Un camino sinodal y ecuménico de retorno al Concilio de Nicea

A propósito del anuncio del peregrinaje de Bartolomé y Francisco en el Jubileo Un camino sinodal y ecuménico de retorno al Concilio de Nicea

"Escribo a propósito de la noticia aparecida en Religión Digital el 16 de mayo y que lleva por título 'Bartolomé anuncia que Francisco y él peregrinarán juntos a Nicea durante el Jubileo de 2025'"

"Cuando el emperador romano Constantino convocó el Concilio de Nicea en el año 325 d.C., tanto la Iglesia como el imperio se encontraron en una situación de incertidumbre e inestabilidad"

"Los aproximadamente 300 obispos que se reunieron en Nicea siguieron un camino creativo para resolver los problemas que tenían ante sí"

"¿Necesitamos un nuevo Concilio de Nicea, un nuevo intento de unificar al pueblo de Dios con valentía y creatividad utilizando el vehículo de un Concilio Universal?"

Escribo a propósito de la noticia aparecida en Religión Digital el 16 de mayo y que lleva por título “Bartolomé anuncia que Francisco y él peregrinarán juntos a Nicea durante el Jubileo de 2025”.

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Cuando el emperador romano Constantino convocó el Concilio de Nicea en el año 325 d.C., tanto la Iglesia como el imperio se encontraron en una situación de incertidumbre e inestabilidad. Poco más de una década antes, Constantino había legalizado el cristianismo, tras reconocer el creciente poder social de los cristianos dentro del imperio. Sin embargo, controversias, disturbios y violencia acompañaron algunas cuestiones teológicas no resueltas, empezando por la de la relación entre Dios Padre y el Hijo. ¿Cómo podría el cristianismo mantener que Dios es uno y al mismo tiempo afirmar la divinidad del Hijo? En este sentido, ¿cómo podría el cristianismo afirmar que Jesús, un ser humano, era también el divino Hijo de Dios?

Los aproximadamente 300 obispos que se reunieron en Nicea siguieron un camino creativo para resolver los problemas que tenían ante sí.

Primero, la necesidad que vieron de unidad entre las diferentes comunidades cristianas del imperio los llevó a crear fórmulas de creencias que excluían la disidencia. Los obispos querían promover la unidad en la Iglesia –y ayudar a mantenerla en el imperio– estableciendo claramente en el credo quién estaba "en" la Iglesia y quién estaba "fuera" de ella. El Concilio optó por un camino de "esto o lo otro" para determinar quiénes podían definirse como cristianos de facto. 

En segundo lugar, la ambigüedad de ciertas afirmaciones bíblicas sobre la relación entre el Padre y el Hijo empujó a los padres conciliares a incorporar creativamente categorías y términos filosóficos en el credo, el más conocido de los cuales es homoousious, "consustancial", con el que los obispos solían describir la relación entre el Padre y el Hijo.

En tercer lugar, el hecho mismo de que los obispos se reunieran convirtió al Concilio General en un modelo para resolver importantes cuestiones doctrinales en la Iglesia.

Ahora, casi 1700 años después, nos encontramos una vez más en una encrucijada. Los católicos están profundamente divididos en cuestiones de teología, autoridad, interpretación bíblica, tradición y derecho canónico. Los avances en arqueología, exégesis bíblica, investigación histórica, psicología y otras disciplinas me llevan a preguntarme si el Credo de Nicea es lo suficientemente elástico como para incorporar las verdades del cristianismo a medida que ellas (y los cristianos que las profesan) han evolucionado.

En este momento de la historia cristiana ¿necesitamos un nuevo Concilio de Nicea, un nuevo intento de unificar al pueblo de Dios con valentía y creatividad utilizando el vehículo de un Concilio Universal?

SANTA CLAUS ESTUVO EN EL CONCILIO DE NICEA [año 325]! – Semina Verbi

La principal diferencia entre un hipotético nuevo Concilio y el antiguo Concilio de Nicea es que, tal vez, la Iglesia puede construir la unidad a través de un enfoque inclusivo de “y-y”, en lugar de una posición exclusivista de “esto o lo otro”.

Una posible lista de puntos del orden del día de un nuevo Concilio de Nicea sería seguramente demasiado ambiciosa. Pero la oportunidad de pensar y proponer una hipotética agenda es no menos interesante. 

1.- Una visión más actualizada de Dios. Nuestra nueva y rápidamente cambiante comprensión del universo, nuestro conocimiento cada vez más profundo de las imágenes de Dios en otras tradiciones religiosas, las preguntas que tan profundamente nos desafían sobre si Dios previene tanto los males morales como los naturales, todo representa un desafío para la Iglesia a centrarse más en Dios como un misterio, desconocido e incognoscible, que en Dios como el Ser Supremo eternamente inmóvil, omnisciente y omnipotente del neoplatonismo. 

2.- Una comprensión más amplia de Jesús los estudios bíblicos modernos ha revelado mucho sobre la vida y el ministerio de Jesús –como judío y como líder del movimiento del Reino de Dios– y esto debe encontrar un lugar junto a las afirmaciones tradicionales sobre la generación, sobre la consustancialidad y la encarnación.

3.- Una comprensión más amplia de la salvación. La ortodoxia nicena se centró en la muerte y resurrección de Jesús como los acontecimientos soteriológicos definitivos. Implícita en esta posición estaba la creencia de que la humanidad debe ser salvada del pecado mediante la cruz y la resurrección. Pero la sensibilidad y reflexión más recientes nos han mostrado también que la salvación del pecado mediante la muerte y la resurrección no era el único paradigma soteriológico existente entre los primeros cristianos.

4.- Una comprensión más profunda de la revelación. La Iglesia primitiva estableció que la revelación de Dios en Cristo terminó con la muerte del último apóstol. Para combatir la amenaza de los gnósticos, la Iglesia primitiva afirmó que las auténticas enseñanzas de Jesús fueron recibidas y comprendidas sólo por los apóstoles, y que estas verdades continuaron siendo comunicadas con precisión y con autoridad sólo por sus sucesores, los obispos. Sin negar la sucesión apostólica, la Iglesia debe afirmar que la voluntad divina sigue revelándose hoy a todos los que buscan sinceramente a Dios.

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5.- Una comprensión más completa de la autoridad y el ministerio. Los primeros escritos cristianos últimamente descubiertos, como el Evangelio de María, destacan cómo las mujeres desempeñaron importantes roles de liderazgo en la Iglesia primitiva, roles que fueron suprimidos con el tiempo. El nuevo Concilio de Nicea podría generar una nueva mirada sobre cómo y quién debe ejercer la autoridad en la Iglesia y quién puede ser ordenado para el ministerio litúrgico.

6.- Un canon más extenso de las Escrituras. Sin alterar el canon actual, la Iglesia debería emprender una revisión cuidadosa de aquellos textos considerados heréticos por la Iglesia primitiva –por razones que pudieron haber tenido sentido en ese momento– y ampliar el canon de las Escrituras cristianas para incluir escritos que parezcan consistentes con el canon actual con algunas aproximaciones e interpretaciones renovadas sobre Dios, Jesús, la salvación, la revelación y la autoridad que he mencionado anteriormente.

7.- Un nuevo credo. Considerando todo lo dicho, ¿no sería el momento de que la Iglesia formule un nuevo Credo Niceno, un Credo para el siglo XXI, que articule los elementos centrales del cristianismo tal como los hemos entendido y afirmado a partir de la conclusión del Credo Niceno en el 381? De hecho, el nuevo Credo Niceno no sería "nuevo" en absoluto: incorporaría la comprensión más profunda y completa de los misterios cristianos transmitida por 17 siglos de investigación, reflexión y experiencia de vida, bajo la guía e inspiración del Espíritu Santo. 

Un nuevo Concilio de Nicea podría ser una oportunidad de oro para que la Iglesia haga que sus principales enseñanzas sean más relevantes, transformadoras e inclusivas. Este puede ser el momento: nuestra oportunidad de construir una mesa más grande para el banquete del Señor y hacerlo de una manera, además, sinodal al impulso de dos pulmones europeos, oriental y occidental, de la fe cristiana.

Posdata:

Lo confieso. Echo de menos por ejemplo, y siempre hablando de nuestro Credo, toda referencia al Reino de Dios que fue la pasión de Jesús de Nazaret tal y como se nos describe en los Evangelios sinópticos.

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