Un trimestre con Kazan (II)

Los lunes, día del espectador

Elia Kazan recibió un Óscar honorífico en 1999, premio que desencadenó críticas por parte de quienes estaban encantados de poder acusar a un culpable de la «Caza de Brujas».

Prosigo repasando la filmografía de Elia Kazan y alcanzo a ver una de sus obras menos conocidas y, quizá, más denostadas por razones ideológicas. Se trata de Fugitivos del terror rojo (1953) —que así titularon en la España franquista Man on a Tightrope, «Hombre en la cuerda floja»—, película que narra la huida del telón de acero de los integrantes de un circo checoslovaco bajo la presión comunista. Descubro que más allá de la crítica política incluye un folletín sentimental y se aparta, por su complejidad, del simple panfleto anticomunista que con frecuencia se le otorga. Este fue el último proyecto de Kazan para Zanuk, de la Fox, que, por su cuenta y riesgo, eliminó veinte minutos del montaje sin la supervisión del autor. A partir de entonces, Kazan exigió siempre poder revisar el montaje final de sus películas.   

La ley del silencio (On the Waterfront, 1954) es uno de los títulos más prestigiosos de Elia Kazan. No sé la de veces que la he visto y la de veces que me he identificado con su protagonista. Yo también he querido ser amado por Eva Marie Saint (la secuencia de las palomas me parece de un lirismo inigualable) y me he sentido un boxeador fracasado al escuchar a Terry Malloy (Marlon Brando) reprocharle a su hermano que le dejase tirado a cambio de ganar unas apuestas. Pero, además, está el tema de la culpa, el arrepentimiento y la delación. Ya sabemos que, con esta película, Kazan intentó justificar una vez más su denuncia de compañeros ante el Comité de Actividades Antiamericanas, pero esto no le resta valor a un film que transmite con vehemencia el drama y la corrupción de los trabajadores portuarios, si bien resulta un tanto demagógica y aleccionadora, vista hoy.

Llegamos Al este del Edén (Eats of Eden, 1955), un magistral drama familiar basado en una novela de John Steimbeck. Temas universales como el amor, el odio o el rechazo, permiten que el espectador se vea reflejado en alguno de sus personajes. Echo mano del libro 1001 películas que hay que ver antes de morir[1] y no aparece. O sea, que no es del todo imprescindible. Claro, en 1955 el cupo de obras maestras fue muy elevado, entre ellas Rebelde sin causa, protagonizada también por James Dean, y otras maravillas como Ellos y ellas, Conspiración de silencio, El quinteto de la muerte, Marty, El beso mortal, La noche del cazador, etc. Entre las pelis europeas de 1955, destaca Ordet, de Dreyer, y Noche y niebla, de Resnais. Total, Kazan competía con mucho y bueno. (En el índice del libro aparecen tres películas de Kazan: Un tranvía llamado deseo, La ley del silencio y Esplendor en la hierba. Algo es algo).

Baby Doll (1956) narra la tórrida relación de un señor mayor (Karl Malden) casado con una jovencita de 19 años que no conoce varón (Carroll Baker) y que le trata (y lo maltrata) como a un pelele. La idea tiene más morbo que su puesta en escena, con una crueldad llevada al extremo del nerviosismo. Texto de Tennessee Williams. Demasiado enfática. Un exceso por parte de Elia Kazán.

Cuenta Efrén Cuevas en su ensayo sobre Kazan[2] que desde el punto de vista comercial Un rostro en la multitud (A Face in the Crowd, 1957) resultó deficitaria, algo que volvería a suceder con las restantes películas de Kazan, excepto con Esplendor en la hierba (1961). Un rostro en la multitud tuvo el innegable acierto de señalar en época muy temprana los peligros de la televisión cuando va asociada al mundo de la política y la publicidad. No obstante, hoy en día la película resulta excesivamente didáctica. ¡De sobra sabemos de qué va el mundo de los negocios, de la vida urbana, de la publicidad y la televisión!

Río Salvaje (1960) es una de las películas menos populares de Elia Kazan. Trata un asunto de calado moral que no está exento de actualidad. La acción se sitúa hacia 1930, en el sur de EEUU, donde Chuck Glover (Montgomery Clift) es un agente de la organización del Valle del Tennessee, encargado de expropiar las tierras ribereñas, cuyos habitantes sufren con frecuencia los devastadores desbordamientos del río. El objetivo es, además de evitar catástrofes, construir una presa hidroeléctrica que garantice el progreso de la región. En la película hay una señora mayor que se resiste a abandonar sus tierras, un montón de negros que malviven sojuzgados por un colectivo de blancos racistas y una joven viuda que desea abandonar la zona como sea. Drama rural sureño, dice FilmAffinity. Intenso retrato de la desesperanza, dirigido con la habitual calidad de Kazan, escribe Fernando Morales en El País.

Veo Esplendor en la hierba (1961) en la 2 de Televisión Española. Película que siempre me emociona porque «aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello que en mi juventud me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolverme la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo». Amo a Nathalie Wood y la compadezco; me duele el sometimiento de Warren Beatty a su padre autoritario; me revuelvo contra la rígida moral del pueblo americano que no permite a los jóvenes consumar su amor… Pero lo que realmente me emociona es saber que lo que pierden ellos —y también he perdido yo— son los días de gloria en las flores, que es, a fin de cuentas, la razón de este magnífico film de Elia Kazan. El poema es del romántico inglés William Wordsworth.

Con cincuenta y cinco años, Elia Kazan se plantea emprender una aventura individual que le aleje de las grandes productoras de cine con las que ha trabajado hasta la fecha y se embarca, como si fuese un director debutante en la realización de un film (América, América, 1963) escrito por él y filmado en blanco y negro, con pocos recursos y una enorme carga de autenticidad. Abre la película la propia voz del artista: «Me llamo Elia Kazan. Soy turco de nacimiento, por mis venas corre sangre griega, y americano porque mi tío hizo un largo viaje». Principios del siglo XX. Turcos, griegos y armenios. Pobreza del suelo y de las almas. Emigración. Hay que huir del lugar de origen y alcanzar el sueño de los Estados Unidos. En esta película están todos los grandes temas: la ilusión y el desencanto, el dolor y la búsqueda de sentido, el amor interesado y la muerte, la confianza y la traición, la sabiduría y la estupidez, la insufrible vida y la necesidad de vivirla a toda costa. De lo mejor de Kazan.

Disciplina inglesa: dije que vería el ciclo completo de Elia Kazan y lo veré, aunque me cueste la paciencia. Me queda el epílogo de sus tres últimas obras.

Hoy me ha tocado aguantar The Arrangement (1969), que aquí se llamó El compromiso y que es una mala imitación del cine europeo (Bergman) de trasfondo psicológico. Es curioso, M. Torreiro, de El País, considera que se trata de una obra maestra; en opinión de F. Marinero, de El Mundo, no se merece ni el aprobado. A mí me ha parecido larga y redundante. Se limita a decirnos que hay gente que lo tiene todo pero que es infeliz porque no se gusta a sí misma. ¡Eureka! Al parecer tiene tintes autobiográficos y se basa en una novela del propio director, aunque parece teatro filmado.

Sobre Los visitantes (1972) solo quiero apuntar que resulta sorprendente en los modos de producción y en el resultado final, considerando la trayectoria del director. Argumento: dos veteranos de la guerra del Vietnam, tras cumplir condena, visitan al compañero que les había delatado por violar y matar a una joven vietnamita. Otra vez la delación. Filmada en 16 mm, con actores sin experiencia, a partir de una novela del propio hijo de Kazan, ofrece violencia contenida y comportamientos ambiguos. Una película que de algún modo anticipa Funny Games (1997) de Hanecke.

He echado el cierre al ciclo Kazan con la última de sus producciones. El último magnate (The Last Tycoon, 1976), un drama ambientado en la época dorada de Hollywood, basado en una novela inconclusa de Scott Fitzgerald y un magnífico guion del premio Nobel Harold Pinter. Allí están presentes la ambición, los sueños de poder y el arribismo, así como una inquietante relación amorosa, traspasada de romanticismo. Por si fuera poco, el reparto es insuperable: De Niro, Nicholson, Robert Mitchum, Jeanne Moreau, Dana Andrews, Tony Curtis, Ray Milland y John Carradine. La película conserva hoy todo su magnetismo intacto, además de representar un estilo que está desapareciendo, si es que no ha desaparecido ya: el de los filmes clásicos, rodados por cineastas que por encima de todo querían contar historias.

El crítico Carlos Balagué, en el dossier que dedicó a Elia Kazan la revista Dirigido por…[3], nos cuenta que, en 1992, cuando Kazan estuvo en Barcelona invitado por la Generalitat y cenó con un grupo de realizadores, se sinceró con el articulista y le confesó que cambiaría toda su filmografía por América, América, presentada por él horas antes en la Filmoteca de Cataluña. A su juicio, la única de sus películas que parecía importarle. A mí también me parece la mejor.

En 2003 Kazan falleció, a los 94 años, en su casa de Nueva York. «Nadie es perfecto —escribió Marlon Brando en sus memorias— y creo que Gadg ha hecho mucho daño a algunas personas, pero sobre todo se lo ha hecho a sí mismo. A él le debo todo lo que he aprendido. Fue un maestro excepcional»[4] 


[1] Steven Jay Schneider (coordinador): 1001 películas que hay que ver antes de morir. Grijalbo, 2004.

[2] Efrén Cuevas: Elia Kazan. Cátedra, 2000.

[3] Dirigido por: Dossier Elia Kazan, segunda parte. Número 503, octubre 2019.

[4] Marlos Brando: Las canciones que me enseñó mi madre. Anagrama, 1994. (El apodo Gadg era el apelativo cariñoso con que se conocía a Elia Kazan).