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06 Los tres caballos

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Los tres caballos 
Autor: Leyendas de la literatura universal 
 
Érase una vez hace muchos muchos años vivia un hombre que tenía 
tres hijos: uno era herrero, otro carpintero, y el más pequeño, 
barbero. Este se llamaba Joaquín, y como no estaba contento con su 
oficio, decidió ir a buscar fortuna por el mundo. Después de vagar por 
varios países, llegó a una ciudad donde vivía un rey que tenía unos 
jardines magníficos. Muchos jardineros trabajaban en ellos; pero 
inútilmente. Cada noche tres caballos salvajes penetraban en el jardín 
y destrozaban todo lo que durante el día había sido plantado. 
 
Poco duraban los jardineros en su oficio, pues al ver que su trabajo 
era inútil, se cansaban de trabajar y abandonaban su empleo. Cuando 
Joaquín llegó, había muchos puestos vacantes y decidió colocarse allí. 
Habló al jefe de los jardineros, y se quedó a trabajar en el jardín. Todo 
el día trabajó sin descanso y sus compañeros le contaron la historia de 
los caballos. Éste, intrigado por aquel misterio, decidió quedarse a 
pasar la noche en el jardín. Era valiente y no temía nada; sabía 
perfectamente que los caballos no hacen daño a un hombre que no les 
teme. El jefe de los jardineros se alegró mucho de que Joaquín se 
quedara a vigilar el jardín aquella noche. Éste cogió su guitarra y 
comenzó a tocarla, en espera de los caballos. Al poco tiempo oyó un 
fuerte galopar y pronto distinguió los golpes de las patas de los 
caballos sobre la puerta; pero siguió tocando sin dar muestras de 
miedo. Al poco rato no se oía más que la música de su guitarra. Los 
caballos se habían quedado en la puerta, escuchando aquella música 
extraña, sin atreverse a entrar en el jardín. Al día siguiente, el jefe de 
los jardineros estaba encantado de ver intacto el jardín. 
 
Los reyes y su hija, la princesa, pudieron deleitarse paseando por los 
jardines, que no se hallaban, como de costumbre, devastados. Durante 
la noche siguiente, los tres caballos salvajes volvieron a la puerta del 
jardín y desde allí escucharon de nuevo la música del joven. La tercera 
noche también acudieron los caballos y le pidieron a través de la verja 
unas hojas de col. Joaquín les dio a cada uno unas hojas. Entonces el 
caballo blanco le dijo: - Si alguna vez me necesitas, bastará que digas: 
«Caballo blanco, ayúdame», y acudiré inmediatamente. Luego el 
caballo gris le dio las gracias por las hojas de col y le hizo un 
ofrecimiento análogo. Igual hizo el caballo negro. Desde entonces 
podía llamar a cualquiera de ellos, seguro de que habría de encontrarlo 
al momento. A partir de aquella noche, los caballos no aparecieron 
más y el jardín real volvió a recuperar la belleza que desde hacía 
muchos años había perdido. 
 
La princesa, que era muy aficionada a las flores, se pasaba el día en 
él. Era muy bella y parecía una flor más del jardin. Pasó el tiempo, y 
sus padres decidieron casarla. Pero como eran tantos y tan apuestos 
todos los pretendientes, no sabía por cuál decidirse. Entonces se les 
ocurrió una idea: el jinete que antes subiera la escalinata de palacio y 
cogiera el clavel de su pelo, ése sería su prometido. Todos los 
príncipes y caballeros tomaron parte en la competición, pero ninguno 
de ellos logró llegar rápidamente hasta la princesa; los tramos de la 
escalinata eran tan anchos que no podían ser salvados de un salto y la 
mayoría caían por el suelo o subían lentamente, lo cual no tenía 
ningún mérito. Joaquín, que presenciaba las pruebas, se acordó de la 
promesa de los caballos y grito: - ¡Caballo blanco, ayúdame! 
Enseguida se presentó ante él, magníficamente enjaezado. 
 
De un salto, lo montó y se lanzó a galope tendido hacia donde estaba 
la princesa, en lo alto de la escalinata. Subió todos los escalones con 
una agilidad y una rapidez sorprendente. La princesa le vio venir y 
reconoció a Joaquín, el joven jardinero, del que hacía tiempo estaba 
enamorada. Quitándose el clavel del pelo, se lo entregó y le proclamó 
vencedor. Todo el mundo le vitoreó; pero nadie le conocía. Alguien 
aseguró que era un barbero que había abandonado su país en busca 
de fortuna. Las bodas fueron magníficas. Al salir de la iglesia, Joaquín 
oyó los relinchos de los caballos detrás de la puerta del jardín, y 
cuando quiso verlos, habían desaparecido 
 
 
 
FIN 
 
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