Gabriela Mistral: Poema de Chile. Edit. Pomaire, 1967.



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Gabriela Mistral
POEMA DE CHILE

[Editorial Pomaire, 1967]

 

 

HALLAZGO

Baj� por espacio y aires
y m�s aires, descendiendo,
sin llamado y con llamada
por la fuerza del deseo,
y a m�s que yo caminaba
era el descender m�s recto
y era mi gozo m�s vivo
y mi adivinar m�s cierto,
y arribo como la flecha
�ste mi segundo cuerpo
en el punto en que comienzan
Patria y Madre que me dieron.

�Tan feliz que hace la marcha!
Me ataranta lo que veo
lo que miro o adivino
lo que busco y lo que encuentro;
pero como fui tan otra
y tan mudada regreso,
con temor ensayo rutas,
pe�ascales y repechos,
el nuevo y largo respiro,
los rumores y los ecos.
0 fue loca mi partida
o es loco ahora el regreso;
pero ya los pies tocaron
baj�os, cuestas, senderos,
gracia t�mida de hierbas
y unos c�spedes tan tiernos
que no quisiera doblarlos
ni rematar este sue�o
de ir sin forma caminando
la dulce parcela, el reino
que me tuvo sesenta a�os
y me habita como un eco.
Iba yo, cruza-cruzando
matorrales, peladeros,
top�ndome ojos de quiscos
y escuadrones de hormigueros
cuando saltaron de pronto,
de un entrevero de helechos,
tu cuello y tu cuerpecillo
en la luz, cual pino nuevo.

Son muy tristes, mi chiquito,
las rutas sin compa�ero:
parecen largo bostezo,
jugarretas de hombre ebrio.
Preguntadas no responden
al extraviado ni al ciego
y parecen la Canidia
que s�lo juega a perdernos.
Pero t� les sabes, s�,
malicias y culebreos ...

Vamos caminando juntos
as�, en hermanos de cuento,
t� echando sombra de ni�o,
yo apenas sombra de helecho ...
(�Qu� bueno es en soledades
que aparezca un Angel-ciervo!)

Vu�lvete, pues, huemulillo,
y no te hagas compa�ero
de esta mujer que de loca
trueca y yerra los senderos,
porque todo lo ha olvidado,
menos un valle y un pueblo.
El valle lo mientan "Elqui"
y "Montegrande" mi due�o.

Naciste en el palmo �ltimo
de los Incas, Ni�o-Ciervo,
donde empezamos nosotros
y donde se acaban ellos;
y ahora que t� me gu�as
o soy yo la que te llevo
�qu� bien entender t� el alma
y yo acordarme del cuerpo!

Bien mereces que te lleve
por lo que tuve de reino.
Aunque lo dej� me tumba
en lo que llaman el pecho,
aunque ya no lleve nombre
ni d� sombra caminando,
no me oigan pasar las huertas
ni me adivinen los pueblos.

C�mo me hab�an de ver
los que duermen en sus cerros
el sue�o maravilloso
que me han contado mis muertos.
Yo he de llegar a dormir
pronto de su sue�o mismo
que est� doblado de paz,
mucha paz y mucho olvido,
all� donde yo viv�a,
donde r�o y monte hicieron
mi palabra y mi silencio
y Coyote ni Coyote
hielos ni hieles, me dieron.

�Qu� a�o o qu� d�a moriste
y por qu� cruzas son�mbula
la casa, la huerta, el r�o,
sin saberte sepultada?
Ve m�s lejos, s�lo un poco
m�s, donde est� tu morada,
al lugar adonde miras
y te retardas, quedada.
No respondas a los vivos
con voz rota y sin mirada.

Se murieron tus amigos,
te dejaron tus hermanas
y te mueres sin morir
de ti misma trascordada,
y sueles interrogarnos
sobre tu nombre y tu patria.

Llegas, llegas a nosotros
desde una estrella ignorada,
preguntando nuestros nombres,
nuestro oficio, nuestras casas.
Eres y no eres; callamos
y partes, sin dar, hermana,
tu patria y tu nombre nuevos,
tu Dios y tu ruta larga,
para alcanzar hasta ellos,
hermana perdida, Hermana.

 

 

 

de pastos de trecho en trecho
y caser�os callados
a medio alzarse, de miedo,
bajo el viento que los lleva
y que los suelta en dos tiempos.

Y otras tierras desolladas
en Bartolom�s inmensos,
de un costado desangradas,
del otro en tendido incendio.
Y otra y otra vez aldeas
acurrucadas, friolentas,
con techo de paja y
huyendo y permaneciendo.

Tienen sed el cabrer�o,
el olivillo y la salvia,
el pasto de cortos dedos
y el cuarzo y el cuellecillo
de muchachito y el ciervo.
Miseria de higuera sola
azuleando higos cence�os
y de tunal en que ara�a
a tientas un rapazuelo
y de mujeres que vuelcan
las "gamelas" y los tiestos
y el umbral empedernido:
toda la Tierra y el cielo.

Claman �agua!, silabean
�agua! durmiendo o despiertos.
La desvar�an tumbados
o en pie, con substancia y miembros.
Y agua que les van a dar a
los tres entes pasajeros
con garganta que nos arde
y los costados resecos.

Cruzamos, pasamos, blancos
de puna y de polvo suelto,
del resuello de la Gea
y el sol blanco de ojo ciego
y repetimos los tres
callando, de pecho adentro;
Agua de Dios, un cadejo
de nube, un hilillo fresco.

El agua en sorbo o en hebra,
sonando su silabeo,
merced al hilo de agua
delgada, piedad de estero,
mejor que el oro y la plata
y el amor dado y devuelto.

No se me doble el huemul
al que le blanquea el belfo
y no me mire el diaguita
que me rompe su deseo.
Un poco m�s y ella salta
con sus ojos azulencos
y van a beber de bruces
con risadas de contento
m�s doblados que sus cuellos
iguales en ciervo y ciervo.

Se paran, o siguen y arden,
callan y laten enteros;
y el soplo que yo les doy
no les vale, de ser fuego ...

Apunta si el "ojo de agua",
ya en lo bajo del faldeo;
yo no s�, no, si es verdad
o mentira del deseo.
Est� redondo y perfecto,
est� en anillo peque�o;
brilla peque�ito y quieto
con dos p�rpados de hierba
y el ojo a nosotros vuelto
asombrado de s� mismo,
sin voz, pero con destello
milagro tard�o y cierto.

�C�mo beben, c�mo beben,
que yo les oigo los cuellos!
Y bebiendo son iguales
el con belfo y el sin belfo.
La leng�ecilla rosada
apura su terciopelo
y el ni�o bebi� con toda
su cara que tomo y seco.

 

NOCHE DE METALES

Dormiremos esta noche
sue�os de celestes dejos
sobre la tierra que fue
m�a, del indio y del ciervo,
recordando y olvidando
a turnos de habla y silencio.

Pero todos los metales,
son�mbulos o hechiceros,
van alz�ndose y viniendo
a raudales de misterio
-hierro;cobre, plata, radium-
due�os de nosotros, due�os.

Son lameduras azules
que da la plata en los pechos,
son llamaradas de cobre
que nos trepan en silencio
y lanzadas con que punza
a las tres, sangres, el hierro.

Por confortarnos los pies
vagabundos, y aprenderse
nuestros flancos y afirmarnos
los corazones sin peso,
los tres del miedo ganados,
los tres de noche indefensos.

Y la noche se va entera
en este combate incruento
de metales que se allegan
buscando, hallando, mordiendo
lo profundo de la esencia
y la nuez dura del sue�o.

Al fin escapan huidos
en locos filibusteros
y seguimos la jornada
cargando nuestro secreto,
arcang�licos y r�pidos
de haber degollado el miedo.

Liberados caminamos
como los raudales frescos,
sin acidia y sin cansancio,
ricos de origen y t�rmino,
por la nocturna merced
de los Andes Arcang�licos
que dentro de su granada
imp�vidos nos tuvieron.

Vamos cargando su amor
como un amianto en el pecho,
como la casta y el nombre,
como la llama en silencio
que no da chisporroteo
y seg�n nuestros or�genes,
despe�ados de lo Eterno.

 

COBRE

Est�n redimiendo el cobre
con las virtudes del fuego.
De alli va a salir hermoso
como nunca se lo vieron
las piedras que eran sus madres
y el que lo bef� por necio.

Suba el Padre Cobre, suba,
que naciste para el fuego
y te pareces a �l
en el fervor de tu pecho.
Todav�a, todav�a
no confiesas el secreto
del amor y de la fiebre
que est� en tus piedras gimiendo.
Nadie te habr� dicho hermoso,
porque el pecho no te vieron.

D�a a d�a te volviste
la pobre piedra quedada,
la pobre piedra que duerme
y dura y odia la llama
y eres, ya, todos tus muertos
antes de ser sepultada.

Helados, llanto y sonrisa,
la oraci�n y la palabra,
el amanecer la siesta
y la oraci�n no arribada.
Ya es lo mismo, ya es igual
la mudez que la palabra.

 

ATACAMA

En arribando a Coquimbo
se acaba el Padre-desierto,
queda atr�s como el dolor
que nos mordi� mucho tiempo,
queda con nuestros hermanos
que en prueba lo recibieron
y que despu�s ya lo amaron
como ama sin ver el ciego.

El sol ya coci� su piel
y olvidaron verdes huertos
como la mujer que olvida
amor feliz por infiernos
o el penitente que tumba
... ... ... ... (falta un verso en el original)

No vuelvan atr�s los ojos
pero guarden el recuerdo
de los que doblados tapan
sal parecida al infierno,
la hallan y la regustan
en el yantar, en el dejo,
y son como ella los hizo
de los pies a los cabellos,
y la terca sal los guarda
integros hasta de muertos.
�Qu� dura tiene la �ndole
sal sin ola y devaneo,
pero que noble los guardas
enteros despu�s de muertos!

Vamos dejando el cascajo
y las arenas de fuego,
y vamos dando la cara
a olores que trae el viento
como que, apuntando el agua,
vuelva nuestro �ngel devuelto.

 

AROMAS

Cuentan entre los Arc�ngeles
el que da el aroma lento,
el que da el aroma denso,
y uno es aqu�l que regala
salvia, tomillo y romero
y �ste no anda en los jardines,
porque ha escogido los huertos.

-Mam�, yo nunca lo he visto
(Ser� que no anda el Desierto?
�Ser� que al indio no quiere?

-Para qu� lo quieres ver
si te repasa en el viento.

-Mam�, tendr� no m�s que alas
y que se ve s�lo en sue�os
o no le gustan los indios,
o pasar� cuando yo duermo.

S�, s�, mam�, algo me pasa
cuando al sue�o voy cayendo.
Ll�vanos por donde pasa,
despi�rtame si estoy durmiendo.

-Pero pasa tan ligero
y t� tienes duro el sue�o.

 

CANCI�N DE CUNA DEL CIERVO

Du�rmete con tus dos sangres,
en cervato del Desierto,
bien si acaso te despiertas,
bien si quedas en el sue�o:
bueno es vivir y morir,
ser creado y ser disuelto.
Duerme t�, duerme hasta que
en cristiano despertemos.

Jugarreta con lomillo
y pezu�itas y vellos,
duerme a mitad de la sal,
la pelambre y el desuello,
el belfo blanco y salobre,
los lagrimales sangrientos.

No te oiga de dormido
el alma del hormiguero,
ni la ara�a te repase
las ancas de terciopelo,
ni el alacr�n te conozca,
ni te revuele el murci�lago,
ni te halle la bestia hirsuta
que en la noche hiri� a mi Ciervo.

Pedrisco ni piedra hondeada
del Ca�n color de infierno,
ni la flecha envenenada
te den muerte que le dieron.
No duermas como �l dorm�a,
fiados alma y alientos.

Blanda y morosa es la hierba,
viva como Angel atento.
Duerma la gracia tacne�a,
duerma con sus dos alientos,
el color de la pi�eta,
la blandura del mansueto,
con yerba buena en las astas,
sin sangre sobre los belfos,
cribado de las estrellas,
ebrio de olores disueltos,
so�ando herbazal tumbado
y pastal que va subiendo:
�Duerme, chiquito,
pace tu sue�o!

(Y el velludito se va
como rama desprendiendo,
cargado del sue�o suyo,
del pedregal y del m�dano.
Ya est� parado en su bien,
rico de tiniebla y sue�o).

 

EMIGRACI�N DE P�JAROS

Como si nos saludasen
desde lo alto la llegada
a la extremosa regi�n
a la madre m�s lejana,
viene por los aires altos
como por obra de gracia,
cortando el azul celeste,
la mayor "gente" emigrada.
Vienen, vienen, los pel�canos...

-�Qu� ves, mam�, que no veo
y miras embelesada?

-Para que los veas, p�rate.
�Qu� lindas reci�n llegadas!
Son las gentes del mar �ltimo
pel�canos en bandadas.

-Mi�ntalos, mam�, ja, ja,
ya veo ya la bandada.

-Porque es pura nieve y hielo
la Patagonia extremada,
vienen las aves del mar
en esa cinta azorada.
Tantas son que cubrir�an
el potrero, si abajaran.

-Gritan, mam�, gritan todas.
Ser� que temen y llaman.

-No, mi loquillo, que bajan
gritando por su arribada.
Pero no nos dan el gusto
de o�rles bien la algarada.
Cont�ntate con mirarles
la l�nea donosa y blanca.

-Pero �para d�nde van?
�Van perdidas, y no bajan?

-�Qu� se van a perder ellas,
mi ni�o disparatado!
Nosotros, s�, nos perdemos
pero aqu�llas nunca fallan.
Bajar�n cuando divisen
playa suya acostumbrada.

La peonada ni mira
lo linda que es su pasada.
Las gentes, chiquito, saben
de p�jaros poco o nada;
s�lo yantares y cosas
y chismes, de la contrada.

Bajan, bajan, bajan en vertical
a pastos acostumbrados.
Oyelas en vez de hablar,
mira y no grites, mi ni�o.,.
no te pierdas su pasada.
Ahora se oye un poco m�s;
es que divisan sus playas ...

-Cuenta m�s, cuenta, la Mama.

-Ayunas de calendario,
de se�ales y de llamada,
las tres o las cinco mil
saben la fecha llegada
y se dan voz de partida
como casta convocada
y suben como llamadas.

Dejan el hielo, la arena
menuda, el nido y las playas,
el sol esquivo y se vienen
hacia la segunda Patria.
Ya se ven m�s, ya torcieron
el rumbo, como silbadas.
Ellas est�n advertidas
casi, casi son llamadas.
La mancha se va entreabriendo.
Ya reconocen las playas.
Y ahora es bajar muy recto
y con gritos de arribada.
Bienvenidas a las dunas,
tan dulces y acostumbradas.
Bajen, bajan, bajan todav�a ...

 

VIENTO NORTE

El viento Norte viene
levant�ndose, ladino,
y aunque es m�s viejo que Abraham,
as� comienza de fino,
y si no se apura el paso,
ya nos coge el torbellino
y somos, dentro del Loco,
un fren�tico, un zarcillo,
un volant�n con que juega
hasta que cae vencido
y se devuelve a sus antros,
tambi�n �l roto y vencido.

-Mam�, pero te has trepado
a donde el viento es indino.

-Porque yo me envici� en �l
como quien se envicia en vino,
trepando por los faldeos,
sigui�ndolo por el grito.
Yo no era m�s, era s�lo
su antojo y su manojillo
y a m� me gustaba ser
su jugarreta sin tino
y en donde estoy; todav�a
le llamo, a voces, "mi ni�o" ...

�Sabes a qu� baja el Loco?
Baja a cumplir su destino.

-El no sabe nada, mama,
y hace, no m�s, desatinos.
Zamarreaba nuestra casa
como si fuese un bandido.
Ningun entonces dorm�a
y era como el Anti-Cristo.

-Te tiras al suelo como
si pasase el Diablo mismo,
�ay, mi zonzo novelero!
Tapa tus orejas hasta
que cruce mi Loco suelto,
pero d�jalo que a m�
me cante en Loco divino.
Porque, s�belo, nosotros,
poetas de �l aprendimos
el grito rasgado, el llanto.

 

LA CHINCHILLA

Te traje por andurriales,
dejando a la bien querida,
la Madre y Se�ora Ruta,
madre tuya y madre mia.
Ahora que hagas paciencia,
vamos siguiendo una huida.

-�A qui�n, di, mama antojera,
rebuscas con picard�a?

-Calla, calla, no la espantes:
por aqu� huele a chinchilla.

-�Oh! las mentaba mi madre;
pero esas t� no las pillas.
Pero ahora es el correr
y volar �m�rala, mirala!

-�No la ves que va delante?
�ay qu� linda y qu� ladina!

-�Qu� ves, di, qu� se te ocurre?

-Corre, corre �es la chinchilla!

-Yo veo una polvareda
y t� como loca gritas.
Queda atr�s que yo la sigo,
su�ltame que ya la alcanzo.
�Qui�n pierde cosa tan linda?
Calla, para, yo la atrapo.
Escap�, m�rala, m�rala,
ya se pierde en unas quilas.
�Que no se la logre un p�caro!
Es la chilena m�s linda.
Su bulto me lo estoy viendo
en las hierbas que palpitan.

-T� la quieres y �por qu�
dejas que otros la persigan?

-Ja, ja, ja. Yo soy fantasma,
pero cuando era una viva,
nunca me tuve la suerte
de ser en rutas o�da.
Tampoco en casas ni huertos.
�Por qu� tan triste me miras?

-Mira la raya que deja
sobre los trigos la huida.

-No r�as t�, tal vez tienen
un �ngel las bestiecitas.
�Por qu� no? �C�mo es, chiquito,
que todav�a hay hermana chinchilla?
Las hostigan y las cogen.
Quien las mira las codicia,
los peones, los chiquillos,
el zorro y la lober�a.

-Oye, �la mentaste hermana?

-S�, por el hombre Francisco
que hermanita le dec�a
a todo lo que miraba
y daba aliento u o�a.

-Eso, eso me lo cuentas
largo y tendido otro d�a.
Ahora, mama, tengo pena
de no mirar cosa viva.
T� caminas sin parar
y yo me pierdo lo que iba,
apenas me alcanzo a ver,
veo aguas y bestiecitas.

 

MONTA�AS M�AS

En monta�as me cri�
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca,
aunque me escuche la marcha,
las perd�, ni cuando es d�a
ni cuando es noche estrellada,
y aunque me vea en las fuentes
la cabellera nevada,
las dej� ni me dejaron
como a hija trascordada.

Y aunque me digan el mote
de ausente y de renegada,
me las tuve y me las tengo
todav�a, todav�a,
y me sigue su mirada.

 

A VECES, MAMA, TE DIGO.

-A veces, mama, te digo,
que me das un miedo loco.
�Qu� es eso, di, que caminas
de otra laya que nosotros
y, de pronto, ni me oyes
y hablas lo mismo que el loco
mirando y sin responder
o respondiendo a los otros?
�Con qui�n hablas, dime, cuando
yo me hago el que duerme ... y oigo?
Ser� con los animales,
la hierba o el viento loco.

-Porque todos est�n vivos
y a lo vivo les respondo.
Tambi�n contesto a lo mudo,
por ser mis parientes todos.

-Ja, ja, ja, mama, la mama,
calla o me lo cuentas todo.

-Me llamaban "cuatro a�itos"
y ya ten�a doce a�os.
As� me mentaban, pues
no hac�a lo de mis a�os:
no cos�a, no zurc�a,
ten�a los ojos vagos,
cuentos ped�a, romances,
y no lavaba los platos...
�Ay! y, sobre todo, a causa
de un hablar as�, rimado.

-�Y qu� m�s, qu� m�s hac�as?
�Ve contando, ve contando!

-Me ten�a una familia
de �rboles, otra de matas,
hablaba largo y tendido
con animales hallados.
Todav�a hablo con ellos
cuando te vas escapado.

Pero ellos contestan s�lo
cuando no les haces da�o.
No los hostigo mi Santo
Francisco y les dijo hermanos.

 

ANIMALES

En este revoloteo
nuestro y este toma y daca
doblando helechos mojados
y quebrando gajos muertos,
vamos oyendo los dos
un ruido que no es confeso,
una carrerita corta,
un paro y un mastiqueo.

-Yo oigo, s�, pero se va
en cuantito que me allego...
Pero con el ruidecillo
pasan, Mama, ojos con miedo.

-Le "apuntaste", pero t�
no sabes el nombre de eso.
Eso se llama el castor
y malo no es, s�lo es feo.
Tiene m�s miedos que t�,
ocho miedos y diez celos.

-Mama, no te est�s riendo
de m�, �Qu� es eso de celo?

-Es don Castor marrullero,
o tal vez do�a Castora
que ya tendr� cr�os nuevos
y que los cela de ruidos
y ojos que son traicioneros.

-All� salt�, Mama. P�rate,
que si corro me lo tengo.

-Si es Castora y tiene cr�os,
no te allegues, te lo ruego.
D�jalo, novedosillo.
Ya lo viste. Donde apunte
debe tener la manada
y va a los suyos corriendo.

-Oyeme, indito, oye, M�o:
nunca mates lo que es madre
que amamanta bajo el cielo,
da su leche y acarrea
semillas y "comederos".

-No matar�, pero ... Mama,
d�jame ver el nidero.
�Cosa nunca vista!
Y tambi�n son feos, mira,
y saltan y son peque�os.
Repite, Mama, su nombre.
Ahoua ya no me 10 tengo.
�Todos se llaman lo mismo?
Ya los vi. V�monos yendo.

Cas-tora, cas-tor. �Qu� lindo
es mentar un nombre nuevo!
Y t� �tienes otro nombre,
la Mama?

-S�, el que me dieron
y el que me d� de ma�osa
y el nuevo me mat� el viejo.
No averig�es m�s. �Camina!
�Tienes hambre? Se han quedado
muy atr�s los pi�oneros.
Trota m�s, para llegar...

 

VALLE DE ELQUI

Tengo de llegar al Valle
que su flor guarda el almendro
y cr�a los higuerales
que azulan higos extremos,
para ambular a la tarde
con mis vivos y mis muertos.

Pende sobre el Valle, que arde,
una laguna de ensue�o
que lo bautiza y refresca
de un eterno refrigerio
cuando el r�o de Elqui merma
blanqueando el ijar sediento.

Van a mirarme los cerros
como padrinos tremendos,
volvi�ndose en animales
con ijares so�olientos,
dando el vagido profundo
que les oigo hasta durmiendo,
porque doce me ahuecaron
cuna de piedra y de le�o.

Quiero que, sentados todos
sobre la alfalfa o el tr�bol,
seg�n el clan y el anillo
de los que se aman sin tiempo
y mudos se hablan sin m�s
que la sangre y los alientos.

Estemos as� y duremos,
trocando mirada y gesto
en un repasar dichoso
el cord�n de los recuerdos,
con edad y sin edad,
con nombre y sin nombre expreso,
casta de la cordillera,
apretado nudo ardiendo,
unas veces cantadora,
otras, quedada en silencio.

Pasan, del primero al �ltimo,
las alegr�as, los duelos,
el mosto de los muchachos,
la lenta miel de los viejos;
pasan, en fuego, el fervor,
la congoja y el jadeo,
y m�s, y m�s: pasa el Valle
a curvas de viboreo,
de Peralillo a La Uni�n,
vario y uno y entero.

Hay una paz y un hervor,
hay calenturas y oreos
en este disco de carne
que aprietan los treinta cerros.
Y los ojos van y vienen
como quien hace el recuento,
y los que faltaban ya
acuden, con o sin cuerpo,
con repechos y jadeados,
con derrotas y denuedos.

A cada vez que los hallo,
m�s rendidos los encuentro.
S�lo les traigo la lengua
y los gestos que me dieron
y, abierto el pecho, les doy
la esperanza que no tengo.

Mi infancia aqui mana leche
de cada rama que quiebro
y de mi cara se acuerdan
salvia con el romero
y vuelven sus ojos dulces
como con entendimiento
y yo me duermo embriagada
en sus nudos y entreveros.

Quiero que me den no m�s
el guillave de sus cerros
y sobar, en mano y mano,
mel�n de olor, ni�o tierno,
trocando cuentos y veras
con sus pobres alimentos.

Y, si de pronto mi infancia
vuelve, salta y me da al pecho,
toda me doblo y me fundo
y, como gavilla suelta,
me recobro y me sujeto,
porque �c�mo la revivo
con cabellos cenicientos?

Ahora ya me voy, hurtando
el rostro, por que no sepan
y me echen los cerros ojos
grises de resentimiento.

Me voy, monta�a adelante,
por donde van mis arrieros,
aunque espinos y algarrobos
me atajan con llamamientos,
aguzando las espinas
o atraves�ndome el le�o.

 

EL CUCO

La siesta de los cinco a�os
el Cuco me la punteaba.
El no volaba mi rostro
ni picoteaba mi espalda.
Yo no s� de d�nde el tierno
sus dos s�labas mandaba
o las dejaba caer
de alguna escondida rama.
Pero a la siesta, a la siesta,
esas dos me adormilaban,
dos no m�s, pero insistentes
como burlona llamada ...
Y la lana de mi sue�o
ya era lana agujereada ...
Y la mata de mi sombra
se abr�a de su lanzada.

Cuco-Cuco al mediod�a,
y en la tarde ensimismada,
Cuco-Cuco a medio pecho,
Cuco-Cuco a mis espaldas.
�Por qu� no pon�a nunca
otra s�laba inventada?

Cuco pico entrometido,
Cuco nieto de un solo �rbol,
siempre en una misma rama
y nunca de ella abajado
Cuco ni blanco ni rojo,
ni azul, �Pobre Cuco pardo!

Ya no duermo bajo �rbol
que tenga Cuco en las ramas
ni al sol ni a la luna juegan
conmigo las que jugaban.
Burladas y burladoras
en los trances de la danza.

Pero donde es Montegrande
nunca se rompi� la danza
ni el Cuco fall� a la cita
en higuerales ni chacras,
�ni a m� me falt� al dormir
el Cuco de mis infancias!

 

HUERTA

-Ni�o, t� pasas de largo
por la huerta de Luc�a,
aunque te paras, a veces,
por cualquiera nader�a.

�Qu� le miras a esa mata?
Es cualquier pasto. �Camina!

-�Qu�? es la huerta de Luc�a.
Tan chica, mama, y sin �rboles.
�Qu� haces ah�, mira y mira?
Esa vieja planta todo.
Por vieja, tendr� man�as.

-Tontito m�o. Es la albahaca.
�Qu� buena! �Dios la bendiga!

-Pero si no es m�s que pasto,
mama. �Por qu� la acaricias?

-Le o� decir a mi madre
que la quer�a y plantaba
y la bebia en tisana,
le o� decir que alivia
el coraz�n, y eran ciertas
las cosas que ella nos contaba.

-�Por qu� entonces no la coges?

-Chiquito, soy un fantasma
y los muertos, ya olvidaste,
no necesitan de nada.

-�Ay, otra vez, otra vez
me dices esa palabra!

-�C�mo te respondo entonces
a tantas cosas que me hablas?

-Mama, oye: algunas veces
me lo creo, otras veces, nada ...
Me dices que te moriste
pero hablas tal como hablabas.
Cuando voy solo y con miedo,
siempre vienes y me alcanzas,
casi nada has olvidado
�y caminas tan ufana!
�Por qu� te importan, por qu�
todav�a hasta las plantas?

-Chiquito, yo fui huertera.
Este amor me dio la mama.
Nos �bamos por el campo
por frutas o hierbas que sanan.
Yo le preguntaba andando
por �rboles y por matas
y ella se los conoc�a
con virtudes y con ma�as.

Por eso te atajo cuando
te allegas a hierbas malas.
Esta Patria que nos dieron
apenas cr�a ciza�as,
gracias le daba al Se�or
por todo y por esta haza�a.
Le agradec�a la lluvia,
el buen sol, la trebolada,
la lluvia, la nieve, el viento
norte que nos trae el agua.
Le agradec�a los p�jaros,
la piedra en que descansaba,
y el regreso del buen tiempo.
Todo lo llamaba "gracia".

-�Gracia? �Qu� quiere decir?

 

PASCUA

�Sabes t�, fantasma, sabes
cuando va a caer la Pascua,
de que pasen por los campos
se�ores y caballadas,
partiendo lo no partido
y alegrando a la huasada?
�Qu� alboroto habr�, imagina
qu� fiesta y qu� zalagarda,
qu� verbena aqu� en la tierra,
gritos y toques de diana!

Pascua en el Valle de Elqui
y en los cielos fiestas, Mama.
�Cu�ndo va a amanecer, di,
la Tierra nuestra, cristiana,
para echarnos a cantar
hombres y mujeres, Mama,
al filo del alborear
como gente enajenada?
Y t� tambi�n, aunque a ti
la tierra te est� sobrada.
�D�nde va a ser el cantar
y el llorar de la gallada
y el alabar como nunca
alab� la criollada?


 

 

 

 

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Gabriela Mistral: Poema de Chile.
Edit. Pomaire, 1967.