La Batalla de Constantí y el pintor Rigaud. O paisaje para después de unas elecciones catalanas | El correo de la historia >
Carlos Rilova

El correo de la historia

La Batalla de Constantí y el pintor Rigaud. O paisaje para después de unas elecciones catalanas

Por Carlos Rilova Jericó

Para cuando este nuevo correo de la Historia sea publicado, hoy 13 de mayo, las elecciones catalanas de este año 2024, que han quedado teñidas -más bien- de un gris abúlico, serán eso: Historia.

Por otra parte no sé a quién se le ocurrió la idea de que esas elecciones fueran un domingo 12 de mayo y, por tanto, que la jornada postelectoral fuera un 13 de mayo. ¿Fue casualidad? ¿Fue hecho con intención maliciosa? ¿O tan sólo porque esa era la fecha en la que encajaba esta nueva “fiesta de la democracia”?

Lo cierto es que, desde el punto de vista de la Historia, la elección de esa fecha no ha podido tener más sentido de la oportunidad. Para bien o para mal. Y es que el 13 de mayo de 1641 tuvo lugar en Cataluña la Batalla de Constantí…

Fue un episodio de los muchos que se dieron durante la llamada Guerra de los Segadores. Es decir, aquel levantamiento, más o menos popular, contra las medidas centralizadoras de Felipe IV y, sobre todo, su ufano valido, el famoso conde-duque de Olivares.

Esa Batalla de Constantí tendrá un mal resultado para los partidarios de aquel ensayo de independencia catalana que, al fin y al cabo, se había acabado convirtiendo en la bandera levantada por aquellos “segadors” que detonaron una respuesta social de hondura en el Principado -más allá del clásico “Viva el rey y muera el mal gobierno”- sostenida entre 1640 y 1652. Nada menos que durante doce años.

La España de Felipe IV contaba en esos momentos con suficientes recursos como para hacer valer allí sus derechos, en Cataluña. Así que esa resistencia catalana durante tantos años, pese a ese fiasco del 13 de mayo de 1641, tenía una sencilla explicación y, no, no era el anhelo colectivo del pueblo catalán por conquistar su independencia. Idea que, de hecho, existía sólo de manera más bien limitada y nunca en las claves nacionalistas que se han añadido después a esos sucesos. Pues en Cataluña, como en el resto de la Europa del siglo XVII, era imposible que existiera un anacronismo tan evidente como ese y tan imposible como la presencia de aviones de combate a reacción en batallas como esa de Constantí.

Esa prolongada resistencia de los catalanes antifelipistas fue lograda gracias al apoyo, denodado, del cuñado de Felipe IV. Es decir: Luis XIII, rey de Francia y de Navarra, casado, sí, con la hermana del rey español pero no por eso menos inclinado a debilitar a su hermano político tanto como le fuera posible, aconsejado aquí sabia y maquiavélicamente por su propio valido: el cardenal Richelieu.

La presencia de tropas francesas llamadas por los catalanes sublevados fue, en efecto, notoria en batallas como la del 13 de mayo de 1641. Y lo seguiría siendo a lo largo de aquella guerra.

El resultado final no pudo ser más aleccionador para nuestra época. Especialmente para quienes dan mítines desde Waterloo o, mejor, desde cierta franja de territorio hoy francés que linda directamente con la cadena montañosa de los Pirineos.

Y es que más allá de los desmanes cometidos contra los Fueros catalanes por Olivares o del odio que sembraron algunos tercios españoles con su actitud en Cataluña desde que se inicia la Guerra franco-española en 1635 (que es la que los lleva allí), lo cierto es que los foralistas catalanes no tenían horizontes políticos muy claros.

Así, a principios de 1641, habían decidido que Cataluña se constituyera en república separada de España… pero la Realpolitik del cardenal Richelieu, por supuesto, no podía aceptar semejante aberración política (para él) que en pocos años, además, iba a acabar en Inglaterra con la cabeza de otro cuñado de Luis XIII rodando por el suelo ensangrentado de un cadalso ante un parlamento muy similar a ese en el que unos cuantos catalanes pedían ser república. Aunque fuera bajo la protección del rey de Francia…

Una pretensión, en efecto, inadmisible para ese “protector”. Su enviado dejó claro de forma fulminante que semejantes arreglos no eran posibles, que si esa Cataluña sublevada quería la imprescindible ayuda del rey de Francia, debía reconocer a éste como su soberano… Condiciones muy de esperar en boca de alguien del linaje del cardenal Richelieu. Pues tal era Bernard Du Plessis-Besançon, ese enviado de Luis XIII a los catalanes…

En 1652, cuando la derrota de esos catalanes foralistas es un hecho, el resultado de aceptar esa propuesta es obvio. Retirados al Norte de los Pirineos sólo pueden resistir gracias a esa condicional ayuda francesa en los condados catalanes de ultrapuertos: Rosellón y Cerdaña.

Siete años después, en 1659, cuando se zanja la guerra entre España y Francia, el sueño de una república catalana independiente, aunque fuera bajo la protección francesa, se ha desvanecido totalmente.

Así Rosellón y Cerdaña serán territorios anexionados a Francia. Anexión que la monarquía española reconoce por ese tratado de 1659.

Desde entonces los catalanes que se habían refugiado allí -y los autóctonos- pronto comprobarán que si creían haber huido de un rey que les parecía absolutista habían caído en manos de otro, Luis XIII, que era un ejemplo perfecto de esa política para la que Fueros y Constituciones sólo suponían un molesto obstáculo a barrer.

Hay que decir que esos catalanes, en general, se adaptaron bastante bien a ese desengaño político. Algunos de ellos, de hecho, serían la mano maestra que pintaría años después la cara más conocida de dicho Absolutismo.

Ese fue el caso de François Hyacinthe Rigaud. Nacido en esos territorios convertidos en provincias francesas, en realidad se llamaba Jacint Rigau-Ros i Serra pero, mutatis mutandis y haciendo de la necesidad virtud, no dudó en reconvertir su apellido en Rigaud.

Sin duda mucho más apropiado para triunfar como pintor de retratos en París y abrirse camino hasta las inmediaciones de ese rey, Luis XIV. Uno de los más representativos del Absolutismo y el Centralismo devorafueros medievales como los de Cataluña.

De él, de Luis XIV, hará Rigau-Rigaud dos retratos que aparecen en numerosas enciclopedias y manuales de Historia cuando se habla del Absolutismo.

Generalmente se echa mano -en ocasiones así- del retrato en el que Rigau-Rigaud muestra al Rey Sol revestido con el manto real de armiño con las lises y en todo su esplendor barroco, con la alta peluca in-folio y los demás elementos propios de esa Francia que, desde Versalles, irradia estilo y moda a toda Europa.

Ese cuadro está hoy en el Museo del Louvre, pero cuenta con un “gemelo”en el Museo del Prado. Se trata de la misma versión del rey absoluto pero retratado aquí por Rigau-Rigaud como rey guerrero, revestido de su armadura barroca de piezas.

Una pintura que, hoy, 13 de mayo de 2024, debería ser contemplada como una sabia lección de Historia sobre dónde pueden acabar ciertas elucubraciones políticas que juegan con fuego sin darse cuenta de lo devastadores que pueden ser los incendios provocados por tales malabarismos… Como queda bien patente en el recorrido desde el Corpus de Sangre de los segadores hasta la brillante carrera como pintor de corte de Jacint Rigau Ros-i-Serra al servicio de Luis XIV. Uno de los reyes más centralistas y absolutistas que jamás han existido o se hayan enfrentado a viejos fueros. Como los catalanes.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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