Cuidado con el futuro, por Fernando Savater
THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Cuidado con el futuro

«Señor Urtasun, quédese con su futuro y con la moral y las buenas costumbres franquistas también»

Opinión
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Cuidado con el futuro

Ilustración El Gobierno activa las alarmas ante la previsión de una ola migratoria récord este verano (draft) motivos taurinos. | Alejandra Svriz

Burla burlando, en el conflicto entre la tauromaquia y sus enemigos hay más cosas en juego de lo que parece. Tanto los que están contra como los que están por se retratan a sí mismos con sus argumentaciones mucho más de lo que logran zanjar el asunto. Si hay un tema de debate en el que jamás nadie logrará convencer a nadie es este. Sobre todo porque lo que está en juego en el debate no es «toros sí o no», sino «prohibición de las corridas sí o no». A veces la discusión se inicia cuando uno de los participantes empieza diciendo «a mí no me gustan los toros». Si su oponente responde «¡pues a mí sí, me gustan muchísimo!», el debate ya va mal encaminado.

A ver, ¿qué me importa que a ese señor -o señora- le gusten o no le gusten los toros? Sobre gustos no hay nada escrito, como suele decirse. La respuesta que habría que darle es «ni a mí el fútbol y no se me ocurriría prohibirlo. Oiga, ¿acaso a usted le gusta prohibir todo lo que no le gusta?«. De inmediato, el otro -o la otra, descuide señora, no me olvido de usted, a sus pies, señora- asegurará con vehemencia que no le gusta prohibir, que es partidario de que se prohiba prohibir (¡viva el 68!), pero que ciertas cosas deben prohibirse por salud pública, porque van contra la moral y las buenas costumbres. Esto de la moral y las buenas costumbres nos lo enseñó Franco, que era muy de esas cosas, pero hoy la izquierda se ha aprendido el latiguillo y no lo suelta. Claro que ya la moral no es la católica ni las buenas costumbres las del heteropatriarcado partidario de la ley y el orden: no, la moral y las buenas costumbres deben aprenderse en la ideología de izquierdas. Ahí empieza la luz y se repelen las tinieblas. Pero volvamos a lo nuestro.

«No tenemos que justificar NADA, la tauromaquia está ahí desde hace siglos, cuenta con cientos de miles de aficionados, tiene sus artistas, sus poetas y es un saludable modo de vida de parte del campo español»

El defensor de la fiesta sostiene que la tauromaquia es una acrisolada tradición española, lo cual es indudable (también es tradicional oponerse a los toros y tratar de prohibirlos). Su adversario sostiene que no todas las tradiciones son respetables sólo por ser tradicionales, que aunque sean muy antiguas pueden ser brutales u obscenas, que deben ser prohibidas si van contra… pues sí, eso mismo, contra la moral y las buenas costumbres. Poco a poco: en efecto, las tradiciones populares en principio tienen a su favor el puesto que ocupan en el imaginario colectivo. Ingenuas o terribles, son vínculos que sirven para unir a la gente entre sí y con su pasado, proporcionando un sentimiento de pertenencia en el tiempo que no puede desdeñarse: es más, si los anulamos habrá que sustituirlos por algo y dudo que Sálvame y otros programas de televisión sean alternativa convincente. Además, las tradiciones crean numerosas ocupaciones sociales y brindan puestos laborales o pasatiempos apasionados a mucha gente. Suprimirlas porque hay quien no las comparte o aprecia sería como cerrar todos los restaurantes que ofrecen carne en el menú para complacer a los vegetarianos (que también suelen ser antitaurinos, mire usted por dónde). En el caso de la tauromaquia, el impacto económico que tendría suprimirla sería enorme en puestos de trabajo, artesanías, turismo, catástrofe zoológica y paisajística, etc. ¿Quién asumiría la responsabilidad de esas pérdidas y en nombre de qué? Ya, claro, en nombre de la moral y las buenas costumbres. Gracias por darnos la idea, Franco.


Volvamos al punto de partida: no se trata de cantar loores a la belleza de la fiesta de los toros, hay quien la ve y quien no la ve, se acabó. Los defensores se equivocan al buscar argumentos estéticos, literarios, históricos, religiosos y hasta místicos a favor de la tauromaquia: nosotros no tenemos que justificar NADA, la tauromaquia está ahí desde hace siglos, cuenta con cientos de miles de aficionados, tiene sus artistas, sus poetas y es un saludable modo de vida de parte del campo español. Si fuera un invento actual habría que justificarlo ante las más altas instancias y no sería fácil (dicen los entendidos que si el Camenbert, el Roquefort o la Tarta del Casar se inventasen hoy no pasarían ninguno de los controles higiénicos de la UE). Pero como se trata de algo ya muy inventado, los amantes de los toros no tenemos que dar explicaciones a nadie: son los que quieren prohibirlos quienes deben justificar esa abolición impuesta a contrapelo. Pues bien, el único argumento de los abolicionistas es que se trata de maltrato animal. Y eso sí que hay que negarlo: no hay tal maltrato.

El toro de lidia es una creación de la ganadería humana y lidiarlo es darle el trato que mejor corresponde a lo que es, lo mismo que ordeñarla es el mejor trato que puede darse a la vaca lechera. La idea de «buen trato» que tienen los animalistas deriva del ejemplo del trato que debemos a los humanos, pero es que los humanos –a pesar de nuestros datos zoológicos- no somos animales… al menos para los demás humanos. El reconocimiento de lo humano por lo humano es la base de la ética y no el reconocimiento de lo sentiente o de lo padeciente. Dice mi amigo David Mejía que no se pide para el toro trato humano sino el mismo trato que damos a los demás animales. Pero no existe tal conjunto como «los demás animales»: hay muchas clases de animales, más del ochenta por ciento de ellos son insectos a los que desde nuevo no tratamos como a los perros o a los chimpancés.

A los demás animales los criamos para uso doméstico, los cazamos, nos los comemos, los utilizamos como fuentes de proteínas o como compañeros de juegos, como medios de transporte. En ningún caso nos comportamos con ellos como con nuestros semejantes: no sólo es que nunca me comería a mi hermana en pepitoria, como hago con la gallina, sino que tampoco tengo con ella o con cualquier ser humano el mismo tipo de obligaciones que puedo adoptar voluntariamente con ciertos animales. ¿Que los toros padecen dolor? Es más que probable, como cualquier otro ser dotado de un sistema nervioso superior (¡y eso que los toros no leen los periódicos!). Pero sus dolores son los propios de su condición y nada tienen que ver con torturas, campos de concentración y barbaridades por el estilo. Recuerdo que «bárbaro» es quien trata a los humanos como animales (Falaris y su toro ardiente) pero también a los animales como humanos (Calígula y su caballo senador). Hay sin duda animales maltratados pero desde luego no son los toros de lidia, eso sí que no lo debemos admitir.

«La vida humana tiene más que ver con la lucha que con la danza», dijo Marco Aurelio. La tauromaquia tiene algo de danza y algo de lucha, prevaleciendo ésta como en la vida. Por eso parece demasiado bronca y cruel a quienes no les gusta la vida y la prohibirían si pudiesen. El ministro Urtasun, que también es portavoz de Sumar, ha dicho que ellos apuestan por el futuro y otros por el maltrato animal. El asunto no es tan sencillo: algunos (muchos, diría yo) no queremos maltrato animal, aunque nos gustan los Miuras y los cerdos Duroc-Jersey. Pero en cambio lo que decididamente no nos gusta es el futuro que propone Sumar, sin corridas de toros pero con niños trans, con identidades étnicas en lugar de ciudadanos libres e iguales, con desigualdad jurídica entre hombres y mujeres, con una memoria histórica según dogmas bildutarras, con un radical antisemitismo disfrazado de antisionismo y travestido de solidaridad con el pueblo palestino, etc. No, señor Urtasun, ese futuro para usted pero no nos lo imponga a los demás. Quédese con su futuro y con la moral y las buenas costumbres franquistas también.

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