En Euskal Herria tenemos la suerte de contar con alguien como Wilhelm von Humboldt (1767-1835) que, además de conocer a los vascos y estudiar el euskara, reflexiona en general y en profundidad sobre conceptos como nación, Estado y lengua. Conviene recordar, antes de nada, que este reputado humanista, político y lingüista goza, hoy también, de un reconocimiento transversal. Prueba de ello es el imponente centro cultural Humboldt Forum de Berlín que ha abierto sus puertas el 20 de julio de 2021. El caso es que Humboldt es al mismo tiempo de Prusia y de Alemania –políticamente es ciudadano del Estado prusiano y culturalmente es miembro de la nación alemana– y todo ello en un contexto europeo complicado donde Francia marca el paso y lleva la batuta. En consecuencia, y también desde un interés personal, se ocupa muchas veces a lo largo de su vida de comprender lo que la nación significa, de su diferencia con el Estado y de su vínculo con la lengua. Y todo ello, cómo no, nos puede ser aquí y ahora de gran ayuda.

Mapa de los viajes vascos de Humboldt de 1799 y 1801.

Humboldt es uno de los principales representantes del neohumanismo alemán y, en este sentido, elabora una antropología filosófica que busca conocer y desarrollar lo humano atendiendo tanto a los individuos reales como a los colectivos históricos. El ser humano no es una entelequia abstracta; es decir, sólo es real en la singularidad y la pluralidad de los seres humanos concretos; y con ello hay que recordar, también, que las personas de carne y hueso se constituyen y se nos presentan siempre en grupos diversos. Humboldt llega así al convencimiento de que su proyecto humanístico necesita atender prioritariamente a los diferentes colectivos humanos, pues el sentido de la comprensión, según él, no va tanto de los individuos a los grupos sino de los grupos a los individuos.

Congreso de Viena (1815) con la presencia de W. v. Humboldt, de pie, segundo por la derecha.

La pertenencia a un colectivo concreto, así como la conciencia de esa pertenencia, no es una cuestión secundaria o baladí y, por esto mismo otorga gran importancia al estudio de las identidades colectivas o, en sus palabras, al estudio “de los caracteres nacionales”. En este sentido es clarificador recordar a Kant que, como otros, ve también necesario ir más allá de la política: “La afirmación de que todo se reduce a la forma de gobierno, tocante al carácter que tendrá un pueblo, es una afirmación infundada que nada explica”.

Centro cultural Humboldt Forum de Berlín, abierto en 2021.

Humboldt se plantea así un doble objetivo: conocer diferentes naciones –estudiando cómo han desarrollado un carácter común– y comparar esas mismas naciones entre sí –adquiriendo de esta forma una visión más completa de la propia humanidad–.

París, España y Euskal Herria

El primer paso lo da yendo a París, donde vive de 1797 a 1801. Su objetivo es comprender el carácter nacional de los franceses y, así, recopila información sobre su historia política y su producción cultural. Pero él mismo acaba reconociendo que eso no es suficiente. En esta misma época, y con la idea de abrir más los ojos, Humboldt realiza un largo viaje por España con el mismo objetivo; con todo, y para su sorpresa, no encuentra un carácter nacional único sino “diferentes caracteres nacionales de las diferentes provincias”. Poco después, antes de dejar París para siempre, hace un viaje exclusivo a Euskal Herria en el que visita tanto a los vasco-españoles como a los vasco-franceses y, en la frontera, habla por ejemplo de “dos partes de la nación vasca separadas sólo por casualidad”. Es en este momento cuando Humboldt descubre la importancia de la lengua a la hora de definir propiamente la nación –que como tal es algo previo al Estado– y es a raíz de esto que da una nueva orientación a su antropología hacia una fundamentalmente lingüística.

En 1802, tras una temporada en Alemania, Humboldt comienza su etapa política como embajador de Prusia en Roma –un destino con el que siempre había soñado– aunque lo cierto es que en los seis años que estuvo ahí se dedicó sobre todo a sus propios estudios.

Cabe recordar, eso sí, que su interés por la política es anterior. Prueba de ello es su escrito sobre los “límites de la acción del Estado” que, desde un punto de vista antropológico, él mismo elabora tres años después de comenzar la Revolución Francesa. El caso es que la posterior ocupación de Prusia por parte de Napoleón plantea la necesidad de iniciar diversas reformas políticas y, en este contexto, Humboldt se traslada a Berlín en 1808 y asume la responsabilidad de reformar el sistema educativo prusiano.

Se trata de algo fundamental –necesario también para el resto de reformas previstas– y que sólo puede resultar, según él, si la educación se centra en fortalecer el pueblo –no tanto el Estado– y si se plantea como algo general –más allá de profesiones y estamentos–. Es así como Humboldt pone en marcha, en muy poco tiempo, una reforma educativa integral en Prusia –colegios, institutos, universidades– en la que el lenguaje, por cierto, es fundamental tanto para la formación individual como para el afianzamiento nacional.

Confederación germánica

Otro hito importante en la carrera política de Humboldt lo constituye su participación en la creación de la Confederación Germánica que, como es sabido, tuvo lugar en el contexto del Congreso de Viena celebrado entre 1814 y 1815, tras la derrota de Napoleón. Conviene saber, con todo, que la nación alemana de entonces estaba dividida en multitud de pequeños Estados, relativamente independientes, que a su vez estaban unidos de forma laxa y cambiante desde el siglo XV en el Sacro Imperio Romano Germánico.

Pues visto lo visto, y al igual que muchos otros, Humboldt ve necesario hacer algo: él parte de que “existe una Alemania en sentido intelectual y moral que no se reduce a Prusia y Austria” y está convencido de que “es necesario ayudar políticamente a esa Alemania”. Por eso impulsa la citada Confederación que, ciertamente, tiene un carácter especial: constituye un punto de encuentro de los alemanes (que comparten “lengua y memoria”), pero tiene una estructura federal (diferente del “Estado-nación” que se va imponiendo).

Humboldt se muestra, así, como un estadista pragmático que respeta la singularidad de los diferentes Estados alemanes y, de hecho, esta es la actitud que tendrá también en 1819, al final de su etapa política, cuando presenta su propuesta de Constitución para Prusia. En sus últimos quince años de vida Humboldt se dedica casi en exclusiva al estudio lingüístico; esto es, a reflexionar filosóficamente sobre el lenguaje (y su vínculo con el ser humano) y a investigar científicamente las lenguas (y su vínculo con las naciones). No olvidemos, en cualquier caso, que en la base de todo ello está su antigua experiencia en Euskal Herria: “Pasar un tiempo con los vascos”, recuerda él mismo ahora, “hizo que me diera cuenta de la íntima conexión entre el carácter, la lengua y la tierra de un pueblo”. Desde entonces, Humboldt examina cantidad de lenguas y naciones, las compara sistemáticamente y llega a una conclusión fundamental: que aunque sean muchos los factores a considerar en todo ello “sólo el lenguaje constituye el alma de la nación”.

Se trata de una metáfora, sí, pero de una que busca dar cuenta de algo importante: la lengua no es un simple acompañante accidental de la nación. Por eso es necesario estudiar no sólo la estructura gramatical de las lenguas sino también su uso a lo largo de la historia. Esto último es precisamente lo que le lleva a Humboldt a plantear, de forma comedida y sin exageraciones, la idea de lo que más tarde se llamará relativismo lingüístico: “hasta cierto punto” cada lengua “colorea” sus representaciones del mundo “a su manera”.

En el marco de estos estudios lingüísticos, que no dejan de ser antropológicos, Humboldt reflexiona de nuevo sobre lo que es la nación, a saber, sobre un concepto que siempre le ha preocupado tanto desde un punto de vista teórico como desde uno práctico. Por de pronto es consciente de que su uso habitual es confuso (sobre todo después de la Revolución Francesa): el concepto de nación no se distingue muchas veces del de país o pueblo y, además, cada vez es más frecuente mezclarlo con el concepto de Estado.

Nación, país y Estado

En cierto sentido, y cuando el tema no va a más, parece que Humboldt acepta ese uso impreciso de los conceptos –no hay problema cuando no hay problema– pero subraya que esto no vale si el planteamiento es más serio y si el objetivo es ir al fondo de las cosas. Para ello necesitamos saber de qué estamos hablando en cada caso y, así, distingue claramente tres ámbitos conceptuales: el de “nación” (basado en el lenguaje), el de “país o pueblo” (basado en la convivencia) y el de “Estado” (basado en la constitución). Humboldt sabe muy bien que la realidad humana es enormemente compleja –¡qué diríamos hoy en un mundo tan globalizado y en unas sociedades tan diversas!– pero también sabe que para comprender de verdad esa realidad necesitamos conceptos claros.

La reflexión de Humboldt sobre la nación, el Estado y la lengua, en definitiva, se enmarca en su propio contexto prusiano-alemán, ciertamente, pero tiene al mismo tiempo una dimensión universal que, sin duda, la hace también provechosa en Euskal Herria. El problema vasco, escrito con mayúscula, es como tal un problema nacional: basta con ver la de veces que nos encontramos con términos como “Estados plurinacionales”, “naciones sin Estado”, “naciones de naciones”, “nacionalidades y regiones”, etc. Se trata de expresiones ambiguas que, cuando menos, reclaman un análisis conceptual clarificador; es decir, nos tenemos que preguntar sí o sí por el significado que se atribuye, que se puede atribuir o que se debe atribuir a eso que llamamos nación. Es en este actual contexto vasco, complejo y plural, que Humboldt nos puede ayudar a comprender cuestiones fundamentales; en definitiva, a comprender la distinción entre la nación y el Estado y, al mismo tiempo, a comprender la relación entre la nación y la lengua.

EL AUTOR

Iñaki Zabaleta Gorrotxategi (Donostia, 1966). Se licenció en Filosofía por la Universidad de Deusto y, tras haber ejercido de profesor de Bachillerato, se doctoró en la Universidad de Colonia. Actualmente es profesor del Departamento de Filosofía de UPV/EHU, y también es el coordinador de la Cátedra Joxe Azurmendi. En cuanto a la investigación, su principal foco de atención es la obra de Wilhelm von Humboldt, y ya ha publicado tres libros al respecto: ‘Wilhelm von Humboldt: hezkuntza eta hizkuntza’ (Jakin, 2005), ‘Wilhelm von Humboldt eta Euskal Herria’ (UPV/EHU, 2017) y ‘Nazioa eta Hizkuntza Humboldten pentsamenduan’ (2023).