La muerte de Luis XIV


          “A mediados del mes de agosto de 1715, al regresar de Marli, Luis XIV se vio atacado de la enfermedad que puso fin a sus días. Se le hincharon las piernas y la gangrena comenzó a manifestarse. El conde de Stair, embajador de Inglaterra, apostó, como se acostumbra en su país, a que el rey no pasaría del mes de septiembre. El duque de Orléans, que hizo completamente solo el viaje a Marli, tuvo de pronto a toda la corte a su alrededor. En los últimos días de su enfermedad, un empírico le dio al rey un elixir que reanimó sus fuerzas. Comió, y el empírico aseguró su curación. En ese mismo momento, disminuyó la multitud que rodeaba al duque de Orléans. “Si el rey come por segunda vez -dijo el duque de Orléans, ya no tendremos a nadie.” Pero la enfermedad era mortal. Se habían tomado medidas para dejar la regencia absoluta al duque de Orléans. El rey limitó considerablemente su regencia en el testamento, depositado en el Parlamento, o mejor dicho, lo nombraba tan sólo jefe de un consejo de regencia, en el cual no hubiera tenido más que el voto decisivo. Sin embargo le dijo: “He respetado todos los derechos que os da vuestro nacimiento.” Es que no creía en la existencia de una ley fundamental que diera, en una minoría, poder sin límites al presunto heredero del reino. Esa autoridad suprema, de la cual se puede abusar, es peligrosa; pero la autoridad compartida lo es más aún. Creyó que sería tan bien obedecido después de muerto como lo había sido en vida, y se olvidaba de que el testamento de su padre había sido anulado.

Luis XIV de Francia. 1749. Peace Palace Library. La Haya.
Luis XIV de Francia. 1749. Biblioteca del Palacio de la Paz. La Haya.

          (1 de septiembre de 1715) Por otra parte, todo el mundo sabe la grandeza de alma con que vio aproximarse la muerte: le dijo a madame de Maintenon: “Yo creía que era difícil morir”; y a sus criados: “¿Por qué lloráis? ¿me creíais inmortal?”, y dio tranquilamente órdenes sobre muchas cosas, hasta sobre las pompas fúnebres. Cualquier persona que se vea rodeada de testigos en la hora de su muerte muere siempre con valor. Luis XIII, en su última enfermedad, puso música al De Profundis que debía cantarse por él. La presencia de ánimo con que Luis XIV esperó su fin, estuvo desnuda de la ostentación que puso de manifiesto durante toda su vida. Esa valentía lo llevó hasta confesar sus faltas. Su sucesor ha conservado escritas a la cabecera de su cama las notables palabras que le dijo el monarca, mientras lo tenía, sobre su lecho, entre sus brazos: no todas las historias relatan esas palabras. Helas aquí fielmente copiadas:

         “Pronto seréis rey de un gran reino. Lo que quiero, sobre todo, recomendaros es que no olvidéis jamás las obligaciones que tenéis con Dios. Recordad que le debéis todo cuanto sois. Tratad de conservad la paz con vuestros vecinos. Yo amé demasiado la guerra, no me imitéis en eso, ni tampoco en los gastos excesivos que he hecho. Pedid consejo en todo y procurad conocer el mejor para seguirlo siempre. Aliviad a vuestros súbditos lo más pronto posible y haced lo que desgraciadamente no he podido hacer yo, etc.”

Luis de oro. 1709. Museo Nacional de Historia Americana. Washington.
Luis de oro. 1709. Museo Nacional de Historia Americana. Washington.

Este discurso dista mucho de la pequeñez de espíritu que algunas memorias le atribuyen a Luis XIV.

          Le han reprochado el haber usado reliquias en los últimos años de su vida. Su sentimiento religioso era profundo, pero su confesor era un espíritu pobre que lo sujetó a esas prácticas poco convenientes y hoy desusadas, para adquirir sobre él un mayor ascendiente; además, estas reliquias, que tuvo la debilidad de llevar, se las había dado madame de Maintenon.

Pierre Mignard I.Françoise d'Aubigné, marquesa de Maintenon.  Hacia 1694. Palacio de Versalles.
Pierre Mignard. Françoise d’Aubigné, marquesa de Maintenon. Hacia 1694. Palacio de Versalles.

          Aunque la vida y la muerte de Luis XIV fueron gloriosas, su desaparición fue menos lamentada de lo que merecía. El gusto por la novedad, la inminencia de una época de minoridad, en la que todo el mundo pensaba hacer fortuna; la querella de la Constitución que agriaba los ánimos, todo esto hizo que la noticia de su muerte se recibiera con algo más que indiferencia. Vimos al mismo pueblo que en 1686 pedía al cielo con lágrimas la curación del rey enfermo, seguir su cortejo fúnebre con demostraciones muy diferentes. Se afirma que la reina madre le dijo un día cuando era muy joven: “Hijo mío, pareceos a vuestro abuelo y no a vuestro padre.” Al preguntar el rey la razón, le contestó: “Lo digo porque en la muerte de Enrique IV la gente lloraba, y en la de Luis XIII reía.”

Philippe de Champaigne. Luis XIII de Francia. 1655. Museo del Prado. El rey lleva peluca y valona guarnecida de encajes.
Philippe de Champaigne. Luis XIII de Francia. 1655. Museo del Prado. 

          Aunque se le hayan reprochado algunas pequeñeces, dureza en su celo contra el jansenismo, demasiada altivez con los extranjeros en sus victorias, debilidad por varias mujeres, excesiva severidad en sus cosas personales, guerras emprendidas con ligereza, el incendio del Palatinado, la persecución de los reformados, sin embargo, sus grandes cualidades y sus acciones puestas junto a sus errores han inclinado en su favor el fiel de la balanza. El tiempo, que hace madurar las opiniones de los hombres, ha consagrado su reputación; y a pesar de todo lo que se ha escrito contra él, no se pronunciará jamás su nombre sin respeto y sin unir a él la idea de un siglo eternamente memorable. Si se contempla a este príncipe en la vida privada, se lo ve, en verdad, muy pagado de su grandeza, pero afable; no le dio a su madre participación en el gobierno, pero cumplió con ella todos los deberes de un hijo, y guardó siempre las formas en sus relaciones con su esposa; buen padre, buen soberano, correcto en público, laborioso en el gabinete, exacto en los asuntos de Estado, pensó con sensatez, habló bien, y fue amable con dignidad.”

Nicolas de Largillière. François-Marie Arouet, conocido como Voltaire. 1724-1725. Palacio de Versalles.
Nicolas de Largillière. François-Marie Arouet, conocido como Voltaire. 1724-1725. Palacio de Versalles.

Voltaire. Extracto de El siglo de Luis XIV, cuya primera versión fue publicada en 1751.