Increíble pero cierto - A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

Increíble pero cierto

En el barrio cinéfilo, y tal vez algunas cuadras más allá, el nombre de Quentin Dupieux viene sonando hace rato, y cada vez con más fuerza. El cineasta que empezó con la delirante Rubber fue desarrollando una carrera cada vez más sólida, y de alcances más amplios que el de los cines de arte y ensayo (al menos, los que aún sobreviven). Hace poco comentábamos en ASL su estupenda Yannick, sólo estrenada en plataforma; ahora, con Increíble pero cierto, dio el salto a las salas de cine (de la Argentina estamos hablando, desde luego).

Y todo esto ocurre en simultáneo con su entrada triunfal en la apertura del Festival de Cannes en curso, donde se estrenó mundialmente el último martes Le deuxième acte, película elogiada por nuestro director José Luis De Lorenzo. Además de su opinión, algunas referencias adicionales con las que contamos nos hacen desear su veloz estreno local.

Pero vayamos ahora a la que nos ocupa. Increíble pero cierto (Incroyable mais vrai, de 2022) reúne muchas de las marcas del cine de Dupieux: es problemática pero divertida, corta (poco más de una hora, como Yannick), y, sin pedantería alguna, cita diferentes tradiciones y autores de cuyos temas y tratamientos se apodera. Todo hecho con la clave del juego. Dupieux juega con sus películas, con sus libros, con sus actores y con la edición.

Ese juego es, las más veces, experimento: los casi diez minutos finales de la película carecen de diálogo: allí se relata “lo que aconteció con los personajes”, a la manera antigua, en una compacta síntesis de imágenes y con música de Bach de fondo, pero no el Bach de Glenn Gould sino el Bach electrónico de Walter/Wendy Carlos.

A propósito de “electrónico”, uno de los personajes coprotagónicos utiliza un aparatito japonés no regulado por la Unión Europea, cuyas diferentes apariciones, y su funcionalidad narrativa, son desopilantes (pero el desenlace más bien trágico). Ojalá el lector lo descubra por sí mismo y no lo lea por anticipado en ningún otro lado, porque eso sí que sería un imperdonable spoiler.

La experimentación de Dupieux nada tiene que ver, por suerte, con aquellos exasperantes planos de media hora sobre una canilla que goteaba, carne de festival independiente que alejó a tanto público de las salas, incapaz de comprender ya no esos “riesgos estéticos” en pantalla, sino los inconcebibles elogios que solían suscitar. Cosas de los años noventa que fatalmente desembocarían, como contraparte, en los superhéroes de Marvel, Barbie y la pesadilla del gore. El cine de Dupieux podrá carecer —aunqueno siempre, de la densidad dramática de los grandes directores, pero verlo hace feliz.

Increíble pero cierto se inicia con un “clickbait”, un enigma para mantener enganchado al espectador (un recurso de suspenso tan lícito en el cine como abominable en los títulos del periodismo digital): el matrimonio protagónico deAlain (Alain Chabat) y Marie (Léa Drucker) van a exponerle algo a un interlocutor (fuera de cuadro), algo que, ellos saben, sonará no sólo inverosímil sino descabellado; temen que ese interlocutor los tome por locos, porque esa historia, esa duda en verdad, responde indirectamente al título del film:increíble pero cierta. Pero en ese momento no la exponen porque sobrevienen los títulos.

Cuando sepamos de qué se trata, cosa que ocurre bastante más adelante, ya estaremos también al corriente del tema de la película y la intriga sobre la que gira: el tiempo, o mejor, la posibilidad de modificar el tiempo, derrotarlo. Ahí sí: de la misma manera como en Yannick aparecía Pirandello, en Increíble pero cierto aparece, centralmente, Lewis Carroll con sus paradojas sobre el tiempo. En particular, la madriguera del Conejo de “Alicia en el país de las maravillas”, ese túnel mágico más allá del cual todo podía sobrevenir.

El guión juega, de esa forma, con los viajes en el tiempo (y el espacio, pues el “bucle” de Carroll requería de un circuito espacio-tiempo, y aquí hay un equivalente de la madriguera y un equivalente del Conejo en la figura de un agente inmobiliario), pero no lo hace a la manera de Volver al futuro por ejemplo. El límite son 12 horas la ida, y tres días de ganancia al regreso. Más no se debe contar porque sería lo mismo que desbaratar la sorpresa del gadget electrónico del jefe de Alain, Gerard (Benoît Magimel). Aunque es difícil reprimirse a un chiste de nuestra infancia y que sólo puede hacerse en la Argentina: según Dupieux, el famoso lápiz japonés existe de verdad. No, no lo revelamos, o sólo a medias, porque los avatares del gadget son inimaginables.

Cerremos mencionando a Anaïs Demoustier que interpreta a Jeanne, la esposa de Gérard, que en una de las escenas iniciales tampoco puede reprimir la excitación de hablarle al matrimonio amigo de Alain y Marie del juguetito de Gérard, llamado cariñosamente Gé-gé.

(Francia, 2022)

Guion, dirección: Quentin Dupieux. Elenco: Alain Chabat, LéaDrucker, Benoît Magimel, Anaïs Demoustier. Producción: Thomas Verhaegue. Duración: 74 minutos.

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