aunque la moral de los combatientes se mantenía gracias a la camaradería en el frente y el sentido del deber, a fines de 1916 se extendió un profundo malestar entre la población por la prolongación de la guerra y la inutilidad de las batallas. Esto obligó a los gobiernos a incrementar la propaganda y realizar cambios en los Estados Mayores. La retaguardia vivía en una angustia permanente por los desastres militares, los muertos y heridos y las noticias sobre las condiciones del frente. La opinión pública, al menos la que se manifestó, se dividió en dos corrientes: la que exigía de los gobiernos iniciativas más decididas, reflejo de la decepción por no salir del punto muerto, y el pacifismo minoritario que propugnaba una «Paz blanca» sin anexiones ni indemnizaciones.

La Conferencia de Zimmerwald (Suiza, septiembre de 1915) había reunido a sectores socialistas minoritarios de diversos países. El manifiesto elaborado condenaba la guerra imperialista y denunciaba sus efectos de depresión económica y retroceso político; proponía recuperar el internacionalismo proletario y la lucha de clases, vinculada al activismo por la paz. Pese a su gran difusión, apenas caló en la opinión pública, influida por una prensa sometida a censura. En la Conferencia de Kiental (Suiza, abril 1916) se avanzaron propuestas concretas, como la de rechazar la participación en los gobiernos, votar en contra de los créditos militares, reclamar el armisticio inmediato para una Paz sin anexiones ni indemnizaciones y preparar la insurrección para poner fin a la guerra y emprender la revolución proletaria. El eco fue desigual, pero en general también minoritario.

No obstante, a fines de 1916 los gobiernos sondean las posibilidades de paz. La iniciativa, surgida de las potencias centrales, es asumida por el presidente norteamericano Wilson, quien pide a los beligerantes que concreten sus propuestas. Pero éstas sólo sirven para constatar que las posiciones son irreconciliables y que mantienen objetivos anexionistas. Nada, por tanto, que permitiera entrever una salida pactada. En realidad, tanto en los Estados autoritarios como en los democráticos era muy difícil presentar a las poblaciones que dos años y medio de FUENTE: M. García y C. Gatell, Actual. Historia del Mundo Contemporáneo, Barcelona, Vicens Vives, 1999.

sacrificios, con cientos de miles de muertos y heridos (varios millones entre todos los contendientes), no habían servido para nada.

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