Si algo tenían en común Mariana suegra y Mariana nuera era que, además de ser alemanas y llamarse igual, desconfiaban de los españoles y no les gustaba nada ni sus costumbres ni su carácter. Como ya he mencionado varias veces, esta desconfianza hizo que la Neoburgo se apoyara en ese grupo de nobles que la habían acompañado desde Alemania, tanto que cayó bajo la influencia de esta <<camarilla>> que sólo querían aprovechar su presencia en España para enriquecerse. De todos ellos, destacaban dos personajes:
Una de ellos era María Josefa Gertrudis Bohl von Gutemberg, mucho más conocida como la condesa de Berlepsch, la cual ya ha aparecido durante el relato. Esta dama fue designada por el Elector Palatino para que fuera camarera mayor de la reina durante el viaje a España, ya que una vez en Madrid su camarera mayor sería la duquesa viuda de Alburquerque, dama que a su vez había sustituido a la marquesa de Terranova. Esta marquesa tiene una anécdota bastante curiosa con la primera esposa de Carlos II, la reina María Luisa de Orleans. La marquesa destacaba por su rigidez a la hora de cumplir la etiqueta, cosa que tenía amargada a la pobre María Luisa, y por el odio a todo lo francés. Tanto es así que una vez “retorció el pescuezo” (sí, tal cual jajaja) a una cotorra que la reina se había traído de su Francia natal. Cuando la reina se enteró, se guardó su nobleza y dulzura en el bolsillo, y ante sus damas hizo llamar a la camarera mayor y la recibió con un par de bofetadas. Con su honor herido, se dirigió la marquesa ante el rey para quejarse por lo sucedido. Carlos II regañó a su esposa, diciéndole que aquella conducta no era propia de una reina; pero ésta, con su dulzura característica que encantaba al soberano, dijo que lo había hecho por causa de un antojo. Al rey se le cambió la cara al oír esto, ya que pensaba que su adorada esposa estaba en estado. Así que, lejos de seguir con la regañina, <<el Hechizado>> autorizó a su esposa a darle otras dos bofetadas más a la marquesa si así lo consideraba… jajajaja. Bueno, al margen de esta anécdota, la de Alburquerque sabía en cuanto llegó la de Neoburgo, que la confianza de ésta con la condesa de Berlepsch era muy íntima. Pronto, a la condesa se la empezó a llamar en la corte como Berlips, debido a la mala pronunciación de los españoles, aunque más tarde acabó siendo apodada como la Perdiz, despectivamente, claro. La vivaracha y astuta condesa, se convirtió en la persona de confianza de la reina, y su amistad, como digo, era muy íntima, aconsejaba a la reina en todos los asuntos y la rodeó de personas que le serían fieles a la hora de apoyarla en sus propósitos personales y políticos, eso sí, sin olvidar los propios intereses de cada uno, venían a hacer caja, claro está.
Carlos II y su corte.
El otro personaje iba a ser Enrique Javier Wiser, tercer vástago del canciller del Electorado, Godofredo von Wiser. Wiser, en principio, había sido designado para acompañar a Sofía de Neoburgo, hermana de nuestra Mariana, a Lisboa, ya que ésta se había convertido en reina del país lusitano. Pero el ambicioso Wiser no quedó contento con el papel que le había tocado dentro de la corte lisboeta, así que empezó a hacer de las suyas y comenzó a intrigar. La reina Sofía, que no quería que su compatriota le crease problemas, lo expulsó de regreso a Alemania. De camino a su país, pasó por Madrid, y allí se reunió con Mariana. Wiser, que era sinuoso, cínico, chismoso y sabía varios idiomas, fue “fichado” por la Neoburgo para su séquito en Madrid, vamos, aquel hombre cumplía con todos los requisitos para formar parte de aquella camarilla, siendo nombrado como secretario de Mariana de Neoburgo. Así que, pronto Wiser se convertiría en el segundo pilar de aquella camarilla junto a la Perdiz. Como sufría de cojera, pronto sus enemigos cortesanos empezaron a llamarle el Cojo.
Listos y con don de la palabra, la Perdiz y el Cojo, serían personas de mucho cuidado en aquella corte de finales de siglo. Sus actos iban dirigidos en beneficio propio y no les importaba nada si aquello significaba el deshonor de la propia reina.
Esto en cuanto a Mariana, pero el entorno de Carlos II tampoco se quedaba atrás. Sabemos que Carlos II no tenía cualidades para gobernar, pero si las hubiera tenido las dificultades que se hubiera encontrado serían desproporcionadas. Sus asesores apenas gobernaban ni colaboraban en los asuntos del estado. Gastaban su tiempo en intrigar los unos contra los otros con el objetivo de apartar rivales del camino y hacerse con el mejor puesto de gobierno. Aquellos personajes estaban invadidos por la ambición. El hecho de que Carlos II efectuara un nombramiento o concediera un título nobiliario, despertaba en el resto odio y envidia. Encima la nobleza también estaba dividida debido a celos y envidias: por un lado estaban los nobles de clase inferior, y por otro los Grandes que habían recibido mercedes por parte del rey, la reina o los validos. Con tal panorama os podéis imaginar la situación casi anárquica que existía en el gobierno de España. Como consecuencia, el cada vez más mermado ejército, sufría una derrota tras otra. España perdió el Franco-Condado a favor de Francia, así como otras plazas. Aquel ambiente de corrupción fue apoyado por la propia reina, interesada únicamente en su futuro para cuando muriera el monarca.
Alcázar de Madrid
Cuando cayó Oropesa, la reina presionó a su enfermizo marido con monumentales broncas, como solía hacer, para que nombrara a Juan de Angulo, conocido como el Mulo, como secretario del Despecho Universal. El Mulo, persona de escasa preparación y muy fiel a la reina, tuvo que pagar siete mil doblones por hacerse con el cargo. ¿Adivináis dónde fue el dinero? Se lo repartió la camarilla, claro está. Aunque la reina se quedó con mayor parte porque tenía que mandarle dinero a su familia, que andaba escasa de recursos. El negocio que había encontrado Mariana con la venta de cargos era para considerar.
La Neoburgo, la Perdiz, el Mulo y el Cojo formaron una gran alianza. Aunque entre ellos tampoco faltaron broncas y peleas, debido a la confluencia de intereses propios. A ellos pronto se les unió el soprano italiano Galli, conocido como el Capón por estar castrado. El único del entorno de la reina que se alejaba de aquellas prácticas corruptas, las cuales aborrecía, era su confesor el padre Rhem, que más tarde Mariana destituyó. Otro que se venía aprovechando de los negocios de la camarilla era el hermano de la reina, Juan Guillermo, el que era candidato al gobierno de los Países Bajos. El príncipe palatino fue recibiendo una serie de pinturas, entre la que había algún que otro Velázquez, que fueron saliendo de España poco a poco hacia a Alemania, hasta formar toda una colección que más tarde formarían parte de la pinacoteca de Munich. Uno de los que ayudó al bolsillo y patrimonio de Juan Guillermo fue Wiser, el Cojo. La influencia de este fue cayendo poco a poco, debido a que sus acciones corruptas empezaron a ser desmesuradas, aunque ello no le impidió que su bolsillo siguiera engordando y que la reina le siguiera prestando su apoyo. La venta de cargos, que estaba monopolizada por la Neoburgo, era explotada por la Perdiz, el Cojo y el Mulo, los cuales se llevaban comisiones muy cuantiosas por aquello.
Dentro de aquella corte también había una persona llamaba Alonso Carnero, que había sido Secretario de Despacho Universal. Era un hombre educado y honrado y estaba al tanto de lo que se traían entre manos la reina y sus “secuaces”. Desde su secretaría intentó ponerle trabas a sus fechorías. Aquello levantó un odio en la reina que no paró hasta que consiguió la destitución de Alonso.
La condesa de Berlepsch, osea, la Perdiz, no paraba de engordar su fortuna y la de sus hijos. Consiguió que uno de ellos fuera nombrado legado del rey de Polonia. Por otro lado, la reina, quiso que Wiser, el Cojo, se casara con una de sus camaristas, hija del canciller del Consejo de Castilla. Pero el ambicioso Wiser lo rechazó, él deseaba alcanzar cotas más altas, deseaba casarse con una dama de mayor rango y con mayor dote que aportar al matrimonio. Mariana buscaba con este matrimonio controlar más lo que se cocía en el despacho del rey, y al conocer el rechazo de su secretario se decretó un enfrentamiento entre ambos.
Otro que arremetió contra la camarilla fue el poderoso cardenal Portocarrero. Acusó a la camarilla alemana de entorpecer al gobierno y de especular con las mercedes y cargos que correspondían al gobierno de la monarquía. Portocarrero no acusaba directamente a la reina y propuso abiertamente la expulsión de estas personas de España, sobretodo de la Perdiz y el Cojo.
La confirmación de la destitución del bueno de Carnero de su cargo levantó ampollas entre los cortesanos y sobretodo entre el pueblo. Al poco tiempo, se produjo en palacio unos altercados como consecuencia de ello. Durante una representación teatral, los cocheros y lacayos que aguardaban a los reyes se levantaron en protesta gritando: “¡Esta es la justicia que manda la Reina al Rey Nuestro Señor, que hecha a Carnero porque no es ladrón!” Tuvo que intervenir la guardia de palacio para terminar con aquella protesta. Hubo más actos rebeldes en protesta por la destitución como pintadas o panfletos, pero la reina se mantuvo en sus trece y no dio marcha atrás.
Poco después cayó Wiser. El Cojo, que ya solo tenía enemigos por todos lados recibió la orden de Carlos II de abandonar el país. Mariana pataleó y discutió, como solía hacer, con su marido para que cambiara de opinión, pero todo fue en vano. Todos en la corte pensaban que la reina era manipulada por su secretario, hasta el propio monarca lo decía, y la mejor manera de devolver paz a aquella corte era expulsándolo. Por si fuera poco las riquezas que había obtenido de su estancia en España, Mariana le donó dos mil doblones y seis caballos para el viaje. Partía en marzo de 1695. Wiser cumplió dos encargos de la reina: uno era ir hasta Parma para entregarle a Margarita de Neoburgo, hermana de la reina, unos obsequios, y otro era ir hasta Düsseldorf, donde vivía la familia de Mariana, para entregar a otra hermana de Mariana, Dorotea de Neoburgo, unos pendientes de diamantes y una diadema de perlas, rubíes y esmeraldas.
La corte había recobrado cierta tranquilidad tras la marcha del Cojo. La Perdiz o el Capón ya no preocupaban tanto. Sin embargo, otro escándalo se desató en la corte. Felipe, sastre de los reyes, fue acusado por la Inquisición de hechicería, ya que descubrieron unos trozos de plomo en la chaqueta del monarca. En aquella época, al plomo se le atribuían propiedades maléficas. Después de estar en la cárcel y ser torturado, fue finalmente exculpado, al demostrarse que el plomo era utilizado como contrapeso y evitar así que las mangas se enroscaran. Ya por entonces estaba extendida la creencia de que el rey estaba hechizado.
La cuestión de la sucesión anidaba por las cancillerías europeas, que buscaban pescar parte del imperio español cuando Carlos muriera. Todos pusieron la vista en la persona de más confianza de la reina, que no era otra que nuestra amiga, la Perdiz. Todos querían merecer el favor de aquella mujer, la cual era mimada y agasajada, sobretodo por Luis XIV y Maximiliano Manuel de Baviera. Además de esto, la Perdiz también estaba en la boca de todos cuando salían a la luz los falsos embarazos y abortos de la reina. Era toda una estrategia de la camarilla para ganar favores del rey cuando en condiciones normales no lo lograrían. Por Madrid, circulaba una coplilla que decía: La Perdiz poderosa / más que el Monarca, / cuando quiere, a la Reina / la hace preñada. Otra coplilla famosa que corría por Madrid en aquella época era la que aludía a la impotencia del rey: Tres Vírgenes hay en Madrid: / la Almudena, la de Atocha / y la Reina nuestra Señora. Si la condesa seguía en la corte, fue gracias a la acción de la reina, que pedía por activa y por pasiva a su marido por no apartarla de su lado. Por otro lado, Carlos II también recibía presiones para que la reina se deshiciera de una vez de su camarilla. Mariana sabía que la defensa de su camarilla le creaba cada vez más dificultades y no le quedó otra que intentar buscarles una salida lo más ventajosa posible. Pidió que para la condesa se le concediera el puesto de aya para los hijos de José de Austria, hijo de Leopoldo I, y futuro emperador, para el pidió doctor Geleen una buena pensión, a Galli un beneficio en Milán, así como para otros…
Lo cierto es que a Leopoldo I no le hacía mucha gracia el tener a la condesa en su corte. Sabía cómo se las gastaba. La Perdiz, por su parte, se negaba a salir de España si no le concedían lo que pedía. Finalmente, Leopoldo I tuvo que tragar, ya que quería tener el favor de la reina para con el tema de la sucesión, y fue nombrada dama de la corte de Viena, ya que no podía ser nombrada aya del Rey de los Romanos. A la condesa no le hizo mucha gracia, pero tuvo que aceptar, era mejor que nada. El 25 de marzo de 1700, cinco años después que lo hiciera su compañero el Cojo, salía la Perdiz de Madrid rumbo a Viena con un impresionante séquito. En Viena se quejó del trato que le daban en la corte, y pronto ingresó en el convento de las Damas Nobles. En 1709 lo abandonó repentinamente y vivió de forma lujosa gracias a los bienes y patrimonio que había adquirido en España, hasta que falleció en 1723. Galli, el Capón, volvió a Milán y el Mulo se libró de ser corrido de la corte puesto que había fallecido anteriormente.