Entrevista con Lisandro Alonso – ATALANTE

Entrevista con Lisandro Alonso

«¿Es mejor vivir bajo un árbol viendo cómo cambia la luz a lo largo del día o ser una pieza del engranaje de la civilización occidental? Lo que está claro es que esta película cuestiona nuestra noción misma de progreso. Por eso recurro a un género con buenos y malos, blancos e indios. Porque nos retrotrae a una época en la que no había leyes ni figuras de autoridad. El jefe era el que disparaba más rápido. Y eso no ha cambiado mucho: los que mandan hoy, los que hacen las reglas y firman acuerdos furtivos, son los que desenfundan más rápido» (Lisandro Alonso)

Lisandro Alonso. © Foto: Miguel Ángel Rebollo

¿Cree que es su película más compleja?

Sí, seguramente. Es difícil explicarlo o ponerlo en palabras porque sería como intentar explicar un cuadro. Y no lo digo porque me considere pintor, sino porque es muy complejo. Pero podemos intentarlo...

¿De dónde viene la idea para esta película?

En Jauja decidí retratar a distintos personajes indios. Cuando terminé la película, me di cuenta de que quería profundizar más en este mundo imaginario. Me sentí instintivamente atraído por los wésterns y por una novela de Cormac McCarthy, Meridiano de sangre, que describe la violencia de la expansión del Oeste y la vida fronteriza, las masacres y la ausencia total de leyes que protegieran a la gente. A fin de cuentas, la sociedad actual no es tan diferente de la de 1800, solo que se expresa por medios distintos. La tolerancia hacia esas culturas no es mucho mayor ahora que entonces. Ya no utilizamos las armas para exterminarlas, sino mecanismos más sutiles. La violencia, la corrupción, la ignorancia y la falta de leyes son similares a las de la época del Salvaje Oeste.

La película establece un contraste entre la situación de los indios en Estados Unidos y los de América Latina. ¿Cuál era su intención?

La película pretende comparar el modo de vida de los indios en la selva, donde aún pueden refugiarse en su vasto entorno natural y cazar y pescar, con la situación de los nativos americanos, que viven en una parcela de tierra que les ha asignado el Gobierno estadounidense. Están aislados de sus tradiciones y su modo de vida, no disfrutan de los mismos derechos que los demás ciudadanos estadounidenses. Quería plantear esta cuestión: si los nativos de Norteamérica pudieran vivir como los nativos de la selva, ¿lo preferirían? ¿Serían más felices si estuvieran menos contaminados por el modelo de civilización occidental?

¿Cree que los nativos de Sudamérica han sido más afortunados que los de Norteamérica?

Ese es uno de los principales temas que plantea la película. Ambos grupos han vivido historias sangrientas, pero en Sudamérica han encontrado refugio en lugares como las selvas amazónicas, donde pueden esconderse del resto del mundo. Mientras que en el norte han perdido su personalidad y algunos ya no saben quiénes son. Es muy duro vivir sin señas de identidad. Y es aún más difícil mezclarse con culturas que vinieron después de la tuya y que siguen negando o ignorando tu existencia. Si yo fuera nativo, preferiría haber nacido cerca del Amazonas que en Estados Unidos.

El periodo de tiempo en el que transcurre la película parece intencionadamente ambiguo. ¿Es una forma de reflexionar sobre la circularidad del tiempo en la que creen estas culturas indígenas?

Sí, se mueve entre períodos de tiempo, y eso se refleja en la fotografía, el vestuario, la forma de hablar de la gente y la iluminación. La película empieza en el pasado con el wéstern, pero no es un pasado naturalista, sino que se inspira en los decorados de los wésterns clásicos. Luego se traslada al presente, en la reserva, y finalmente viaja a un pasado más cercano, a la selva de los años 70. No creo que sea un problema para el público porque los espectadores de hoy en día están muy acostumbrados a saltar en el tiempo y el espacio. Cuando buscamos información en internet vamos del presente a otro siglo sin que esto nos preocupe lo más mínimo.

Suele decir que sus historias surgen de lugares, que se inspira en entornos naturales. ¿Qué lugares inspiraron esta película?

Rodamos la primera parte en Pine Ridge, Dakota del Sur, un lugar muy árido. Allí viven entre 50.000 y 70.000 personas y, sin embargo, solo hay una veintena de policías, a pesar de los graves problemas de posesión de armas y consumo de drogas. Descubrí ese lugar en 2016, gracias a Viggo Mortensen, que ya había estado allí varias veces. Cogí algunos vuelos, alquilé un coche y me planté allí. Volví tres veces más...

Todas sus películas transcurren en zonas remotas, aisladas del mundo: Misiones en Los muertos, Ushuaia en Liverpool, La Pampa en Jauja... ¿Qué le interesa de estos lugares?

Sus habitantes viven con menos y, sin embargo, tienen más. Son gente que ha sido marginada por la sociedad o que ha buscado vivir en soledad. Algunos no tuvieron elección, pero otros tomaron la decisión consciente de vivir lejos del tipo de lugar en el que yo vivo: una gran ciudad cosmopolita. Tienen un estilo de vida diferente, con valores diferentes. En ambos casos, creo que vivir así requiere mucho valor. ¿Por qué han decidido alejarse del mundo? ¿Por qué quieren vivir sin semáforos, móviles, tarjetas de crédito, sin jefes ni jornadas laborales de ocho horas? En el mundo actual todo se parece tanto, que cuando veo a gente que vive de otra manera despierta mi curiosidad. Quizá esas personas puedan enseñarme más sobre mí mismo que mi vecino. Una de las mayores motivaciones para hacer esta película es que quiero pasar tiempo con ellos. En Buenos Aires me aburro. Quiero salir de casa y conocer gente nueva. A algunos cineastas les gusta encerrarse en un plató y hacer películas de ciencia ficción. Yo prefiero salir de expedición y fingir que soy Matthew Henson.

Todas sus películas pueden considerarse wésterns, pero esta lo es en un sentido más literal...

Suelo retratar a hombres duros y hoscos, con problemas de identidad y poco comunicativos. Hombres que buscan venganza. Es el caso de muchas de mis películas: La libertad, Liverpool, Jauja... Esta vez he hecho un wéstern en toda regla, aunque probablemente acabe pareciéndose menos a una película de John Ford que a una de Glauber Rocha.

¿Considera que el wéstern es el género clave de la historia del cine?

Crecí en el campo, en contacto con la naturaleza y los caballos. Estudié en la ciudad, pero mis recuerdos más vívidos están en otra parte, jugando rodeado de cerdos y viendo nacer potrillos. Mis recuerdos de infancia son mucho más rurales que urbanos. Más tarde, cuando empecé a estudiar cine y me preguntaron por mi película favorita, elegí Sin perdón. En el fondo, siempre he pensado que ser cineasta significa hacer wésterns, el género estadounidense por excelencia. Haciendo wésterns puedo fingir que soy John Ford o Clint Eastwood. Los nativos eran muy importantes para mí cuando estudiaba cine. Hoy han desaparecido completamente de la pantalla. Es muy raro verlos en las películas. Así que una de las cosas que exploro en esta película es cómo la cultura cinematográfica nos dio una imagen particular de los descendientes de los nativos americanos y luego los dejó totalmente de lado.

A menudo se dice que tiene aversión a los guiones y que no confía en ellos cuando rueda. ¿Diría que es cierto?

No me interesa la forma en que se cuentan las historias en la televisión o en ciertas formas narrativas del cine. Intento no contar una historia con palabras. Prefiero utilizar otros vehículos. Se aprende más sobre los personajes de mis películas observando su entorno que si salen explicando cada detalle sobre sí mismos. Estudio las situaciones e intento convertir los gestos cotidianos en algo fuera de lo común, por la forma como los presento. Quiero que el espectador termine la película en su propia cabeza, basándose en sus propias experiencias y estableciendo sus propias conexiones. Hago trabajar al espectador, pero es el tipo de trabajo que, en la mayoría de los casos, no requiere palabras.

En esta nueva película, el aspecto narrativo parece estar más presente que de costumbre...

Es cierto. Porque la historia es tan extraña que requiere información adicional. Es algo que va de la mano: cuanto más extravagante y compleja sea la estructura, más diálogos se necesitan. De lo contrario, el resultado sería demasiado experimental y ese no es el camino que quiero seguir.

¿Cuál es la dimensión política de la película?

Creo que permitirá una serie de interpretaciones muy diferentes, dependiendo de la procedencia del espectador. Un nativo americano no verá la película de la misma manera que un blanco, al igual que un europeo no tendrá la misma experiencia que alguien de Estados Unidos o Argentina. La película se centra más en el futuro que en el pasado. Más que hacer hincapié en volver a un estado originario, quiero plantear la cuestión de hacia dónde nos dirigimos. ¿Adónde nos lleva el progreso? ¿Qué ha hecho la noción de progreso por los nativos americanos? ¿Es mejor ser pobre en Sudamérica o estar un poco mejor, pero completamente aislado y sin perspectivas de futuro?

¿Es mejor vivir bajo un árbol viendo cómo cambia la luz a lo largo del día o ser una pieza del engranaje de la civilización occidental? Lo que está claro es que esta película cuestiona nuestra noción misma de progreso. Por eso recurro a un género con buenos y malos, blancos e indios. Porque nos retrotrae a una época en la que no había leyes ni figuras de autoridad. El jefe era el que disparaba más rápido. Y eso no ha cambiado mucho: los que mandan hoy, los que hacen las reglas y firman acuerdos furtivos, son los que desenfundan más rápido.

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