Megapoderes y micropotencias | Opinión | EL PAÍS
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Megapoderes y micropotencias

Royal Dutch Shell es una de las empresas más grandes y poderosas del mundo. Bolivia es uno de los países más pobres del planeta; su economía no representa más que el 3% de los ingresos anuales de Shell. Hace poco, el presidente de Shell, Jeroen van der Veer, declaró en tono un tanto sumiso que su compañía estaba resignada a aceptar la decisión boliviana de romper los contratos que había firmado. Dijo también que no cree que siga siendo buena idea que las compañías petroleras recurran judicialmente contra las políticas nacionalistas de países como Bolivia. Antiguamente, las grandes multinacionales no se plegaban a los deseos de humildes gobiernos. Los colosos de la industria no se quedaban callados cuando, en nombre de una bandera nacional, les confiscaban sus yacimientos de petróleo y de gas o sus minas. Se defendían, y no sólo con la retórica.

En otra zona del mundo, una milicia variopinta, equipada con armamento pequeño y explosivos improvisados, está impidiendo al ejército más poderoso de la historia hacerse con el control de un territorio que no tardó nada en conquistar. Este mismo modelo, el de las pequeñas micropotencias que están logrando hacer frente al dominio de los megapoderes tradicionales, se ve también en otro mercado mucho más intelectual, el de las enciclopedias. La fuente de información más antigua y respetada del mundo, The Encyclopaedia Britannica, ve su supervivencia amenazada por extraños recién llegados. Una de esas novedades, Wikipedia, que no tiene más que cinco años de edad, es ya 12 veces más extensa que la Britannica, cuya primera edición se publicó en 1768. Wikipedia es gratis, sólo existe en la Red, se puede leer en 229 idiomas y se amplía a diario gracias a la labor de voluntarios no remunerados. Un reciente estudio publicado en la revista Nature reveló que, a pesar de ser mucho más voluminosa, Wikipedia tenía 162 errores, frente a 123 de la Britannica.

La Britannica, por supuesto, no es la única empresa cuya supervivencia está amenazada por nuevos rivales que nadie podía imaginar. The New York Times, fundado en 1851, considera a Google, creado hace ocho años, como uno de sus competidores más serios. Todas las grandes compañías se sienten presionadas, y la tendencia se está acelerando. Según los profesores Diego Comin y Thomas Philippon, de la Universidad de Nueva York, en 1980, una empresa situada entre las 20 primeras de su sector tenía sólo un 10% de probabilidades de no seguir siendo una de las más importantes cinco años después. En 1998, el riesgo era más del doble. De hecho, 30 de las 100 compañías estadounidenses presentes en la lista de Fortune no figuraban en ella el año pasado. Y grandes cambios en el sector significan también gran movimiento de puestos directivos. En 2005, de las 2.500 mayores compañías del mundo, 383 perdieron a sus presidentes; la mitad, por despido. Según la firma de consultoría Booz Allen Hamilton, el año pasado fue el de más movilidad en este sentido desde que inició sus sondeos, hace 10 años, y el número de presidentes despedidos por bajo rendimiento se cuadruplicó. Sorprendentemente, los mayores cambios de presidentes se produjeron entre las principales empresas de Japón, en otro tiempo consideradas refugio de actuaciones mediocres.

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La reducción de plazos para los altos cargos, la presencia de nuevos rivales inesperados y la disminución de los márgenes de maniobra caracterizan hoy también la vida política. Para empezar, las victorias electorales arrolladoras, aunque todavía existen -Jacques Chirac, en 2002, o Junichiro Koizumi, en 2005-, han dejado de ser la norma para ser la excepción. Por el contrario, lo habitual es que los presidentes y los primeros ministros ganen elecciones nacionales por mucha menos diferencia. Victorias por márgenes mínimos como las de Angela Merkel en Alemania, Romano Prodi en Italia u Óscar Arias en Costa Rica representan un modelo que consiste en que un dirigente elegido con un mandato popular débil se ve obligado a gobernar improvisando una frágil coalición. Estas asociaciones políticas caen fácilmente en manos de micropoderes con capacidad de vetar, postergar decisiones o utilizar la presión popular sobre actores más poderosos. Como es natural, esta tendencia ha acortado asimismo los mandatos de los ministros que, en la mayoría de los países, se miden ya mucho más en meses que en años.

La proliferación de nuevos micropoderes capaces de restringir la autonomía de sus gigantescos rivales tradicionales es una tendencia en aumento en todo el mundo. Estados Unidos se enfrenta a la coacción de los terroristas islámicos. Los bancos centrales viven bajo la amenaza de los fondos de protección. Existen grandes franjas de territorio, importantes organismos oficiales o actividades empresariales entre las más lucrativas de cada país, que se encuentran en manos de organizaciones criminales pertenecientes a redes mundiales imposibles de controlar. Grandes compañías de medios de comunicación sufren el acoso, el ridículo y, a veces, la paralización, debido a las anotaciones diarias de 40 millones personas que escriben en blogs, un número que se duplica cada cinco meses. Hay gobiernos latinoamericanos que han caído por la acción de grupos indígenas que, hace unos años, eran insignificantes desde el punto de vista político. Incluso el Vaticano afronta una competencia más dura. Hace 50 años, el 90% de los latinoamericanos eran católicos. Hoy, uno de cada cinco habitantes de la región se identifica como evangélico o cristiano pentecostalista.

Esta tendencia, la de unos actores que logran concentrar con gran rapidez una enorme fuerza, unos megapoderes tradicionales que ven constantemente contestada su hegemonía y un poder que es cada vez más efímero y más difícil de ejercer, es visible en todas las facetas de la vida humana. De hecho, es una de las características definitorias pero incomprendidas de nuestra época. Los especialistas de hoy debaten si el sistema internacional, en otro tiempo dividido en dos por la guerra fría, está pasando a ser un sistema unipolar en el que Estados Unidos es la única superpotencia o si, tal vez, avanzamos hacia un sistema multipolar con centros en Estados Unidos, China y otras naciones poderosas. Quizá no sea ninguna de las dos cosas. Lo que puede estar avecinándose -y, en ciertos aspectos, ya está aquí- es un mundo hiperpolar en el que coexistan muchas potencias de gran tamaño con miles de poderes menores (no en todos los casos naciones-estado) capaces de restringir enormemente el dominio de una sola nación o institución. Un mundo así ofrece muchas oportunidades para lo pequeño, ya sea un país, una nueva empresa o un individuo con talento. Pero dichas oportunidades surgen a costa de algo; y en este caso, el precio es la estabilidad. Independientemente de que uno prefiera a David o a Goliat, la compleja relación de megapoderes y micropotencias engendra un mundo más volátil y dividido.

Moisés Naím es director de Foreign Policy y autor de Ilícito: cómo el contrabando, los traficantes y la piratería están cambiando el mundo. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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