CENTENARIOS ESPAÑA GALICIA | Retrato de la España centenaria

Retrato de la España centenaria

Hoy hay 16.902 personas mayores de 100 años en nuestro país, la mayoría en el medio rural, pero su número no para crecer: en 2030 serán 33.000

Ancianos en el centro de día para mayores de Dodro, en Laíño

Ancianos en el centro de día para mayores de Dodro, en Laíño / X. Álvarez

Juan Fernández / Carla Vega / Elena Ocampo

Cumplir 100 años constituye un horizonte humano tan mitificado y admirable como infrecuente. Al menos, así ha sido hasta hace poco. Conocer a alguien que tenía un abuelo que había logrado soplar 100 velas era digno de contar, por inusual, y los pocos que lo lograban solían ser noticia en los medios locales como héroes de una hazaña titánica. Sin embargo, esta circunstancia vital lleva camino de dejar de ser una rareza para convertirse en una normalidad social. El 1 de enero de 2024 dieron la bienvenida al nuevo año 16.902 personas que ya lo habían hecho con anterioridad más de 100 veces.

En un país de 48 millones de habitantes, son pocas (apenas el 0,04% de la población), pero atesoran dos rasgos excepcionales que las hacen merecedores de más atención de la que hasta ahora han merecido: son el grupo de edad que más crece hoy en nuestro país –no en número, obviamente, sino en porcentaje–, y su consolidación pone sobre la mesa un conjunto de retos sociales, demográficos y asistenciales a los que nunca nos habíamos enfrentado.

En enero de 2018 había en España 11.204 personas mayores de 100 años, pero en los últimos seis años se han unido a este selecto club 5.800 más. Ningún otro segmento de la pirámide social muestra tasas de crecimiento semejantes a la de los mayores de 100 años, que ha subido un 50% en apenas un lustro.

Uno de los efectos del progresivo envejecimiento de la población es que cada vez hay más mayores, y estos mayores van teniendo cada vez más años. La edad media de España figura entre las más altas del continente: 44 años. Podemos presumir de habitar el país europeo con mayor esperanza de vida: 83 años (85,8 para las mujeres y 80,2 para los hombres). Pero si el crecimiento de la España centenaria ha sido llamativo en los últimos tiempos, la proyección de cara a las próximas décadas es espectacular. En 2030, habrá entre nosotros 33.000 personas centenarias (más del doble que hoy), y en 2050, habrá casi 100.000.

Una pareja de ancianos

Una pareja de ancianos / PEXELS

Gerontólogos, genetistas y expertos en salud andan desde hace años a la búsqueda del secreto de la longevidad, y el mapa de los centenarios de nuestro país aporta un dato revelador: el factor geográfico. En el cuadrante noroccidental –sobre todo en Ourense, Lugo, Zamora, León, Palencia, Salamanca, Ávila y el Principado de Asturias, aparte de Soria–, la concentración de personas de más de 100 años es mucho mayor que en el resto de la península, llegando en ocasiones a quintuplicar la media nacional.

En concreto, la confluencia de las provincias de Pontevedra, Ourense y Lugo reúne la mayor concentración de personas más de 100 años de España y es candidata a ser considerada zona blue etiqueta que distingue a los cinco lugares con mayor índice de centenarios del mundo: Cerdeña (Italia), Okinawa (Japón), la Península de Nicoya (Costa Rica), la Isla de Icaria (Grecia) y la ciudad de Loma Linda (California).

El COVID dejará su huella en los centenarios

La gráfica de la población de centenarios marca una línea recta con tendencia a inclinarse cada vez más, con tasas de crecimiento que a veces superan el 50%, pero muestra un mordisco allá por 2040. La razón es obvia: ese año cumplirán un siglo de vida los que soplaron 80 velas en el maldito 2020, el año de la pandemia, y lograron sobrevivir al covid. Faltan los que perdieron la vida en esos meses, y que por ello nunca llegarán a centenarios. Pero si hay un dato demográfico que destaca en el grupo de población de mayores de 100 años es su marcada feminización: cuatro de cada cinco personas centenarias son mujeres.

Islas de longevidad

En nuestro país, las islas de longevidad suelen emerger en el medio rural. Es el caso del pueblo leonés de Riello, de solo 600 habitantes, donde hoy residen hasta cinco personas nacidas antes de 1924; o Rábano de Aliste (Zamora), de 320 vecinos, donde viven tres; o Cabeza del Caballo (Salamanca), de 248 habitantes, que tiene otros tres centenarios. En cambio, en el sur y el este de la península hay multitud de municipios que cuentan con varios miles de vecinos empadronados y ninguno de ellos tiene más de 100 años.

El cliché acostumbra a dibujar al centenario como una persona marcada por el deterioro físico, casi abandonada a su suerte y sin más expectativas que aguardar la llegada de la muerte. Sin embargo, lo que transmiten los hombres y las mujeres de más de 100 años que han participado en este reportaje, y confirman los expertos que les han estudiado, contradice esa mirada prejuiciosa contaminada de edadismo.

En realidad, la noticia no es que cada vez haya más personas que alcanzan el siglo de vida (y a menudo lo rebasen con holgura), sino que un gran número de ellas lo hacen en unas condiciones físicas, cognitivas y de ánimo tan óptimas que hoy siguen tan activas como cuando tenían 70 u 80 años.

“Cuando hablas con ellos, lo que más llama la atención es la vitalidad que desprenden. No solo están vivos, sino que tienen muchas ganas de vivir, y no lo disimulan”, explica Lola Merino, profesora de Psicología de la Universidad Complutense y autora de un estudio sobre el perfil psicológico de los españoles centenarios publicado en la revista científica Journal of Happiness Studies.

“Cuando hablas con ellos, lo que más llama la atención es la vitalidad que desprenden. No solo están vivos, sino que tienen muchas ganas de vivir, y no lo disimulan”

Lola Merino

— Profesora de Psicología de la Universidad Complutense

Para llevar a cabo esa investigación, la docente se entrevistó con una veintena de hombres y mujeres mayores de 100 años, y lo que le contaron supone una auténtica lección de vida. “No les oyes hablar de la muerte. Son muy positivos y disfrutan de las pequeñas cosas que les ofrece cada día, como si ese día fuera único”, cuenta la experta.

La palabra que más mencionan los expertos que han estudiado el comportamiento de las personas más longevas del país es “resiliencia”. De tan citado últimamente, el término lleva camino de desgastarse, pero en el caso de los centenarios cobra un sentido especial. “Han vivido la guerra, la posguerra, muchos han tenido que migrar, han visto morir a sus parejas, a sus hijos, han sobrevivido a enfermedades. Y han descubierto que todo se puede superar en la vida. Ese carácter resiliente es común a todos, y quizá es también una de las claves de su longevidad”, destaca Igone Echeberria, profesora de Psicología de la Universidad del País Vasco y experta en gerontología.

“Han vivido la guerra, la posguerra, muchos han tenido que migrar, han visto morir a sus parejas, a sus hijos, han sobrevivido a enfermedades. Y han descubierto que todo se puede superar en la vida. Ese carácter resiliente es común a todos, y quizá es también una de las claves de su longevidad”

Igone Echeberria

— Profesora de Psicología de la Universidad del País Vasco

Tras analizar el comportamiento de la población centenaria del norte de la península, y a la luz de su crecimiento previsto para los próximos años, la investigadora cree que estamos ante un fenómeno social que obliga a un cambio de mirada hacia estas personas. “Por afán proteccionista, en las familias tendemos a tomar decisiones por los mayores, pero sin contar con ellos, y esto se acrecienta en los muy mayores. Pero la consolidación de este grupo de población obligará a tenerles más en cuenta en el futuro y a respetar más sus deseos. Es bueno que empecemos a reclamarlo ya”, señala.

Un reto social y asistencial

Si se cumple el ambicioso pronóstico que hizo hace unos años James Vaupel (uno de los mayores expertos mundiales en longevidad), la mayoría de niños y niñas nacidos a principios de este siglo llegarán a conocer fácilmente, y con holgura, el siglo XXII, ya que a finales de esta centuria la esperanza de vida habrá superado los 100 años. Sin embargo, el entorno familiar y asistencial de aquellos centenarios será muy diferente al actual, que ya de por sí es bastante peculiar.

“Hoy, la mayoría de personas de más de 100 años están atendidas por hijas e hijos que tienen entre 70 y 80 años, es decir, que también necesitan asistencia. Pero, en el futuro, los centenarios no van a tener tantos hijos o hermanos que les acompañen, y la mayoría van a estar solos”, advierte Diego Ramiro, director del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, quien subraya el gran reto asistencial al que nos enfrentamos: “Exigirá un incremento en la red social de atención a las personas mayores. Para ellas también va a ser un reto tener que vivir en un mundo que habrá cambiado mucho desde que eran jóvenes”, añade.

Una hija cuida de su padre

Una hija cuida de su padre / PEXELS

El desafío, pues, no va a consistir en llegar a cumplir 100 años, sino hacerlo en buenas condiciones. Para lograrlo, los centenarios de hoy son un ejemplo de vida, pero es fácil confundirse cuando se les inquiere por el secreto de su longevidad. “Si hoy les preguntamos qué hacen para estar tan bien con tantos años, nos contarán lo que hacen ahora, pero la clave es saber qué han hecho a lo largo de su vida, su alimentación en su juventud, las enfermedades que superaron, las dificultades que afrontaron, y cómo las gestionaron. Para entender a los centenarios, hemos de comprender su ciclo vital completo”, subraya Diego Ramiro.

“Si hoy les preguntamos qué hacen para estar tan bien con tantos años, nos contarán lo que hacen ahora, pero la clave es saber qué han hecho a lo largo de su vida, su alimentación en su juventud, las enfermedades que superaron, las dificultades que afrontaron, y cómo las gestionaron. Para entender a los centenarios, hemos de comprender su ciclo vital completo”

Diego Ramiro

— Director del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC

De momento, la foto actual de los abuelos más veteranos de España ofrece algunas pistas sobre los secretos de la longevidad. “No es casual que haya tantos en el medio rural, ni que su tasa sea mucho mayor en el norte de España que en el sur”, advierte Javier Montalvo, profesor de Ecología de la Universidade de Vigo y director de la Fundación Matrix, que recientemente ha elaborado un estudio sobre la población centenaria en España.

En opinión de este experto, los centenarios de hoy nos están trasladando un mensaje que a menudo no queremos ver: “Nos están diciendo que una alimentación basada en productos de proximidad, residir en entornos naturales y con una buena red social, y evitar los ambientes propicios a las olas de calor, son factores que alargan la vida. Ahora depende de nosotros que queramos seguir esos consejos, o no”.

"Sobrevive el que se adapta. Si te enfadas con la vida, vives menos" (Maria Branyas, 117 años, Girona)

Maria Branyas celebrando sus 117 años

Maria Branyas / CEDIDA

La vida de Maria Branyas no da para una película, da para una serie de las largas, con varias temporadas y muchos capitulos. No solo porque tiene más amaneceres que contar que nadie en el mundo, sino por la variedad de situaciones, escenarios y avatares que ha conocido. Desde el fallecimiento de la monja francesa Lucile Randon, ocurrido en enero de 2023 cuando tenía 118 años, Maria es la mujer más veterana del planeta. Hoy, solo ella puede contar recuerdos de 1907, el año en que nació en San Francisco (California). De ahí para atrás, ya no quedan testimonios vivos en el mundo.

Hija de navarro y catalana, su familia se había exiliado en Estados Unidos un año antes de que ella naciera. Su padre trabajó como periodista y fundó varias cabeceras en California y Nueva Orleans, pero enfermó de tuberculosis en 1915 y la familia decidió volver. Él no llegó: en el barco de regreso, a punto ya de arribar a la península, murió debido a la enfermedad. Ese viaje marcaría para siempre la vida de Maria, ya que también sufrió un accidente en el trayecto que le hizo perder audición en un oído.

Su madre y ella se instalaron en Barcelona, y entre esta ciudad y la localidad gerundense de Banyoles vivieron los siguientes años, hasta que a los 23 se casó con su novio, médico de profesión. La guerra civil la obligó a exiliarse durante un tiempo -en la contienda asistió como enfermera a los heridos del bando republicano, ayudando a su marido, lo que la convirtió en enemiga del bando vencedor-, y luego le tocó hacer frente a las penurias de la posguerra. “Pero ella siempre ha hablado de su vida con optimismo, incluso cuando ha relatado las situaciones más complicadas”, cuenta su hija, Rosa Moret, que en agosto cumplirá 80.

De carácter alegre y afable –”es difícil verla enfadada”, asegura Rosa–, y con una gran curiosidad intelectual, su hija la recuerda leyendo, bordando o contando historias, una afición que siempre ha practicado, y que conocen bien en la residencia Santa María del Tura de Olot (Girona), donde decidió mudarse a vivir cuando cumplió 92 años.

Asombrados por las historias que contaba sobre su infancia y su juventud, Rosa y su marido decidieron abrirle una cuenta en Twitter (ahora X) cuando cumplió 112 años para dejar testimonio de sus vivencias. Hasta hace poco, la propia Maria recibía a la prensa en la residencia y concedía entrevistas en calidad de supercentenaria, pero en los últimos meses ha empezado a encontrarse más débil y ha restringido las visitas. “Con nosotros sí habla con facilidad, pero si hay extraños a su alrededor, se siente aturdida”, cuenta su hija. Cuando le preguntan por su estado de salud, tira de ironía: “Su frase habitual es: hija, hasta los 100 años eres joven, luego ya no tanto”, revela Rosa.

En sus 117 años, María Branyas ha visto morir a su padre, su madre, su marido y uno de sus tres hijos, que falleció a los 90 años, pero a su hija Rosa, la menor de la familia, siempre le ha llamado la atención la enorme naturalidad con que ella se ha referido a la muerte, ajena en todo momento a dramatismos y penas. Si tuviera que señalar un secreto de la longevidad de su madre, sería precisamente ese: “A menudo nos dice: en esta vida, sobrevive el que se adapta. Si te enfadas con la vida, vives menos”.

Branyas pone hoy nombre a un proyecto de investigación capitaneado por el doctor Manel Esteller, especialista en el estudio de la longevidad, y sus genes están siendo estudiados por la ciencia para tratar de descubrir las claves de la eterna juventud. Si no eterna, al menos sí tan prolongada como la suya, un mérito que nunca ha querido arrogarse. “Yo no he hecho nada especial, me he limitado a vivir”, suele decir a los suyos.

"Vivo sola e independiente en mi casita de madera" (Josefina Santalla, 100 años, Posada de Llanera)

Candelaria Santalla en su casa

Candelaria Santalla en su casa / CEDIDA

Candelaria Josefina Santalla Campos, más conocida como Fina entre los vecinos de Posada de Llanera (Asturias), cumplió 100 años en febrero, pero nadie diría que tiene esta edad. Goza de un gran estado de salud, apenas toma pastillas y se encuentra en plenas condiciones, situación que le permite incluso poder vivir independiente y ser autosuficiente. Dice que jamás pensó que alcanzaría esta edad, y que tampoco puede compartir su secreto porque, simple y llanamente, no lo tiene. “Quizá es que nunca he bebido ni alcohol ni café”, bromea. Su hija, María del Mar Pérez, secunda sus palabras. “No toma pastillas, come de todo y solo necesita ayudarse del bastón para caminar. Casi está mejor que yo”, asegura con orgullo.

Josefina vive desde hace más de seis décadas en Posada de Llanera, donde ha formado una familia y ha echado raíces, pero es originaria de Moeche, un pueblo de Ferrol (A Coruña). A pesar de estar muy agradecida de lo bien que los vecinos de Llanera la acogieron desde el principio, sigue respondiendo que ella “es gallega de corazón”, porque las raíces no se olvidan. Aquellos años en los que compartía vida con su madre y sus hermanas mayores, ya que su padre falleció cuando ella era muy pequeña, quedan lejos, pero los recuerda con total nitidez. “Mi padre iba a trabajar a Cuba y no tengo muchos recuerdos suyos, pero gracias a su esfuerzo no nos faltaba de nada. Teníamos una casa preciosa y todo lo necesario, aunque con los años terminó por perderse todo”, cuenta con cierta tristeza. Sin embargo, con el paso del tiempo y el esfuerzo tanto de ella como de su marido, Manuel Pérez, consiguieron hacerse con su sitio en Posada.

Terminaron en Asturias después de que Manuel decidiese probar suerte en la región, ya que varios familiares le hablaron bien de las oportunidades de trabajo que estaban surgiendo. Por aquel entonces tenía 30 años, trabajaba en Ferrol en un restaurante con su hermana y había perdido a un hijo de nueve meses por meningitis. Pero su fuerza y tesón y sus ganas de salir adelante hicieron que aprovechase todas las oportunidades que le surgieron. “Nunca había trabajado en el campo y aprendí a sembrar, a cuidar animales, a la matanza. También trabajé en una panadería y como cocinera en la escuela, lo que fuese necesario. Aprendí a bordar y a coser… Las camisas de los hombres no, pero los pantalones sí, pero porque los ponía yo”, explica.

Los inicios, recuerda, fueron duros. “Muchas veces pasé sin cenar, pero poco a poco el tiempo nos compensó. Construimos una casa, a pocos metros de aquí, donde ahora vive mi hija María del Mar. Como tampoco teníamos muchos recursos, yo misma me puse los pantalones para hacer de pinche en la obra, y no me los quité más”, cuenta.

Tras muchos años de duro trabajo y enviudar joven –su esposo falleció a los 64 años–, se jubiló con 65 años de la cocina de la escuela. En su tiempo libre continuó fomentando sus aficiones, como la lectura, y aprovechó para conocer mundo. “Viajé mucho. En la época en la que se iba a comprar a Portugal, fui muchas veces, aunque prefiero Benidorm. Conocí Ibiza, Palma de Mallorca y fui a muchas excursiones con la iglesia”, recuerda. Pero reconoce que no cambiaría ninguno de estos destinos por Asturias.

Ahora, Candelaria come cada día con su hija, que vive en la casa familiar a apenas unos metros de distancia, pero vive tranquila en su casita de madera con un bonito y soleado porche acristalado lleno de fotos y recuerdos, rodeada de flores, al lado de la huerta. Una vivienda que decidió construir habiendo pasado los 90 años para “independizarse”. “Me lleva dos horas regar, pero no tengo prisa, y como lo hago yo, no lo hace nadie”, reconoce entre risas. No sabe cuánto tiempo más le quedará de vida, pero lo que si tiene claro es que su pequeño refugio es el lugar perfecto para terminar una historia, ya de más de un siglo de vida, llena de historias apasionantes.

"Me dijeron que no volvería a caminar... ¡ y hago una hora diaria de bicicleta! (Laura Fernández, 102 años, Ourense)

Laura Fernández ante las fotografías de su marido y ella misma

Laura Fernández ante las fotografías de su marido y ella misma / Iñaki Osorio

“Mi vida ha sido muy bonita”, sonríe Laura con luz en los ojos y un poco de carmín rosa en los labios. Cuenta los meses que le quedan para el 4 de agosto, fecha en la que –asegura rotunda– cumplirá 102 años. Rodeada de dos de sus hijas (Lourdes y Ana), abre las puertas de la casa y del recuerdo en un día de mayo florido pero con un telón de lluvia.

Le gusta leer, le gustaba bailar, le ha encantado la playa y ha amado a su marido hasta el final. De joven estudió cultura general en Madrid durante tres años, siguiendo la estela de varios tíos que eran profesores. Todavía ojea “las letras grandes” del periódico o de revistas. Y se ha nutrido de la huerta familiar, aún cuando se trasladó a vivir a la ciudad. Una despensa rural que les garantizaba desde berzas a huevos de gallinas en libertad. Hasta hace no mucho, labraba la tierra. Pero si algo destaca con orgullo de su currículo es haber criado a tres generaciones: hijas e hijos, nietos y bisnietos que ya alcanzan la treintena.

Quizás haya heredado ese talante pionero de su madre, que quería ser mecanógrafa (“lo que le apetecía”), pero no lo logró por haber nacido mujer. La anciana se mueve como pez en el agua por las amplias dependencias de la casa de su hija Ana, que alberga un negocio de antigüedades y cuyos recovecos esconden espejos, columnas, cuadros, peldaños o molduras antiguas.

A los pocos minutos de conversación, confiesa: “Si no fuera por la bicicleta, hoy no andaría”. El traumatólogo que atendió a Laura Fernández Salgado después de una compleja fractura de cadera y fémur –por tres sitios– no daba crédito cuando la mujer entró, solo un mes después de la operación, caminando por la consulta sin apenas ayuda de un bastón. Tras la cirugía y casi un mes de ingreso, los médicos habían dicho a la familia de la centenaria que tenía muchas papeletas para no volver a andar. “En mi vida había visto algo así”, reconoció el galeno.

Hoy, cinco años más tarde, se sube en su bicicleta a diario para pedalear durante una hora. Las cuentas de algo que se asemeja a un collar cuelgan del manillar. Porque ese no es el único ejercicio que realiza. Mientras sus piernas hacen latir el corazón y girar las ruedas estáticas, su mente recorre otra geografía. Se adentra en un sendero religioso para repetir el rezo del rosario. “Cuando estoy en la bicicleta: media hora pedaleo hacia adelante y otra media hora para atrás y rezo el rosario”, explica Laura.

¿Y de niña? El pulso latiendo deprisa con su hermana llorando en su regazo. Ese camino hacia un horno comunal donde sus padres cocían pan cada semana es, quizás, uno de los primeros recuerdos que envuelve a Laura en un túnel del tiempo que atraviesa un siglo. La traslada a su más tierna infancia en Listanco. En esa localidad de Maside, en Ourense, nació en 1922 junto a otros seis hermanos, de los que vivieron cinco. Y allí vivía al amparo de una casa rectoral y de su tío párroco, Gumersindo Pavón, que se sabía en el punto de mira por sus oratorias de política en la misa.

Bala al sacristán

En años periféricos a la guerra civil, salir de aquellos muros constituía una amenaza para dos pequeñas solas. Pero el bebé no paraba de llorar aquella noche y sus padres estaban fuera. Tras un susto cruzando una esquina, Laura y el bebé –su hermana Lupe, que hoy tiene 86 años– fueron escoltadas por los vecinos. “El párroco y su familia estaban en la lista para el paredón”, confirman con tranquilidad sus hijas, con el rictus de haber escuchado más veces esa historia. “Dispararon yendo en coche a mi tío abuelo, pero la bala rebotó y le dio al sacristán, que iba sentado al lado y se murió en el acto”, explica tranquila Laura. No pestañea al rememorar esos duros episodios de la guerra, ni al reconocer la muerte de dos de sus hijos de corta edad, mellizos. Su hermano mayor siguió los pasos del párroco e ingresó en el seminario y su hermana Leonisa, que vive fuera de España, también llegará a los cien años este 2024. Laura se sorprende al caer en la cuenta.

“No pienso en lo que vendrá”, razona con la misma actitud optimista con la que parece haber vestido toda su vida. “Veo el mundo peor; la vida ya no es tranquila como antes”, razona. Tampoco “soporta” ver mucho tiempo las noticias. Esta longeva mujer plantó a su primer novio, “de mutuo acuerdo” y “para darse un tiempo”. Luego “tuvo muchos pretendientes”, hasta que llegó el amor. “Nos quisimos mucho”, asegura del que fue su marido durante cinco décadas, José del Río, que falleció con 84 años en 2007.

De repente, tras descubrir la dedicatoria de una fotografía enmarcada en una de las librerías de la casa, se intuye el cariño recíproco de su compañero: “No quiero que al mirarme me recuerdes, sino que al recordarme me mires”, lee Laura feliz, creyendo que el amor, sí, será inmortal.