Hecho Histórico

1873, el año en que el mundo se citó en Viena

La cúpula de la Rotonda

La cúpula de la Rotonda

Atracción. Un grupo de vieneses sube a la cúpula de la Rotonda, el edificio principal de la exposición.

Wien Museum

Hace 150 años, Viena se abrió al mundo y el mundo acudió a la cita con la capital del Imperio austrohúngaro. En 1873, la ciudad del Danubio acogió – bajo el lema «Cultura y Educación»– la quinta Exposición Universal de la historia, y la primera que no tenía como sede París o Londres. Pese a que acabaría siendo un desastre económico, la muestra situó a Viena en el mapa global y tuvo un gran impacto en su transformación en una urbe moderna. 

El recinto ferial se situó en el inmenso parque del Prater, una antigua reserva de caza imperial cedida a la capital un siglo atrás. El día de la inauguración, el 1 de mayo, el recinto aún estaba a medio terminar y solo estaba listo el pabellón alemán. Además, se produjeron unas fuertes lluvias que inundaron el Prater y provocaron un tremendo colapso del tráfico que transportaba al público al acto. La británica Emily Birchall, que visitó la muestra durante su viaje de bodas por Europa, escribiría dos días después: «Sábado 3 de mayo [...]. Había pocos visitantes, especialmente por la mañana [...], pero miles de trabajadores [...]. La exposición se halla en un estado lamentablemente inacabado; algunas partes se ven claramente incompletas, y, sin duda, no podrán estar listas en meses». 

Cuando se inauguró solo estaba terminado el pabellón alemán

Durante los seis meses que duró la exposición, clausurada el 2 de noviembre, se produjeron otras calamidades: una crisis bursátil en Viena en mayo (antecedente de la que estallaría en Nueva York en octubre) y una epidemia de cólera en agosto. El elevado precio de las entradas repercutió en la afluencia de público. La de la jornada inaugural costaba 25 florines, con los que podía vivir durante tres semanas una familia vienesa de cuatro personas. El resto de días, el precio era de 10 florines. Al final, los 20 millones de asistentes que esperaba la organización quedaron reducidos a 7,3. 

Pese a ello, la exposición fue un gran acontecimiento. Apenas seis años antes, una reforma política había dado lugar al Imperio austrohúngaro, una monarquía dual que tenía al emperador Francisco José como soberano de dos Estados: Austria y Hungría, con lo que se quiso garantizar la estabilidad de un Estado tan extenso como culturalmente diverso. La exposición vienesa era un escaparate propagandístico ideal para demostrar el poder del refundado Imperio. 

 

Una ciudad nueva

La muestra sirvió también para presentar ante el mundo el nuevo aspecto de la capital austríaca. En 1857, Viena había derribado sus murallas para crear una gran avenida circular, la Ringstrasse, en la que se erigieron edificios monumentales, como la Ópera, el Ayuntamiento o el Hotel Imperial. Para la exposición, la ciudad se dotó de seis nuevas estaciones de tren, lo que la convirtió en un destacado nudo ferroviario europeo. Durante la feria se inauguró un impresionante acueducto de 95 kilómetros de longitud que llevaba hasta la ciudad el agua de los Alpes de la Baja Austria y Estiria. De esta forma se confiaba en evitar las epidemias causadas por el abastecimiento del Danubio. 

La exposición fue asimismo un lugar de encuentro de los jefes de Estado de Europa y del mundo. Aparte del emperador austríaco, que visitaría la muestra en 48 ocasiones, una treintena de cabezas coronadas pasaron por la exposición, desde el zar de Rusia y el káiser alemán hasta el sha de Persia. Estas visitas atraían a una multitud de curiosos. Cuando llegó el rey de Italia, Víctor Manuel II,
una mujer declaró a un periodista: «Es verdad que está un poco pasado
de peso y que su cara es oscura como la de un gitano pero ¡qué ojos tan brillantes! Y, lo que es más, ¡qué bigote tan fino!».

Viena

Viena

Viena. Vista panorámica de la ciudad con el recinto de la exposición en primer término. Ilustración de Joseph Lampl. Museo de Viena.

DEA / Scala, Firenze

Otros visitantes ilustres dejaron un recuerdo menos grato, como el sha de Persia, Nasser al-Din Sah Qajar, el primer gobernante moderno de su país en viajar por Europa. El emperador Francisco José acabaría por lamentar la decisión de ceder el palacio de Laxenburg al monarca persa para que se alojara junto a su séquito: la delegación oriental causó tales daños a la decoración y el mobiliario del edificio que tuvo que ser sometido a una reforma general.

Con una superficie de 16 hectáreas, el recinto ferial vienés era cinco veces más grande que el de la anterior Exposición Universal en París de 1867. El espacio estaba presidido por la Rotonda, una gigantesca construcción coronada por la mayor cúpula del mundo, de 108 metros de diámetro, 84 de altura y mil toneladas de acero, chapa, madera y yeso, estructura que sin embargo no pudo evitar las goteras. Bajo ella se podían reunir hasta 27.000 personas. Junto con algún pabellón menor, fue el único edificio que se salvó de la piqueta tras la muestra, hasta que ardió en un incendio en 1937.

 

El papel de la mujer

La exposición contó en total con 194 pabellones. La razón de ser de las primeras exposiciones universales era presentar los últimos avances técnicos realizados en cada país, y por ello el edificio dedicado a la maquinaria industrial en la muestra de Viena tenía nada menos que 800 metros de longitud y 70.000 metros cuadrados de superficie. 

Pero la Exposición vienesa destacó igualmente por otras innovaciones. Por ejemplo, fue la primera que dedicó un espacio a los trabajos realizados por mujeres, algo que se mantendría en las exposiciones de las décadas siguientes. El derecho al trabajo femenino era una de las principales reivindicaciones de finales del siglo XIX, y la muestra de Viena se hizo eco de ello en un pabellón –compartido con otra sección de la muestra– en el que se presentaron un millar de objetos confeccionados por mujeres. Pese a ello, las mujeres representaron tan solo el cuatro por ciento de los 53.000 expositores que participaron en la muestra, procedentes de 35 países.

Abanico con el dibujo del edificio de la Rotonda

Abanico con el dibujo del edificio de la Rotonda

Abanico con el dibujo del edificio de la Rotonda.

Wien Museum

La Exposición de Viena fue también la primera en acoger representaciones de países no europeos, como Marruecos, Egipto, Túnez, el Imperio otomano, Persia o Siam. Se creó un Barrio Oriental con réplicas a escala natural de edificios exóticos para los europeos. Algunos eran un tanto fantasiosos, como el pabellón egipcio, un híbrido de cafetería y mezquita. Las cerámicas, los tejidos de seda y las espadas de Persia y el norte de África causaron sensación.

 

El encanto japonés 

El pabellón más destacado de la muestra fue el japonés. Embarcado desde 1867 en la Revolución Meiji, que puso fin a siglos de feudalismo y de clausura frente al exterior, Japón se presentaba por primera vez ante Occidente como un país moderno. El recinto nipón, construido por 25 artesanos llegados desde el archipiélago, estaba dotado de un jardín y un santuario, y también funcionó una casa de té. En él se exhibieron productos y obras de arte de todas las provincias que se reunieron por duplicado: una de las piezas se envió a Austria y la otra se quedó en las islas, destinada al futuro Museo Nacional de Tokio.

Pabellones y jardines japoneses en la Exposición Universal de Viena

Pabellones y jardines japoneses en la Exposición Universal de Viena

Pabellones y jardines japoneses en la Exposición Universal de Viena. Fotografía por Oscar Kramer. 1873.

Wien Museum

La Exposición, en la que se invirtieron 19 millones de florines, dejó en las arcas del Imperio austrohúngaro un enorme agujero de unos 15 millones. Pero sería recordada como un hito en la modernización de Viena y de Austria, y, pese a los prejuicios eurocéntricos y colonialistas, como una exhibición de la diversidad de culturas del planeta. 

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Maquinaria industrial en el pabellón de Suiza y Bélgica

Maquinaria industrial en el pabellón de Suiza y Bélgica

Maquinaria industrial en el pabellón
de Suiza y Bélgica.

AKG / Album

La revolución de la soja

Pese a la importancia que concedían las Exposiciones Universales a la tecnología y la maquinaria, una de las aportaciones más trascendentales de la muestra vienesa de 1873 fue la introducción de la soja en Europa (y por extensión, en el resto del mundo). Traída por la delegación japonesa, la pequeña legumbre asiática –hoy uno de los cultivos más extendidos del planeta– arraigó por primera vez en suelo europeo en los jardines del palacio de Schönbrunn, entonces sede de la Universidad de Viena, donde se adaptó con facilidad gracias al botánico Friedrich Haberlandt, considerado el padre de la expansión universal de esta planta. El científico austríaco consideraba la soja como la legumbre con mayor valor nutricional y más usos alimentarios, y como la solución a los problemas de hambre en el mundo. 

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La Dama oferente

La Dama oferente

La Dama oferente, una de las esculturas iberas del Cerro de los Santos.

Alamy / ACI

Arte ibero en Viena

El pabellón español se inauguró con dos meses de retraso. Debía exponer copias de las esculturas iberas del Cerro de los Santos (Albacete), pero más tarde se descubriría que casi la mitad de los originales eran falsificaciones de un estafador que engañó al Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

 

Este artículo pertenece al número 236 de la revista Historia National Geographic.