Juan Carlos de Borbón disfruta como un auténtico rey cada vez que visita Galicia. Estos fines de semana en Sanxenxo le deben de dar la vida, teniendo en cuenta que es el único punto de España que le permiten pisar de vez en cuando desde que lo enviaran a vivir a Abu Dabi. Ahí tiene un grupo de amigos aduladores, dicen, que lo invitan siempre que quiere a comer marisco del bueno y a salir a navegar juntos.
Estos días, el rey emérito se encuentra allí con la excusa que se organiza una pequeña competición de vela. Está haciendo mal tiempo, por eso, y por este motivo todavía no ha podido salir a entrenar. Lejos de estar entristecido por eso, aprovecha para ponerse las botas y llenar la barriga en algunos de los mejores restaurantes de la zona.
La revista
La nueva normativa insta los locales de restauración a ofrecerte la posibilidad de llevarte a casa la comida que no te has podido acabar. Cada vez es más habitual ver a gente haciéndolo, pero pocos se esperaban que alguien como Juan Carlos de Borbón se encontrara dentro de este colectivo. Ahí es nada todo lo que habrían pedido y la cantidad de marisco que les habrán servido si, realmente, ha sobrado tantísima comida. Han tenido claro que no querían desperdiciar unas sobras que bien sirven de cenar o para comer al día siguiente. El titular podría ser que el rey emérito también come de
Juan Carlos y Felipe de Borbón se encuentran, por casualidad, en el aeropuerto de Vitoria
Juan Carlos de Borbón siempre para el jet privado en Vitoria antes de continuar el viaje hasta Vigo. El motivo se filtró a la prensa hace un tiempo, allí tiene a su médico de confianza y no duda en dejarse explorar siempre que se encuentra cerca.
El pasado martes, el Borbón se disponía a someterse a su control rutinario cuando, sin esperárselo, se acababa encontrando a su hijo en el aeropuerto. Ambos aterrizaron allí con solo cinco minutos de diferencia por pura casualidad, ya que el avión militar que llevaba a Felipe de Borbón tuvo que aterrizar cuando no lo tenía previsto por culpa del mal tiempo.
En plena pista y sin que estuviera previsto, padre e hijo se saludaron y estuvieron hablando en una conversación breve que dicen que ni siquiera llegó a los cinco minutos. Cada uno procedió a continuar su viaje, quedando en una simple anécdota que demuestra que tampoco parece que tengan muchas cosas que decirse.