Grandes catástrofes de la historia

El pavoroso incendio que destruyó Londres en 1666

En apenas tres días, el terrorífico incendio que se desató en Londres el 2 de septiembre de 1666 dejó reducida a cenizas la mayor parte de la ciudad. Las llamas, en su implacable avance, destruyeron cuatrocientas calles y 13.000 viviendas de la capital, dejando a su paso miles de damnificados sobre todo entre los más pobres.

Recreación del Gran incendio de Londres. Óleo por Josepha Jane Battlehooke. 1675. Museo de Londres.

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En la madrugada del domingo 2 de septiembre de 1666, el administrador del Almirantazgo Samuel Pepys y su esposa Elizabeth dormían en su casa londinense de Seething Lane cuando su criada Jane los despertó con noticias alarmantes: un incendio empezaba a consumir viviendas y calles del centro de la ciudad. Alertado por las palabras de la sirvienta, Pepys quiso comprobar su magnitud asomándose a la ventana. A lo lejos, al final de una calle vecina, algunas llamas despuntaban tímidamente en la oscuridad.

Pepys, autor de un diario que es la mejor fuente sobre el suceso, estaba avistando los primeros resplandores del gran incendio de Londres. El verano de aquel año había sido seco y caluroso en extremo. La paja y la madera de las techumbres y paredes de las casas estaban enormemente resecas, lo que convertía el angosto centro de Londres en un enorme polvorín a punto de estallar. El fuego prendió hacia las dos de la madrugada en la tienda del panadero Thomas Farryner en Pudding Lane, en la orilla norte del Támesis. Más tarde, Farryner declararía que "antes de irme a la cama pasé por cada cuarto y no encontrando fuego alguno sino encendido el de una chimenea pavimentada con ladrillos, removí las ascuas diligentemente para apagarlo".

Retrato de Samuel Pepys por John Halys. 1666. National Portrait Gallery, Londres.

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Sea como fuere, la sequedad de los materiales constructivos y un fuerte viento del sureste propiciaron el avance de las llamas. Las primeras calles afectadas por el fuego fueron Fish Street y Thames Street, cerca del puente de Londres, y desde ese punto las llamas se expandieron velozmente y sin control por las vías colindantes. De hecho, hacia las cuatro de la madrugada todas las casas al final del puente estaban siendo devoradas por las llamas. Samuel Pepys refiere que quien se acercaba en bote al lugar podía "quemarse la cara con una súbita lluvia de chispas de fuego".

Crece la devastación

Desde la Torre de Londres, junto al Támesis, se podía contemplar el dantesco espectáculo. Los vecinos intentaban salvar sus pertenencias lanzándose al río o transportándolas en esquifes y pequeñas barcazas, aunque algunos permanecían en sus viviendas hasta que el fuego las alcanzaba. Según cuenta Pepys, incluso las palomas parecían no querer abandonar sus hogares: "Agolpadas en las ventanas y balcones, algunas se quemaron las alas y perecieron".

Resguardado en una cervecería en la orilla sur del río, en el Bankside, Pepys vio cómo se formaba "una llama sangrienta, maliciosa y horrible, cuyo arco entero sobrepasaba la milla larga de elevación". Al atardecer el fuego se propagó sin control por el norte y oeste de la ciudad, siguiendo el curso del Támesis y acercándose lentamente a la catedral de San Pablo y al antiguo castillo de Baynard, que protegía el flanco occidental de Londres desde los tiempos de Guillermo el Consquistador.

Artículo de la Gaceta de Londres donde se da cuenta del pavoroso incendio que destruyó gran parte de la ciudad.

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La mañana del lunes 3 de septiembre el incendio se había fragmentado en distintos focos, pero la lentitud e inexperiencia de las autoridades favorecieron su propagación. Ardieron iglesias, casas y palacios. Por la tarde las llamas devoraron el castillo de Baynard, e igual destino corrió la catedral de San Pablo, entonces cubierta por andamios de madera. Por la noche, los diferentes focos se concentraron en un único y embravecido incendio. Como anotó en su diario el escritor John Evelyn, esa vigilia un monstruo de fuego y llamas empezó a engullir la ciudad "con una luz tan deslumbrante, un fuego tan abrasador y con el ruido ensordecedor de la caída de tantas casas juntas, que parecía increíble que tal cosa pudiera suceder".

Por la tarde las llamas devoraron el castillo de Baynard, e igual destino corrió la catedral de San Pablo, entonces cubierta por andamios de madera.

Además, la mañana del martes 4 de septiembre el incendio cruzaba la barrera natural del río Fleet, un afluente del Támesis, propagándose extramuros hacia los barrios más occidentales de la ciudad. La humareda se avistaba ya a 60 kilómetros de la capital. Lo que había comenzado como uno de tantos incendios que hostigaban cíclicamente Londres se había convertido en una catástrofe que amenazaba con destruir por completo la ciudad.

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Una ciudad arruinada

Fue entonces cuando las autoridades municipales, con la ayuda del rey Carlos II, esbozaron un plan para contener el avance del incendio. Conocido como el "monarca alegre" por su disoluta y hedonista corte, durante la epidemia de peste declarada el año anterior Carlos se había trasladado con su familia y su concupiscente séquito a la campiña de Oxford. Así, cuando el fuego empezó a destruir la capital se encontraba lejos del peligro. En cualquier caso, Carlos II reaccionó a tiempo designando con presteza a su hermano James, duque deYork, como responsable de los trabajos de extinción.

Retrato de James, duque de York, por Peter Lely. 1665-1670. Royal Collection, Londres.

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Este reagrupó las distintas unidades de soldados y voluntarios –todos ellos pagados y alimentados por las arcas reales– y los apostó alrededor del incendio. Sus órdenes eran claras: derribar con cargas de pólvora los edificios en derredor de las llamas para que hicieran de cortafuegos. Esta drástica medida y el afortunado hecho de que el viento empezó a amainar permitieron controlar y extinguir el incendio.

La mañana del miércoles 5 de septiembre la ciudad era casi irreconocible. Como escribió el mismo Evelyn, "si no fuera por alguna iglesia cuyo pináculo o torre se mantenía aún en pie, nadie podía saber donde se encontraba". El plomo que recubría la techumbre de la catedral de San Pablo yacía fundido en el suelo, los barrotes de las prisiones se habían derretido totalmente y nubes de humo y agua hirviendo emanaban de las fuentes y el subsuelo.

La mañana del miércoles 5 de septiembre la ciudad era casi irreconocible: el plomo que recubría la techumbre de la catedral de San Pablo yacía fundido en el suelo y los barrotes de las prisiones se habían derretido totalmente.

Casi el ochenta por ciento de la ciudad había ardido; cuatro de las siete puertas de sus murallas habían sido asaltadas por un ejército de llamas; el fuego había barrido 15 de sus 26 barrios, y con ellos se evaporaron más de 80 iglesias, 400 calles y 13.000 casas. Afortunadamente, el recuento de víctimas no arrojó grandes cifras: en los días posteriores al incendio se contabilizaron tan solo seis cadáveres. Pero la violencia de las llamas pudo haber carbonizado a muchos londinenses sin dejar resto alguno de sus cuerpos. En cualquier caso, la grandeza de Londres había sido reducida a escombros.

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El resurgimiento

Muy pronto se presentaron grandes proyectos de reconstrucción con amplias plazas y enormes avenidas, pero las autoridades aprobaron uno más sobrio. El encargado de llevar a cabo esta empresa fue el arquitecto y científico Christopher Wren, que apostó por recuperar el viejo trazado de la ciudad, pero mejorando las condiciones de salubridad e higiene y la protección contra los incendios. Para facilitar la conexión con el Támesis se impidió que los edificios entorpecieran el acceso al río. Asimismo, se obligó a reconstruir las viviendas con ladrillo y piedra, prohibiéndose el uso de madera y paja. Las calles fueron rehechas con mayor amplitud, al tiempo que se reconstruyeron edificios emblemáticos como San Pablo, el Royal Exchange (la bolsa), la Oficina de Correos y la prisión de Newgate.

Se obligó a reconstruir las viviendas con ladrillo y piedra, prohibiéndose el uso de madera y paja.

Monumento conmemorativo del Gran incendio de Londres diseñado por el arquitecto Christopher Wren.

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Incluso se erigieron dos monumentos en recuerdo de la catástrofe y como símbolos del renacimiento: uno, el Golden Boy, allí donde el fuego se detuvo, en el cruce entre Giltspur Street y Cock Lane, al oeste de la ciudad; el otro, The Monument, allí donde había comenzado el fuego: en la panadería de Thomas Farryner, en Pudding Lane. Cual ave Fénix, Londres resurgía de sus cenizas.