‘Los europeos’: lectura ‘sabia y divertida’ - Columna de Martha Senn

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‘Los europeos’: lectura ‘sabia y divertida’

Estos tres ilustres personajes y sus vidas muestran las tradicionales maneras de ser de la época.

Con los mejores adjetivos ha sido calificada por la crítica internacional la investigación histórica del escritor británico Orlando Figes titulada Los europeos, publicada por Taurus (2021). Arte, música y literatura un disfrute completo sobre la identidad europea y el nacimiento de una cultura cosmopolita en el siglo XIX.

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Este eminente autor acude a un extraño triángulo amoroso formado por una de las más famosas cantantes de ópera del mundo, la española Pauline Viardot, además compositora y consejera musical de Berlioz y Chopin; el gran escritor ruso Iván Turguénev, su amante por décadas, que se inmortalizó con el realismo visual de su prosa; y su esposo, Louis Viardot, experto en arte, coleccionista y defensor de pintores que creía injustamente olvidados como Vermeer y Rembrandt.

Estos tres ilustres personajes y sus vidas llenas de pasiones y ambiciones, narradas con pormenores íntimos y anécdotas poco conocidas, muestran las tradicionales maneras de ser de la época y los potentes cambios que se produjeron en el territorio europeo gracias al progreso de las comunicaciones, la imprenta y los viajes en tren.

Un esmerado escrito sobre las transformaciones en el campo del arte. Compositores, intérpretes, escritores, editores, pintores, fotógrafos, arquitectos y empresarios del turismo, en su ir y venir por todo el continente. Un intercambio de ideas y un abrirse paso “a través de una cultura próspera, de progreso económico y tecnológico fascinante”.

Un esmerado escrito sobre las transformaciones en el campo del arte. Compositores, intérpretes, escritores, editores, pintores, fotógrafos, arquitectos y empresarios del turismo.

Aparecen artistas inmortales, cercanos a los protagonistas de este amor triangulado: Schumann, Chopin, Liszt, Berlioz, Delacroix, Victor Hugo, Zola, Dickens, Flaubert, George Sand y Dostoievski. Vivimos con ellos su sofisticación cultural, lo refinado de sus obras, pero también lo profundamente humano con sus laberintos emocionales.

Impacta la contribución política al nacionalismo que Wagner hizo con sus óperas, y su actitud antisemita hacia Meyerbeer y Mendelssohn, que propiciaban una concepción más cosmopolita del mundo y de la música. Por el reclamo razonable de la diva Viardot, que era su admiradora y amiga, Wagner la calificó de judía y la rechazó.

Resalta el historiador Figes que así como en las ciudades medievales las catedrales fueron el centro, en el siglo XIX las grandes ciudades burguesas fueron identificadas por teatros de ópera, auditorios, bibliotecas, galerías de arte y museos de ciencias.

La ópera fue la expresión musical por excelencia. Sin embargo, en la primera mitad de esa centuria, a lo largo de las funciones, el público charlaba de espaldas al escenario, reía, comía, se levantaba y se paseaba sin cesar por el teatro, gritando a los cantantes durante sus arias. La música era un acompañamiento de los momentos de socialización, las cenas y los bailes. Este comportamiento empezó a cambiar poco a poco en los principales teatros de ópera, hasta que el silencio, como sinónimo de respetabilidad y decoro, se fue convirtiendo en norma. Sobre los escenarios se leía una frase de Séneca: “La verdadera alegría es un asunto serio”, que recordaba a los oyentes que la música es un arte para la introspección silenciosa.

Resalta una anécdota: en 1842, durante su primera gira por Rusia, el virtuoso Franz Liszt dio un recital para el zar. Este llegó tarde, y se puso a hablar mientras el gran pianista tocaba. De repente Liszt levantó las manos del piano y las sostuvo en el aire. Cuando el zar preguntó la razón, el maestro respondió frente a la audiencia: “La propia música debe guardar silencio cuando habla Nicolás”. A pesar de no haber sido condecorado según lo previsto, Liszt empezó así su lucha por la dignidad del artista.
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