Sobre lo de odiar al fútbol moderno
Leyendo Hijos del fútbol, el magnífico libro escrito por Galder Reguera del que ya he escrito antes, me sentí constantemente concernido, pero hay un momento de su lectura que quiero resaltar ahora. Cuando Reguera defiende el tan denostado por algunos fútbol moderno. Como a mí, al autor “hay algo en la reivindicación del fútbol de antaño que me molesta”: ambos entendemos “que lo hagan los mayores, al fin y al cabo, cuando uno idealiza algo del pasado nunca sabes muy bien si es aquello lo que echa de menos o su propia juventud” (hasta Primo Levi “a veces se sorprendía recordando los tiempos de la Segunda Guerra Mundial con cierta nostalgia”; pero lo que a los dos nos sorprende es que “haya jóvenes que abracen el cántico del odio eterno al fútbol moderno”. Es evidente la necesidad de “criticar el mundo del fútbol profesional tal y como es hoy día” (no cabe discusión alguna sobre el hecho de que “las cifras astronómicas que se manejan son grotescas”, ni respecto de que “la entrada de capitales de empresas privadas ha puesto patas arriba algunas jerarquías deportivas históricas y deslegitimado ciertos campeonatos” o sobre que “determinado sector de la prensa es cada vez más amarillo, rosa y vulgar”. Lo que no es necesario es idealizar el pasado para defender todo eso.
“El fútbol actual es
en todo más deseable que el de los noventa, ochenta o setenta. Entonces los
campos eran reductos de hombres. Y de un determinado tipo de hombres. Tanto el
césped como la grada era el hábitat natural del macho, con todo lo que eso
implicaba: racismo, violencia, xenofobia, homofobia. No era inhabitual ver cómo
los aledaños del estadio o la misma grada se convertían en campos de batalla”.
Que el fútbol de hoy “es francamente mejorable” es
algo que está fuera de discusión: “sobran la corrupción, los capitales, la
pose, el plástico, el marketing elefantiásico que lo invade todo, las apuestas,
los políticos interesados, el tráfico de jugadores, los horarios nefastos, los
precios desorbitados, la burla en las redes sociales”, algo que ya existía “potencialmente
en aquel fútbol del que nos enamoramos cuando éramos niños y que nos hizo suyos
para siempre”. No olvidemos nunca que “nuestro amor de juventud no era tan
bello como lo recordamos. Somos nosotros quienes idealizamos el pasado. Es el
paso del tiempo el que ha maquillado ese retrato”.
Y, como Reguera, yo también pienso (para zanjar este asunto idiota del odioalfútbolmoderno) que “es injusto reducir el fútbol a su manifestación capitalista” y que no nos es difícil “distinguir en el fútbol el juego en sí de la utilización que del mismo hace el sistema del capital, como bien somos capaces de diferenciar el valor estético de una obra de arte de su valor de mercado”.
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