19/05/2024 Dominical. En las comunidades cristianas siempre actúa el Espíritu Santo prometido por Jesús

19/05/2024 Dominical. En las comunidades cristianas siempre actúa el Espíritu Santo prometido por Jesús

 

Dominical: El punto de vista de un laico
Escuchar LA PALABRA; meditar LA PALABRA; actuar según LA PALABRA)
V e r ; j u z g a r ; a c t u a r

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (19 Mayo 2024)
(Hch 2, 1 – 11; Sal 104, 1 ab. 24 ac. 29 – 31.34; 1 Co 12, 3 b – 7. 12 – 13; Jn 20, 19 – 23)
Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo,
inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo lo debo decir;
lo que debo callar; lo que debo escribir; lo que debo obrar;
lo que debo hacer para procurar Tu Gloria,
el bien de las almas y mi propia santificación.
Amén (De San Fernando III, Rey de Castilla)
En las comunidades cristianas siempre actúa el Espíritu Santo prometido por Jesús

El Espíritu lo renueva todo. Este es un relato germinal, decisivo y programático propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser espectadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia humana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.
Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la "Fiesta de las Semanas" o "Hag Shabu'ot" o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por "quincuagésimo," (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como "la fiesta de la cosecha," y en Ex 34,22 como "el día de las primicias o los primeros frutos" (Nm 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua, cuarenta y nueve días, y en el quincuagésimo día es la fiesta. La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Nm 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el "tributo de su libre ofrenda" (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.
Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entenderá encontrará finalmente toda posibilidad de salvación.
Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) - que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas
Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia», en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos escuchan cómo se interpreta al alcance de todos la "acción salvífica de Dios"; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.
El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se celebraba la fiesta del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.
De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva identidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su sitio para independizarse de Dios. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

Primera lectura Hch 2, 1 – 11
Surge una nueva comunidad de hombres y mujeres que vivían como hermanos, unánimes en la oración y solidarios en el día a día,
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: « ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
1 Del fuego, símbolo de la vida y de la gloria divinas, descienden distintas lenguas luminosas como revelación gráfica de que todos, según su manera personal de ser, reciben los dones carismáticos del Espíritu (1Co 12,4ss. Ga 5, 22).
2 Este Espíritu, que Jesús ha prometido, dirige y hace efectivas las palabras y las acciones de los discípulos.
3 Gran fiesta de los discípulos que reciben el Espíritu de Dios que los capacita para ser testigos del Jesús en medio del mundo; de un mundo que los entenderá, de un mundo en el que nosotros también podemos ser entendidos si llevamos con nosotros el Espíritu de Dios.
4 El Espíritu trae consigo sus dones, tan citados; recibamos al Espíritu que nos dará cualidades de cercanía y ternura, alegría y canción, gozo y amistad, justicia y paz.
5 Hasta que la gente se pregunte: ¿Pero éste no es _____?; no lo reconozco, ha cambiado de carácter, siempre está contento y servicial.
6 ¡Seamos testigos de Jesús!
¿Somos conscientes de la necesidad cristiana de formar comunidad? ¿Para cuándo la conversión de las Parroquias en comunidades vivas, solidarias y unánimes en la oración?

Este es un salmo de la Naturaleza que constituye una alabanza al Dios de la creación, al Creador
Sal 104, 1 ab. 24 ac. 29 – 31.34
Te reconocemos, Señor, humilde a nuestro lado, y te bendecimos porque jamás nos dejarás en nuestra pequeñez
Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas.
Les retiras tu espíritu, y expiran
y vuelven a ser polvo; envías tu espíritu,
y los recreas, y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Gracias, Señor, por tus obras que llenan la tierra no sólo de criaturas, sino también de todo aquello que puede alimentarlas en cuerpo y espíritu.
Por ello, por todo lo que con continuidad nos das, es justo que te alabemos y te demos gracias, reconociendo tu grandeza, reconociendo tu poder que ejerces con autoridad y mesura, respetando siempre la libertad del hombre.
Gracias también, Señor, por enviarnos tu Espíritu; sin Él nos faltaría tu divino aliento que da vida a nuestro camino tratando de seguir tus pasos.
El alimenta a todas esas criaturas que Tú has creado, nos mantiene sobre la tierra gozando de tus obras que generosamente pones a nuestra disposición dando luz y calor, alimento y frescor, bienestar y gozo.
¡Bendito seas, Señor!, permítenos disfrutar siempre de ese Espíritu; que Él nos acompañe en nuestro periplo por la tierra y nos lleve hasta Ti, siempre acompañando a aquellas otras personas que no pueden o no saben disfrutar de tu favor, para que empiecen a verte, a ver la acción de tu Espíritu, y a conocerte como Señor lleno de bondad y misericordia.
¿Reconocemos al Señor Creador del universo con amor y puesto a nuestra disposición?
¿Sabemos usar de todo ello con cuidado y solidaridad?
¿Estamos seguros de la fidelidad del Señor que nunca nos “dejará de lado”?

La dignidad de vivir en el Espíritu. La segunda carta a los Gálatas -la más personal y polémica de Pablo-, nos muestra en este pasaje la vida según el Espíritu. Pablo ha mantenido un pulso a muerte con los adversarios de ésta comunidad galaica que querían imponer otro evangelio en ausencia del Apóstol, que no era en realidad evangelio (buena noticia). La llamada a la libertad es la primera afirmación de nuestro texto, que es la misma con que se abre este capítulo de Gálatas (5,1). En una antítesis entre carne y espíritu, no se debe perder de vista la polémica entre la ley y la gracia, que está a la base de todo el escrito paulino. El catálogo de virtudes y vicios tiene mucho, sin duda, de retórico, pero es la vida misma la que nos muestra que eso es así. La lista podía ampliarse en uno y otro sentido. Y lo importante no es solamente la enumeración de cada uno de los frutos, sino el conjunto de todos, los que nos hace “vivir en Cristo” y “vivir en Dios”.
Pablo opone la vida según el Espíritu a la vida según la carne, concepto que no debemos entenderlo en sentido sexual, sino que significa aquello criterios del mundo que nos apartan de Dios y de la libertad verdadera: de ahí nace adorar el dinero, el poder, la gloria, los placeres irracionales, en definitiva la vida más egoísta que todos podemos imaginarnos. Pero la vida según el Espíritu, como alternativa cristiana, es para Pablo la vida según el evangelio: amor, alegría, bondad, benevolencia y equilibrio; por consiguiente, la vida abierta a la generosidad, como Dios ha hecho con nosotros. Esta es la parte práctica de la carta a los Gálatas donde ha discutido el tema de la libertad cristiana que trae el evangelio. Desde luego, merece la pena resaltar los frutos del Espíritu, porque es lo que lleno de dignidad el corazón humano. Esto podría dar lugar a una reflexión sobre esos frutos o sobre los dones, pero no es ahora el momento de emprender esa tarea. Pero vemos que no se enumera la “glosolalia” como un don de la presencia del Espíritu. No es necesaria para sentir que la vida cristiana, como vida profética, no necesita muchas veces esos dones extraordinarios a los que el mismo Pablo le ha puesto algún “pero” en la exposición de los carismas de 1Cor 12-14. Si no hay “glosolalia” también el Espíritu se manifiesta en nuestra vida cristiana.
Segunda lectura 1 Co 12, 3 b – 7. 12 – 13
Es el sueño de Pablo de una Iglesia toda ella carismática; es el sentir del Concilio Vaticano II
Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para formar un solo cuerpo.
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
1 Ese Espíritu nos hace conocerte, Señor, y saber que Tú eres el Señor, pero no un Dios al que debemos temer, no un Dios que infunde miedo, sino un Dios misericordioso lleno de amor, que lo único que quiere es que aprendamos a amar, a amarlo a Él y a amar a nuestros compañeros de viaje por este mundo, atendiéndoles y cuidándoles como Tú lo haces con nosotros.
2 Todos iguales formando un solo cuerpo con Jesús, llenos nuestros pulmones de un solo Espíritu, el Espíritu del Padre que vino a traernos el Hijo. ¡Qué generosidad! ¿Sabremos corresponder?
3 ¡Un solo cuerpo! Dice San Agustín: “En fin, hermanos: si a cualquiera de los miembros del cuerpo le ocurre algún percance, ¿qué miembro hay que niegue su concurso? ¿Qué miembro parece ocupar el último puesto en el cuerpo humano, sino el pie? ¿Y dentro del pie, qué parte más alejada del mismo que la planta? Pues bien, esta parte alejada tiene una conexión tan íntima con la totalidad del cuerpo que, cuando en la planta se clava una espina, todos los miembros colaboran para extraerla: las rodillas se doblan, la espalda se curva... surge la preocupación por sacar la espina. Todo el cuerpo participa en la tarea. ¡Qué minúscula es la parte afectada! Por insignificante que sea la superficie punzada por una espina, el cuerpo total no descuida el apuro de una parte tan pequeña y de tan poca monta. Los otros miembros no sufren, pero en cada parte sufren todos.”
¿Es de ese “calibre” nuestra preocupación por los demás? ¿Formamos de verdad un solo cuerpo? ¿Compartimos jerarquía eclesiástica y laicos responsabilidades de nuestra misión cristiana?

El Espíritu de la verdad. El evangelio de este domingo está entresacado de Juan 15 y 16, capítulos de densa y expresiva teología joánica, que se ha puesto en boca de Jesús en el momento de la despedida de la última cena con sus discípulos. Habla del Espíritu que les ha prometido como «el Defensor» y el que les llevará a la experiencia de la verdad. Cuando se habla así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida. Sin duda que quiere decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres.
El concepto verdad en la Biblia es algo dinámico, algo que está en el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de Dios. El corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el Espíritu nos llevará a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación, de entrar en su corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no encontraremos al Dios vivo de verdad.
El Espíritu es el “defensor” también del Hijo. Todo lo que él, según San Juan, nos ha revelado de Dios, del padre vendrá confirmado por el Espíritu. Efectivamente, el Jesús joánico es muy atrevido en todos los órdenes y sus afirmaciones sobre las relaciones entre Jesús y Dios, el Padre, deben ser confirmadas por un testigo cualificado. No se habla de que el Espíritu sea el continuador de la obra reveladora de Jesús y de su verdad, pero es eso lo que se quiere decir con la expresión “recibirá de mí lo que os irá comunicando”.
No puede ser de otra manera; cuando Jesús ya no esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, el del Padre continuará la tarea de que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo.
Evangelio Jn 20, 19 – 23
Los discípulos tendrán paz a pesar de ser perseguidos por un mundo que les odiará tanto como odiaba a Jesús
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
1 El evangelista se encontraba ante el problema de tener que hablar de algo totalmente inaprensible, pero de un modo palpable y que pudiera entenderse. Teniendo clara esta idea, la historia resulta transparente. La composición teológico-literaria se mueve aquí a lo largo de la ultima frontera de lo que es posible representar y decir.
2 También la imaginería del lenguaje del evangelista está montada de tal modo que permite hacer comprensible el contenido ideológico de las imágenes empleadas. La falta de comprensión estaría en no captar ese contenido simbólico y buscar en cambio una explicación realista.
3 Recurrir a las ideas de la investigación simbolista, propia de la psicología profunda, no sólo está permitido en tales textos, sino que además es perfectamente adecuado.
4 Jesús es cumplidor. Prometió que al irse nos dejaría su Espíritu, y aquí lo tenemos entregando el Espíritu a los discípulos, convirtiéndolos en Iglesia.
5 Ese Espíritu derramado sobre la comunidad apostólica, fue la vida que la hizo descubrirse como comunidad de salvación, abriendo sus ojos temerosos y aturdidos, fortaleciendo a sus miembros, haciéndoles capaces de comprender el mensaje de Jesús y poniendo en su boca las palabras oportunas en cada momento de su proclamación del Reino de Dios.
¿Creemos en la presencia de Jesús entre nosotros? ¿O bien tememos al mundo porque nuestra fe es muy escasa? ¿Nos damos cuenta de que si “vemos” al Señor nunca más tendremos miedo ni dudaremos en nuestro ser criatiano?

LA ORACIÓN: Señor Jesús, que, elevado en la cruz, hiciste que manaran torrentes de agua viva de tu costado, envíanos tu Espíritu Santo, fuente de vida, para que cree un mundo nuevo, ilumine nuestra fe y nos haga tus testigos fieles. Te lo pedimos, Señor

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Qué hacer concretamente. Una práctica (de “Contacto con Dios” Anthony de Mello. Sal Terrae)
“Os sugiero que leáis con frecuencia Lc 11, 1-13. Leedlo una y otra vez y preguntaos cuál es vuestra respuesta a las palabras de Jesús: < ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se los pidan...!> Esperad hasta que sintáis la suficiente fe en Jesús como para pedirle realmente, con absoluta confianza, el Espíritu Santo, Y entonces... ¡pedid! Pedid una y otra vez, pedid de todo corazón, pedid cada vez más, pedid incluso descaradamente, como el individuo aquel del Evangelio que insistía en llamar a media noche a su amigo, resistiéndose a aceptar un “no” por respuesta.
El darnos el Espíritu es voluntad clarísima de Dios, su inequívoca promesa. No es su deseo de darnos el Espíritu lo que puede fallar, sino, a) nuestra fe en que de veras quiere darnos el Espíritu; y b) nuestra insistencia en pedirlo.”



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