Maria Ressa: «Si callamos, consentimos. Nos hacemos cómplices» - Alfa y Omega

Maria Ressa: «Si callamos, consentimos. Nos hacemos cómplices»

La ganadora del Premio Nobel de la Paz, la filipina Maria Ressa, cofundadora del medio digital Rappler y destacada defensora de la libertad de prensa en su país participó el viernes y el sábado en un encuentro por la fraternidad organizado por el Vaticano

Victoria Isabel Cardiel C.
María Angelita Ressa durante la entrevista para 'Alfa y Omega'
María Angelita Ressa durante la entrevista para Alfa y Omega. Foto: Victoria I. Cardiel.

La periodista filipina Maria Ressa fue durante años el azote de la terrorífica guerra contra las drogas de Rodrigo Duterte. Ressa —que en 2021 fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz— sigue firme al frente de Rappler, medio que fundó en 2012, pese a que aún lidia con los escollos de la persecución por su combate contra el autoritarismo y su defensa de la libertad de expresión.

Ahora el desquiciado expresidente ya no está en el Gobierno y ella poco a poco va dejando de tener problemas con la justicia. En diciembre fue absuelta de los cargos de evasión fiscal en un caso que ella había denunciado que estaba condicionado políticamente. «Podrían haberme condenado a 34 años, me he quitado un gran peso de encima», asegura sonriente a Alfa y Omega minutos antes de que arrancase la segunda edición del Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana, promovido por la Fundación Fratelli Tutti del Vaticano. La cita —a la que asistieron 30 nobel de la Paz— se cerró el sábado tras una audiencia con el Papa.

Filipinas tiene un nuevo presidente, Ferdinand Marcos. ¿Cómo es la situación ahora?
Siempre digo que en Filipinas estábamos en el infierno y ahora estamos en el purgatorio. Con Rodrigo Duterte, a Rappler le abrieron 21 investigaciones. Yo acumulé hasta once causas penales. Hasta llegaron a arrestarme en 2019, acusándome de difamación cibernética. Aunque todo había comenzado en 2016 con una campaña de utilización de las redes sociales como arma. Pero seguimos adelante. Y ahora estamos en 2024. De los once cargos criminales que pesaban sobre mí, solo quedan dos activos judicialmente. Así que eso es bueno. 

De hecho en diciembre la absolvieron de los cargos de evasión fiscal.
Por suerte Filipinas no es Corea del Norte, ni Rusia. Podrían haberme condenado a 34 años, me he quitado un gran peso de encima.

¿Qué espera de este encuentro por la fraternidad?
Creo que tenemos que intentar cambiar el mundo. Nosotros (los nobel de la Paz) tenemos la obligación moral de intentarlo. No sé si lo conseguiremos, pero no intentarlo sería un crimen. No intentarlo significa que aceptamos el mundo tal como es. Si callamos, consentimos. Nos hacemos cómplices. Yo elijo no guardar silencio ante las injusticias. Por eso es tan importante la libertad de expresión y la libertad de prensa.

¿Por qué cree que tantos premios Nobel, muchos de otras religiones o incluso no creyentes, aceptaron participar en este evento del Vaticano?
Yo soy católica. Filipinas es la nación católica más grande de Asia. Pero en este encuentro hay de todo. Creo que lo que el mundo necesita hoy es liderazgo. Yo diría que la mayoría silenciosa que cree en los diez mandamientos. Esto es muy importante porque la Iglesia católica tiene una enorme misión de liderazgo a nivel mundial. El Papa Francisco está asumiendo el liderazgo moral del mundo. Y así lo sienten muchas personas, independientemente de la religión a la que pertenezcan. Lo que sí importa no es la confesión, sino la bondad de la naturaleza humana. El Papa llama a que todas las personas libren su batalla personal por el bien. Por eso queríamos unirnos a este llamamiento. Necesitamos la paz. Necesitamos volver a la compasión, a la empatía de la humanidad.

Usted ha denunciado en el libro Cómo luchar contra un dictador (Península) cómo las redes sociales o plataformas como Facebook o YouTube pueden convertirse en armas contra la democracia a escala global ¿Somos conscientes del peligro?
La libertad de expresión se está instrumentalizando y se usa para machacar a la gente en las redes hasta silenciarla. Hemos visto cómo la violencia que se ejerce online es también violencia en el mundo real. Parte de lo que se ha permitido —como la diseminación de mentiras en las campañas políticas— es porque la legislación lo permite. Las empresas de tecnología, mayoritariamente estadounidenses, quedan impunes cuando escupen mentiras y odio porque, de momento, no se les considera responsables por el contenido. Aunque es verdad que Europa ha legislado en este sentido. Pero sabemos que esas compañías usan algoritmos para decidir qué contenido se distribuye y a quién.