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James Bond, la franquicia inagotable

Icono del siglo XX, el personaje creado por Ian Fleming en 1953 en Casino Royale, sigue más vivo que nunca. Y no solo en los cines, también en las librerías: al exhaustivo The James Bond archives, Taschen ha añadido el completísimo James Bond, Dr. No, sobre el rodaje del primer filme, y Roca reedita en formato de bolsillo todas sus novelas. 

James Bond, la franquicia inagotable

James Bond, la franquicia inagotable / Ilustración de Sara Martínez

Manuel Rodríguez Rivero

Tras siete décadas funcionando con éxito uno tiene derecho a preguntarse por qué James Bond sigue acaparando la atención del público y de la pantagruélica y nunca saciada industria del entretenimiento. Y es que desde 1953 la franquicia que inició Ian Fleming (Londres, 1908-Canterbury, 1964), un antiguo agente de la inteligencia naval británica que pretendía llenar sus ocios escribiendo thrillers en el privilegiado escenario de su finca jamaicana, se ha convertido en un filón.

Solo de los libros que firmó (12 novelas y dos recopilaciones de relatos) se han vendido más de 100 millones de ejemplares. Pero el Bond de Fleming no es el único Bond: a lo largo de los años, y con el aval de Ian Fleming Publications, la gestora de los derechos literarios, se han publicado docenas de novelas de Bond firmadas por autores como Kingsley Amis (con seudónimo), John Gardner, Sebastian Faulks y William Boyd. La misma gestora se ha ocupado de secuelas, precuelas y otros subproductos literarios bondianos. Hasta Miss Moneypenny, la incombustible secretaria de M, tiene su propia serie.

Sin embargo, no hay duda de que la difusión universal del versátil agente secreto del MI6 se debe, sobre todo, al llamado canon Bond, construido a partir de las 25 películas de la productora EON, fundada por Albert Cubby Broccoli y Harry Saltzman en 1961, y al que hay que añadir dos más: el primer Casino Royale (1967), producido por Charles K. Feldman, y Nunca digas nunca jamás (1983), del productor Kevin McClory. Este último, que denunció a Fleming por plagio, fue, además del instigador de larguísimos litigios contra Saltzman y Broccoli, el causante de los tremendos quebraderos de cabeza que amargaron los últimos años del escritor.

Daniel Craig, en el papel de James Bond, bebiendo un cóctel.

Daniel Craig, en el papel de James Bond, bebiendo un cóctel. / INFORMACIÓN

El éxito del canon Bond tiene mucho que ver con la creación de un sólido equipo que confirió a sus productos un evidente aire de familia. En ese equipo inicial, presidido por los dos productores y teniendo como base los estudios londinenses de Pinewood, figuraban técnicos y creadores, como el diseñador Ken Adam, autor de interiores futuristas; el guionista Richard Maibaum, que supo adaptar las novelas de Fleming; el compositor John Barry, autor del identificable tema de James Bond; el director de fotografía Ted Moore; el revolucionario montador Peter Hunt y el mítico diseñador de créditos Maurice Binder. Sin olvidar, desde luego, a Joe Caroff, que convirtió el 7 de 007 en la silueta de una Luger, creando así uno de los logos más reconocibles del siglo XX.

El secreto de la vigencia del Bond cinematográfico es su camaleónica capacidad de adaptarse a los cambios del entorno social, ideológico, moral y tecnológico. 007 contra el Dr. No (1962) es todavía una cinta con la Guerra Fría como telón de fondo (se estrenó durante la crisis de los misiles en Cuba). A partir de ahí, en cada una de las siguientes películas se bordean con mayor o menor profundidad asuntos como la evidente pérdida de poder imperial de Gran Bretaña, las competitivas relaciones entre los agentes anglo-estadounidenses, el despertar de la conciencia afroamericana (con los Black Panthers y la Blaxploitation), la caída de la URSS y el auge de las tecnologías informáticas y su globalización; hasta llegar, en las últimas películas, a referencias a la liberación de la mujer y al cambio climático.

Los fijos (discontinuos)

Portadas de algunas de las novelas de James Bond.

Portadas de algunas de las novelas de James Bond. / Shutterstock

Las primeras películas de Bond también gozaban de un estable elenco de secundarios. Moneypenny, la inefable secretaria de M, corrió a cargo de la estupenda Lois Maxwell hasta Panorama para matar (1985). M, el jefe del MI6, ha tenido cuatro avatares: Bernard Lee, Robert Brown, Judi Dench -que rompió el techo de cristal e interpretó el papel hasta la muerte de su personaje en Skyfall (2012)- y, por último, Ralph Fiennes. Otro fijo es Q, el jefe de la división de investigación del MI6, encargado de proporcionar a Bond los gadgets que 007 se empeña en hacer trizas en sus misiones: su mejor intérprete fue Desmond Llewelyn, que fue Q en una veintena de películas. Por cierto que los cachivaches que se le ofrecen a Bond, casi siempre al principio de sus aventuras, tienen una clara función chejoviana: los espectadores esperan que su héroe los haga funcionar a lo largo de la película, e incluso gozan con el reiterado potlatch de su destrucción ritual. Hasta los increíbles Aston Martin con los que el héroe se desplaza quedan convertidos en chatarra para disfrute de quienes nunca podrían adquirirlos.

Seis para siete

A lo largo de las siete décadas en que se ha construido el canon cinematográfico de James Bond su personaje ha sido interpretado por seis actores: Sean Connery (seis películas para EON y una para McClory), George Lazenby (una), Roger Moore (siete), Timothy Dalton (dos), Pierce Brosnan (cuatro) y Daniel Craig (cinco). Los fans siguen discutiendo sobre las cualidades de cada uno; la mayor rivalidad (la llamada «guerra de los Bond») es la que mantuvieron los partidarios de Connery con los de Moore. Mi favorito es, con mucho, Craig.

En cuanto a las preferencias de Fleming, él habría querido que su personaje se pareciera más a David Niven o a Cary Grant: nada que ver con esa especie de libidinoso sátiro de pelo en pecho y aires de aficionado al culturismo que era entonces el escocés Sean Connery. Claro que, a pesar de las preferencias, Connery y Fleming acabaron siendo buenos amigos, entre otras cosas porque el escritor admiraba -y envidiaba- a su personaje fílmico: lujo, mujeres, alcohol, casinos, buenos espirituosos, acción y triunfo.

Connery ha sido el Bond más políticamente incorrecto de todos, entre otras cosas porque el mainstream también lo era. Daba azotes en el culo a las chicas y hasta curaba a las lesbianas, como hizo en Goldfinger con Pussy Galore, a la que forzó en un pajar; por cierto que el homófobo Fleming estaba convencido de que las lesbianas lo eran porque no habían conocido al hombre adecuado. El Bond de Connery, además, era algo racista (recelaba de las personas de piel oscura, así como de los asiáticos y algunos centroeuropeos).

Sean Connery, en ’James Bond contra Goldfinger’.

Sean Connery, en ’James Bond contra Goldfinger’. / INFORMACIÓN

Dejando aparte algún regreso no especialmente memorable de Connery (que había multiplicado por 10 su salario de Dr. No), otros Bond menos notables fueron Lazenby en Al servicio secreto de su majestad (1969), cuyo único interés residía en que en ella 007 se casaba por primera y única vez con una dama a la que, acto continuo, asesinaba el villano. Más tarde, tras las siete películas de Moore -un Bond tan elegante e irónico que, poco a poco, acabó siendo una parodia un poco chusca del original-, le llegó el turno a Dalton, un 007 más duro, poco mujeriego y deliberadamente falto de humor e ironía. El penúltimo Bond fue Brosnan, un 007 menos acosador y supremacista al que le tocó lidiar no solo con la M de Dench (una jefa feminista que lo calificó de dinosaurio misógino y sexista), sino con villanos de un mundo en el que no existían patrias claras y dominaban las tecnologías más letales.

El último avatar de Bond (por ahora: Barbara Broccoli, hija del fundador, y su hermanastro Michael Wilson siguen pensando cómo continuar) ha sido Craig. Además de ser el primer Bond rubio, es un violentísimo asesino, una auténtica máquina de matar que actúa por extremo patriotismo. Pero es, insólitamente, un Bond vulnerable -se enamora locamente, por primera vez en su vida, de la inestable y ambigua Vesper Lynd (Casino Royale, 2006) y la ve morir entre sus brazos-; es torturado casi hasta la muerte, es dado por muerto (Quantum of solace, 2008) y termina teniendo que hacer de nuevo las pruebas para ser readmitido en el MI6 (Skyfall, 2012); lleva a M (Dench, con la que mantiene una tensa relación) hasta Escocia para luchar contra el archivillano Silva (Javier Bardem), y allí muestra vestigios de su infancia, antes de ver morir a M. Ahora ya sabemos que Bond fue también niño. En la última película (Sin tiempo para morir, 2021) Bond es, más que nunca, y según su director, Cary Fukunaga, un animal herido y sin asideros, pero tiene una hija y, finalmente, muere por ella. Sí: Bond muere. Pero al final nos dicen que volverá. Esperaremos.

Para fans irredentos

Taschen tiene en su catálogo una auténtica bondopedia (en inglés). Al exhaustivo The James Bond archives, que contiene centenares de fotos y textos de cada una de las películas del canon, se ha añadido recientemente el completísimo James Bond, Dr. No, con la más completa información del rodaje del mítico primer filme de la saga. La mala noticia son los precios: el primero (648 páginas, 3,8 kilos de peso) cuesta 75 euros; del segundo hay dos ediciones «para coleccionistas»: a 1.500 y 750 euros respectivamente.

Las novelas de Fleming (ahora censuradas y depuradas de los aspectos menos políticamente correctos) las ha reeditado Roca en edición de bolsillo. La última -y mejor- biografía del autor de Bond es Ian Fleming, the complete man, de Nicholas Shakespeare (846 páginas, Harvill Secker, 30 libras).

Ian Fleming y su criatura

De Ian Fleming, creador de uno de los personajes más célebres de la ficción universal (hace escasos días Google ofrecía 92 millones de entradas sobre James Bond, por solo 34 millones sobre Don Quijote) ya se ha escrito casi todo. De familia rica y patricia, con estudios en instituciones elitistas, trabajó como periodista y también como espía en la inteligencia naval británica, donde participó, por ejemplo, en la denominada operación Golden Eye, un proyecto destinado a proteger Gibraltar ante la hipótesis de una invasión de tropas del Eje en favor de Francisco Franco.

Empezó Casino Royale (1953), su primer Bond, a los 44 años. Para cuando falleció (1964) había escrito 14 libros sobre el personaje. Inteligente, melancólico y proclive a la depresión, a Fleming le gustaban, como a Bond, las mujeres, el alcohol y el juego. Fumaba más de tres cajetillas diarias y se sentía profundamente «patriota» y anticomunista. Adquirió una casa en Jamaica, a la que llamó -miren por dónde- Goldeneye, y allí escribió sus novelas a razón de 2.000 palabras diarias. Sus mayores influencias fueron Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Mike Spillane.

Como les ha sucedido a otros novelistas (pienso en Agatha Christie con Hércules Poirot y en Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes) llegó a cansarse del personaje que le dio fama (léase, por ejemplo, el final indeciso de Desde Rusia con amor). En cierta ocasión le escribió a su amigo Chandler que sus libros eran «fantasías de almohada de la variedad bang-bang, kiss-kiss». 

Lomos de libros de James Bond escritos por Ian Fleming.

Lomos de libros de James Bond escritos por Ian Fleming. / El Periódico

Los villanos y sus esbirros

La relación de James Bond con sus villanos ilustra perfectamente la sentencia de Thomas Hobbes acerca de que los hombres «manifiestan una recíproca voluntad de dañarse». La lucha es siempre a muerte, sin perdón ni concesiones. Bond puede ser tan asesino como sus némesis, claro que su crueldad se justifica por estar respaldada por un Gobierno democrático.

Los villanos, sobre todo en las novelas de Ian Fleming y en las primeras películas de EON, aparecen como seres incompletos o monstruosos, racialmente «excéntricos» y con deformidades o taras físicas o «morales»; pueden ser homosexuales (a Fleming le repugnaban) o lesbianas. Los villanos pertenecen a organizaciones criminales (Spectra, Smersh, Octopus, Quantum) y, a veces, son traidores o renegados del MI6, como Alec Trevelyan, antiguo compañero de Bond (Sean Bean en el filme GoldenEye) y el rencoroso Raoul Silva (Javier Bardem en la más reciente Skyfall). 

Los villanos tienen siempre a su cargo esbirros y secuaces que los secundan. Algunos ejemplos, como Oddjob (Harold Sakata), el inolvidable coreano de Goldfinger, con su temible bombín de ala de acero, y Tiburón (Richard Kiel), con letal dentadura metálica (La espía que me amó y Moonraker). Por último, dos ejemplos femeninos: la repulsiva coronel Rosa Klebb (Lotte Lenya, en Desde Rusia con amor), a quien Fleming atribuye la condición de doble agente del POUM durante la Guerra Civil española y ¡hasta una relación erótica con Andreu Nin, antes de participar en su asesinato! Pero mi mala favorita es, sin duda, la sádica comandante postsoviética Xenia Onatopp (Famke Janssen en GoldenEye), que disfruta asfixiando a sus amantes en pleno coito.

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