Eurovisión 2024 ¿música? (1) -
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Opinión / MAYO 18 DE 2024

Eurovisión 2024 ¿música? (1)

Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.

Con lo tecnológico, Eurovisión y sus organizadores este año proyectaron minimizar, ocultar, ignorar lo ideológico: el discriminante veto a Rusia a la cual imposibilitaron participar; y el inmerecido quinto puesto que con la jovencita cantante Eden Golan regalaron a Israel, que no es un país europeo, acusada de crímenes de guerra por muchas naciones del mundo, la cual debió haber sido vetada del concurso. Golan interpretó la balada Hurricane, uno de cuyos versos dice: “Cada día estoy perdiendo la cabeza/aferrándome en este misterioso viaje. /bailando en la tormenta”. Mientras prosigue el sanguinario genocidio en Gaza que, hoy por hoy, supera 35.000 muertos en su mayor parte civiles, incluyendo millares de niños, utilizando su intervención los sionistas intensificaron la victimización del estado hebreo entre el público europeo que votaría. El historiador israelí Ilan Pappé escribió que “la mayoría de los sionistas no creen en Dios pero creen que les prometió la Tierra”. María Zajárova, portavoz del Ministerio de Exteriores de Rusia, expresó respecto a Eurovisión 2024: “Superó cualquier orgía, aquelarre o sacrilegio ritual. Los funerales de Europa occidental se desarrollan como de costumbre”. Bambie Thug subió al escenario disfrazada de bruja cornúpeta. El finlandés Teemu Keisteri se presentó sin pantalones y en transparentes tangas. El sábado 11 de mayo concluyó en Suecia este significativo concurso musical del mundo: Eurovisión, edición 68ª organizada por la Unión Europea de Radiodifusión. Mi cantante favorito para ganar el modesto micrófono de cristal, simbólico y mezquino premio, fue el cantante francés Slimane con su canción Mon amour. Se distinguió de todos los participantes. Desde cuando lo escuché y leí en español la apasionada letra de su melancólica canción, me llevó a evocar con recóndita tristeza, no de angustia sino de entusiasmo existencial, la canción Capri c’est fini, de Hervé Vilard. Sin millones de dólares ni euros de por medio, solo notoriedad mundial para el ganador en anteriores concursos, las reproducciones de los artistas ganadores aumentaron más de un 900% tras su actuación. Por ejemplo, el grupo Måneskin en Eurovisión 2021 experimentó un aumento de más del 2.000% en sus reproducciones globales. Spotify impulsa los hallazgos musicales entre usuarios al conectar artistas y fans de todo el mundo. En mi caso de acentuada musicofilia, el evento de este año fue una híbrida liturgia musical. Solitario en mi biblioteca. Con la pantalla de mi computador al máximo en YouTube, desde las dos semifinales hasta la gran final, seguí el deslumbrante espectáculo paso a paso. Fascinantes sensaciones físicas, psicológicas y estéticas las mías, entre noctámbulos arrobamientos emocionales y visuales de geométricas luminosidades y mezclados colores. Hechizantes coreografías encandilándome con sus tornasoles, sus formas y su música dentro de la línea pop; con la belleza y sensualidad de cantantes y danzarines ambiguos. Un extraordinario espectáculo dándole sentido estético a la tecnología. Pero…  


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