Las pociones de Catalina de Médici, la sobredosis de barbitúricos de Marilyn Monroe y otras historias de grandes envenenadores y célebres envenenados

El doctor Roberto Pelta publica un compendio detallado de maneras de matar y ejemplos en la historia que demuestran el uso que mentes criminales han dado a los venenos.
Escena de Romeo y Julieta dibujo de Pieraccini publicado en 1831
Escena de Romeo y Julieta, dibujo de Pieraccini, publicado en 1831Icas94 / De Agostini Picture Library via Getty Images)

Un desafortunado accidente le costó la vida a Enrique II en 1559. Sucedió en París, mientras el rey participaba en un torneo durante la boda de su hija. En presencia de su esposa, Catalina de Médici, y de su amante oficial y fiel consejera, Diana de Poitiers, la lanza del conde Gabriel de Montgomery le hirió gravemente tras penetrar en su ojo derecho a través de la órbita. Aunque fue atendido por dos de los mejores médicos y cirujanos de la época, Ambrosio Paré y Andrés Vesalio, el monarca falleció apenas once días después de lo ocurrido. “Vesalio creyó que una bebida vulneraria empleada en aquella época para la curación de llagas y heridas, ingerida por Enrique II a instancias de sus cortesanos, fue la causa del fatal desenlace”, apunta el doctor Roberto Pelta en Puro veneno (La esfera de los libros), un libro repleto de ejemplos que demuestran el uso que mentes criminales han dado a los venenos.

Luego se supo que en el escritorio de Catalina de Médici había unas cuantas recetas, libros, pociones y polvos guardados bajo llave, lo que disparó los rumores en torno a un supuesto envenenamiento. También se cree que en más de una ocasión la reina barajó la posibilidad de matar a Diana de Poitiers, que siempre fue mucho más aceptada en la corte que ella, algo que la llevó a vivir más de una humillación pública. Como cabía esperar, Catalina la desterró de la Corte tras la pérdida de su marido, del que tardó diez años en tener descendencia (después de recurrir a remedios tan peculiares como beber litros de orina de mula o untar estiércoles de vaca en su vagina).

A Enrique, que probablemente se fue al otro barrio a consecuencia de una septicemia y no de un envenenamiento, le sucedió su hijo, el delfín Francisco II, casado con la reina escocesa María Estuardo. “Pero el mandato del nuevo monarca fue breve al verse afectado por un desorden de la sangre que le provocaba continuas heridas e infecciones”, cuenta Pelta. “Para aliviar sus dolores, su madre, Catalina de Médici, le suministraba drogas y pócimas. Debía de ser experta en su manejo, pues se cree que ordenaba envenenar a aquellos que generaban intrigas o que podían contrariarla”.

La historia de Catalina, apodada ‘la reina negra’ por sus adversarios, deja claro que los venenos llegaron a convertirse en una gran herramienta de poder para prescindir de enemigos, dada su accesibilidad. Ya lo fueron en el antiguo Egipto y en el mundo grecorromano, aunque su edad dorada es sin duda el Renacimiento, época en la que desarrolló su carrera el alquimista Paracelso y se introdujeron nuevas sustancias tóxicas procedentes del Nuevo Mundo. “En este periodo, con una extensión en España al denominado Siglo de Oro, los venenos adquirieron una enorme popularidad por su relevancia criminal, política y militar”, señala en el prólogo de Puro Veneno el profesor de Farmacología Francisco López Muñoz. “En este sentido hay que tener presente que el uso de estas sustancias no fue monopolio de las organizaciones delictivas del pueblo llano, como las denominadas germanías, sino que formó parte de los usos y costumbres de las élites nobiliarias y eclesiásticas”.

El autor del ensayo aprovecha también sus páginas para rescatar historias intrigantes como el aparente suicidio de Marilyn Monroe, que el 5 de agosto de 1962 fue hallada muerta en su cama, con una dosis de barbitúricos equivalente a una cantidad de cincuenta a ochenta comprimidos en su organismo. “No se apreciaron restos de alcohol”, explica Pelta, “pero sí se pusieron en evidencia tanto en la sangre como en el hígado dos tipos de barbitúricos, fenobarbital y pentobarbital, y restos de hidrato de cloral, otro agente hipnótico. Como el cadáver presentaba magulladuras y un gran hematoma en la cadera izquierda, y era raro que no hubiera restos de barbitúricos en el tubo digestivo, el doctor Noguchi [que practicó la autopsia] encargó un análisis detallado del sistema digestivo y de los riñones que nunca llegó a efectuarse porque las muestras de los órganos desaparecieron de los laboratorios de forma misteriosa”.

También abundan los que sostienen que Napoleón Bonaparte no falleció de un cáncer de estómago provocado por una antigua úlcera, sino que fue envenenado con arsénico por sus guardianes cuando estaba prisionero en la isla británica de Santa Elena, situada en la costa occidental de Angola. El cuerpo del francés permaneció enterrado allí durante casi veinte años, hasta que en 1840 fue embarcado con destino a Francia para ser inhumado en Los Inválidos de París. “Mediante el análisis de la activación de neutrones por los forenses en sus cabellos, se demostró que su contenido en arsénico era superior al que normalmente hay en pelos humanos”, comenta Pelta al respecto. “Se especuló con que el cadáver pudiera haber absorbido dicha sustancia del suelo de la isla, en el lugar donde estuvo sepultado, y otros opinaron que probablemente Napoleón había consumido medicamentos que contenían arsénico y se había acumulado en su organismo”.

También sigue envuelta en el misterio la desaparición del rey Fernando el Católico, que según algunos habría muerto debido al abusivo consumo de una mezcla afrodisíaca para mejorar su potencia sexual y poder engendrar al esperado heredero con la reina Germana de Foix (con quien se casó en octubre de 1505, unos meses después de que falleciese Isabel de Castilla). “Al parecer Germana de Foix ordenó a Isabel de Velasco que diese a su esposo ‘turmas de toro”, explica en el libro Pelta. “Este vocablo tiene una doble acepción, pues hace a la vez referencia a las criadillas o testículos de los animales y a unas raíces redondas que crecen en la tierra, desprovistas de hojas y tallos. Y quizá se añadió al brebaje cantaridina, el principio activo del ácido cantarídico, presente en los cantáridos o moscas españolas, que tiene una acción irritante sobre la mucosa de la vejiga urinaria”. El rey Católico tenía 61 años (aunque estaba deterioradísimo físicamente) cuando el 23 de enero de 1516 pasó a mejor vida en Madrigalejo, después de estar postrado en una cama más de tres meses.

Hay que remontarse al año 1680 para hablar del enorme escándalo que estalló en Francia después de que una legión de adivinos y miembros de la aristocracia fueran acusados de envenenamiento y brujería. Desató aquel conflicto la detención de Magdelaine de La Grange, que trabajaba como adivina y ofrecía antídotos a sus clientes después de revelarles que habían sido envenenados. Fue su caso lo que convenció al primer teniente de la policía de París, Gabriel Nicolas de la Reynie, de la existencia de una organización de envenenadores en la Ciudad de la Luz. A partir de ahí, algunos adivinos y alquimistas sospechosos de vender veneno proporcionaron a las autoridades listas de clientes que supuestamente habían adquirido sus productos para cargarse a sus cónyuges y a sus adversarios en la corte real.

Una de las inculpadas fue madame de Montespan, ambiciosa amante de Luis XIV, a la que acusaron de haber adquirido afrodisíacos para asegurarse el favor del rey, del que tuvo siete hijos, y también de haber participado en misas negras en las que se sacrificaban niños para extraerles sus vísceras. La investigación del caso de los venenos se saldó con decenas de personas condenadas a muerte, penas de destierro y multas. “Algunos procesados se suicidaron o murieron durante su tortura”, explica Pelta. “El 14 de junio de 1709 falleció en París La Reynie y un mes después Luis XIV mandó quemar los documentos relacionados con el proceso de los venenos. El comisario había consignado en diferentes manuscritos muchos hechos y testimonios que se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia”. Como bien dijo en su día la autora de Historia del veneno, “la eficacia de un honrado funcionario pudo más que los deseos del mismísimo Rey Sol”.