La idea de la muerte, el miedo a la muerte persigue al animal humano como ninguna otra cosa; es la causa principal de la actividad humana -diseñada en buena medida para evitar la fatalidad de la muerte- para vencerla negando de alguna manera que es el destino final del hombre

Ernest Becker

Origen. La Teoría del Manejo de Miedo, o del Terror (TMT), es una escuela dentro de la Psicología Social enmarcada en la teoría por selección natural, inspirada por el trabajo de Ernest Becker, psicólogo y antropólogo estadounidense, sobre todo en su libro: La Negación de la Muerte (1973), que recibió el Premio Pulitzer en la categoría de no ficción en 1974.

Becker teoriza que el ser humano, al igual que otras especies, tiene un instinto de supervivencia que le empuja a continuar vivo pero que cuenta con mayores capacidades cognitivas, como el pensamiento simbólico y abstracto; las mismas, le han otorgado ventajas adaptativas, pero tienen también su contrapartida, puesto que la autorreflexión le permite darse cuenta de que la vida terminará inevitablemente algún día, y que la muerte puede ocurrir también por otros motivos que no pueden ser anticipados ni controlados. Este conocimiento de la inevitabilidad de la propia muerte entra en conflicto con el deseo de seguir viviendo, y engendra un potencial significativo para experimentar una ansiedad grave. Según Becker, si la idea de morir gobernara nuestra mente en todo momento, es muy probable que el temor nos incapacitaría para emprender cualquier acción y permaneceríamos paralizados.

A partir de esta premisa, la teoría de gestión del miedo fue desarrollada por los psicólogos estadounidenses Jeff Greenberg, Sheldon Solomon y Tom Pyszczynski, quienes publicaron su libro de 2015 llamado: El gusano en el corazón (The Worm at the Core: On the Role of Death in Life). Pero el concepto esencial, proviene de la idea de Becker, que argumentaba que la mayoría de las acciones humanas se llevan a cabo principalmente como una manera de ignorar o evadir la muerte.

Constatación empírica. Usted, estimada persona lectora, al igual que yo, vamos constatando que personas cercanas fallecen y además del dolor emocional que eso nos causa, es un recordatorio eficiente de nuestra propia finitud. No existen adulaciones en los crematorios, ni la arrogancia otorga ventajas adicionales en los cementerios. El olvido existe y todos tenemos una cita en su despacho.

La teoría del manejo del terror permite, verificar empíricamente datos de la realidad, teniendo en su base la idea de que el miedo inconsciente a la muerte influye prácticamente en todo lo que hacemos. Según la TGM, la consciencia de nuestra mortalidad nos aterra y nos obliga a adaptarla de alguna manera al día a día. Algunos individuos evitan pensar al respecto, mientras que otros dedican su energía a dejar un legado que podría hacerlos "inmortales". Esto podría manifestarse en un deseo de empezar una familia (perpetuar los genes), o conducirlos a una creencia más fuerte en la vida después de la muerte.

La cultura y su paradoja. Se ha sostenido por algunos autores, que los humanos inventamos la cultura, como un lugar en el que podemos ser potencialmente inmortales. Entonces, todas las culturas serían, al menos en parte, recursos o estrategias para manejar la conciencia de la muerte.

Cada cultura es una construcción simbólica compartida por grupos de personas que proporciona una visión de orden en el universo y así dota a la vida de sus integrantes de un sentido necesario.

En este orden de ideas, la cultura explica a cada civilización posibles respuestas a cómo se creó el universo, si existe o no un creador, cuáles son las normas de un buen comportamiento y qué ocurrirá después de la muerte; cada una de ellas les ofrece a sus integrantes una estabilidad tranquilizadora.

En realidad, la cultura cumple una función diferente: ayuda a manejar la ansiedad ante la muerte, que es la máxima preocupación humana. La cultura no revela la verdad sobre el mundo, sino que ofrece calma ante el hecho de que existe la posibilidad de que viviéramos en un universo azaroso e indeterminado.

Reformulando la idea fascinante de Becker, la sociedad y la cultura, son, ante todo, ansiolíticos que funcionan incluso antes de que en el siglo veinte se inventaran los ansiolíticos sintéticos. Me gustaría añadir, que, en mi criterio, la interacción social, e incluso cultural, puede también generar ansiedad adicional, puesto que la sobrepoblación, la delincuencia, la competencia en un mercado abierto, genera mucho estrés y, además, a mayor edad y experiencia, se pierde la ingenuidad originaria, y aumenta la desconfianza con relación a nuestros semejantes.

De ahí, que, la vida social y cultural lleva intrínseca una paradoja, las relaciones en la posmodernidad tienden a ser funcionales, pero revestidas con un alto sentido de alerta a la vida misma, ello sin contar la muerte que nos espera como horizonte cierto.

Miedo y autoestima. Ante el terror que produce la muerte, existe un recurso que los humanos desarrollamos para hacerle frente: la autoestima. La gente no solo necesita sentir que su vida es parte de un discurso universal con sentido (o cosmovisión o visión de mundo), sino también necesita sentir que cumple un papel valioso, apreciado o significativo en el mismo; es decir, necesita convencerse a sí misma de que en la realidad, cumple un rol proveído por la autoestima, que es una especie de “cosmovisión solo sobre uno mismo”, la percepción de que uno es una parte valiosa en un universo con sentido.

De esa manera, la autoestima adquiriría el poder de reducir y amortiguar la ansiedad ante la muerte (ansiedad que en la TMT está a la base de todas las ansiedades, sea consciente el sujeto o no). La autoestima se construye a partir de los discursos y valores que ofrecen nuestra cultura, tanto en la extensa: la sociedad, como la próxima: los amigos, la pareja o la familia.

En ese sentido, las investigaciones empíricas realizadas en las últimas décadas confirman que la autoestima es un amortiguador o regulador de la ansiedad. Hoy se sabe que las personas con escasa autoestima muestran mayor ansiedad (más pesimismo y más miedo a la muerte). Por ello, no existe ninguna sorpresa en que, en la terapia clínica, se subraya la necesidad de mejorar la autoestima como plataforma para que el paciente pueda ganar control sobre su ansiedad. Como un epifenómeno de consumo, las ventas de los libros de autoayuda, de todos los colores, calidades y autores, prosperan en las librerías.

Felicidad animal. Si bien los llamados animales, liberan toxinas ante la proximidad inminente de su deceso, y su instinto les permite tomar acciones ante el peligro, ellos no teorizan acerca del tema, su existencia es un ahora permanente, afectado solamente por las condiciones del entorno.

Su perro o su gato simplemente son, y se expresan conforme a su realidad inmediata, sin ataduras, ni prejuicios, carentes de pensamiento nihilista, son gozo puro sin siquiera advertirlo.

En cambio, nosotros, los sapiens, evadimos pensar acerca de la muerte, o la imaginamos lejana, y precisamente eso, podría ser una de las razones por la que es tan difícil que las sociedades tomen acciones contra el calentamiento global por ejemplo.

Los individuos podrían estar obteniendo algún consuelo psicológico de negar el cambio climático, abrazando ideologías populistas que les cantan la canción que quieren escuchar, aunque la ciencia indica lo opuesto, pero, contra intuitivamente, hacerlo podría arriesgar la supervivencia de la especie.

No me siento particularmente orgulloso de ser humano, creo, que la vida en este planeta continuará sin nosotros, o con una versión evolutiva de nuestra humanidad acompasada por la tecnología a un ritmo no biológico, como salida in extremis al despropósito que hemos fabricado con un planeta tan hermoso.

El espejismo de fama y fortuna esconde un profundo temor a ser descartados, relegados, en la caravana de las generaciones. El culto laico a las celebridades y la eclosión de las redes sociales, son una manifestación cultural, pero explosiva, de que la TMT confirma su valor.

Cuando busqué sabiduría en una facultad de filosofía encontré la mayor cantidad de esnobismo y arrogancia por centímetro cuadrado que jamás haya observado, y pienso que, en realidad, quizás, sin saberlo, solo estaban aterrorizados.

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