Capítulo primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente
hidalgoI don Quijote de la Mancha1 (1 de 2)
En un lugar de la Mancha2, de cuyo
nombre no quiero acordarme3, no ha
mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de
lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor4. Una
olla de algo más vaca que carnero, salpicón
las más noches5, duelos
y quebrantos los sábados6,
lantejas los viernes7,
algún palomino de añadidura los domingos8,
consumían las tres partes de su hacienda9. El
resto della concluían sayo de velarte10,
calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos
de lo mesmo11, y los
días de entresemana se honraba con su
vellorí de lo más fino12.
Tenía en su casa una ama que pasaba de los
cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y
un mozo de campo y plaza que así ensillaba el
rocín como tomaba la podadera13.
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta
años14. Era
de complexión recia, seco de carnes, enjuto de
rostro15, gran
madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que
tenía el sobrenombre de «Quijada», o
«Quesada», que en esto hay alguna
diferencia en los autores que deste caso escriben,
aunque por conjeturas verisímilesII
se deja entender que se llamaba «Quijana»III, 16.
Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en
la narración dél no se salga un punto de la
verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho
hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran
los más del año—, se daba a leer
libros de caballerías, con tanta afición y
gusto, que olvidó casi de todo punto el
ejercicio de la caza y aun la administración de
su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y
desatino en esto17, que
vendió muchas hanegas de tierra de sembradura
para comprar libros de caballerías en queIV
leer18, y,
así, llevó a su casa todos cuantos pudo
haber dellos; y, de todos, ningunos le parecían
tan bienV
como los que compuso el famoso Feliciano de Silva19,
porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas
razones suyas le parecían de perlas, y más
cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de
desafíos20, donde
en muchas partes hallaba escrito: «La razón
de la sinrazón que a mi razón se hace, de
tal manera mi razón enflaquece, que con
razón me quejo de la vuestra fermosura»21. Y
también cuando leía: «Los altos cielos
que de vuestra divinidad divinamente con las
estrellas os fortifican y os hacen merecedora del
merecimiento que merece la vuestra grandeza...»22
Con estas razones perdía el pobre caballero el
juicio, y desvelábase por entenderlas y
desentrañarles el sentido, que no se lo sacara
ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si
resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las
heridas que don Belianís daba y recebía,
porque se imaginaba que, por grandes maestros que le
hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y
todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales23. Pero,
con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro
con la promesa de aquella inacabable aventura, y
muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle
fin al pie de la letra como allí se promete24; y sin
duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello25, si
otros mayores y continuos pensamientos no se lo
estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura
de su lugar —que era hombre docto, graduado en
Cigüenza—26 sobre
cuál había sido mejor caballero:
Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula27; mas
maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo28,
decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo,
y que si alguno se le podía comparar era don
Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque
tenía muy acomodada condición para todo,
que no era caballero melindroso, ni tan llorón
como su hermano, y que en lo de la valentía no
le iba en zaga29.
En resolución, él se
enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban
las noches leyendo de claro en claro30, y los
días de turbio en turbio; y así, del poco
dormir y del mucho leer, se le secó el celebro
de manera que vino a perder el juicio31.
Llenósele la fantasía de todo aquello que
leía en los libros, así de encantamentos
como de pendencias, batallas, desafíos, heridas,
requiebros, amores, tormentas y disparates
imposibles; y asentósele de tal modo en la
imaginación que era verdad toda aquella
máquina de aquellas soñadas invencionesVI
que leía32, que
para él no había otra historia más
cierta en el mundo33.
Decía él que el Cid Ruy Díaz
había sido muy buen caballero, pero que no
tenía que ver con el Caballero de la Ardiente
Espada, que de solo un revés había partido
por medio dos fieros y descomunales gigantes34.
Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en
Roncesvalles había muerto a Roldán, el
encantado35,
valiéndose de la industria de Hércules,
cuando ahogó a AnteoVII,
el hijo de la Tierra, entre los brazos36.
Decía mucho bien del gigante Morgante, porque,
con ser de aquella generación gigantea, que
todos son soberbios y descomedidos, él solo era
afable y bien criado37. Pero,
sobre todos, estaba bien con Reinaldos de
Montalbán, y más cuando le veía salir
de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en
allende robó aquel ídolo de Mahoma que era
todo de oro, según dice su historia38. Diera
él, por dar una mano de coces al traidor de
Galalón39, al
ama que tenía, y aun a su sobrina de
añadidura.
Notas:
- (1) condición se refiere tanto a las
circunstancias sociales como a la índole personal,
y ejercicio, al modo en que ejercita o pone en
práctica unas y otra el protagonista (adjetivado
famoso de acuerdo con la misma ficción que
I, Pról., 13). volver
- (2) lugar: no con
el valor de ‘sitio o paraje’, sino como
‘localidad’ y en especial
‘pequeña entidad de población’,
en nuestro caso situada concretamente en el Campo
de MontielEl Campo de Montiel, según un mapa de las «Relaciones topográficas» (I, 2, 47, y 7,93), a caballo de las
actuales provincias de Ciudad
Real y AlbaceteLas comarcas manchegas (Mancha, Campo de Montiel y Campo de Calatrava), según las «Relaciones topográficas». Seguramente por azar, la frase
coincide con el verso de un romance nuevo. º volver
- (3) ‘no voy, no
llego a acordarme ahora’ (e incluso ‘no entro
ahora en si me acuerdo o no’); quiero puede
tener aquí valor de auxiliar, análogo al de
voy o llego en las perífrasis
equivalentes; en el desenlace, sin embargo, C. recupera
el sentido propio del verbo: «cuyo lugar no
quiso poner Cide Hamete puntualmente...» (II,
74, 1222). La indeterminación de ese comienzo, que
tiene numerosos análogos en narraciones de corte
popular, contrasta con los prolijos detalles con que se
abren algunos libros de caballerías. º volver
- (4) astilleroAstillero:
‘percha o estante para sostener las astas o
lanzas’; adargaDon Quijote con el arnés en su primera salida:
‘escudo ligero, de ante o cuero’; el
hidalgo que no poseyera cuando menos un caballo
—aunque fuera un rocín de mala raza y
mala traza—, en teoría para servir al Rey
cuando se le requiriera, decaía de hecho de su
condición; el galgo se menciona
especialmente en cuanto perro de caza. Nótese que
la adargaDon Quijote con el arnés en su primera salida, como sin duda la lanza, es
antigua: son vestigios de una edad pasada, en el
cuadro contemporáneo (no ha mucho tiempo)
de la acción. º volver
- (5) La olla o
‘cocido’, de carne, tocino, verduras y
legumbres, era el plato principal de la
alimentación diaria (a menudo, para comer y para
cenar). En una buena olla, había menos vaca que
carnero (la vaca era un tercio más barata que
el carnero). El salpicón se preparaba como
fiambre con los restos de la carne de vaca, picada con
cebolla y aderezada con vinagre, pimienta y sal.
º volver
- (6) Los duelos y
quebrantos eran un plato que no rompía la
abstinencia de carnes selectas que en el reino de
Castilla se observaba los sábados;
podría tratarse de ‘huevos con
tocino’. º volver
- (7) Como los
viernes eran días de ayuno y abstinencia de
carne, hay que suponer que las lantejas (la forma
concurría con la moderna lentejas)
serían en potaje, solo con ajo, cebolla y alguna
hierba... º volver
- (8) Del palomino de
añadidura (es decir, ‘más
allá de lo regular’) se infiere que DQ
poseía un palomar, privilegio tradicionalmente
reservado a hidalgos y órdenes religiosas.
º volver
- (9) ‘las tres
cuartas partes de su renta’. º volver
- (10) sayoDon Quijote vestido de fiesta:
‘traje de hombre con falda, para vestir a
cuerpo’ , ya anticuado hacia 1600; velarte:
‘paño de abrigo’, negro o azul, de
buena calidad. º volver
- (11) calzasDon Quijote vestido de fiesta:
‘prenda que cubría los muslos, compuesta por
unas tiras verticales, un forro y un relleno’;
velludo: ‘felpa o terciopelo’; los
pantuflosDon Quijote vestido de fiesta
eran un tipo de calzado que se ponía sobre otros
zapatos. Nótese que mesmo (forma
etimológica) alterna con mismo (por
analogía con mí) a lo largo de toda
la novela. º volver
- (12) vellorí: «paño entrefino de
color pardo ceniciento» (Autoridades).
Dentro de la obligada modestia, DQ viste con una
pulcritud y un atildamiento muy estudiados, porque la
conservación de su rango depende en buena parte de
su apariencia. º volver
- (13) ‘un
mozo para todo’ (si, como parece, debe
entenderse ‘de plaza pública’,
es decir, para preparar y acompañar al caballero
cuando sale de casa). º volver
- (14) En los
siglos XVI y XVII, la esperanza de vida al nacer se situaba entre los
veinte y los treinta años; entre quienes superaban
esa media, solo unos pocos, en torno al diez por ciento,
morían después de los sesenta. En
términos estadísticos, pues, DQ está
en sus últimos años, y como
«viejo», «enfermo» y «por
la edad agobiado» lo ve su sobrina (II, 6, 674).
º volver
- (15) Era opinión
común que la complexión o
‘constitución física’ estaba
determinada por el equilibrio relativo de las cuatro
cualidades elementales (seco, húmedo, frío
y caliente), que, por otro lado, a la par que los cuatro
humores constitutivos del cuerpo (sangre, flema, bilis
amarilla o cólera, y bilis negra o
melancolía), condicionaban el temperamento o
manera de ser. La caracterización tradicional del
individuo colérico coincidía
fundamentalmente con los datos físicos de DQ,
quien, sobre ser enjuto y seco, tiene
«piernas ... muy largas y flacas» (I, 35,
416), es «amarillo» (I, 37, 436),
«estirado y avellanado de miembros» (II, 14,
736), y alardea de «la anchura ... de sus
venas» (I, 43, 508). A su vez, la versión de
la teoría de los humores propuesta en el Examen
de ingenios (1575), de Juan Huarte de San Juan,
atribuía al colérico y
meláncólico unos rasgos de inventiva y
singularidad con paralelos en nuestro ingenioso
hidalgo. º volver
- (16) «Unos
autores opinan y se resuelven a afirmar
(quieren decir) que el apellido
(sobrenombre, que abarcaba también los
valores de ‘apodo’ y ‘apelativo para
complementar el nombre de pila’) era Quijada, otros
que Quesada...» C. finge que en el caso
pretendidamente real de DQ se da una divergencia de
fuentes, como ocurría con las varias lecturas de
un término que la filología de los
humanistas enseñaba a zanjar, según se hace
aquí, mediante el cotejo de textos y las
hipótesis bien razonadas (conjeturas
verisímiles).III, º volver
- (17) «vana e
impertinente curiosidad» (I, 33,388), con el
sentido peyorativo que la palabra tenía a menudo
en los moralistas. volver
- (18) La hanega o
fanega variaba entre media y una hectárea y
media, según la calidad de la tierra; en la
región de DQ, la extensión media de los
campos de sembradura estaba en torno a las cinco
fanegas. Los libros de caballerías eran
regularmente gruesos infolios de alto costo (aunque se
depreciaban mucho en el activo mercado de segunda mano):
en 1556, en el inventario de un editor toledano, el
Palmerín, el Cristalián, el
Cirongilio y el Florambel, sin encuadernar,
se valoraban, respectivamente, a 80, 136, 102 y 68
maravedíes cada uno (naturalmente, un comprador
particular habría tenido que pagar el ejemplar a
mayor precio); en ese mismo año, medio kilo de
carne de vaca costaba en la región algo más
de 8 maravedíes, y otro tanto de carnero, unos 15.
Véase arriba, Tasa, 3, n. 4. º volver
- (19) Autor de una
Segunda Celestina (1534) y de varias populares
continuaciones del Amadís (Lisuarte de
Grecia, 1514; Amadís de Grecia, 1530;
Florisel de Niquea, 1532), a menudo recordadas en
el Q. º volver
- (20) Las cartas de
desafíos, en que los caballeros que se
proponían trabar combate exponían los
motivos y «las condiciones del
desafío» (II, 65, 1159), constituían
un género tan común en la realidad como en
la literatura. º volver
- (21) La cita no es
literal, pero sí tan representativa de la escasa
claridad y las intrincadas (entricadas)
cláusulas de Silva, que coincide incluso con una
parodia que se les había dedicado ya en el
siglo XVI: «la razón de la razón que tan
sin razón por razón de ser vuestro tengo
para alabar vuestro libro...» º volver
- (22) Tampoco es cita a
la letra. El tratamiento de vuestra grandeza se
usaba en la realidad y reaparece varias veces más
adelante (abajo, 44, n. 74). º volver
- (23) maestros:
‘cirujanos’ (equivale al más vulgar
maese luego usado para el barbero;
véase 39, n. 28). Solo en los dos primeros libros
de la Historia de Belianís de Grecia, de
Jerónimo Fernández, «se cuentan
ciento y una heridas graves» (Clemencín). DQ
no acaba de sentirse satisfecho (no estaba muy
bien) con las explicaciones que en la obra se dan.
º volver
- (24) ‘cumpliendo
al pie de la letra lo que allí se
promete’. º volver
- (25) ‘hubiera
porfiado hasta lograr su propósito’, de
acuerdo con el gusto literario y las dotes para la
escritura que DQ seguirá testimoniando. volver
- (26) A un
graduado en la pequeña universidad de
Cigüenza (‘Sigüenza’), a la
que la cercana Alcalá dejaba con poquísimos
estudiantes, no se le llamaba normalmente hombre
docto sin un cierto retintín. º volver
- (27) La
competencia o ‘debate’ sobre
cuál de dos héroes era superior al otro
(Alejandro o Aníbal, César o
Escipión, etc.) constituía un
clásico ejercicio y motivo retórico, que
aquí opone al celebérrimo Amadís y
al protagonista de una novela no editada en castellano
sino una sola vez (véase I, 6, 81, n. 37).
º volver
- (28) maese era
tratamiento propio (pero no exclusivo) de los barberos
que practicaban también pequeñas curas
médicas. volver
- (29) La propia Oriana
(véase I, Prels., 27) llegaba a estar
«sañuda porque viera a Amadís
llorar» (I, 17). Sobre el Caballero del Febo, I,
Prels., 32. º volver
- (30) de claro en
claro: ‘de una vez’, fórmula
lexicalizada. º volver
- (31) La medicina de
raíz galénica consideraba el poco
dormir una de las causas de que disminuyera la
humedad del celebro (el cultismo cerebro,
ya usado en tiempos de C., se generalizó solo
más tarde) y, por ahí, se potenciara la
imaginación y fuera fácil caer «en
manía, que es una destemplanza caliente y seca del
celebro» (Huarte de San Juan). Por eso DQ
bebía «un gran jarro de agua fría y
quedaba sano y sosegado» (I, 5, 74-75). º volver
- (32) La
fantasía, que ilumina las imágenes
procedentes del exterior, se distinguía con
frecuencia de la imaginación, encargada de
reelaborarlas y crear otras sin correspondencia en la
realidad, e incluso de engendrar una
máquina o ‘multitud
caótica’ de quimeras y soñadas
invenciones, como los mismos sueños.VI, º volver
- (33) Es ese el dato
esencial en la locura de DQ: dar por historia ...
cierta el contenido de los libros de
caballerías y, por ahí, ver la realidad
«al modo de lo que había leído»
(I, 2, 49). º volver
- (34) Téngase en
cuenta que la imagen del Cid difundida en la época
de C. tenía menos elementos históricos que
legendarios, y aun muchos tan fantásticos como las
hazañas de Amadís de Grecia, el Caballero
de la Ardiente Espada (porque la llevaba estampada en el
pecho); y nótese, por otra parte, que las
historias del uno y del otro se narraban en libros con el
título de crónica. El
revés es un ‘tajo de izquierda a
derecha’. º volver
- (35) Según se
contaba en múltiples textos (véase, I, 6,
81, n. 35), derivados de una fabulosa gesta medieval,
inventada en España como contrapartida de la
Canción de Roldán francesa.
«Roldán... era encantado», porque
«no le podía matar nadie» sino con un
extraño recurso (I, 26,290). º volver
- (36) La industria
o ‘artimaña’ de
Hércules, apretando y suspendiendo en el aire
al gigante Anteo, para que no cobrara nuevas fuerzas al
ser derribado y tocar a su madre la Tierra.
Véase II, 32, 899.VII, º volver
- (37) Personaje central
de un célebre poema (h. 1465) de Luigi Pulci,
Morgante es uno de los tres gigantes a quienes se
enfrenta Roldán, que mata a los otros dos,
«soberbios y follones» (Amadís de
Gaula, IV, 128) como desde el Antiguo Testamento
solía pintarse a los de su
generación, «simiente» (I, 8,
95) o ‘estirpe’, mientras a Morgante,
cortés y bien educado (criado), lo bautiza
y lo convierte en compañero suyo. º volver
- (38) Reinaldos de
Montalbán: uno de los Doce Pares, que de las
gestas francesas pasó al romancero español
y a los poemas italianos de Boiardo y otros, adaptados en
el Espejo de caballerías (I, 6, 80,
n. 24), donde aparece dedicado a «robar a los
paganos de España» y se narran sus aventuras
en ultramar (en allende). º volver
- (39) mano
(‘serie, tanda’) de coces conlleva un
juego de palabras; en romances y otros textos
castellanos, se llama Galalón a
Ganelón, el traidor de la Canción de
Roldán, culpable de la derrota de los francos
en Roncesvalles. volver
Notas críticas:
- (I) 35.6 famoso y valiente
hidalgo
A (Tabla) famoso hidalgo A
(texto) edd. [Algunas malas lecturas que ocurren en
el texto y no en la Tabla y ciertas discordancias
entre una y otro (112.8-9, 248.9, 261.1, 290.8, 332.7,
424.2, 434.2, 500.18, 576.13) aseguran que esta se hizo
—sin duda mientras se acababa la
impresión— siguiendo básicamente el
original usado por los tipógrafos (y no sobre los
pliegos ya tirados; cf. Flores 1979a:138), y solo en el
último momento se insertaron las correspondientes
referencias al folio inicial de cada capítulo. La
tendencia de la Tabla, por otra parte, y
según es corriente, consiste en abreviar los
epígrafes del texto (599, 6, 599.18, I,
Tabla, 599.21, etc.), y aquí no se ve
ninguna razón tipográfica para ampliar el
nuestro, en tanto la omisión del segundo
término de una pareja de adjetivos es
comunísimo error de copia. El sintagma valiente
y famoso, además, se repite y se varía
en el Q. (I, 13, 141; II, 1, 634, y 72, 1206).
Parece necesario, pues, aceptar la lección de la
Tabla. volver
- (II) 37.3 verisímiles
C verosímiles edd. [Salvo
aquí, los textos cervantinos traen siempre las
formas etimológicas con veri-. volver
- (III) 37.3 Quixana
AB B+ Quexana A+ Quixada BR17 MA [Como B se compuso a la vista de
A, no de AB (Flores 1975:38-40), la
coincidencia de AB y B en corregir la
lectura de la príncipe nos asegura que los
contemporáneos la veían como una errata
obvia (probablemente atraída por el dexa
contiguo). Aparte la inevitable referencia a
propósito de Gutierre Quijada en I, 49,
566, Quijana es la única forma que se halla
fuera del primer capítulo (I, 5, 72.16 y 73.22, y
II, 74, 1220), en línea con el Quijano de
II, 74. Frente a la normalidad de Quijada,
Quesada, Quijana y Quijano, por otra
parte, Quejana es desconocido o excepcional como
apellido: y se diría inadmisible que la
conclusión de unas conjeturas
verisímiles fuera precisamente optar por el
único apellido irreal, y hacerlo, además,
en desacuerdo con la solución luego predominante,
Quijana, y la definitivamente adoptada,
Quijano (incluso si se descarta el hecho de que
Quijana y Quijano podían sentirse
como un mismo sobrenombre, dada la libertad con
que en la época se procedía en materia de
apellidos, y según confirma el de la sobrina de
don Quijote). volver
- (IV) 37.11-1 caballerías en
que
edd. caballerías que
C [La preposición en «denota
la frecuencia de la lectura» (R. Menéndez
Pidal 1899/1956:158). Cf. RM, VG. volver
- (V) 37.13 tan
bien
B+ también A+. volver
- (VI) 39.14-15 aquellas
soñadas invenciones
B+
aquellas sonadas soñadas invenciones A+
[Cuando A vuelve a imprimir sonadas,
B y las edd. antiguas corrigen en
soñadas (79.9). En ningún otro lugar
de la obra cervantina reaparece nunca sonado
‘famoso, divulgado’ (cf., en cambio, I, 46,
536: «fantasmas soñadas ni
imaginadas»; II, 25, 844). Los edd. modernos se
atienen a A, pero es fenómeno
tipográfico frecuente que una errata vaya seguida
inmediatamente por la palabra que viene a corregirla; cf.
FL I:XXXIV, y abajo, 295.11; II, 866.12 y 1125.10. volver
- (VII) 40.2 Anteo
A+ Anteón B+ [En
II, 32,899.12, A trae también
Anteón (si no es Ánteon o
Anteon), forma que en la época
convivía (RM VI:52; Schevill 1913:178),
seguramente por influencia de Acteón
(llamado Anteón en II, 58, 1102.6), con la
más correcta aquí usada. volver
Notas complementarias:
- (1) 35.* La
edición de Bruselas, 1662, llamó
libros a las cuatro partes de 1605 y
dividió en otros tantos el volumen de 1615,
rebautizando el conjunto como Vida y hechos del
ingenioso caballero don Quijote de la Mancha,
título que desde entonces se generalizó por
más de un siglo. La «Tabla» de
Barcelona, 1704, sigue esa misma partición, pero
de hecho publica todo el libro de 1615 como Quinta
parte. Otras ediciones y traducciones han
prescindido de la división establecida por C. en
1605. A su vez, la continuación del
apócrifo Avellaneda (1614) se presentaba como
Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta
parte de sus aventuras. Cf. Pontón [1994],
Prólogo, 8: «Historia del texto».
volver
- (2) 35.2—«Lugar
vale también ciudad, villa o aldea, si bien
rigurosamente se entiende por lugar la
población pequeña, que es menor que villa y
más que aldea» (Autoridades); cf.
solo II, 54, 1068: «Él nunca se puso a
averiguar si era ínsula, ciudad, villa o
lugar la que gobernaba»; Persiles,
III, 10, f. 155v: «Un
lugar no muy pequeño ni muy grande, de
cuyo nombre no me acuerdo».
«—Mirá lo que decís, que
[Simancas] no es lugar sino villa... —Peor
es, que no es lugar, sino aldea... —Hidalgos
hay en ella que os harán conocer en campo que es
villa...» (Arce de Otálora,
Coloquios, I, p. 480). No es posible aceptar
ninguna de las numerosas propuestas que desde el propio
Avellaneda, I, p. 5 (y hasta Astrana Marín
1948-1958:IV, 24b , Ruiz de Vargas 1983,
Perona Villarreal 1988 o Ligero Móstoles
1991-1994, a menudo con materiales de interés en
otro orden de cosas) se han hecho de identificar el tal
lugar con Argamasilla
de Alba o con otras localidades
Las comarcas manchegas (Mancha, Campo de Montiel y Campo de Calatrava), según las «Relaciones topográficas»: Givanel y Mas
[1942], A. Sánchez [1979:289-292].
—En el Romancero general (Madrid,
1600) y en algún otro impreso de la época
se halla un romance anónimo que principia
así: «Un lencero portugués, /
recién venido a Castilla, / más valiente
que Roldán / y más galán que
Macías, / en un lugar de la
ManchaLa España del «Quijote», (detalle), / que no le saldrá [es decir,
‘no se le limpiará’] en su vida, /se
enamoró muy de espacio / de una bella
casadilla...» RM (<López Navío
1959, >Stagg 1955) insistió en que la primera
frase del Q. es una reminiscencia del
octosílabo en cuestión; pero, de ser
así, se trataría de una reminiscencia
inconsciente, no deliberada, o, en todo caso, C. no
contaría con que se entendiera como cita, porque
el texto no era lo suficientemente conocido para que el
común de los lectores percibiera la
alusión.
volver
- (3) 35.3—RM IX:79-81, Casalduero [1934], M. R. Lida
de Malkiel [1939], Spitzer [1948/55:215], López
Estrada [1962], Avalle-Arce [1965], Moner [1989a:58],
Molho [1989c].
volver
- (4) 35.4—La adarga
Don Quijote con el arnés en su primera salida
estaba formada por varios pellejos de antílope o
de animales de piel semejante, adheridos o cosidos con
perfil de corazón o de dos óvalos
superpuestos. M. de R. — «Una lanza
tras la puerta, un rocín en el establo, una
adargaDon Quijote con el arnés en su primera salida
en la cámara» se consideraban parte obligada
del «ajuar» de «un hidalgo ... en una
aldea» (Antonio de Guevara, Menosprecio de corte
y alabanza de aldea, VII). CL, RM, Leguina y Vidal
[1908:48-49; 1912:30-31], González de
Amezúa del Pino [1982:162, 165] —Fecha de la
acción: cf. abajo, I, 2, 45, n. 6; 9, 106, n.
13.
volver
- (5) 36.5—«Una olla... / ha de llevar
su carnero, / su tocino, sus garbanzos, / su
pimienta, su azafrán, / su vaca, su punta
de ajo, / su perejil, su cebolla / y su repollo (A. de
Solís)». En 1632, cuando un jornalero ganaba
seis reales al día, el costo de una olla
así compuesta se estimaba en «un real
cabal» (Lope de Vega, La Dorotea, V, 2).
Rodríguez Marín [1947:421-439], Peset y
Almela Navarro [1975], Granja [1992], Santamaría
Arnáiz [1994] y Simón Palmer [1997:145]
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- (6) 36.6—SB, RM, López Navío [1957],
Wardropper [1980b], Rico [1987a:50].
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- (7) 36.7—Que las «lantejas son malas e
melancólicas», «hacen soñar
sueños muy desvariados y espantosos» y
«turba[n] mucho el ingenio» eran opiniones
corrientes tanto en la medicina docta como en el saber
popular de la época y que, por ahí, han
querido relacionarse con la locura de DQ. RM, Percas de
Ponseti [1975:I, 38-39].
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- (8) 36.8—Rico [1987a:103].
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- (9) 36.9—RM, MZ.
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- (10) 36.10—El sayo
Don Quijote vestido de fiesta
cambiaba de hechura a tenor de la moda. Hacia 1600,
cuando los que vestían al estilo cortesano
habían dejado de usarlo, era algo más largo
que las ropillasCaballero
más comunes, pero no llegaba a cubrir totalmente
las calzasDon Quijote vestido de fiesta.
Se diferenciaba de las ropillas en el corte de la falda,
plegada o fruncida en la cintura. El sayo de
los villanosSancho Panza tomó formas más sencillas
y duró mucho más tiempo. Cf. Bernis [en
prensa]. —RM, Astrana Marín [1944:112],
Hoffman [1963].
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- (11) 36.11—A principios del
siglo XVII, las calzas cubrían los muslos. Muy
voluminosas, se componían de unas tiras verticales
—las fajas o cuchilladas—, de
unas entretelas o forros y de un relleno para abultarlas.
Tenían numerosos bolsillos interiores. Cf. II, 43,
975 n. 19, y 50, 1041, n. 39, para las calzas
enteras, las atacadas y las pedorreras.
Los pantuflos
Don Quijote vestido de fiesta
solían ser de cuero revestido de terciopelo, con
una capa de corcho sobre la suela y sin talón, y
se consideraban propios «de gente anciana»
(Covarrubias, Tesoro); cf. Bernis [en
prensa].
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- (12) 36.12—Oudin, RM. —Con mínimas
excepciones, ni el vellorí ni el
velarte y el velludo recién
mencionados se documentan en las copiosas fuentes de
hacia 1600 vaciadas por C. Bernis [en prensa]; cabe
deducir, pues, que eran telas ya de otros tiempos.
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- (13) 36.13—Es posible que aquí se adapte al
contexto alguna expresión de la jerga militar
formada con los elementos campo y plaza.
—«Nunca vuelve a mencionarse este mozo»
(CL), y se ha pensado que en el plan primitivo de la
novela tal vez se le asignaba el papel que luego
correspondió a Sancho; cf. VG III:26,
Martín Morán [1990a:18]. Fernández
de Cano [1995] propone que a quien ensillaba el mozo era
al ama, y la sobrina el majuelo donde tomaba la
podadera.
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- (14) 36.14—Bennassar [1985/89:I, 430], Minois
[1987]. —Urbina [1980a], sobre el anciano
Branor el Brun del Tristán de
Leonís, que, como DQ, afirma su
intención caballeresca «en contra de su edad
y apariencia». Johnson [1983], en clave
psicoanalítica, interpreta la edad de DQ como si
tener cincuenta años en 1600 equivaliera a
tenerlos en la nuestra.
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- (15) 36.15—Cf. arriba, n. al Título, y abajo,
nn. 31-32. Iriarte [1938/48: 311-322], Green [1957a],
Klibansky et al. [1964], Bigeard [1972:20],
Avalle-Arce [1976: 114-126], Halka [1981], Soufas [1989],
Serés [1989:46-48, 244], Combet [1996b]. —El
enfoque de C. tiene un locus classicus en las
Tusculanas, I, 80: «Multa enim e corpore
existunt quae acuant mentem, multa quae obtundant.
Aristoteles quidem ait omnis ingeniosos melancholicos
esse...» —Weinrich [1956] y Canavaggio [1958]
subrayan la importancia del ingenio en la poética
renacentista.
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- (16) 37.16—C. usa
a menudo quieren + infinitivo para indicar que un
asunto está en duda o suscita diversas opiniones;
así en I, 16, 171, y II, 19, 783. —Pese a la
errata (Quejana) de la princeps (37. 3III
),
Quijana es la única forma que reaparece
fuera del primer capítulo (aparte una
esporádica mención de Quijada en I,
49, 566) y coincide sustancialmente con la que en II, 74
(la única vez que además se le da nombre de
pila) queda como definitiva: Quijano. Cf. Rico
[1994b]b. —Aunque
tampoco ha dejado de postularse algún Alonso
Quijano histórico (Sánchez Mariño
1961-1962), los pretendidos «modelos reales»
de DQ se han buscado especialmente en la familia Quijada
de Esquivias, emparentada con la mujer de C., Catalina de
Salazar (RM X:132-149; Astrana-Marín 1948-1958:
IV; Palacín Iglesias 1963). Es difícil o
imposible aquilatar cómo influye la experiencia de
la realidad en la gestación de un texto literario,
pero, aun si aparecieran testimonios indudables de que
«un Quijada, Quesada o Quijano fue verdaderamente
un loco de remate conocido de C., difícilmente
esos documentos podrían descubrirnos algo
quijotesco de ese pobre loco» (R. Menéndez
Pidal 1920/58:57). —Joly [1976] ha relacionado la
figura de DQ con la de un famosísimo actor
cómico de la época, Ganassa, habida cuenta,
entre otros indicios, de que el nombre de este
significaba ‘gran quijada’. Redondo
[1980:43-48] arriesga varias especulaciones
onomasiológicas sobre el apellido Quijada.
—La fingida divergencia de fuentes en cuanto al
apellido del hidalgo se ha entendido como «uno de
los aspectos de lo que Spitzer llama “el
perspectivismo lingüístico” del
Q. y Américo Castro “la realidad
oscilante”. El mundo del Q. es un mundo
relativo, en el que todo puede ser esto o lo otro, de
esta manera o de aquella, según el punto de
vista» (VG). Cf. también Riley
[1966:114-119], Allen [1969-1979:I, 18-19], MacCurdy y
Rodríguez [1978a].
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- (17) 37.18—Vassberg [1984:186] y
López-Salazar Pérez [1986:464-487], ambos
con amplias indicaciones sobre el proceso que a lo largo
del siglo XVI llevó las propiedades rústicas de los
hidalgos a manos de burgueses y villanos ricos.
Fanega: Brumont [1984]. —Precio de los
libros de caballerías: Eisenberg [1973, 1986],
Berger [1987:373-379], Blanco Sánchez [1987],
Griffin [1989;1991:175-178].
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- (18) 37.19—Cravens [1978], Eisenberg [1982:75-85],
Baranda [1988].
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- (19) 38.20—Riquer [1963-1968], Río Nogueras
[1989], Orejudo [1993]; Marín Pina [1988] nota que
las cartas de desafío a veces se
imprimían en los libros de caballerías
realzándolas tipográficamente, para que
pudieran ser usadas como modelos.
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- (20) 38.21—Carta del bachiller de Arcadia, p.
315 (CL). —Pasajes similares trae Feliciano de
Silva en la Segunda Celestina (Baranda 1988:27-28,
113) y sobre todo en el Florisel (Cravens 1976,
Eisenberg 1982:76), siempre en la tradición
estilística de la poesía cancioneril (RM,
Whinnom 1981, Beltrán 1990): algún lector
antiguo los acotó al margen con frases como
“¡Que lo entienda DQ!” (Lucía
Megías 1995:18).
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- (21) 38.22—CT aduce un pasaje del Olivante de
Laura: «¿Oh celestial imagen,
cuánto agravio se hace a tu soberana hermosura,
pues, mereciendo el más alto asiento de los
cielos, te consienten estar entre los mortales, y a ellos
en no hacer a ninguno merecedor de merecerte sino a
mí, que si algún merecimiento para contigo
tengo es por el amor con que te amo».
—vuestra grandeza: RM, Arco y Garay
[1951a:348], Ly [1981:274, etc.].
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- (22) 38.23—Para el Belianís, cf. I,
«Don Belianís...», p. 26; Orduna
[1973], Eisenberg [1982; 1987a:5].
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- (23) 38.24—Al final del Belianís, se
afirma que «el sabio Fristón»,
supuesto autor de la obra, había perdido la
continuación del original; y Jerónimo
Fernández da «licencia a cualquiera a cuyo
poner viniere la otra parte» para que «la
ponga junto con esta» (CL), y Carlos V llegó
a encargar que se escribiera esa «otra
parte». Pero no queda claro cuál es la
promesa del autor.
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- (24) 38.26—CL, Kagan [1974:242], Cabo Aseguinolaza
[1993:339]. —La grafía Cigüenza
era corriente, y así aparece en todas las
ediciones antiguas.
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- (25) 39.27—Una versión
clásica del motivo está, por ejemplo, en el
diálogo de Luciano traducido al castellano ya en
el siglo XV con el título de Contención que se
finge entre Anibal e Scipión e Alixandre...
Otros ejemplos, en Coroleu [1994]
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- (26) 39.29—Amadís de Gaula, ed.
Cacho Blecua, I, p. 413; CT.
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- (27) 39.30—CT. Cf. Horacio, Arte
poética, vv. 268-269: «Vos exemplaria
Graeca / nocturna versate manu, versate diurna» (L.
C. Pérez 1971).
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- (28) 39.31—Cf. arriba, n. 15, Klibansky et
al. [1964/91:29-39, 125-135] y Serés [1989:
179 y passim].
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- (29) 39.32—Cf. arriba, I, 36 n. 15; E. R. Harvey
[1975], Serés [1994b].
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- (30) 39.33—Sobre la locura de DQ,
cf. en especial Avalle-Arce [1975; 1976], Allen
[1969-1979], Bigeard [1972], Johnson [1983], Simó
[1993]b.
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- (31) 39.34—Cf., por ejemplo, Crónica del
famoso caballero Cid Ruy Díaz Campeador
y... crónica del muy valiente y esforzado
príncipe y caballero de la Ardiente Espada...,
ambas obras publicadas, por ejemplo, por Jacobo
Cromberger, en Sevilla; y Egido [1996b]. Los grabados que
adornaban estas crónicas eran en
ocasiones los mismos, como se aprecia en el que ilustra
la Crónica del Cid (Toledo, 1526) y el
primer libro de Don Polindo (Toledo, 1526).
M. C. Marín Pina —En la novela de
Feliciano de Silva, no consta que Amadís de Grecia
diera ningún revés como el aludido
en el texto (CL), pero esos «golpes
espantosos», críticados ya en el propio
Amadís de Gaula (ed. Cacho Blecua, I, p.
222, y n. 21), eran comunes en los libros de
caballerías (I, 32,372).
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- (32) 40.35—En los romances, lo
habitual era llamar a Roldán «el
esforzado», pero en Asentado está
Gaiferos se dice: «Debe ser encantado / ese
paladín Roldán» (Cancionero sin
año, f. 62v). B.
W.
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- (33) 40.36—La industria de Hércules se
aplicaba a la muerte de Roldán por Bernardo del
Carpio en la Segunda parte de Orlando, con el
verdadero suceso de la famosa batalla de Roncesvalles
(1555), poema épico de Nicolás Espinosa.
CL.
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- (34) 40.37—Cf. Amadísde
Gaula, ed. Cacho Blecua, II, p. 1652, y
Sabiduría, XIV, 6. Para los gigantes: CL,
Márquez Villanueva [1973:299-311]; II, 1, 636, n.
90, y Apéndices, 2. 7.
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- (35) 40.38—BW, Chevalier [1966:172-175],
Gómez-Montero [1992].
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