El día en que Diego Rivera plasmó la lucha proletaria en el corazón del capitalismo

El día en que Diego Rivera plasmó la lucha proletaria en el corazón del capitalismo

Como encargo de la familia Ford, Diego Rivera se fue a vivir a Estados Unidos para pintar los Detroit Industry Murals. Nunca se imaginaron que sus obras serían todo menos un elogio al capitalismo.

El día en que Diego Rivera plasmó la lucha proletaria en el corazón del capitalismo (Andrea Fischer)

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Diego Rivera era un hombre de un comunismo recalcitrante. Influido por las ideas de Marx y Engels, con una idea de la Unión Soviética maquillada por la distancia, se pronunció en repetidas ocasiones como un militante empedernido de los movimientos de izquierda. Aun conociendo sus filiaciones políticas, en un punto de su desarrollo artístico, un grupo de inversionistas en Estados Unidos le hizo una llamada: querían adornar sus edificios con un mural inédito de su autoría.

A empresarios de la talla de Rockerfeller les pareció una idea fantástica adornar los muros de sus propiedades con la obra de un muralista de vanguardia. Algo de ser avant-garde les parecía sugerente, llamativo. Quizás, a la moda. Tal fue el caso del encargo que le hizo Edsel Ford a inicios de la década de los 30: quería que el Detroit Institute of Art (DIA) se enfundara con la obra revolucionaria de Rivera —y estaba decidido a retribuirle con una compensación económica onerosa. Nunca se imaginó que, al ver la obra terminada, se arrepentiría de haber tomado ‘una decisión equivocada’. Ésta es su historia.

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El Muralismo Mexicano y la lucha de clases

Entrando a la ciudad (1930), de Diego Rivera. Fresco en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, Morelos.

Entrando a la ciudad (1930), de Diego Rivera. Fresco en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca, Morelos.Joaquín Martínez/Wikimedia Commons(Creative Commons Attribution 2.0)

“El Movimiento Muralista Mexicano”, explica el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) de México, “fue uno de los fenómenos estéticos más profundos que ha experimentado nuestro país, […] por ser un movimiento social y político de resistencia e identidad”. Siqueiros, O’Gorman, Orozco, Rivera: todos esos fueron apellidos que, desde el privilegio clasemediero, llevaron a los murales del país las narrativas de lucha obrera en la primera mitad del siglo XX.

Por lo cual, las obras del movimiento muralista no tienen un personaje principal: el Pueblo es el protagonista. El poder contestatario de estas narrativas, que contaban una historia de levantamiento obrero y de lucha de clases, le dio la vuelta al Occidente. El nombre de Diego Rivera y sus colegas sonó en las galerías más renombradas de París y otras capitales del arte en Europa. Y llegaron a los oídos de empresarios de la magnitud de la familia Ford, fundadores de la compañía automotriz del mismo nombre.

Epopeya del pueblo mexicano (1935), de Diego Rivera. Mural en Palacio Nacional, de CDMX.

Epopeya del pueblo mexicano (1935), de Diego Rivera. Mural en Palacio Nacional, de CDMX.Cbl62/Wikimedia Commons

Por eso, a mediados de 1932, Edsel Ford se puso en contacto con el muralista mexicano con un encargo específico. Aunque él mismo y su familia no eran necesariamente miembros del proletariado —sino, más bien, todo lo contrario—, querían tener un Rivera en su colección particular, vistiendo alguna escuela de arte en Estados Unidos. El empresario quería resaltar el poderío y desarrollo económico que había despertado su industria en Estados Unidos. Algo grandilocuente y espectacular, como era el estilo de su país.

Al artista mexicano, por su parte, le pareció la oportunidad ideal para desarrollar una narrativa obrera en el corazón del capitalismo, del que tanto había despotricado hasta el momento. “Rivera pudo plasmar su visión de la importante industria automotriz de la ciudad desde el punto de vista obrero”, escribe Miguel Calvo Santos, editor en jefe de Historia/Arte. Con un mecenas poderoso para financiar el proyecto, se puso manos a la obra.

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Detroit Industry Murals (1932-33): cuando el corazón del capitalismo late con la hoz y el martillo

Detroit Industry Murals (1932-33), de Diego Rivera.

Detroit Industry Murals (1932-33), de Diego Rivera.Cactus.man/Wikimedia Commons(CC0)

El proyecto de Diego Rivera tomó la forma de un tríptico. Es decir, son tres obras que dialogan entre sí, y que cuentan etapas diferentes de la misma historia. De acuerdo con el DIA, se basó en “donde las tecnologías del aire (aviación) y del agua (transporte marítimo y navegación de recreo)”, que “están representadas en los paneles superiores”. En el centro, por la naturaleza del encargo, aparece la industria automotriz.

Al tiempo que representó la narrativa de las industrisa desde el punto de vista proletario, Rivera exploró “la coexistencia de la vida y la muerte como los aspectos físicos y espirituales de la humanidad” en el panel central del tríptico, dice la institución. Con ello, apeló a la idea marxista de que el esquema de explotación capitalista nos enajena de nuestra producción, en la que imprimimos algo de nuestra alma.

Estos diálogos eran comunes en la obra de Rivera. Gran parte de su propuesta artística aborda la relación entre la humanidad y la tecnología: la fuerza de las máquinas contra el poder de los trabajadores. En los murales de Rivera, escribe Calvo, los “obreros de diferentes razas contribuyen con su fuerza de trabajo para crear mundo mejor”. Estas imágenes no le gustaron nada a la familia Ford que, en esencia, sostenía su imperio de esa misma dinámica.

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Blanquear un mural incendiario

Vista interior del Detroit Institute of Arts (DIA), donde se exhiben los murales de Diego Rivera.

Vista interior del Detroit Institute of Arts (DIA), donde se exhiben los murales de Diego Rivera.ashleystreet/Wikimedia Commons(Creative Commons Attribution 2.0)

“Cuando se dieron a conocer los murales”, documenta la revista Issues in Science and Technology, “provocaron una gran controversia”. En el corazón del capitalismo, que late con el clamor de los empresarios, algunos críticos calificaron el mural como ‘sacrílego’. ¿Cómo era posible que se realzase la figura de los obreros en un lugar de clase alta? “Otros estaban molestos”, destaca el medio, “por la suma que se le pagó al artista en el apogeo de la Gran Depresión” apenas unos años antes.

Rivera esperaba que su mural fuera incendiario. Nunca se imaginó que el Ayuntamiento de Detroit considerara blanquear los murales, tras la respusta que obtuvieron de la crítica y la incomodidad que le generó a la élite en el poder. Esas mismas personas que pensaron en volver a pintar la pared de blanco jamás se imaginaron que, hoy en día, se considera una de las obras más emblemáticas del muralismo del siglo XX. Mucho menos que, con algunas décadas de distancia, serían reconocida como Monumento Histórico Nacional en 2014.

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