Del optimismo de la economía derivada a los cimientos arenosos de la subyacente | Opinión | Cinco Días
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Escrito en el agua
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del optimismo de la economía derivada a los cimientos arenosos de la subyacente

El PIB, el empleo y el saldo externo ocultan que España lleva 15 años con la productividad, la renta y la riqueza estancadas

Productividad
Operarios en un taller metalúrgico.

En España se manejan dos maneras incompletas de acercarse al estado de salud de la economía para apreciar a la vez un paisaje de generosa vegetación y uno volcánico y lunar, una estampa luminosa y su contraria; pero ambas son indisociables, por mucho interés que pongan los políticos en mostrar una y ocultar la otra.

La economía española tiene buen desempeño de crecimiento, con mejor desempeño nominal todavía en materia de empleo, confortable y sorprendente saldo de la balanza de pagos y envidiable aportación de los ingresos fiscales. Pero se asienta en unos cimientos arenosos que engordan arriesgados desequilibrios que ahogarán el crecimiento si no se corrigen a tiempo: productividad decadente, renta per cápita estancada y una carga financiera pública solo soportable con ayuda externa.

Comprender bien en qué punto está la actividad, cuáles son sus virtudes y cuáles, sus riesgos, exige entender que como en los mercados financieros evolucionados, hay productos subyacentes y productos derivados: estos afloran a la superficie y llaman la atención por su acostumbrada exuberancia, mientras que aquellos, activos reales de los que son deudores, ocultan muchas veces su verdadero valor.

En el diagnóstico económico, pertenecen al mundo subyacente las variables que forman los pilares básicos, que evolucionan lentamente y que marcan las tendencias a largo plazo de una economía, su progreso y su fortaleza ante adversidades. En el de los derivados habitan aquellas variables más populares, de más accesible comprensión para el común de la gente, pero a la vez más volátiles. Son por ello las más agitadas por los líderes políticos cuando todo va aparentemente bien, e incluso tienen segundas lecturas que ofrecer aunque vaya rematadamente mal, porque las estadísticas terminan diciendo lo que uno quiera si son convenientemente torturadas.

En las últimas semanas, hemos visto tomas de partido en ambas realidades, y ni todo es blanco, ni todo negro; ni somos campeones de Europa, ni estamos fuera de la competición; ni la economía va como una moto (y menos como un cohete), ni está paralizada y acechada por todos los males. Va razonablemente mejor que otras, después de haber ido peor que ellas, y aunque luce una parte derivada optimista, subyace una preocupante zona de sombra. Los políticos hacen mal su trabajo y muestran y ocultan realidades en función de su grado de conveniencia y pusilanimidad; pero los analistas económicos deben detallar con honestidad cómo está el tema.

La economía sorprende por sus tasas de crecimiento en los últimos años con una prima jugosa sobre sus pares europeos, con unas cifras de creación de empleo no menos jugosas, con un comportamiento generoso de los ingresos fiscales y con un consolidado superávit por cuenta corriente. Pese a ello, todos estos hitos que suman tienen su resto: una de las palancas del crecimiento es la creación de empleo, del que buena parte de su avance es un simple reparto del realmente creado, que lleva aparejada una peligrosa pérdida de productividad y que oculta la parálisis de la inversión de empresas y particulares, ambas en niveles prepandemia.

El récord de ingresos por IRPF responde en parte (en un 70%, según los economistas) a la subida de la fiscalidad en frío, la imputable a no deflactar la tarifa del impuesto en función de la vigorosa inflación de los dos últimos años, y otros residuos, y podría estar detrás del retraso en las decisiones de inversión, como lo está también la calidad (o falta de) de los nuevos empleos, muy concentrados en servicios de bajo valor añadido como hostelería, comercio y transporte.

Y, en cuanto al saldo exterior, es innegable la muy buena marcha de la venta de servicios, pero sigue con una exagerada dependencia de la actividad turística, en tanto que la venta de bienes corre menos deprisa, afectada por el estancamiento de la competitividad, en buena parte, a su vez, dañada por el avance diferencial y comparado de los costes laborales unitarios.

En todo caso, a tales variables positivas, que les quiten lo bailado. La dificultad está en la parte subyacente de la economía, y que solo aflora tomando plazos más prolongados que los que proporciona una estadística puntual. Deuda pública en récord cíclico, solo financiable con tipos muy muy bajos; alarmante gasto futuro en pensiones; vivienda inaccesible para las nuevas generaciones; niveles de desempleo made in Spain que duplican los comunitarios; etc. Porque hablar de productividad, ¡qué pereza!, con lo áspero que es el concepto, por mucho que sea la clave del verdadero progreso en economías pobres, emergentes y maduras. La productividad en España lleva décadas estancada, con muy pocos periodos avanzando muy poco, y ciclos completos cayendo, mientras que en el espejo europeo se constatan avances permanentes, sobre todo en el centro y el norte.

Hay infinidad de estudios muy documentados sobre esta asignatura reiteradamente suspendida por España, desde el Banco de España (Informe anual de 2022), al elaborado por Doménech y De la Fuente para BBVA Research (Renta per cápita y productividad en la OCDE desde 1960 a 2022), pasando por los informes del Colegio de Economistas, la propia OCDE o el FMI, y en casi su totalidad identifican los errores que llevan a tan pobre resultado: escasa formación del capital humano; contada inversión en I+D+i; limitaciones al tamaño de la empresa; y pobre intensidad de la ocupación.

Estancamiento de la productividad significa estancamiento, y retroceso, muchas veces, de la renta y riqueza de los moradores del país, que en el caso de España se comporta con planitud y descenso real desde la crisis de 2008. La última Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España revela que la renta percibida en 2022 era inferior a la de 2008 para todos los grupos de edad, salvo para los mayores de 75 años por el empuje de las cuantías de las pensiones. En cuanto a la riqueza de los hogares, está por debajo de la de 2008 en todos los grupos de edad del cabeza de familia.

Tres largos lustros perdidos en un país que sigue lejos, y ahora más lejos que antes, de las cotas de renta, riqueza y bienestar de la Unión. Tres largos lustros que podrían repetirse si no se corrigen con decisiones de política económica los comportamientos que activan las variables de mayor riesgo. El verde de los árboles no puede ocultar la negrura del bosque.

José Antonio Vega es periodista

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