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La leyenda del monje condenado a muerte y el Códice Gigas

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un grup d'homes amb túnica dempeus en una sala amb una catifa vermella i un gran finestral al fons, Dino Valls, imatge promocional, una pintura mate detallada, purisme

Una leyenda medieval

Cuenta la leyenda que en el siglo XIII un monje benedictino del monasterio checo de Podlazice fue condenado a morir emparedado al ser descubierto cometiendo un pecado de lujuria. Para salvarse, el religioso hizo un pacto con el abad: se le conmutaría la pena si en sólo una noche conseguía escribir un libro que contuviera todo el saber universal.

El pacto con el Diablo

La tarea era titánica, así que el monje, sobrepasado, invocó a Satanás para que le ayudara. El Maligno aceptó la proeza con una única condición: que su imagen debía aparecer en una de las páginas de la magna obra.

El Códice Gigas

La fábula es la fábula, pero el códice existe. Mide 90 centímetros de alto, 50,5 de ancho y 22 de grosor, tiene 624 páginas y pesa 75 kilos, y tras pasar por cientos de manos a lo largo de los siglos, ahora descansa en Estocolmo, en un perfecto estado de conservación . En su día fue considerada la octava maravilla del mundo. Dicen que si los evangelios fueron guiados por la mano de Dios, el Códice Gigas fue conducido por la mano del Diablo. De ahí que el volumen lleve asociada cierta maldición.

Una escenificación fascinante

Hoy llega a la sala Dau al Sec una escenificación de esta fascinante leyenda: joven llama, del gerundense Albert Tola, que también firma su dirección. Una obra en verso libre sin signos de puntuación. Es uno de esos pequeños tesoros que, de vez en cuando, recalan en la cartelera barcelonesa.

Una obra íntima

joven llama es una obra pensada para un máximo de treinta personas. Una perla para ser degustada en la intimidad… y poco a poco. Todo el mundo se espera en el vestíbulo del teatro. Tola hace entrar en la sala, uno a uno, a cada espectador. Con una linterna, te acompaña hasta una silla. Él decide dónde te sientas.

Una interpretación magistral

García Olza interpreta al monje condenado a muerte, en un monólogo que no llega a los sesenta minutos. El actor declama, en una serena letanía, su castigo y su reto. Un texto que Tola escribió también de madrugada durante todo un mes. Treinta días con el sueño cambiado, como el reo. Una prenda nocturna y poética compuesta para que se entienda en vivo.

Una experiencia única

La prenda tiene dos partes, muy sutiles. En la primera, el actor casi ni se mueve. Aprovecha los recursos que tiene su alcance (un radiador o los enchufes que sobresalen de la pared) para depositar los pocos objetos con los que va a trabajar. Exuda dignidad, pese a la condena. Sufre más por la vida de su amigo que por la suya propia.

Una estética desestructurada

joven llama juega con la contemporaneidad gracias a su deliberado anacronismo entre una historia medieval con un texto ad hoc, y una indumentaria y un atrezzo propio del siglo XXI. Al fin y al cabo, la historia del monje y su amor imposible es universal, y quien más quien menos todo el mundo ha mendigado cariño por las esquinas, alguna vez en la vida.

Un coloquio posfunción

Mañana jueves, por cierto, habrá un coloquio posfunción a cargo de la Doctora Victoria Cirlot, catedrática de Filología Románica y experta en cultura caballeresca y mística de la edad media. Con el título “Del Códice Gigas al gesto escénico”, estará moderado por la directora artística de la Sala, Mercè Managuerra.

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