Las Navas de Tolosa, en 1212: Nunca nos dieron las gracias

Las Navas de Tolosa, en 1212: nunca nos dieron las gracias

La-carga-de-los-tres-reyes./ Ferrer Dalmau
La carga de los tres reyes./ Ferrer Dalmau
Mientras los europeos acudían a luchar contra el infiel en las Cruzadas de Oriente, ignoraron -o les era cómodo ignorar- que en su propio continente había una amenaza más urgente: la frontera de España donde los cristianos combatían solos el peligro islámico. 1212 sería un hito clave para la civilización occidental.
Las Navas de Tolosa, en 1212: nunca nos dieron las gracias

Las Navas de Tolosa fue una de las contiendas más sangrientas y singulares de la Historia. ¿Las razones? Por haber sido “una batalla campal” (un hecho que en la Edad Media ocurría en contadísimas ocasiones) y otra, por la magnitud de los contendientes, ya que con anterioridad jamás ejércitos de tales dimensiones se habían enfrentado en los campos de la península. "Nunca tantas armas se vieron en España", contaba un testigo ocular. Y es que entonces los conflictos se resolvían por desgaste al arrebatar fortalezas, castillos y posiciones de valor estratégico. Pero sobre todo, Las Navas fue una de las batallas más trascendentales - quizás la mayor- en la configuración de España como nación al ser la victoria decisiva de la Reconquista. 

Seis coronas se repartían las tierras hispanas en el siglo XIII, cinco reinos cristianos: Portugal, León, Castilla, Aragón y Navarra y al sur, el Imperio Almohade que los azotaba episódicamente con mayor o menor dureza.

Pero esta vez, lo que les venía encima no era una campaña como las demás. El sultán almohade Muhammad al Násir (Miramamolín para los hispanos), quería finalizar la misión que su padre había iniciado en la batalla de Alarcos: barrería de la península a los reinos cristianos. Decidió hacer una gran batida y llamó a la Yihad pensando en una victoria que le llevaría hasta las mismas puertas de Roma. Se predicó entonces la Guerra Santa en todas las mezquitas del orbe musulmán con el fin de reunir un poderoso ejército que llegaría de allende los mares y que –según algunas fuentes- superaría los 150.000 guerreros.

La amenaza yihadista de los infieles se veía tan directa y próxima que sólo podría frenarse de una manera: aparcando las diferencias y uniéndose los 5 reinos peninsulares para luchar o sucumbir ante el dominio de Al-Nasir. En 1212, el rey Alfonso VIII de Castilla convencía al Papa Inocencio III para que proclamara una Santa Cruzada. Pero esta vez no a los Santos Lugares, sino en Hispania, y a su llamada –y al botín- acudieron tres decenas de miles de cruzados procedentes de Italia, Francia y Alemania y a su frente, los obispos de Narbona, Nantes y Burdeos. 

Por su parte, Sancho VII de Navarra, Pedro II de Aragón y Alfonso VIII de Castilla, Caballeros y Maestros del Temple y de San Juan y otras Órdenes Militares, así como milicias concejiles aportaron 70.000 hombres. Los Reyes de Portugal y León, cobardemente no acudieron a la llamada; pero sí muchos de sus nobles.

Pedro de Aragón en las Navas./ Ferrer-Dalmau
Pedro de Aragón en las Navas./ Ferrer-Dalmau

"El ejército del Señor”, como fue calificado por el arzobispo de Toledo, se puso en marcha y su progresión hacia el sur, a lo largo del camino que unía Toledo y Córdoba, fue fulgurante: en apenas veinte días tomaron las fortalezas de Malagón, Calatrava, Alarcos, Piedrabuena, Benavente y Caracuel. Entre tanto, el ejército islámico, que había invernado en Sevilla, se encaminaba hacia Jaén para intentar bloquear el paso de los cruzados en Sierra Morena. Los musulmanes consideraron que el lugar perfecto para la contienda serían estos aledaños de Despeñaperros, una “frontera psicológica” que guarnecía el preciado Valle del Guadalquivir. Pensaron que el ejército hispano acudiría a la batalla extenuado tras una larga marcha en pleno mes de Julio desde Toledo y con los recursos mermados. Las crónicas, tanto cristianas como musulmanas, dan unas cifras elevadísimas para ambos bandos. En total más de un cuarto de millón de hombres se batirían en Despeñaperros bajo un sol infernal.

El ejército cristiano avanzaba hacia el sur al encuentro de las huestes almohades, pero llegados al lugar donde esperaban los islámicos, comprobaron la imposibilidad de perder tiempo en rodeos ante una situación que parecía sin salida. Cuenta la leyenda que entonces apareció ante el rey castellano un misterioso pastor, conocedor de las sendas y caminos, que dijo que les llevaría al otro lado de la sierra sin tener que atravesar el desfiladero de la Losa y sin ser vistos por los musulmanes que allí acampaban. El viernes 13, los cristianos atacaban en una primera carga comandada por el  vizcaíno Diego López II de Haro. Un primer choque, que sería favorable a los musulmanes y que provocaría que Alfonso exhortase implacable al arzobispo de Toledo: "Aquí, señor obispo, morimos todos”.

Los musulmanes buscaron la victoria repitiendo la exitosa estrategia de Alarcos: simular una retirada para después contraatacar con sus mejores hombres. Y aunque eso estaba entre las previsiones de los cristianos, y tenían una segunda línea de combate preparada, no era suficiente para hacer frente al ejército almohade.

La carga de los tres reyes

Dos tradiciones armamentísticas y tácticas diferentes, fraguadas en décadas de enfrentamientos estaban a punto de chocar con un resultado impredecible, aunque la superioridad numérica musulmana basculaba inexorablemente el péndulo hacia su lado. El momento decisivo fue cuando los tres reyes cristianos al frente de todos sus hombres se lanzaron a la batalla en una carga que resultó imparable. Es lo que se conoce como La carga de los tres reyes que lograría romper las líneas contrarias y alcanzar el real del sultán. El rey Sancho VII de Navarra, apodado el Fuerte, con doscientos caballeros atacaba la tienda roja de Al-Nasir. Sabían que en el mundo musulmán la pérdida del líder sería crucial para la victoria y podría provocar la desbandada de su ejército.

El ataque a la tienda tuvo tintes de la mejor concepción escenográfica. Estaba custodiada por los imesebelen, la Guardia Negra procedente de Senegal, enormes guerreros esclavos a los que enterraban en el suelo y  anclaban con férreas cadenas al perímetro de la tienda. Luchaban con una fiereza desmedida sin más oportunidad que la vida o la muerte. 

Cadenas de Navarra
Cadenas de Navarra./ románico aragonés

Los trofeos de las Navas

Según la tradición, Sancho VII tomaría como recuerdo de su hazaña las cadenas de la tienda, que hoy luce el escudo de Navarra y el español. También cuentan que arrebató a Miramolín la gran esmeralda que adornaba su lujoso turbante y, aunque no pudo apresarle, su huída facilitó a los cristianos un ingente botín de guerra. La masacre fue de tal magnitud que después del combate los caballos apenas podían caminar por el número tan elevado de muertos que había amontonados.

Hay testimonio "material" de todo aquello. Las cadenas hoy se exhiben en la sala capitular de la Colegiata de Santa María de Roncesvalles y en la capilla de San Agustín donde reposan los restos de Sancho el Fuerte. También se repartieron fragmentos en la catedral de Tudela y el monasterio de Irache. El Pendón de Las Navas, considerado el mejor tapiz almohade en España, permanece en Burgos (Monasterio de Las Huelgas). La iglesia de San Miguel Arcángel de Vilches guarda una de sus banderas, una lanza de los soldados que custodiaban a Miramamolín, y la casulla y la cruz con la que el arzobispo ofició misa el mismo día de la batalla.

El avance cristiano fue imparable

Las Navas supusieron también el desprestigio del Imperio almohade en el norte de África, auspiciando las rebeliones contra él en el Magreb. En diez años comenzaría a desintegrarse sin vuelta atrás. Por su parte, los reyes cristianos peninsulares aprovecharon esta debilidad para emprender una acelerada expansión abriendo el valle occidental del Guadalquivir. Alfonso VIII conquistaba después de Las Navas, Vilches y Baño, Baeza y Úbeda y su nieto, Fernando III de Castilla, tomaría Córdoba en 1236, Jaén en 1246 y Sevilla en 1248; luego se apoderaría de Arcos, Medina Sidonia y Jerez, y su hijo Alfonso X el Sabio de Cádiz en 1265. Jaime I de Aragón conquistaba Valencia y las Islas Baleares.

Tras el triunfo de las Navas de Tolosa, la posición de Castilla respecto de los demás reinos cristianos peninsulares adquirió una posición de preeminencia. Solo quedaba ya el reino de Granada, que quedaría como feudatario del de Castilla hasta su definitiva conquista en 1492 por la reina Isabel, La Católica.

La_Rendición_de_Granada_-_Pradilla
La  Rendición de Granada./ Pradilla

¿Hito de la nación? ¿Reconquista?... Puede o no creerse que apareciera Santiago pero...

Las corrientes historiográficas abiertamente enemigas de considerar España como nación, han llegado a considerar que la victoria de Las Navas fue una exageración nacionalista del siglo XIX. Craso error. Los propios musulmanes así lo constataron. Este es el caso de Ibn Abi Zar, quien tras relatar brevemente la batalla en sí nos dice: “Fue esta calamidad (la derrota de las Navas) el lunes 15 de safar del 609 (16 de julio de 1212), comenzó a decaer el poder de los musulmanes en al-Ándalus, desde esta derrota no alcanzaron ya victorias sus banderas; el enemigo se extendió por ella y se apoderó para siempre de sus castillos y de la mayoría de sus tierras”.

Otra de las cuestiones en liza es admitir el término Reconquista, e incluso cuestionar el carácter religioso de la misma. Lo cierto es que desde que en el siglo IX, con la llegada al trono de Alfonso II “el Casto”, se restituyera el orden cristiano en el naciente reino de Asturias, la justificación y legitimación de la guerra contra los musulmanes había cristalizado en una verdadera ideología de guerra. Tanto los reyes, como los habitantes de los núcleos cristianos, se consideraban herederos legítimos de los visigodos, por lo que tenían el derecho y la obligación de recuperar aquello que había pertenecido a sus antepasados. De ahí que este larguísimo periodo bélico fuese calificado como “Reconquista”.No era una mera conquista territorial, sino una recuperación de lo arrebatado.

Por otro lado, y junto a ello, existía la dimensión religiosa, pues lo que se había perdido era también parte de la Iglesia de Cristo. Algo que demostraba la aparición de su apóstol más querido, Santiago, en distintas batallas. Algo que evidentemente en estos tiempos puede no creerse, pero lo crucial es que los cristianos de entonces así lo creyeron y actuaron en consecuencia. En términos religiosos, Las Navas de Tolosa se consideró una victoria de la cristiandad sobre el islam, lo que fortaleció la posición de la Iglesia Católica en la Península Ibérica, fomentó el fervor religioso y el espíritu que impulsó aún más la expansión en los siglos posteriores. La coalición formada para afrontar la amenaza almohade demostró que, a pesar de sus diferencias, los cristianos podían unirse en un objetivo común. La participación del Rey Sancho VII el Fuerte y sus huestes es muy significativa, pues ni siquiera tenía frontera con los musulmanes. Fue, por tanto, un importante factor de unificación nacional. «Alfonso VIII apartóse otro día con los de Aragón et portugaleses et gallegos et asturianos, essos que y allí vinieron; et díxoles assí el rey don Alfonso: ‘Amigos, todos somos españoles (Primera Crónica General de Alfonso X). Sí, dice españoles

Apostol Santiago
Apóstol Santiago./ RRSS

Un hito de la civilización occidental

Mientras los europeos acudían a luchar en las Cruzadas de Oriente contra el infiel, ignoraron - o les era cómodo ignorar- que en su propio continente había una amenaza más urgente: la frontera de España, donde los cristianos seguían siendo el gran parapeto combatiendo solos el peligro islámico. Por ello, 1212 no solo fue un hito clave en la gesta nacional, sino que al vencer los españoles a los almohades desarbolaron definitivamente cualquier intento musulmán por recuperar el terreno perdido. Europa neutralizaba la amenaza y se salvaba la civilización occidental. De haber vencido Miramolín en Las Navas de Tolosa, la Historia de Europa hubiera sido otra muy distinta. Y, por cierto, jamás nos dieron las gracias @mundiario

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