El Mito del “Complejo Militar-Industrial”, por Pedro Arturo Aguirre - Etcétera
lunes 27 mayo 2024

El Mito del “Complejo Militar-Industrial”

por Pedro Arturo Aguirre

El “complejo militar-industrial” es un término brumoso el cual suele surgir cuando Estados Unidos se ve involucrado en una guerra y se escuchan voces sobre todo de la izquierda, pero también en ciertos populismos de derecha, que aseguran conocer el verdadero motivo del conflicto: hacer negocio. Según este esquema, son las empresas armamentísticas quienes manipulan al gobierno para invadir algún país y eso les permita vender aviones, tanques, helicópteros, bombas y municiones. La paz, por tanto, no conviene, por eso misteriosos individuos al servicio de avariciosos capitalistas trabajan incansables y tras bambalinas maquinando excusas para provocar conflictos en algún lugar más o menos exótico y lejano. Este concepto nace del discurso de despedida de Eisenhower de la presidencia (1961), en donde el general textualmente dijo: “La conjunción de un inmenso establecimiento militar y una amplia industria de armas es nueva en la experiencia estadounidense (…) Debemos vigilar la adquisición de influencia injustificada, solicitada o no, por el complejo militar-industrial. El potencial para un surgimiento desastroso de un poder inapropiado existe y seguirá persistiendo. No demos nunca dejar que el peso de esta combinación ponga en riesgo nuestras libertades o procesos democráticos”.

Muchos interpretan en clave conspiratoria a Eisenhower y aseguran que el general sugería la existencia de una especie de oscura connivencia entre las industrias armamentistas, los comandos de las Fuerzas Armadas y el Congreso para forzar al gobierno a que gastase más en defensa. Pero existe otra disquisición a este discurso no solamente distinto, sino incluso opuesto, el cual sostiene que si bien estas palabras contienen una advertencia, ésta no tiene la intención de descalificar a las instituciones militares o industriales como “malévolas per se”. Por el contrario, como lo comentamos en estas mismas páginas hace unas semanas, Eisenhower (ex comandante en jefe de las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial, ex jefe de Estado Mayor del ejército estadounidense y ex comandante supremo de la OTAN) decidió lanzarse como candidato presidencial en la elecciones de 1952 consciente de la importancia que implicaba para Estados Unidos tener un poderoso aparato militar con una sólida, fuerte e innovadora infraestructura industrial de cara a los retos de la Guerra Fría, y ante la actitud aislacionista de su principal rival por la nominación del Partido Republicano, el senado Robert Taft. Eisenhower reconocía que la Guerra Fría creó, por primera vez en la historia de Estados Unidos, el menester de beneficiarse tanto de un enorme establecimiento militar como de una extensa industria armamentista, así fuera en tiempos de paz. La admonición en su despedida se refería a la necesidad de efectuar una constante observación y evaluación por parte de la sociedad democrática para resguardar un apropiado equilibrio entre la enorme maquinaria industrial y las fuerzas militares.

Por supuesto, esto no quiere decir que no exista en Washington un muy activo lobby de las industrias armamentistas, como existen también de otros tantos grupos económicos y de poder. Desde luego, la guerra es un gran negocio para algunos y por eso hay intereses concretos que pugnan por elevar los presupuestos militares. Pero en muchos otros aspectos la fabulosa envergadura del complejo militar-industrial solo existe en la imaginación. En su libro: The Delta of Power, The Military-Industrial Complex, el historiador militar Alex Roland explica por que la influencia política del complejo en realidad es limitada; inferior, de hecho, al de muchas otras industrias como la farmacéutica, la energética y las tecnológicas: “Es hora de revisar cuál es el peso real de dicho Complejo y cómo ha evolucionado en las últimas décadas… El final de la Guerra Fría supuso una reducción de la industria de defensa. Entre 1989 y 1992, el Pentágono disolvió cerca de un centenar de programas de producción de armas. En la década de los 90 el sector pasó de tener 107 grandes compañías de defensa a solo cinco. Según los datos del Gobierno federal del año fiscal 2020, cinco empresas de defensa (por orden de tamaño: Lockheed Martin, Raytheon, General Dynamics, Boeing y Northrup Grumman) acumulan casi el 40 por ciento de los contratos del Gobierno. El 60 por ciento restante está dividido entre 95 empresas mucho más pequeñas… A principios de los años 50, cuando Eisenhower dio su famoso discurso, el gasto militar alcanzó el 14 por ciento del PIB, hoy ronda el 3 por ciento”.

De hecho, para los gobiernos estadounidenses la guerra suele ser un mal negocio. En los años sesenta, cuando supuestamente se dio el auge del complejo militar-industrial con la guerra de Vietnam, mucho complicó a las finanzas púbicas el onerosísimo gasto extra, los cual estropeó el ambicioso programa de “Gran Sociedad” del entonces presidente Lyndon Johnson. Otro tanto podemos decir de la guerra de Iraq iniciada por George W. Bush con el pretexto de encontrar las supuestas armas de destrucción masiva, cuyo costo en mucho contribuyó a desnivelar los presupuestos gubernamentales. Incluso en este conflicto, como en el de Afganistán, al no ser guerras estratégicas (como lo fue la Guerra Fría), no se puso énfasis en aumentar el presupuesto para el desarrollo de armas, sino en el gasto de personal y logístico, lo cual supuso un mayor gasto en contratistas de servicios, no en equipamientos. Fueron las empresas de logística (como Halliburton) las que se enriquecieron fabulosamente en Iraq y Afganistán.

Ya en el siglo XXI, advierte el experto en el tema Charles Dunlap, es más bien al contrario: Estados Unidos se debilita, en buena medida por las enormes y extensas trabas burocráticas en los programas de adquisición y renovación tecnológica de defensa y equipo militar. “…lo que se convierte en un desincentivo para que las corporaciones de alta tecnología hagan negocios con el gobierno. La baja capacidad del complejo militar industrial impacta negativamente en el poderío militar estadounidense; manifestándose en el rezago tecnológico y deterioro general de la infraestructura de defensa estadounidense frente al fortalecimiento relativo de la base industrial-militar de otras potencias”. Y al hablar de otras potencias, la referencia obligada principalmente es China, pero sin olvidar a Rusia y en algunos aspectos a potencias medias como Irán. Lo cierto es que más allá de las leyendas truculentas, la superioridad militar estadounidense está bajo amenaza por su relativamente bajo desarrollo tecnológico y para revertir esta situación Washington requiere de un complejo militar-industrial vigoroso, innovador y rentable.

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